Gonzalo Pardo, fotógrafo y escritor: “Mucha gente en las provincias se la pasa renegando de los porteños y eligieron un porteño nivel mil”
Gonzalo Pardo, “El Oso”, es fotógrafo u obrero audiovisual, como se define. Es autor, además, de la novela Cualquier lugar es bueno para morir, publicada por Ediciones El Panda. El libro analiza la tensión entre la Ciudad de Buenos Aires y las provincias en una distopía que puede recordar a El Eternauta.
-Es una novela que se inicia con una escena con la que muchas veces uno puede fantasear, que es la General Paz militarizada, las comunicaciones cortadas, fuerzas de seguridad de un lado y del otro, porteñas, conurbanas, y hablás en algún momento de un delirio colectivo en el marco de esa confrontación, de esa guerra. ¿Pensás que es un escenario de ficción el que construís o es más bien una deriva posible de la realidad tal cual es hoy?
-No. Sin duda que es ficción, por suerte. Creo que la pasaríamos todos muy mal. Pero siempre me interesó mucho la idea de esta cuestión de circunvalación que tiene la capital, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ahora. Yo soy de la época en que era la Capital Federal. Y todavía tengo el recuerdo muy cristalino de la pandemia, cuando apenas fue el parón de todo, la General Paz vacía, completamente vacía. Era un escenario que yo no lo había visto nunca. Entonces, de repente la posibilidad de visualizarlo era fuerte. Y la cuestión del delirio colectivo tiene que ver con estas cosas que nos pasan, menos extremas que las que dan el escenario a la novela, pero que te cruzás con un montón de gente que no puede creer lo que está pasando Y sin embargo ya pasó, ¿no?
-La distopía hecha realidad.
-Sí. Algo del del Apocalipsis a cuentagotas. Como siempre esta idea de que algo va a suceder de golpe y todos nos vamos a dar cuenta de que sucedió, que habita un montón de ficciones distópicas. Y la realidad es más como, bueno, nos vamos yendo a la mierda de a poquito y esta típica imagen que a tanta gente le gusta de las ranas que están en el agua fría y se calienta y no se dan cuenta hasta que ya es tarde.
-Sí, se va naturalizando lo que antes era ficción pura.
-Es que lo que pasó, pasó. Ya sucedió, ¿no? Y no es ficción.
-Pablo, que es el protagonista de la novela Cualquier lugar es bueno para morir, tiene que escapar de la ciudad para ir al campo. Y ahí también te trato de preguntar sobre el protagonista. ¿Es la guerra la que lo está obligando a Pablo a irse de la ciudad? ¿O hay un deseo más profundo que tiene el protagonista de romper con todo, de salir en busca de otra cosa?
-Sin duda que hay algo más. Y a mí me parece muy interesante, que son como dos escenarios que yo habito mucho, el súper urbano, porque me crié, crecí acá, aprendí a vivir en esta ciudad, y después un montón de otras cosas que me han llevado a otros lugares del país. Y siempre me resultaron muy interesante esos encuentros entre alguien que tiene su vida concebida en lugares más rurales o incluso urbanos de menor escala y los que crecemos sumidos en la locura y y la velocidad total de las megaciudades. Entonces ese lugar siempre me interesó. Y un poco la idea de cómo nace el germen de la novela tiene que ver con la imposibilidad. Creo que tanto para Pablo como para mí la pandemia tiene un... La pandemia no tiene nada que ver con la novela, pero sí tiene que ver con el momento en el que yo también pude estar un poco más quieto y tener la capacidad de sentarme a escribir, que es algo que me cuesta un montón y que no hago, además, regularmente.
-Es tu primera novela.
-Es mi primera novela, completamente inesperada para mí. Y esta cosa de la imposibilidad. A mí me gusta mucho salir de la ciudad, ir a conocer otros lugares, a hacer actividades en otros lados. Pero no siempre puedo porque tengo que laburar o porque no tengo guita o por lo que sea o porque no tengo tiempo. Pero de repente la pandemia fue la clausura total de esa posibilidad, ¿no? Y esa es una una cosa que nos tocó también en esto de lo colectivo, que cada uno atravesó dentro de sus posibilidades. Nos puso muy a prueba de cambios bruscos. Y de repente, bueno, eso de sentir la necesidad de hacer algo que no se puede hacer en pos de un bien colectivo que no queda del todo claro. A mí también eso me parece como interesante. Y Pablo tiene sus razones. También es un desafío para mí hablar de la novela y no spoilear, no tirar ninguna que arruine la experiencia a quien tenga ganas de de leerla. Pero, bueno, Pablo tiene sus razones y son muy fuertes y de hecho corre muchos riesgos para hacerlo. Entonces eso para mí habla de que es una una necesidad para él. No es algo negociable.
