Rocío tiene claro que quiere ser mamá. Por eso, hace dos años, cuando cumplió 34 y ya no podía evadir el tic tac del reloj biológico sonando de fondo, congeló sus óvulos. Mateo, su pareja, le había dicho varias veces que “no estaba preparado” para ser padre. Ella esperó 5 años que llegara el momento epifánico de la preparación, que un día se despetaran en el dos ambientes en el que convivían en Belgrano y le dijera: “¡Estoy listo!”. El fin de semana pasado se separaron.
Cada vez que el derrumbe de la tasa de la natalidad entra en la conversación pública como un dardo lanzado, en general, por quienes se oponen a que la autonomía sexual de las mujeres, las responsabilidades del fenómeno apuntan a ellas y a las políticas de derechos sexuales y (no) reproductivos que permitieron planear y elegir cuándo, cómo y con quién ser madres. En X muchas mujeres jóvenes sin hijos se hicieron eco de la interpelación y contaron historias como las de Rocío.
Ahora que ellas pueden decidir que sí, parece que no encuentran cómplices para la misión de una maternidad deseada. Parece que no alcanza con enunciar “mi cuerpo, mi decisión”, en la era de “tus dólares, tu decisión”. “Este año salí con tres chabones, dos me ghostearon y a otro lo dejé de ver porque no había escuchado hablar nunca ni de Bad Bunny ni de Karl Marx, ¿con quién chota quieren que seamos madres?, ironizó @merdgie en X. La usuaria @flortundis escribió algo en la misma línea: ”Con quienes vamos a tener hijos si los tipos tienen 40, entradas y siguen diciendo que no quieren nada serio o ghostean por no tener la madurez emocional de decirte no va más. Sean serios“.
Además de la transición demográfica que muestra ese derrumbe como una realidad global sostenida hace 70 años, si habitamos una época de desencuentro heterosexual y recesión sexual, ¿no suena lógico que existan dificultades para la reproducción y no sean únicamente biológicas?
Esta vez, esta semana, fue el propio presidente, Javier Milei, un hombre soltero y adulto que a los 54 años no ha tenido hijos, quien habló en tono catastrófico sobre la baja de la tasa de natalidad. Para él, es un problema que reduce el mercado y frena la división social del trabajo, y consideró que este descenso se debía al “globalismo” de la “Agenda 2030”, a la que considera promotora del aborto. En Argentina, según las cifras del Ministerio de Salud de la Nación, la natalidad empieza su desplome a partir de 2014. El aborto es legal recién en 2020. Es cierto: la cantidad de nacimientos cayó 35% en la última década. El 90% de esa caída se produjo antes de la interrupción voluntaria del embarazo. Los datos desmienten, otra vez, al mandatario libertario. Sin embargo, algo del contexto y la época es necesario poner en conversación para entender el fenómeno.
Los motivos del descenso de la fecundidad son diversos y personales. El factor económico y las cuestiones materiales (en marzo, en este país, se necesitó $410.524 para criar a un bebé menor de 1 año y $515.984 para niños, niñas y adolescentes de 6 a 12 años. Mientras que el salario mínimo es de $308.000) plantean una maternidad/paternidad realista y efectiva. Pero también el simple hecho que hoy la no reproducción es una opción que quizás era impensada para las generaciones anteriores.
Hace poco a la actriz Fernanda Mitelli le preguntaron en una entrevista en Revista Caras: “¿Por qué estás tan convencida de no tener?”. Es un interrogante que suele aparecer en las entrevistas a las artistas, escritoras y mujeres con voz pública pero que muy pocas veces se les hace a los varones. “Porque no encuentro un para qué, si estoy espléndida así, si estoy bien. Me encanta mi vida así cómo está”, contestó ella con simpleza genuina.
¿Y ellos?
En octubre de 2024 la revista Social Psychological and Personality Science publicó un estudio en donde entrevistaron a casi 6.000 personas adultas para que evaluaran qué tan satisfechas se sentían con su vida en general, y en particular con su vida sexoafectiva. La investigación mostró que las más felices, saludables y satisfechas sexualmente eran las mujeres solteras y sin hijos, y que los más felices de entre los hombres eran los casados. El estudio también mostró que los más insatisfechos eran los hombres jóvenes y solteros.
La periodista y escritora colombiana Catalina Ruiz-Navarro cita esta investigación en su libro Deseada. Maternidad feminista, publicado el año pasado. Ella dice: “El costo que tienen que asumir las madres es altísimo. Son costos físicos, de salud mental, a su vida profesional. Y me parece natural que las mujeres no estén dispuestas a asumirlos. Me llama mucho la atención que cada vez que se tiene esta discusión la culpa siempre es del feminismo, de los derechos sexuales y reproductivos. El mensaje es: ¡mujeres tienen que tener hijos para salvar la economía o la raza humana! Nadie les está diciendo a los varones que necesitan ser buenos padres, padres presentes para salvar a la economía o a la raza humana”.
