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Soy Gorda (Esegé) Narraciones
Vergüenza, cuidado, agresividad y amor propio

Stulz

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Faltan pocas horas para que termine el año y después de hacer la clásica fila para comprar el pan dulce más rico de la Argentina, me desparramo en el sillón del living para mirar por streaming la película Stutz, en la única y ya antigua tele que tenemos en casa. Se trata del documental dirigido por el actor nominado al Oscar, Jonah Hill, quien puso los reflectores y la cámara sobre la vida y la obra del médico terapeuta Phill Stutz y su enfoque del autocuidado y la salud mental.

La intención de Hill, de 39 años (El lobo de Wall Street, Comando especial y En los noventa, entre otras películas donde formó parte del staff) es homenajear a quien lo ayudó en el consultorio a vivir mejor. Pero el filme también está dedicado a sí mismo. Hill es gordo y cuenta que ha sufrido bullying (acoso) desde pequeño. Habla con dolor, amor y humor sobre la vergüenza corporal y su combate personal por aprender a aceptarse y quererse. Crecer en el centro de atención de Hollywood y ser juzgado por su apariencia afectó, revela, su propio equilibrio emocional.

“Me hice famoso al final de mi adolescencia y luego pasé la mayor parte de mi vida como adulto joven escuchando a la gente decir que era gordo, asqueroso y poco atractivo”, le contó a la actriz y presentadora televisiva Ellen DeGeneres. A Hill le tomó tiempo, esfuerzo y dinero llevarse bien consigo mismo. “Estoy en construcción”, reflexionó. 

Desde entonces, Hill ha sido uno de los principales defensores de amarse a uno mismo y ha compartido una serie de publicaciones muy francas en Instagram en un esfuerzo por salir de la angustia de la soledad e inspirar a otros a vivir mejor.

En febrero de 2021, mostró fotos que le tomaron los paparazzi, en las que se lo ve surfeando y les dijo a sus fans (a través de la revista Today) que no se había quitado la camisa en público hasta los treinta y tantos años, pero que eso ahora ya no le importaba. “Tengo 37 años y finalmente me amo y me acepto”, escribió.

Es un sentimiento que el actor y director conmemora con un tatuaje de “Body Love”. En octubre de ese año les suplicó a los fanáticos que dejaran de comentar sobre su cuerpo, explicando que incluso los elogios pueden ser perjudiciales. “Bueno o malo, quiero hacerles saber cortésmente que no es útil y no se siente bien”, escribió.

Su experiencia no es una excepción. Cientos de miles de hombres y mujeres, aquí, allá y en todas partes, luchan por ser aceptados en una sociedad tiránica que nos quiere a todos iguales, más allá de que algunas publicidades y propagandas enarbolen hoy la bandera de la diversidad en un intento por apropiarse y vender más utilizando las consignas resistentes a la homogeneización corporal.

Justamente, la diseñadora belga, nacida en Amberes, Reinhilde Remaut, radicada en Buenos Aires hace unos cuantos años “cuando me enamoré de un patagónico” cuenta que, a poco de llegar, compró su primer corpiño en un local de la avenida Corrientes donde le preguntaron si era para regalo. “Eso me produjo un estado de shock y vi el pánico en los ojos de la vendedora, quien me ofreció un modelo que ni mi abuela hubiera usado”.  Sentite feliz de entrar en algo, cuenta que le dijo la mujer en el negocio. “No podía creer lo que escuchaba. Me dio una única opción en un único color y modelo y después la misma escena se fue repitiendo en otros sitios”. El resultado fue que Reinhilde, cuya familia originaria se dedicaba a la alta costura, decidió “ayudar a las argentinas frente a la dictadura de la industria local de lencería”.

“Debí comprender cómo eran los talles locales y ver su diferencia con los europeos y americanos, con los que estaba más familiarizada desde mi juventud. Tomé clases para conocer las técnicas de diseño y confección y me di cuenta de que el diseño local de tasas grandes en corpiños y camisolines no estaba desarrollado en todo su detalle. Hay poco y lo que hay es europeo o americano, traído hace mucho por las grandes marcas extranjeras”.

Reinhilde se dio cuenta de que había que enriquecer ese segmento de la indumentaria para las argentinas, “especialmente para aquellas que tienen una tasa grande de corpiño, en el talle correcto y con más diversidad en los colores y diseños”. Eso es lo que viene haciendo desde hace algo más de cinco años con su marca Helene Fourment, lingerie grande con elegancia.

Es diseñadora y estilista, aunque su mayor desafío es saber escuchar a sus clientas y observar el calce de las prendas en diferentes cuerpos, en función de las necesidades y del conocimiento que cada una tiene de su cuerpo. “Aprendo mucho de esa forma, porque un cuerpo latino es muy diferente de uno europeo, uno belga, por ejemplo. La distribución de la grasa en el cuerpo cambia y hay que tenerlo en cuenta en las partes críticas de la prenda para que el modelo sea adecuado. La satisfacción que me da hacer la prenda correcta es inenarrable. La emoción de las clientas es mi alegría. En el show room hay quienes aplauden, quienes quieren sacarse selfies y hasta lloran de felicidad. Muchas son mujeres maltratadas por talles limitados y por comerciantes que tratan de venderles productos que no son para sus cuerpos, por ignorancia y por no disponer de las prendas adecuadas”

La creadora de Helen F. señala que el probador es “un lugar muy íntimo donde las personas se sienten muy frágiles”. Por eso, cuando ven que el corpiño que buscaban desde hace diez años o más, les queda bien, sienten más confianza. “Reconozco que no soy una buena vendedora ni nací para ello, pero ser honesta con lo que hacés y querer que los demás se sientan bien es fascinante”.  

Como en la vida real, las redes virtuales siguen siendo un espacio en el que circulan distinto tipo de mensajes. Desde el apoyo a Hill o a Reinhilde hasta los comentarios agresivos. “También noto desconfianza entre algunas personas que quieren ser aceptadas, pero se han decepcionado muchas veces. Las modelos que trabajan conmigo ya recibieron expresiones de violencia verbal y yo misma leí comentarios poco felices”. Sacá a la gorda de acá, fuera la vaca, le han escrito. “Me duele el alma, se lamenta. En Europa es raro que pase algo así. Al principio, en Buenos Aires, me sentía obligada a corregir los posteos, pero ahora dejo todo para que se vea la gordofobia y son las mismas clientas quienes explican mejor que nadie que detrás de cada cuerpo hay una persona”, finaliza. “He llevado prendas a Bélgica que para muchas argentinas son de gorda y allá son de flaca. El concepto sobre los cuerpos y sus medidas cambia mucho, dependiendo del lugar donde te encuentres”

LH

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