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Criar en tiempos de consejos para todo: por qué las millennials sienten tanta presión por “ser una madre impecable”

Marta Sader

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“¿Serán esos juguetes los más adecuados para su desarrollo? ¿Tienen demasiados colores, son poco Montessori? Busco ‘juguetes Montessori seis meses’ y añado unos utensilios y un bol de madera a la manta donde está mi hijo. Más tarde, hago crema de calabaza, la pongo en un plato, elijo una cuchara. ¿Qué será mejor para un bebé, la de metal o la de bambú? Agarroo las dos; busco la respuesta en Internet. De pronto, me asalta la duda: ¿interferirá esta cena con cubiertos en el proceso de introducir alimentos con las manos que elegimos para nuestro bebé? Busco: ‘Baby Led Weaning con cuchara’, y una bloguera afirma que no pasa nada si a veces se usa cuchara en vez de las manos”. 

Este extracto sale de algo que escribí cuando mi hijo tenía seis meses, tras un día agotador no solo por lo que implica trabajar y cuidar a un niño; también por toda la energía mental que supone estar tomando continuamente la mejor decisión posible para su vida actual y futura. Esta sensación volvió, exacerbada, cuando pensé que sería buena idea cambiarlo de colegio: estuve, literalmente, una semana sin dormir. Nunca tuve ansiedad, pero creo que lo que experimenté aquellos días fue justo eso: una inquietud constante que solo se resolvía buscando y buscando información. ¿Qué horario había demostrado ser mejor para el bienestar de los niños? ¿Qué impacto emocional tendría cambiar de colegio a una persona de siete años? ¿Qué resultados habían arrojado diferentes sistemas educativos…? 

Desde que pensás en quedarte embarazada, interiorizás que la vida presente y futura de tu criatura depende de que hagas las cosas bien. Al menos, eso te dicen las noticias, los libros, las publicidades, las redes sociales. Tenés que comer adecuadamente, monitorizar tu ciclo para saber cuándo sos más fértil; tenés que dejar de tomaralcohol y hacer ejercicio (pero no demasiado). 

Este peso se exacerba una vez que el niño ya nació: tenés que darle el pecho, y de cierta manera. Tenés que elegir ropa y peluches de algodón orgánico, para que no respire microplásticos. Tenés que aprender a poner límites, pero también ser flexible. 

En esta sociedad psicologizada, además, todas nos descubrimos compartiendo traumas en posts de Instagram y en consultas de psicólogos para curar a ‘nuestra niña interior’, porque ‘nuestros padres no supieron hacerlo mejor’. Eso quiere decir que hay una forma de hacerlo mejor, y esa forma, nos grita todo a nuestro alrededor, está disponible para nosotras. Solo tenemos que ser estudiantes aplicadas: comparar tablas, medir estadísticas, seguir los consejos de quienes más saben —averiguando antes quién, en efecto, sabe más—. Así lograremos, nosotras solitas, romper el ciclo del trauma generacional. ¡Está en nuestra mano! ¡Somos la generación elegida!

La crianza en la era digital

“Tenía que seguir a los expertos adecuados, implementar los trucos necesarios. Juntos, podríamos criar mejor, podríamos criar más a tope. Podríamos cambiar el mundo creando a los mejores niños posibles”, escribe Amanda Hess en Second Life: Having a Child in the Digital Age (Doubleday, 2025). 

Entre absorber consejos sobre crianza, ‘recriarse’ a una misma y desempeñar su trabajo real, una madre o un padre puede descubrir que no le queda espacio para casi nada más —y eso sin contar las horas que pasa, de hecho, estando con sus hijos

En el libro, Hess se enfrenta a un mundo tecnológico que abarca desde apps que la ayudan a quedarse embarazada hasta cunas que balancean a su hijo hasta dormirlo, pasando por grupos de Facebook para padres y gurús de crianza online. La periodista de The New York Times, que lleva más de una década documentado cómo las redes sociales y las nuevas tecnologías trastocaron nuestras identidades, reflexiona en el volumen sobre cómo este universo digital afecta a madres y padres en un momento tan vulnerable. Y por qué nos interpela con tanta eficacia a los millennials. 

“Los millennials crecimos fundiendo nuestras identidades con la exigencia neoliberal de hipercompetitividad. Una posible respuesta fue preparar con ansiedad a nuestros hijos para el éxito, asumiendo el ser padres como una especie de segunda carrera profesional. Entre absorber consejos sobre crianza, ‘recriarse’ a una misma y desempeñar su trabajo real, una madre o un padre puede descubrir que no le queda espacio para casi nada más —y eso sin contar las horas que pasa, de hecho, estando con sus hijos—”, escribe.

