Estoy en Dolores cubriendo el juicio por el asesinato de Fernando Báez Sosa. Habitación 205 del Hotel Plaza. Como no encontraba el dato en Google le pregunté a Guillermo, el conserje de la noche, cuántos años tiene este hotel: la habilitación es de 1978, así que por lo menos funciona desde hace 45 años. La decoración no ha cambiado. Hoy me di cuenta de que el escritorio de la habitación que ocupo tiene un cajoncito. Lo abrí y encontré esta frase escrita a mano alzada, con birome: “Periodiputas. Putos. (Yabrán)”. En esta ciudad hubo varios juicios rimbombantes. Uno fue el Caso Cabezas. Ahora estamos acá cronistas de gráfica-digital, radio y televisión contando en tiempo real un caso que involucra a ocho jóvenes de entre 20 y 23 años con la muerte de otro chico que, de estar vivo, tendría 21 años. El juicio es denso como un pantano. Una tragedia total. De ambos lados. Disculpas: es una tragedia total para víctima y victimarios, y para sus familias.
Ahora es la una y cincuenta y cuatro minutos de la mañana del día en que te llega esta entrega, la primera del año de Gracias por venir. Es decir: es la 1.54 am del miércoles 4 de enero. Si considerase este texto como una nota, sería mi quinto cierre en 24 horas. Es decir que en un día escribí cinco notas. No me quejo, es mi trabajo. Tuve un novio, periodista igual que yo, de gráfica igual que yo, que solía decirme: “Che, cuando vos cerrás una nota y vas a la impresora a buscar la página, ¿te aplauden?”. Nos reíamos de los pilotos de avión, de ese ritual del aplauso cada vez que aterrizan su pájaro de metal. Nos reíamos porque no lo entendíamos, nos parecía una pelotudez. Por supuesto, no esperábamos que nadie nos festejara cada cierre de nota, una cosa tan habitual para nosotros como para un piloto el despegue. Hoy quiero hablar de los pilotos de otro pájaro de metal, los pilotos de la redacción.
Tuve buenos jefes, buenos editores. Incluyo, por supuesto, a las mujeres. Tuve uno, a quien aprecio muchísimo, que una vez me dijo: “Nena, el periodismo no se hace pidiendo permiso”. Tuve una que era (sigue siendo) un as del título. Era una cosa increíble, le tirabas dos datos y te cerraba la idea en el aire. Tuve uno que era un delirante, pero solía tener unos hachazos de claridad periodística que había que aprovechar. Ese nos dijo: “A las agresiones, nosotros respondemos con periodismo”. Tuve una editora que me hizo hacer la colimba y nunca aprendí tanto. Tuve otra que me salvaba de mi propia estupidez, una editora que me protegía de mí misma. Tuve un jefe que me habilitó la asociación libre de ideas y que también me dijo: “Esto es una entrevista, no el capítulo de un libro, así que menos, menos, borramos y escribimos de vuelta, ¿si?”. Tengo un jefe, ahora mismo, que cuando el barco naufraga reparte salvavidas para todos: él es el último en ponérselo mientras nos dice “calma”. Tengo una jefa, ahora mismo, que se permite la lágrima cuando un tema laboral la entristece y que te devuelve a la ruta cuando una nota te tiró a la banquina.
Tuve hasta hace unos días una jefa que me dijo “Vicky, vos podés escribir sobre lo que quieras, con el enfoque que quieras” y nunca me sentí más libre. Y esa misma libertad hizo que me comprometiera con el trabajo como nunca antes. Con ella y mis compañeros Lautaro Castillo y Emilia Delfino armamos un grupo de Telegram llamado “Hoy regué”: nos turnábamos para regar “afuera, adentro y la vereda” de la redacción, queríamos que el patio de elDiarioAR floreciera, que florecieran mil notas. Estábamos al tanto del nido que una torcaza había construido en el jazmín, asistimos al nacimiento y primer vuelo de su pichón, al que llamamos Scaloneta.
Tuve hasta hace unos días un jefe que cada vez que una nota salía bien -bien en términos de repercusión o bien sólo porque había disfrutado editarla- me mandaba un mensaje muy corto y muy lindo y muchas veces, en este oficio, necesario: “¡Buen trabajo!”. Él no sabe, porque nunca se lo dije, que sentía orgullo cuando decía que compartíamos la redacción. Tampoco sabe que me divertía mucho decirle “tenemos que hablar” con cara seria para avisarle una pavada. Él se ponía tenso como un elástico. Eran unos segundos maravillosos.
Ella y él nos contaban anécdotas de cuando las redacciones eran eso: lugares para escribir. Tenían encima una mística que no corre más. Son los periodistas pre-Internet, los que llevan el radar activado, los que tienen memoria, códigos e historia. Aprendía de ellos todos los días. Sí, se puede extrañar a un jefe. Yo voy a extrañarlos.
Tenía producida otra entrega para hoy, pero con mis compañeras y compañeros de elDiarioAR escribimos esta carta a nuestra comunidad de socios y lectores. Es a propósito del arranque de una nueva etapa en el medio de comunicación que nos emplea. La redacción en pleno asegura sostener el compromiso asumido desde el inicio del proyecto: un periodismo de calidad, transparente y comprometido con la sociedad, un periodismo veedor del Poder y los poderosos, un periodismo de actualidad con abordajes nuevos. Necesitamos que nos acompañes porque sin lectores no hay periodismo posible.
Este Gracias por venir está dedicado a Silvina Heguy y a Martín Sivak.
Dolores, 4 de enero de 2023.
VDM
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