opinión

Podemos vivir sin influencers, pero no sin árboles

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Tengo poca experiencia en las redes sociales. Lo escaso que sé de ellas es que ninguna revolución en este planeta tendrá lugar a través de ellas por nunca jamás. Y menos por Instagram. Tal vez porque es la red que menos texto acepta, tal vez porque su contenido apenas se deja reproducir o reenviar. Es que al mundo Instagram, el de la publicidad y sus adláteres, los influencers, les basta con un toque y me voy. Un corazoncito y ya fue.

Y confieso, aunque a nadie le importe: para mí Instagram es la encarnación de la impotencia (la mía) y el tedio (del mundo tal como nunca aprenderé a conocerlo).

Pero también hay excepciones. Tuve la suerte de toparme con una que ratificó el viejo adagio de que toda excepción confirma la regla. Se trata de una noticia que apareció en IG el domingo 1 de enero de este año. Su autor, Carlos Anaya, es ingeniero agrónomo, primer arborista certificado por la International Society of Arboriculture (AL-0001A) en la Argentina. Estar certificado por esta prestigiosa institución implica un incesante intercambio con parámetros y expertos internacionales en la materia. Para ser miembro es obligatorio revalidar la certificación cada tres años y suscribirse a un estricto código de ética profesional.

En materia de ética profesional todo lo que se hace respecto de los árboles en la Argentina, sobre todo en la Ciudad de Buenos Aires, es un verdadero oxímoron. Todas las empresas contratadas por la municipalidad porteña brillan por su ausencia de conocimiento en la materia ignorando toda regla de vida vegetal con el fin de permitirse hacer las pingües ganancias que les promete su contratista, el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta.

Lo que se lee ahora en Instagram es el tercero de tres informes sobre las mutilaciones realizadas por esta municipalidad en los Bosques de Palermo. La breve nota lleva la firma de @carlosrobertoanaya y el título:

La “transformación” del bosque en pradera

El Parque 3 de febrero de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, conocido años atrás como los “Bosques de Palermo”, se sigue transformando en una pradera a partir de inaceptables acciones que se vienen realizando, que deterioran y matan árboles.

Muchos ejemplares están muertos, otros ya murieron y talaron y otros tantos se observan con síntomas y signos de declinación. Todos son árboles maduros y de gran valor.

Los gestores no se inmutan y siguen “transformando” el gran parque, sólo haciendo órdenes de servicios de talas y podas sin advertir que las causas del deterioro son netamente antrópicas (evento producido o modificado por la actividad humana) debidas a inadecuadas decisiones, y sin mínimamente tratar de revertir o minimizar los procesos de declinación que pueden prevenirse con adecuadas prácticas.

Este parque no es la excepción a otros donde se realizan obras de remodelación en posiciones absurdas dentro de los canteros, interfiriendo con el equilibrio fisiológico de los árboles al arrancarles raíces, impermeabilizando el suelo y modificando sus condiciones físicas, químicas, hídricas y microbiológicas.

En el Parque 3 de Febrero existen en este momento por lo menos dos sitios donde se están construyendo o reconstruyendo “estaciones” para hacer ejercicios físicos en sitios de sombra. Hoy tendrán sombra, pero en poco tiempo los rayos del sol. Porque las empresas desmontan el perfil superior del suelo con una retroexcavadora, arrancando raíces, para luego desparramar y compactar una capa de tosca sobre la que instalarán un solado (suelo artificial) para disponer el mobiliario deportivo. Todo esto sucede ante una sequía histórica, en el marco de lo que técnicamente se denomina “Zona de Protección de los Árboles” (TPZ, por su acrónimo en inglés).

Hasta aquí este panorama desolador al que le preceden, del mismo autor, un relevamiento exhaustivo de la situación de “los bosques” de Palermo además de un primer informe sobre los mismos problemas. Anaya repite intencionalmente la palabra “transformación”. Los porteños sabemos de qué se trata y con qué otro sustantivo puede suplirse. Para el gobierno de la ciudad “transformar” es “destruir”, con lo cual nos queda de hoy hasta la eternidad, solazarnos con el Ángel de la Historia de Walter Benjamin: la destrucción no para.

GM