Los colores del sueño, fiesta con Dolly Parton

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Hay muchos asuntos dando vueltas. Varios son inseparables de esto mismo o están pegadísimos: no hay día en el que no aparezca la cuestión del sueño. En lo que hago, en lo que miro (justo estoy en pleno repaso de las películas de Almodóvar, con ese despliegue sideral de somníferos, con esos personajes al borde que elegí para ilustrar este envío), en casi todas las conversaciones. La falta, la sobra, la escasez y sus consecuencias; la interrupción, las dificultades, las vueltas para conseguirlo, las estrategias para retomarlo. O mejor: para conciliarlo. Porque en nuestra lengua el sueño se concilia. Me gusta pensar qué hay detrás de ese pacto que no se está cumpliendo, qué partes faltan a su palabra, qué se rompió en ese compromiso. Pero lo hago en ese loop en el que entro cuando me despierto de repente en medio de la noche (la mayoría de las veces) o cuando no puedo dormirme apenas me meto a la cama (me pasa menos). Nunca llego a nada nítido. Como mucho consigo atisbos para volver sobre las palabras más que sobre los motivos (dime de qué escapas, etcétera). En uno de mis últimos desvelos, derrotada de antemano, el desvarío me llevó a imaginar que en inglés, con su tendencia más voluntarista, el sueño se parece más a un trámite o una carrera de postas: una meta que hay que alcanzar, un lugar al que hay que llegar –o no–; que en francés el sueño es un gesto tan reflexivo que se te mete adentro, y que en alemán, más brusco o menos neurotizado, se convierte en un movimiento tan potente que nos arrastra para hundirnos con él (no, claro que no logré volver a dormirme rápido esa vez y que una cosa me fue llevando a muchas otras y así hasta convertirme en esta zombie que intenta escribir).

En una de las últimas charlas sobre el sueño se abrieron las aguas alrededor del ruido blanco o la forma en la que de un tiempo a esta parte se llama a esos sonidos monótonos y por lo general suaves, como los de un aire acondicionado, un ventilador, una gotera o un televisor de fondo, que sirven para tapar ruidos mayores a la hora de dormir. Apareció gente querida que necesita del ruido blanco invariablemente para poder pegar un ojo –sí, también en nuestro idioma insomne los ojos se pegan–, y también gente que no puede tolerarlo. 

En este artículo de la BBC, el neurocientífico especializado en audición Seth Horowitz definió al ruido blanco como “una pared de energía sónica, sin patrones”. Me gustó la imagen, me imaginé un ladrillo apenas chirriante arriba de otro. Un ruido chiquito pero constante, un tic toc sigiloso y nocturno. Después se puso un poco más enredado y Horowitz habla de ruido rosa y del ruido marrón.

Me puse a buscar un poco en internet (dime qué googleas, etcétera) para saber si apelar a este recurso de tapar una cosa con otra podía ser beneficioso o si se trataba de algún tipo de comercio encubierto (porque sí, claro que se venden máquinas que emiten ruido blanco, también se ofrecen distintos servicios a través de apps que por algunos dólares lo emiten de maneras bien diversas). Por supuesto que, como en casi todo, nadie se pone de acuerdo. 

Seguí dándole vueltas (desde la comodidad de mi teclado, claro, en el barrio donde vivo riesgo es apenas el nombre de una ferretería). Llegué gracias a este comentario del periodista José Heinz a una nota donde se señala que vivimos días en los que los podcasts que ofrecen exclusivamente ruido blanco (por caso, un buen rato de lluvias, selvas, olas o pájaros) son más populares que nunca, pero que a Spotify esto no le gusta nada porque le quita valor a su propuesta de podcasts conversados. 

Después me acordé de Ruidos y ruiditos, una serie de cassettes que circulaban en los ‘80 con canciones infantiles y que me hacían escuchar cuando era chica. Todo, como la colección en sí, venía con diminutivos (Apu el indiecito, Ay, mi mulita, Cinco ratoncitos, Un grillito y la lista de temas sigue, acá Spotify los ofrece sin ponerse quisquilloso).

Cada entrega traía también varias canciones de cuna tradicionales, esa forma del ruido blanco antes de que se le buscaran colores o palabras a los caminos para llegar al sueño. (Último paréntesis, prometo: mi preferida era Duerme negrito –me inquietaba la historia de esa madre que no paraba de trabajar en el campo y al mismo tiempo me fascinaba: dime con qué insistes, etcétera– aunque prefería la versión de Mercedes Sosa, que también estaba dando vueltas por casa en otro cassette).

