SOY GORDA (ESEGÉ)

Palabras tras las rejas

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“La libertad se escuchaba demasiado cerca. Solo unos metros separaban la vida de la muerte en vida. El instituto se ubicaba apenas unos pocos kilómetros al sur del obelisco, en Parque Chacabuco. En los alrededores rugía el paso de una autopista. Corría el 6 de agosto de 2005”.La celda era chica y de un gris desgastado“, escribe en su reciente novela, Rengo yeta, el argentino César González. Estuvimos el jueves en Eterna Cadencia escuchando al escritor: ”Una de las paredes daba a la calle. Por una ventana rota, a tres metros de altura, atravesada con cuatro barrotes de hierro, se colaban sin piedad el frío del invierno, el viento, el ruido de afuera y una estela de luces urbanas que permitían dilucidar algo entre la oscuridad. Los sonidos que hasta ayer pasaban desapercibidos ahora me aterraban. Los autos sonaban como una carcajada gigante que se burlaba de mi encierro“.

César González retoma así el relato de una existencia desamparada y violenta. El más grande de ocho hermanos, vivió con su familia de origen en la villa Carlos Gardel, cerquita del Hospital Posadas, donde se unen La Matanza, Morón y Tres de Febrero. Ahora vive en Constitución y aunque tiene un lugar supuestamente más cómodo para escribir, extraña los sonidos de la cumbia y de las balas. Se drogó, delinquió y a los 16 años ingresó al Instituto de Menores Luis Agote y, más tarde, a la cárcel de Marcos Paz, donde cumplió una condena como cómplice de un secuestro extorsivo. Participar en talleres de lectura y escritura en la cárcel le permitió encontrar una voz propia, cruda y singular, primero como poeta, luego como narrador, le cuenta a Anne Sophie Vignolles, en una entrevista abierta.

 “Estaba completamente solo, no tenía a otro pibe para hablar y así, al menos, matar un poco el tiempo. Me sentía sucio, llevaba dos días con la misma ropa: un pantalón deportivo Nike negro y finito, más acorde al verano; una remera de algodón azul y una reluciente campera de jean y corderoy, un botín de guerra marca Bensimon, que encontré en una casa a la que había entrado a robar”.

“Los huesos me temblaban por el frío, pero más aún por la abstinencia de cocaína”, cuenta el también protagonista de El niño resentido. Escribe para domesticar la humillación de los burgueses que tienen todo mientras los pobres, nada. “Mi cuerpo no toleraba la ausencia de su vicio favorito. Me rasguñaba la piel, me comía las uñas, me rascaba la cabeza, hacía sonar una y otra vez la mandíbula, me sentaba en el piso y me pegaba piñas en la frente y en el pecho. La abstinencia hacía recrudecer la claustrofobia. Un aullido tenebroso silbaba entre los rincones de la celda. Los demonios desfilaban por mi mente”. Su madre había estado en prisión por cocaína, su padre, alcoholizado, aparecía en la casa de vez en cuando cantando canciones de Racing. “Ese croto que olía a vino tinto me avergonzaba y, a la vez, me causaba cierta misericordia”, recuerda.

“Hoy, 22 de diciembre, nos llevaron a la plaza Semiónovskaya. Ahí nos leyeron a todos la sentencia de muerte, nos permitieron besar la cruz, rompieron las espadas sobre nuestras cabezas y nos ataviaron con las camisas blancas para recibir la muerte. Después amarraron a los primeros tres al poste para llevar a cabo la ejecución. Yo era el sexto y nos llamaban de tres en tres; por lo tanto estaba en el segundo grupo y no me quedaba de vida más de un minuto (...). En eso se oyó el toque de retirada. Los que estaban amarrados al poste fueron devueltos a su lugar y nos comunicaron a todos que su Majestad Imperial nas concedía la vida. Después siguieron las verdaderas sentencias”. Fiódor Dostoievski le manda esta carta a su hermano Mijail desde la fortaleza de San Pedro de Petersburgo el 22 de diciembre de 1849.

Muchos de estos libros nacieron durante la prisión, en las peores condiciones de vida de sus autores, no en cuartos con luz, café, libros, computadora y libertad, como suele ser más frecuente entre sus pares. A mano, en papeles deshechos, en el dorso de otras cartas, escribieron para soportar la existencia detrás de las rejas y no dejarse morir. Las palabras fueron su manera de escapar de la falta de libertad, memorizar otros tiempos, rehacerse.

El 5 de marzo de 1915, Rosa Luxemburgo anota: “Recibí de la señorita Jacob este calendario y magníficas flores (anémonas, nomeolvides, amentos y ramas de cerezo). Un mes antes fue encarcelada en Berlín y el Fuerte de Wronke por encabezar protestas pacíficas. A comienzos de 1918, la dirigente marxista fue trasladada al penal de Breslau. En la bitácora, Rosa registra el día a día y elabora un herbario con flores frescas o secas que le envían sus amigas, plantas que recoge en el patio de la cárcel o en las hortaliza que cultiva. Es una obra de arte con nombres de mujeres y de flores, nombres de lugares y fechas, definiciones cultas y algunos versos de Goethe.…”

“En mis actuales circunstancias, pensar en el pasado puede ser mucho más duro que contemplar el presente y prever el curso de los futuros conocimientos”, escribe el detenido Nelson Mandela, el gran luchador en contra del apartheid, desde Robben Island, un penal de trabajos forzados situado frente a Ciudad del Cabo. “Hasta que me encarcelaron no había valorado nunca del todo la capacidad de la memoria, la interminable retahíla de información que puede guardar la mente. La celda es un lugar idóneo para conocerte a ti mismo, para indagar con realismo y asiduidad como funciona tu propia mente y tus sentimientos”.

Un largo camino hacia la libertad es la autobiografía del ex presidente sudáfricano, que detalla su vida y los 27 años que pasó en la cárcel. Cartas desde la prisión, una colección de correspondencia personal que propone una visión íntima de su experiencia. Dedicados a sus seis hijos: “Madiba y Makaziwe que han muerto, y a Makgatho, Makaziwe, Zenani y Zindzi, cuyo apoyo y cariño atesoro; a mis veintiún nietos y tres bisnietos que tanto quiero; y a todos mis camaradas, amigos y compañeros sudafricanos a quienes sirvo y cuyo coraje, determinación y patriotismo continúan siendo mi fuente de inspiración”.

Novela autobiografica del delincuente empedernido, Jean Genet escribe en Santa María de las Flores, concebida en la cárcel, en el hampa y en los bajos fondos. Escrita en la prisión de Fresnes, para paliar en parte el horror de su experiencia carcelaria, es una historia que hace literatura de la brutalidad de la cárcel y celebra la delincuencia. Escritor transgresor al extremo, evitó la pena de muerte gracias a que intercedieron Picasso y Sastre, pudo evitar la pena de muerte a la que había sido condenado. Ladrón, linyera, estafador, la escritura lo salvó. “Un recluso en una celda. En la pared el reglamento de la cárcel. En el dorso del reglamento, pegados con migas de pan, unas veinte fotos de asesinos recortados de la prensa; para los más puramente criminales, un marco hecho con cuentas en forma de estrella: y en honor de los crímenes de todos ellos escribo este libro”, explicó el autor de Las criadas.

LH