Rocío Paricio del Castillo, doctora en derechos humanos y especialista en psiquiatría perinatal en el Hospital Universitario Puerta de Hierro Majadahonda de Madrid, está de acuerdo con este argumento: “Las mujeres millennial han crecido con un mandato muy claro: ‘sé la mejor en todo’. De alguna forma, la emancipación nos llegó con un relato de que debíamos demostrar que cada una de nosotras somos valiosas precisamente destacando en todos los ámbitos de nuestra vida. Ser competente, eficiente, saludable, emocionalmente inteligente, profesionalmente exitosa… y ahora también una madre impecable. A esa generación se le ha enseñado que el valor personal se mide por el rendimiento y la imagen, no por el bienestar. Por eso, cuando llega la maternidad (que por definición es caótica, imprevisible y llena de grises y ambivalencias), muchas sienten que están ‘fallando”.

Por si todo esto no fuera suficiente, Paricio añade un matiz que suma aún más peso a la crianza: “La maternidad actual no solo implica cuidar, sino también demostrar que se cuida bien (…) Las redes sociales se convierten en una especie de escaparate donde hay que exhibir el desayuno ecológico, el cuerpo postparto ‘recuperado’, la calma infinita ante el berrinche… Todo eso configura un relato de perfección imposible, pero tremendamente persuasivo”.

Las mujeres 'millennial' han crecido con un mandato muy claro: sé la mejor en todo. De alguna forma, la emancipación nos llegó con un relato de que debíamos demostrar que cada una de nosotras somos valiosas precisamente destacando en todos los ámbitos de nuestra vida

Esto, es evidente, consume tanto tiempo como recursos. El ilustrador Javitxuela lo resume muy bien en una de sus últimas viñetas: “Dadle tiempo de calidad a vuestro hijo, nada de entretenerle con pantallas para poneros a hacer vuestras cosas. Dedicación plena y consciente. Ni muchas extraescolares cada tarde ni dejarlo a toda prisa en acogida temprana. No atendáis nunca al teléfono cuando estéis con él. Apagado. Y dedicad al menos tres horas al día a juego libre y compartido”, dice una experta. “¿Y nuestros jefes saben todo esto?”, pregunta la pareja con bebé a la que se lo están contando. 

En el texto del post, el artista habla de cómo estas exigencias terminan por culpabilizar a la clase obrera, que no tiene el tiempo ni la energía que requiere una maternidad consciente. Y anima a seguir luchando para que el modelo económico haga viable este tipo de educación para todo el que la quiera seguir. 

El precio de una crianza tranquila

Por ahora, no obstante, los reinos de la crianza digital están tamizados por una lente de tonos beige, escenarios perfectamente curados y etiquetas de precios que solo son posibles para familias por encima de cierto umbral económico. En Second Life, Hess relata que, antes de tener a su hijo, recibe de unos amigos una hoja de Excel con ¡114 líneas! en el que se especifica todos los cachivaches necesarios para llevar a cabo una crianza segura, tranquila y feliz. 

Una de ellas es la cuna Snoo (unos 1.400 dólares), que promete no solo dormir a tu hijo con su suave oscilación, sino también monitorear su sueño, comparándolo con la media deseada. Y lo más importante: también pretende, manteniéndolo siempre boca arriba mediante una suerte de arnés, alejar de vos el fantasma de la muerte súbita (el fallecimiento repentino e inexplicable de un bebé aparentemente sano mientras duerme).

No es el único dispositivo que promete tranquilidad para quien pueda pagarla. Hess también prueba Owlet (unos 250 dólares), un monitor para bebés en forma de media que registra sus signos vitales mientras duerme y los manda a tu celular, enviando alertas si los valores se salen de rasgos predefinidos. Y Nanit (más de 350 dólares), una cámara que hace lo mismo que los dos anteriores y sirve también como monitor de sueño. ¿Su lema? ‘El arte de cuidar bien’.

Entonces, si no lo compro, ¿no estoy cuidando bien? Eso es lo que parece sugerir este catálogo de gadgets que aparece una y otra vez en el feed de las madres, capitalizando nuestros temores más profundos. Hess, de hecho, entrevista a varias mujeres que le cuentan que estos productos, cuyos precios no son para todos los bolsillos, les sirven para una sola cosa: acallar su incesante ansiedad maternal. Sentir que lo están haciendo bien.

