El Pelle y el Buenos Aires, una ilusión en ruinas

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La pandemia es un laboratorio que produce desigualdades a cielo abierto. Estallan por todos lados, y sus efectos se filtran sin limites.  La pandemia aceleró en tiempo real una nueva partición de los sectores medios urbanos. Entre quienes tienen ingresos regulares y quienes lo han perdido con la caída de la actividad económica. Entre quienes tuvieron que “quemar” ahorros y quienes pudieron mejorar sus opciones de consumo e incluso acumular patrimonio (reactivación de la construcción, del mercado automotriz). Entre quienes hicieron multiplicar el ecommerce y quienes debieron someterse a las reglas de mercado libre para reinventarse una salida a la crisis. Entre quienes se endeudaron con la tarjeta, en el pago del alquiler, las expensas, las cuotas de las prepagas y de los clubes de futbol y quienes durante septiembre-octubre de 2020 han contribuido en que el mercado de cambios ilegal vuelva a tensionarse por una demanda acrecentada del dólar.

Los padres y las madres tienen todo el derecho de expresar su descontento frente al modo en que los colegios preuniversitarios de la UBA, como el Pellegrini y el Colegio Nacional Buenos Aires, han (no) resuelto la emergencia educativa en el contexto de la pandemia. De hecho, lo hacen, lo hacemos, desde muy temprano, cuando ya comenzada la pandemia las tibias reacciones de autoridades y sus desorientaciones se acumulaban a la par que aumentaban los casos de Covid19.

El breve recuento de desigualdades que estallaron sobre las clases medidas urbanas nos ayuda a recordar que lo personal no siempre es político, pero sí es social.

“El mundo no pasa por lo que pasa en el Buenos Aires o en el Pellegrini”, me invitó a descartar estas reflexiones un colega querido para evitar ese privilegio que amplifica nuestras voces como padres o madres de pibes y pibas adolescentes. Pero la sociología me enseñó dos cosas: solo que podemos hablar de esos privilegios sacando a la luz las condiciones sociales de su eficacia y que la empatía sociológica supone comprender todas las causas del sufrimiento, incluso la de los privilegiados, porque ellas siempre remiten algo más amplio que las engloba.  

Nuestras voces que se hacen escuchar en la prensa o las redes para expresar nuestro descontento sobre la conducción de los colegios preuniversitarios durante esta larga crisis son expresiones personales del desclasamiento que experimentamos como padres que “enviamos a nuestros hijos al Pelle o al Buenos Aires”. 

Este proceso no es para nada nuevo pero abrazados a la ilusión de su rendimiento simbólico y económico preferimos patear para adelante esa realidad y seguir creyendo que esas instituciones guardan una eficacia incólume a las degradaciones de toda naturaleza. Pero vino la pandemia y la realidad nos picó el boleto que nos permitía transportarnos por esa ilusión de clase. 

Hemos socializado a nuestros pibes y pibas con ese mandato de merito y selección que supone el ingreso a estos colegios. Pero las rutinas institucionales que refuerzan ese procedimiento de selección han desaparecido. El “pacto” entre familia y colegio se quebró donde más nos golpea. Las instituciones desaparecen cuando más las necesitamos, cuando tienen que cumplir su parte de la división del trabajo: validar la ilusión que les inculcamos a nuestros hijos e hijas, contra viento y marea en algunos casos, de manera más natural en otros. Pero el resultado es el mismo: nos chocamos de frente con la verdad de una institución que se está devorando la ilusión que la mantiene en pie y nosotros unida a ella.  

No menos cierto que este golpe es aún más fuerte cuando los colegios preuniversitarios poco pueden reclamar de excelencia o vanguardismo académico cuando otras instituciones con menos capital simbólico han dado respuestas mejores frente a la pandemia que el Pellegrini o el Buenos Aires. 

En la micro competencia del mercado educativo nuestros colegios que siempre picaron en punta en el campeonato del merito y el esfuerzo académico están, en este contexto, peleando la mitad de la tabla para abajo. Nuestro desclasamiento se ve reflejado aún más frente a instituciones educativas con un fuerte cierre económico o social (colegios bilingües, privados con orientación artísticas) que han invertido recursos y mostrando capacidad organizativa para adaptarse al contexto de pandemia. Las desigualdades se sufren más cuando ellas separan a quienes se creían próximos, cuando sus efectos producen una brecha que antes se podía compensar u ocultar.

Nuestro descontento tiene esta razón social de fondo. Es la expresión subjetiva de un cambio de posiciones estructurales que nos afecta de lleno y que la pandemia vino a acelerar. Mientras nosotros tratamos de reanimar una ilusión en peligro de derrumbe, nuestros pibes y pibas ya están caminando sobre sus escombros.