Sobre las maternidades y no maternidades hay una extensa bibliografía y filmografía. Conocemos los motivos y el derrotero de las madres y las derivas de quienes no quieren serlo por la industria cultural. ¿Y ellos? Es paradojal que el propio Presidente, que no se reprodujo hasta el momento, sea quien reclame que el resto lo hagamos. El varón que representa Milei tiene mucho de la masculinidad epocal.
El Instituto de Masculinidades y Cambio Social es una de los pocos espacios que viene estudiando estas subjetividades contemporáneas emergentes en la que confluyen el capitalismo financiero y la digitalidad. Nicolás Pontacuarto, uno de los integrantes del Instituto, dice: “Si bien hay una retórica en el discurso libertario de ‘repoblar el mundo’ y regresar a una masculinidad socialmente más tradicional, el modelo de varón que proponen es uno que tiene más afecto por el dinero que por las personas. Algunos vendecursos muestran en redes a ‘sus novias’ pero más como ‘mirá lo que logré con el estilo de vida que llevo’ que valorando la afectividad o planificando ‘futuros’ con esa persona. Es decir, Rolex, Lamborghini, novia. Es parte de su fetichismo por los objetos y cosificación, no valoración en un sentido humano. Al menos cómo lo muestran en redes”.
“Para los vendecursos y los criptobros, expresiones más acabadas de la subjetividad masculina de la época mileista, el otro es una pérdida de tiempo –sigue Pontacuarto–. Es decir, su relación con el otro siempre está mediada por un interés económico: pueden ser sus alumnos o bien obstáculos para el cumplimiento de esos intereses. Aparece esta idea de denostar el ocio porque es un tiempo improductivo. Si hay familia o amigos que no ‘suman al cumplimiento de los objetivos’ es tarea del mentor, el vendecurso, orientar a su alumno para que deje atrás a esas personas que no le suman”.
La socióloga Sol Prieto lanzó la pregunta en X, “como un ejercicio de ideación, no para contrastar hipótesis sistemáticamente”: “Para la gente que no tiene hijos al momento de leer esto ¿Cuántos años tenés? ¿por qué no tenés hijos ahora?”. Al cierre de la nota el tuit tenía 8.000 respuestas, lo cual ya representa, según la investigadora “un corpus”. Ella todavía no había procesado toda la información, pero consultada para este artículo sobre las diferencias en las respuestas según el género, dijo: “Hay varones que dicen 'No tengo novia', 'No tengo con quién', 'No tengo mucho sexo' como argumento. Ellas van más por el lado del no deseo, la inestabilidad de ingresos y sobre todo de vivienda y, algo que sí me sorprendió, es el tema de la salud mental: 'Tengo TDAH” 'Tengo depresión', 'Tengo trastorno bipolar', 'Estoy medicada' e incluso 'Todavía no encuentro la medicación para estar bien'“.
Después de la revolución
Las formas de amar y vincularnos que conocían las mujeres y los varones que nos antecedieron cambiaron, pero no tanto. Están todavía moviéndose y acomodándose como placas tectónicas.
Este año se cumple una década de Ni Una Menos y un lustro del reconocimiento estatal como ciudadanas del derecho a decir que no a un embarazo que no se desea. En la última década, en Argentina, hemos estado teniendo una conversación –por momentos hablando todas y todos al mismo tiempo– sobre los riesgos de género, con una linterna apuntando especialmente a las parejas heterosexuales y los hogares. Las cadenas de violencias que despliega el machismo que pueden ser letales y las desigualdades cotidianas en los cuidados y la crianza que quitan tiempo de ocio y calidad de vida. Hubo oleadas de denuncias masivas por acoso y abuso sexual. Demasiados agresores, abusadores y violadores fueron destapados de la sábana de impunidad que los cubría. ¿Cómo entregarse a lo incierto con la conciencia del riesgo constante? ¿De qué manera amar bajo sospecha? ¿Cómo tramitar el desencanto y seguir apostando a los vínculos heterosexuales?
Hace poco leyendo una columna Catalina Ruiz Navarro en la revista que ella fundó, Volcánicas, descubrí el término “heteropesimismo”. Lo nombró así por primera vez Asa Seresin en un ensayo que publicó, en 2019, en la revista The New Inquiry. El “heteropesimismo” se define como “una desafiliación performativa de la heterosexualidad, usualmente expresada como arrepentimiento, vergüenza o desesperanza frente a la experiencia heterosexual”. Y agrega “que estas desafiliaciones sean performativas no significa que no sean sinceras, más bien es que rara vez van acompañadas de un abandono real de la heterosexualidad”.
La conversación digital da cuenta que son muchas las que todavía no abandonan la heterosexualidad porque el deseo no es un vestido que una se pueda poner y sacar. Las que insisten se preguntan: “¿con quién quieren que tengamos hijos?”. Los varones, ¿qué preguntas se están haciendo? La maternidad deseada parece una misión complicada entre la insistencia y el heteropesimismo.
MFA/DTC