La buena madre

‘El arte de cuidar bien’, eso sí, puede ser algo muy distinto según a quién preguntes. Los gurúes de la crianza natural, que abogan por mantener al niño cerca de tu cuerpo en todo momento, no aprobarían de ninguna manera la cuna que se balancea sola. Antes de tener a mi hijo, yo misma leí que hasta una hamaquita de bebé, del tipo de las que se impulsan con el pie, podía ser dañina para él por no dejarlo moverse con la suficiente libertad, así que no la compré… pero miraba con envidia a aquellas que sí la tenían, ya que podían ducharse tranquilas sabiendo que su hijo no se caería de ningún lugar. 

Lo que está claro es que, hagas lo que hagas como madre, siempre va a haber alguien a quien no le parezca bien. Y basta con asomarse a los comentarios de cualquier post en el que salga un bebé o un niño para saberlo. 

No es algo que haya pasado siempre. En tiempos de nuestros abuelos, e incluso de nuestras madres, criar era un proceso bastante estándar, con enseñanzas compartidas que se transmitían de madres a hijas y algún elemento extra novedoso (como la introducción de la leche de fórmula). 

Ahora, sin embargo, los consejos de crianza, en vez de impartirse en la intimidad del hogar, se dirimen en los espacios a la vez públicos y anónimos de las redes sociales

Además, son sumamente rigurosos y cambiantes, ya que están sometidos, por una parte, a la ciencia (que revisa constantemente sus conclusiones) y, por otra, a un presente social convulso. En este contexto, surgen, por ejemplo, padres profundamente preocupados por qué deberían enseñarles a sus hijos en un futuro marcado por la implantación de la inteligencia artificial. 

Pero si estos consejos cambian es, sobre todo, porque están sometidos a las lógicas aceleradas del rentable mercado dirigido a padres y madres, que no puede permitirse parar el ciclo de consumo y ha de estar renovándose constantemente. La maternidad se convierte así en una carrera sin meta, que obliga a estar al día de la última evidencia o del último consejo viral, alimentando una sensación de insuficiencia crónica. Como ocurre con el mundo del desarrollo personal, que permea en cada aspecto de nuestra vida, siempre hay algo más que podrías estar haciendo mejor. Y siempre hay un nuevo estudio que contradice el anterior, un método que no conocías, una herramienta que todas están usando menos vos. 

Y digo ‘todas’ porque las principales perjudicadas por este contexto son las madres. Sobre ellas, aún hoy, recae el grueso de la crianza tanto real como simbólicamente: según Oxfam, el cuidado de hijos e hijas ocupa de forma habitual al 37% de las mujeres españolas, frente al 5,6% de los hombres. Más datos: de todas las licencias que se tomaron en España tras el nacimiento de un hijo, el 84,4% fueron pedidas por mujeres. Es una brecha que, en muchos casos, continúa a lo largo del tiempo: en el tramo de edad entre 25 y 49 años, con hijos menores de 12 años, solo el 72% de las mujeres están empleadas, frente a un 90% de los hombres en la misma situación. 

Como ocurre con el mundo del desarrollo personal, que permea en cada aspecto de nuestra vida, siempre hay algo más que podrías estar haciendo mejor. Y siempre hay un nuevo estudio que contradice el anterior, un método que no conocías, una herramienta que todas están usando menos vos

Simbólicamente, el ideal de ‘buena madre’ está aún profundamente arraigado en nuestro imaginario colectivo, y alejarse de él genera síntomas de ansiedad, impotencia y frustración en las mujeres. Lo explica la propia Rocío Paricio del Castillo junto a la también psiquiatra Cristina Polo Usuaola en Maternidad e identidad materna: deconstrucción terapéutica de narrativas: “Las inseguridades maternas se alimentan de los múltiples consejos y críticas desde todos los ámbitos que la mayor parte de las madres, especialmente las primerizas, experimentan incluso desde antes del parto”.

Las autoras son conscientes, además, de que el juicio social responsabiliza a la madre —y no al padre— de las dificultades que pueden surgir en el desarrollo de los niños, algo que “la marcará de forma personal, íntima e ineludible”. Y de que las generaciones de mujeres que criaron entre las décadas de los 70 a los 90 estaban menos sometidas a la imposición de la “buena madre” que las de ahora, que viven bajo continuas recomendaciones y advertencias sanitarias que generan una gran presión a la hora de tomar decisiones respecto a la forma de educar a los hijos. 

El seguimiento o no de preceptos como la lactancia materna genera a su vez ‘guerras de madres’. En ellas, las mujeres se exponen a la vez a ser víctima y verdugo, según la forma de crianza elegida y cuánto se asemeje esta a lo que la sociedad considera en ese momento ‘una buena madre’. 