-Uno de los grandes temas de la novela es el compañerismo, la solidaridad, la hermandad que se construye entre Pablo y su compañero de fuga, de aventura que es Dani. Pero también Pablo atraviesa el país para encontrarse con su padre. Ahora que justo fue el día del padre. Hay algo que dice la novela. ¿Qué importancia tiene esa relación padre-hijo? El padre no está en la novela, pero sin embargo es el norte del protagonista.
-Sí. A mí mi viejo es el que me que me enseñó cómo vivir. O sea, a brocha gorda, es el que te muestra un montón de cosas. Incluso la mayoría de las enseñanzas no son las que vienen con pretensión de enseñanza, sino las que uno ve de cómo vive la gente, tanto padres como madres. Crecer ahí cotidianamente. Y son vínculos completamente imposibles de describir para mí, en magnitud y en profundidad. Son como mundos muy complejos, muy difíciles de transitar y súper interesantes y ricos en una cosa de la historia personal. Pero a la hora de la ficción, bueno, como los vínculos de amor, los filiales.
-El título, de hecho, es una frase del padre.
-Más o menos. Algo así. Es una reformulación de eso.
-De algo que el padre le había dicho a Pablo en algún momento.
-Sí, sí, sí, bueno, es la muerte como esta cuestión que en el orden natural de las cosas además le llega primero al padre que al hijo en la vida de todos nosotros. Si no pasa nada fuera de lo común, es el orden natural de las cosas. Y a mí la muerte es un tema que me atrae y que me persigue, que me interesa, que pasé por muchos estadios en mi vida, de temerle mucho, de pensarla mucho y cómo cambia uno si de pronto piensa que se va a morir pronto o no. Y cómo la latencia de la muerte puede ser un motor, puede ser un obstáculo. Es como algo que signa la vida y la forma en la que la transitamos.
-Hay algo que está también planteado en la novela, que es una aventura que transcurre en un territorio argentino, en territorio local, en nuestra geografía, quizá en un lugar que estamos habituados a transitar o sabemos. Del campo, se habla de San Luis. Bueno, hay que atravesar la provincia de Buenos Aires, Guaminí, distintos lugares. Y no sé si leí por ahí o vos lo mencionás, hay una comparación con El Eternauta, que también es un trabajo de Oesterheld a partir de una geografía que es muy cercana: la cancha de River, la ciudad de Buenos Aires. Hay una búsqueda literaria en eso de decir voy a utilizar el territorio, el país, el lugar en el que nos movemos para contar algo extraordinario, ¿no?
-Sí. Leí esas comparaciones y me dio mucho pudor. Pero, además, alegría porque El Eternauta a mí, y creo que a un montón de los que tenemos más o menos mi edad, me marcó muchísimo. Y me marcó muchísimo justamente el hecho de conocer los lugares donde sucedían esas cosas que para mí estaban supeditadas a contenidos o a películas o libros que sucedían en otros lugares que yo no conocía, que imaginaba por lo que había escuchado en la escuela, leído cómo era, no sé, algo de Julio Verne, cómo era el lugar del que hablaba el tipo en Inglaterra. Y yo Ni idea. Y de repente apareció El Eternauta que en una Feria del Libro me compraron la primera parte y volví a mi casa todo fascinado. Y de repente aparecía Plaza Italia y aparecía el estadio de River y aparecían un montón de cosas. Y no solo la cuestión de lo de lo territorial, sino también los modismos, la forma de hablar. Y eso sí para mí era como algo que era importante en el sentido de a mí me gusta mucho el estilo de lo que yo escribí, del sentido de la aventura, de esta cosa medio western. Y me gusta, obviamente, el western yanqui. Es una cosa que nace y se desarrolla allá, primordialmente. Y en algún punto hay algo de eso, de decir, bueno, a mí me gustan este estilo de cosas, pero yo quiero que los personajes piensen, sientan, hablen, vivan en argentino. A mí me parecía como importante. Y disfruté mucho de buscar eso tono. Todavía estoy tratando de descifrar un poco qué significa escribir una novela, publicarla, ponerla ahí afuera. Y fue una experiencia que la padecí. y la disfruté en partes similares. Es toda una cosa nueva, también para mí. Yo hace muchos años me dedico a otra cosa y a otra forma de narrar que tiene condimentos mucho más de la realidad. La fotografía se vale de lo que está pasando en mayor o menor medida. Y de repente esto era como un parque de diversiones. Podías tomar decisiones mucho más disparatadas o fuera de la lógica que venís manejando. Y es algo que podés controlar con mucha más libertad. Y esa libertad me resultó un espacio muy interesante.