Vuelvo al comienzo, hay muchos asuntos dando vueltas. Varios son inseparables de esto mismo: no hay día en el que no aparezca algún tipo de desvelo con su sombra a cuestas. Será hora de insistir con ese gesto primario de hacer que el sueño vuelva. De cerrar los ojos, como cuando se pide un deseo; una oreja contra la almohada, la otra al aire. Hasta que la noche nos regale algún arrullo tenaz que tape por un rato todo lo otro que aturde.

Empieza una nueva edición de Mil lianas en medio del desconcierto. Un arrorró de grandes, nuestro ruido blanco de cada viernes.

1. Un cuento de Navidad, de Alejandro Zambra. “Una historia sobre los vínculos entre la literatura y la vida –y sobre una compañía que se borra”, dice en la tapa la bajada de este pequeño libro. Arriba, en letras más grandes: Alejandro Zambra, el autor. Y abajo, en una tipografía más pequeña: edición, prólogo y notas de Andrés Braithwaite. Un cuento de navidad forma parte de la colección “Editor” del sello Gris Tormenta, que se propone “mostrar ese largo e inesperado proceso que existe antes de que un libro llegue a una librería o de que sea abierto por un lector”. Pero a diferencia de otros libros que componen la saga –por lo general, ensayos más bien tradicionales– Un cuento de navidad es una rareza que no se puede soltar, la puesta en escena de esa relación entre quien escribe un texto y quien tiene la tarea un poco fantasmagórica de editarlo. Es que mediante una historia en apariencia simple (la de un joven escritor que se prueba dentro del periodismo cultural ante un jefe que termina siendo su mentor), el mismísimo Zambra deja expuesta esa conversación íntima y tirante a veces porque en las páginas de Un cuento de Navidad se pueden seguir los pasos de su protagonista, pero también los comentarios al pie de su editor, Andrés Braithwaite. Un hombre que también tuvo a cargo el prólogo de este libro y trabajó con el autor de Poeta chileno como editor en varias de sus publicaciones.

En esas notas al pie, que son tan nodales como la propia historia que se relata, hay palabras de aliento, cuestionamientos, preguntas sobre el estilo, sugerencias y correcciones que exhiben un diálogo que suele ser invisible para los lectores pero que, a partir de esta curiosa operación, se muestra a puertas abiertas y se vuelve atrapante.

“En el invierno del año 2002 tuve la suerte de conocer a David Tightwad, quien muy pronto se convertiría en mi editor –me gustaba llamar así, mi editor, como si fuera solamente mío, supongo que para darme color, y también porque a veces realmente pensaba que era mío, del mismo modo que él creía que yo, en cierto modo, le pertenecía”, apunta al principio el narrador de este cuento. Y entonces vida y ficción se superponen o se funden, Braithwaite y Tightwad se mezclan y Zambra y su protagonista ficcionalizado se fusionan para dejar expuesto un intercambio “entre dos solitarios” –quien escribe y quien edita– y ofrecer de este modo los ecos de ese desborde sigiloso que permite oír siempre la mejor literatura.

Un cuento de Navidad, de Alejandro Zambra con prólogo y notas de Andrés Braithwaite, salió por la colección Editor del sello Gris tormenta.

2. Carcoma, de Layla Martínez. “Aquí estuvimos a salvo de los paseos y los golpes en la puerta de madrugada, pero esta casa no es un refugio, es una trampa. Nadie sale de aquí nunca y los que se van siempre acaban volviendo. Esta casa es una maldición, mi padre nos maldijo con ella y nos condenó a vivir entre sus paredes. Y aquí hemos estado desde entonces y aquí seguiremos hasta que nos pudramos y mucho después de eso”. Así describe una de las narradoras de la novela Carcoma, de Layla Martínez (Editorial Marciana, 2023) el escenario central de una historia aterradora y cautivante. Se trata de una casa en un pequeño pueblo español donde pasan sus días una abuela y su nieta. Un espacio bastante tétrico que guarda secretos, que emite todo tipo de sonidos, que por momentos pareciera desmoronarse y, al mismo tiempo, contenerlas aunque la relación entre ellas sea tensa y se vaya desgranando con el correr de las páginas.