Con el seguimiento en redes que suscitan las tradwives (esposas devotas que trabajan en el hogar, criando de manera abnegada, amantísima y aesthetics de su familia) parece que este ideal es una suerte de versión idealizada del de hace 200 años. Ellas, con su ristra de pequeños rubios, a los que miran con dulzura mientras preparan un revitalizante caldo con huesos de la vaca a la que acaban de matar con sus propias manos, son el ejemplo perfecto de que se puede criar aún más a tope

El peso de la culpa

Tanta exigencia, claro, tiene su precio: “En consulta, cada vez más mujeres expresan sentirse agotadas, comparadas e insuficientes. Saben racionalmente que las redes no muestran la realidad completa, pero emocionalmente es muy difícil no caer en la trampa de la comparación constante”, cuenta Paricio.

Y continúa: “La exposición digital amplifica el malestar, sobre todo en un momento vital tan vulnerable como el posparto, y en una sociedad tan individualista como la nuestra, en la cual prácticamente no contamos con maternidades reales y cercanas con las que poder contrastar nuestras vivencias. Hay una gran cantidad de mujeres que la primera vez que han sostenido entre sus brazos un bebé en su vida ha sido el suyo”. 

Con ese panorama, es normal que tratemos de buscar respuestas en fuentes que pueden quedar muy lejanas de nosotros, real y metafóricamente. En estas diferencias, la experta incluye también la crianza de niños y niñas con discapacidad o neurodivergentes, en pareja o en soledad, con trabajo o sin él… Los consejos de crianza se presentan, sin embargo, como verdades absolutas dirigidas a un público estándar, cuyo ideal sería una pareja blanca, de clase media urbana y con hijos sanos. Pero eso puede no encajar para nada con nuestra realidad familiar. “Por desgracia, cuando las redes sociales dictan cómo ‘debería ser’ una madre, se genera una brecha entre lo ideal y lo posible, y en esa brecha se instala el malestar”.

Por desgracia, cuando las redes sociales dictan cómo ‘debería ser’ una madre, se genera una brecha entre lo ideal y lo posible, y en esa brecha se instala el malestar

Compartir, el mejor antídoto contra la presión maternal

Paricio señala un dato de la Organización Mundial de la Salud: una de cada cinco mujeres va a padecer algún trastorno mental durante el embarazo y/o el postparto.

Y a eso hay que sumarle un malestar profundo asociado irremediablemente con la maternidad: “La culpa es desgraciadamente una losa que nos cae a las mujeres en el momento en que nos convertimos en madres”, sentencia la psiquiatra. Sobre esa culpa, como ella misma explica, se erigen castillos de exigencias imposibles, pero de los que podemos librarnos entendiendo que lo único que necesita una criatura para estar bien es más simple de lo que creemos: “Una madre que esté emocionalmente disponible, que pueda equivocarse y fallar, pero también disculparse y reparar, no una que cumpla con todos los estándares de Internet”. 

Su recomendación como experta pasa por romper el tabú en torno a la salud mental materna y animarnos a pedir ayuda cuando lo necesitemos, sin culpa ni vergüenza. Pero también por recordarnos que las redes son escaparates, tanto de lo mejor (la crianza edulcorada) como de lo peor (la crianza tormentosa, que también, según ella, experimenta una gran exposición en Internet). “Lo que vemos es una versión editada de la maternidad, que poco o nada tiene que ver con la realidad”.

La maternidad puede también convertirse en el momento perfecto para replantearnos los mandatos sociales que el patriarcado capitalista y su ideal materno nos imponen. “Muchas veces, la exigencia externa cala porque se alinea con nuestra exigencia interna. Tenemos muchos mandatos interiorizados (‘si te organizás, podés llegar a todo’, ‘hay que ser madre trabajadora, una mujer que paraliza su carrera profesional por criar a su bebé está traicionando a la lucha de las mujeres’, ‘tengo que criar a mis hijos mejor de lo que me criaron a mí’…) de los que, en ocasiones, ni siquiera somos conscientes. La maternidad es una oportunidad estupenda para replantearse el origen de estos mandatos, si los sentimos genuinamente nuestros o nos vemos en la obligación de acatarlos por una cuestión de encaje a la deseabilidad social”. 

No obstante, en opinión de la médica, el mejor antídoto para la culpa, y quizá el más sencillo, es compartir la experiencia materna con otras personas: grupos de embarazadas, grupos de lactancia, grupos de crianza, grupos de amigas que son madres… “La maternidad debería vivirse como una experiencia compartida y no evaluada. Recuperar redes reales de apoyo —amigas, familiares, grupos presenciales— es una forma muy poderosa de resistir a la tiranía del ideal digital. No hay algoritmo que sustituya el consuelo de otra madre diciendo: ‘a mí también me pasa'”.