-En la novela también aparece, obviamente, esto que mencionábamos al comienzo. Hay un conflicto entre la Ciudad de Buenos Aires y el resto del país. La provincia de Buenos Aires está en ese caso aliada al resto de las provincias, podríamos decir. ¿Cómo pensaste el vínculo entre la ciudad y el conurbano? Porque se habla mucho hoy del AMBA como si hubiera un continuo, ¿no? Pero acá vos hacés una ruptura. Decís la ciudad es una cosa y el resto del país, ya la provincia de Buenos Aires, es otra.
-Es un conflicto histórico. Yo no estoy inventando nada. Desde las primeras épocas de nuestro país está planteado ese conflicto que está arraigado sin lugar a dudas en la centralidad que tiene la Ciudad de Buenos Aires y el puerto y todo lo que ya sabemos. Y a mí me divierte mucho en este tránsito que hago de de muchos lugares del país y que he hecho por muchas razones y con mucha gente, lo que es un porteño. Podemos discutir lo que es un porteño. Porque depende de dónde estés, cambia la idea de quién es un porteño y cómo es ese porteño y cómo se usa eso para descalificar a otro. A mí ese conflicto me divierte muchísimo. Yo reniego de mi porteñidad cuando estoy acá y me voy a otro lado y también reniego de la porteñidad, porque entonces me alío a los otros y me divierto y encuentro gente súper interesante que se desconcierta de que uno no diga “aguante Buenos Aires”. A mí me gusta jugar con eso y esto es parte de ese juego. A mí también me resulta muy interesante cuando charlo con gente en otras provincias, amigos, gente con las que laburo o gente que conozco por casualidad, la mirada que hay sobre lo que efectivamente sucede en la Ciudad de Buenos Aires, cómo se toman las decisiones a nivel político y cómo esas decisiones de gente que no tiene la más pálida idea de cómo es la vida en un lugar que no sea la Ciudad de Buenos Aires toma decisiones que afectan la vida de personas de maneras que ni siquiera imaginan. Y cómo eso ha alimentado ese sentimiento. Viste esta frase que todo el mundo dice: Dios está en todos lados, pero atiende en Buenos Aires. Todos la escuchamos. Hay una parte importante de realidad en eso y cómo eso se articula a mí me parece súper interesante. Y no quiere decir que yo odio a la Ciudad de Buenos Aires ni al interior. O sea, me gusta transitar esos dos lados. Y en este sentido sí me parecía lo más interesante generar esa cosa de frontera, que algo que nosotros conocemos como una frontera, porque está este chiste: agarrá el pasaporte, vas a pasar la General Paz. Y también está en la relación no de la ciudad en particular con el país entero, sino con el conurbano, que es cómo la territorialidad obliga a un vínculo que todo el tiempo hay un intercambio: la cantidad de gente que va de un lado para el otro todo el tiempo. Y, bueno, ¿qué pasa si eso de repente lo lo lo clausuramos?
-Te saco un poquito de la ficción y te traigo al presente. Hoy vos tenés un presidente que salió de la Ciudad de Buenos Aires y consiguió los votos de todas las provincias. Y quedó la provincia de Buenos Aires, un poco ligado con lo anterior, medio como una isla: la provincia de Buenos Aires junto con algunas otras provincias. ¿Cómo se conecta para vos esta ciudad de Buenos Aires, que muchas veces es rechazada en las provincias, los porteños, sin embargo, está como en una sintonía en este momento político la ciudad con San Antonio de Los Cobres, por ejemplo, no?