Contada en capítulos cortos donde la abuela y la nieta se alternan para tomar la voz del relato, Carcoma reconstruye la historia de una estirpe y, con ella, la de distintos tipos de violencias que atraviesan al país y a estas mujeres desde la Guerra Civil hasta la actualidad. “Layla Martínez rasga el velo que separa el terror sobrenatural de ese otro terror, solapado y perverso, que nos rodea (...) Las heridas abiertas se convierten en presagios cuando ella escribe con su estilo irresistible y afilado”, señala Esther Cross sobre el trabajo de la autora en esta que es su primera novela. Desde su salida en España en 2022, Carcoma se convirtió en un pequeño suceso editorial. Ahora el libro fue editado en Argentina por el sello independiente Marciana.

La novela Carcoma, de Layla Martínez, salió en la Argentina por Editorial Marciana.

3. Documentales. Siento que buena parte de mi trabajo consiste en buscar buenas excusas. Para pensar en determinados momentos y olvidarme de otros, para las omisiones y los recuerdos y, especialmente, para justificar la elección de algunos asuntos o zonas de interés. Hace poquito se celebró el Día Mundial de la Fotografía y se me ocurrió armar una selección de documentales que cuentan de distintos modos las vidas de grandes fotógrafas y fotógrafos. Acá les dejo el enlace. Hay trabajos de observación, de testimonios, de impulsos por desentrañar trastiendas, de rescates históricos y más. Todos ellos están disponibles para ver por streaming.

La selección con seis documentales sobre grandes fotógrafos y fotógrafas para ver por streaming se puede leer por acá.

Apostilla. Se anunció que el escritor estadounidense Jonathan Franzen vendrá a la Argentina para el Filba, que se celebrará en Buenos Aires del 27 de septiembre al 1 de octubre. La primera de las actividades de la que va a participar, según anunciaron los organizadores en un comunicado, es una clase magistral que tendrá lugar el sábado 30 de septiembre, a las 11, en el auditorio del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba). Allí, el autor explorará “el desafío de pasar de la hoja en blanco al momento de la escritura” e intentará abordar “aspectos fundamentales para encontrar el tono de la voz narrativa; el diseño del espacio; la importancia del deseo ficcional y la construcción del pacto de confianza entre el escritor y el lector” a partir de los comienzos de sus libros, y también de las primeras oraciones de novelas clásicas de otros escritores. Recordatorio: sobre su último trabajo, la destacadísima Encrucijadas, que salió en 2021 por Salamandra en español, comentamos algunas cuestiones en esta vieja edición de Mil lianas.

Banda sonora. Estuve pispeando nuevos temas de grupos y solistas que escuchaba seguido en otras épocas. Anoto algunos, que ya pasaron a formar parte de nuestra lista compartida: Wilco lanzó el single Evicted que formará parte de su próximo disco, previsto para el 29 de septiembre; Guns’N Roses (sí, sí. sí) después de casi dos décadas lanzó un nuevo tema –se llama Perhaps, lo dejo a mano también– y, por último, aparecieron un par de novedades de los argentinos Spleen sobre las que pueden leer por acá.

En otro orden de cosas, Dolly Parton armó una especie de fiesta musical: reunió a Paul McCartney y Ringo Starr, los dos sobrevivientes de Los Beatles, para interpretar una versión de Let It Be (el tema va a formar parte de su próximo disco Rockstar, en el que la estrella del country interpreta composiciones propias y reconocidos éxitos del rock y el pop).

“¡No hay nada mejor que cantar 'Let It Be' con Paul McCartney, quien no sólo la escribió sino que también la toca al piano! Y aún mejor: Ringo Starr se sumó a la batería, Peter Frampton a la guitarra y Mick Fleetwood a la percusión ¿Cómo superarlo? ¡Muchas gracias chicos!”, escribió Parton en su cuenta de Twitter.

Posdata. En la entrega pasada me referí a los disfraces (ese elige tu propia aventura cotidiano y desafiante que comentamos por acá). A propósito de ese texto, Virginia, una lectora muy atenta de este espacio, me escribió un correo hermoso con una cita de Glosa, de Juan José Saer, que les comparto: “Por el modo de vestirse, cada uno hace de su cuerpo una ficción”.

¡Hasta la próxima!

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