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Las posguerras europeas y el trigo limpio de Eva Perón

Alfredo Grieco y Bavio Panorama de las Américas rojo

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“Queridos hermanos, Su Alteza eminentísima nos ha reunido para tratar el espinoso affaire del trigo argentino, cuando los acontecimientos han dado el más imprevisible de los giros”. Podemos leer estas palabras en la detallada, literaria, casi nunca inverosímil, casi siempre inverificable Caballeros de Malta (1957), investigación periodística antes que novela histórica del supremo, extremado prosista francés Roger Peyrefitte.

Es circa 1950, año del Libertador General San Martín y Jubileo ordinario de la Iglesia Católica, cuando estas palabras habrían sido pronunciadas. En la via dei Condotti, n° 68 según el nomenclador urbano de Roma, aunque no en suelo sometido a la ley y policía de la República de Italia: desde 1869, el Palacio Magistral de la  Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta goza de status de extraterritorialidad.

La confraternidad allí reunida, religiosa, católica, caballeresca, laica, es sujeto soberano de Derecho Internacional Público, hoy reconocido por 110 países, y el suceso argentino imprevisto que enfrentaba era el peronismo, el hecho maldito en el país burgués. Y el hecho más maldito, esa mujer Eva Perón.

En los albores de una Primera Guerra Fría ya bien definida en sus términos y circunstancias, para el concilio viril reunido de urgencia, eran previsibles los rasgos y datos del contexto. Caprichosas las circunstancias, pero no el patrón general de la guerra y del hambre, para estos aristócratas que mantenían, como tantas anteriores, en una sede palaciega que era suya desde 1630. Previsible que en una nueva posguerra mundial la República Argentina, rutinariamente orgullosa de sus ganados y sus mieses, se hubiera enriquecido con la exportación de cereal mientras el pan seguía escaso, y abundante la hambruna, cotidiana la nutrición miserable en el Oriente europeo. Sin mencionar el Mediterráneo, el África subsahariana, el sudeste de Asia, la India, el Índico. Áreas de oscuridad, naciones que hasta ayer dependían de la importación de granos rusos y ucranianos, y hoy ya empiezan derrumbarse, como Sri Lanka, un Estado que en la semana ha entrado en bancarrota. “El trigo es el pan, y el pan es la vida”, reza un dicho egipcio, y Egipto importaba todo su trigo de su tradicional amigo ruso, el mismo que le construyó la represa de Asuán en el Nilo nasserista.

Los tiempos de la agricultura son largos. Van de verano a verano. Los tanques y convoyes y operativos militares, como al fin del invierno de 2022 los de Rusia, tan supernumerariamente activos en Ucrania, estropean las tierras negras y fértiles, que con la consagración de la primavera, y el deshielo, se convertirán en lodazal. Las cosechas se pierden, pero también se arruina de antemano un futuro próximo de siembras. Al fango se suman todas las sangres, porque las migraciones masivas, millonarias, en busca de refugio privan a la agricultura de trabajo y de manos. Y ya la fuerza laboral debe descontar la hemorragia de quienes toman las armas. manos y de trabajo.

Cuando las materias primas, que era menos frecuente llamar entonces commodities, subían sus precios, las exigencias comerciales de los países exportadores podían aumentar dolorosamente. No le sorprendía a la nobiliaria Orden de Malta, que, por religiosa y caballeresca que fuera, no encontraba en absoluto extraño, para dotarse de mejores recursos, especular en el mercado de granos en tiempos de carestía de los alimentos y de necesidades básicas insatisfechas.

No se oye hoy voz que dude de que la guerra en Ucrania beneficiará, en Latinoamérica, a países petroleros como Brasil, Colombia y Ecuador, y a países exportadores de granos como Brasil y Argentina

En la anécdota que refiere Peyrefitte, los buenos negocios que el marqués que oficia como embajador de la Orden en Buenos Aires creía ya bien abrochados con una junta nacional de granos que los conduce por el lado argentino, se ven frustrados por una súbita condición suplementaria. No del gobierno, sino de la Primera Dama. El retrato literario de Evita que traza Peyrefitte es singular por su soberana prescindencia de estereotipos eurocéntricos, occidentalizantes, democratizantes, racistas, misóginos. No puede decirse lo mismo de toda la cobertura que, en estas semanas, se deleita acaloradamente, o automatiza ya sin sensación térmica, en evocaciones en Technicolor de los zares, los (pan)eslavos, los comunistas, los estalinistas, los autócratas, los dementes, los psicópatas, y otros criminales de guerra y de lesa. A Eva un negociador de la Orden, el príncipe de Furstenberg, habría prometido el nombramiento como Dama de honor y de devoción. El posterior embajador rehusaba cumplir la promesa, que sentaba precedentes feministas y plebeyos. Peyrefitte muestra a una Eva conocedora del Derecho, elocuente (pero ni locuaz ni voluble) negociadora, que sabe citar normas y precedentes de la justicia de su demanda. Que, en el caso de resignarse a la frustración e incumplimiento de una obligación aceptada en términos no por verbales menos explícitos, también sentaría un precedente.

La fábula concluye con una moraleja. Antes que acordar a la Argentina peronista lo que su principesco negociador había asegurado que acordarían, el aristocrático concilio romano prefiere enjuagar las pérdidas de las toneladas y toneladas de trigo que ya no serán suyas con recursos extra que se disponen a entregar algunos de los caballeros más ricos, a costa de sus propios peculios. A veces, la Unión Europea no parece proceder, cuando obra a costa de los patrimonios sacrificados de las naciones líderes más opulentas, de una manera muy diferente. Menos dispuesto luce EEUU a dejar que en los giros de sus premios y castigos, sanciones y galardones, sigan gravitado orgullos y prejuicios sin rédito a la vista.

En 2022, con la inflación mundial y las mermas previstas al crecimiento económico global, aumentadas por la guerra en Ucrania, pero ya derivadas de dos años de crisis sanitarias y pandemias, todo estilo personal de gobernar sufrirá penas crueles cuando yerre. Y electorados y poblaciones reprocharán todo yerro con intervalos más y más breves de tolerancia, y con menos y menos paciencia para cualquier equilibrada atribución de responsabilidades en las catástrofes. No se oye voz que dude de que la guerra en Ucrania beneficiará, en Latinoamérica, a países petroleros como Brasil, Colombia y Ecuador, y a países exportadores de granos como Brasil y Argentina. Sobre la cuantía y perduración de esos beneficios, sobre cuándo se volverán sensibles para masas relativamente amplias, hay el cauto, habitual escepticismo ambiente.

AGB

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