-Es una locura. O sea, estás hablando de que mucha gente en muchas provincias se la pasa renegando de los porteños y eligieron un porteño nivel mil. Es un tipo que no parece comprender lo que sucede fuera de los números y de los límites de una oficina o de un lugar muy pequeño. Y tiene ahora la responsabilidad de gobernar un país entero, recontra diverso, con necesidades muy distintas.
-Sin haber visitado las provincias.
-Bueno, delirio colectivo, volvemos ahí. Yo no lo comprendo. Más allá de todas las discusiones que podemos tener, no entiendo dónde se dónde se ve el posible beneficio de un montón de gente en lo que está pasando, en lo que plantean. Me parece una locura. Ese es el delirio colectivo en el que vivimos y que hay que transitar. Y es en goteo, es en tiempo real, es día a día y hay que construir alternativas y seguir para adelante.
-Como resultado de la guerra, en la novela se impone una nueva ley. Y hay personajes que empiezan a acumular poder. Hay dos personajes, uno muy importante, muy central, que es como el antagonista de Pablo, del protagonista, que es Serrano. Por ahí se desliza, es un expolicía bonaerense, auna especie de matón, y el otro que aparece menos es el dueño de la estancia, Vázquez del Corro. Los dos son antagonistas de Pablo, del protagonista, pero sobre todo Serrano. ¿Cómo es ese vínculo entre el verdugo, el expolicía y el dueño, el que aparece sobre el final? ¿Cómo lo pensaste? Porque de alguna manera son complementarios, pero hay uno que manda y no se involucra tanto, que mira el conflicto casi divirtiéndose, que es el dueño.
-¿Y, bueno, pero no es un poco lo que vivimos? Gente que toma decisiones en una oficina y les da órdenes a las fuerzas de seguridad. La analogía se hace sola. La cuestión tiene que ver con el poder y cómo el poder se ejerce. Hay muchas maneras de ejercer el poder y hay mucha historia de que el poder se ejerce solamente a través de la fuerza. Hay otras maneras de ejercer el poder. Bueno, ahora estamos viviendo una realidad donde eso está incrementándose con el tema de los detenidos, con todo lo que está pasando. Los vínculos están ahí. Yo tengo 43 años y crecí con un montón de cosas que son las que las que todos hemos atravesado, que tienen que ver con los abusos de las fuerzas de seguridad, los crímenes de Estado y un montón de maneras de ejercer el poder que muchas veces el brazo que conocemos es el brazo de las fuerzas de seguridad, de los militares, pero las decisiones se toman en una oficina, o en una estancia, o en un edificio o en la Casa Rosada. En esos vínculos, en lo chiquito, también se explica lo grande. De vuelta, este tipo estará loco, es una porquería, pero ganó las elecciones. Y las representaciones de de la política tienen que ver con el país donde uno vive. Hay que también pensar en cómo muchas de las cosas chicas que hemos dejado de mirar de nuestra vida cotidiana, de cómo nosotros actuamos respecto de la gente que está cerca, también nos llevan a los lugares donde después esas cosas se replican. No todo sucede de arriba para abajo. También sucede de abajo para arriba. Y también hay que mirarse a uno mismo cómo hicimos las cosas, cómo uno hizo las cosas, cómo se comportó con los demás. Y, bueno, vos hablabas del libro, del compañerismo, de la solidaridad. A mí también me interesa mucho eso. Y no para un libro, para la vida, para decir cómo uno se maneja con la gente que tiene cerca y cómo se construye lazo comunitario y cómo armamos realmente una sensación de que vivimos juntos. Porque al fin y al cabo vivimos todos juntos en este país, vamos a seguir viviendo, ninguno va a ganar y va a lograr que los otros se convenzan ni que desaparezcan. Ya lo intentaron. Entonces hay que ver cómo atravesamos esa encrucijada.
-El libro se presentó en la Casa de la Provincia de Buenos Aires con un grupo de gente amiga y uno de ellos era Juan Ruocco, que además es autor de El Coloso Justicialista, que es otro de los libros de la editorial, Ediciones El Panda. Háblame un poquito de la editorial que tiene de particular Ediciones El Panda.
-¿Aguante Ediciones El Panda! Son un grupo de amigos y a algunos ya los conocía, a la mayoría no, y estoy súper agradecido en muchos sentidos. En el más personal, porque confiaron, porque ellos abrieron una convocatoria para publicar y leyeron primero una especie de sinopsis y se interesaron en leer lo que yo tenía y después me impulsaron a terminarla. Cuando te digo que estoy tratando de descifrar qué significa publicar una novela, te hablo de que yo estaba escribiendo porque estaba en la pandemia y no sabía qué hacer y de repente apareció la posibilidad de publicar y para mí era algo que de verdad era muy lejano. Entonces, bueno, ellos tuvieron el rol de aparecer en ese momento y darme una dosis de confianza y de empuje para terminarla y para que esto sea realidad, que yo lo agradezco mucho. Después, a nivel editorial, ellos tienen una conformación y una cuestión de filosofía, de cómo trabajan, que yo la aprecio mucho, habiendo atravesado experiencias colectivas y cooperativista. Y ellos tienen una cosa muy cercana y honesta de cómo se manejan y de cómo funciona su editorial, que también la valoro mucho, y que es mucho más directa. Por eso el libro no está en librerías y se consigue en la web, que eso es algo importante, y que reparten también la cuestión de las ventas con el autor en un porcentaje por encima del usual, porque creen que hay que valorar ese trabajo de escribir.
-Sos fotógrafo desde hace 20 años, trabajaste en series, en documentales y, en una época tomada por las imágenes, decidiste volcarte a la literatura, a la escritura. ¿Por qué? ¿Por qué ahora? ¿En rechazo a la época?
-A la época la rechazo de plano.
-En rechazo de tu propia historia como fotógrafo.
-No, no, cuando empecé no lo sabía del todo y hace un tiempo lo entendí con algo que me dijo alguien que me contó que había disfrutado mucho leer la novela y que le estaba costando mucho leer y que se había reenganchado y se la había leído de un tirón y que eso era un valor también, que un libro logre eso. Y ahora, si me preguntás, la escribí para charlar con la gente que la lee. Me entretiene muchísimo, me divierte muchísimo. A mí me cuesta tanto leer, mucho más que cuando era más joven, y creo que es un signo de época y que eso me lleva a valorar mucho el tiempo de lectura y la gente que quiere leerla. Me pone muy contento y muy valorable y que agradezco un montón.
-En el libro se habla de que, de que hay otra percepción del tiempo, creo, en las provincias, lejos del centro, lejos de la Ciudad de Buenos Aires, lejos de la locura. La lectura también un poco lo que decías obliga a eso, a encontrar otro tiempo. ¿Pensás que Buenos Aires ahoga un poco esa posibilidad hoy de imaginar otro mundo, otros mundos?
-Cuando camino por diferentes lugares de de la Ciudad de Buenos Aires siempre me cruzo con alguien conocido. Es algo muy común, muy de Buenos Aires y hasta el amigo que sabés que está más al pedo: ¿cómo andás? A full, a full, a full. Y si te fijás, el que quiere escribir, el que quiere estar más tranquilo, se va de Buenos Aires. Es un lugar muy difícil, mucho estímulo. Pero eso es propio de las ciudades. A mí me encanta el tiempo del campo. Pasa que es el tiempo del campo, que es para alguien que es de ciudad, que va a relajarse. El que vive en el campo no para de laburar. Cualquiera que vaya y conozca un poco el campo sabe el sacrificio que implica estar lejos de caminos de asfalto, de no tener servicios, de todo el trabajo que implica desde calefaccionarte, alimentarte. Yo tengo mucha admiración por eso y me encanta estar con gente que conoce esa vida porque la vive y que comparte toda esa forma de vivir. Así como me encanta encontrarme al porteño más porteño de todos que te dice: vamos a comer el tostado de acá porque este es el mejor tostado que hay. Eso, bueno, eso es disfrutar la vida, supongo, esté donde estés. Pero me gusta que sea una hibridación. Supongo que no me llevaría bien con una vida constante en el campo, así como tampoco me llevo bien con periodos prolongados en la Ciudad de Buenos Aires.
Entrevista realizada por Diego Genoud en su programa Fuera de Tiempo (Radio Con Vos).
DG/CRM
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