Escribo, como siempre, al filo. Ahora mismo Blas y su hermano César rompen el tanque de agua de mi casa. Yo no quiero ver nada de lo que pasa arriba, en la terraza. Ellos son, para mí y ahora, unas figuras musicales, es decir, dos masas que se turnan para golpear un gran cuenco de cemento. Cada tanto descansan y hablan entre ellos. Su lengua materna es el guaraní. Me gusta que se demoren porque me gusta escucharlos: son un par de mirlos. Blas me va a cobrar lo mismo que me presupuestó hace un mes. “Quedate tranquila”, silbó en un brevísimo audio de WhatsApp. Quedate tranquila es su frase de cabecera si cae una gota o una catarata de un lugar de donde no debería caer nada. Blas es el mismo que hace unos meses me salvó de una inundación doméstica.
La última entrega de Gracias por venir llegó muy lejos. En una lectura posterior me di cuenta de que pasé por alto algo en lo que pienso seguido. Quinto párrafo. Ahí donde dice “Conozco periodistas empleados en medios de comunicación que trabajan para gobiernos o para funcionarios públicos, lo que implica un gravísimo conflicto de interés…”. Ahí. Recupero aquí un asunto que me quedó pendiente. Cobrar para promocionar, recomendar o sugerir marcas, empresas o servicios también implica un grave conflicto de interés para quien se dedica al periodismo. No hay intachables en este oficio, pero lo mejor es pagarse el chivo que se servirá en la mesa a la que nos sentaremos a comer.
El tiempo nuevo de Neustadt
Fuga y misterio, la composición de Astor Piazzolla, era la cortina musical de Tiempo Nuevo, el programa que conducía Bernardo Neustadt. La melodía no me lleva siquiera al funeral del conductor donde uno de sus amigos la tarareó en su honor. Fuga y misterio me instala frente al televisor de la casa en la que vivíamos, en Río Grande, Tierra del Fuego; me sienta en la alfombra áspera del living, me acerca a la estufa siempre encendida. La cara bronceada de Neustadt ocupaba la pantalla. Yo no entendía nada pero me hipnotizaba ese buen anfitrión que repartía las cartas entre sus invitados, marcaba los ritmos y le hablaba a Doña Rosa. Tiempo Nuevo era un éxito comercial no sólo en los cortes publicitarios sino dentro (en el transcurso) del programa. “Estas son las empresas a las que les interesa el país…”, decía Bernardo y largaba las placas.
Una vez, Neustadt se quejó al aire del valor de los autos fabricados en el país. Sevel, la compañía automotriz de Franco Macri, le levantó la placa publicitaria en represalia: “Del mismo modo que no parece razonable publicitar cigarrillos en un programa infantil, tampoco encuentra razonable Sevel Argentina destinar recursos al auspicio de Tiempo Nuevo”, comunicó la empresa. Neustadt retrucó al aire: “Cuando se inserta un aviso en un medio de comunicación es para vender un producto, no para alquilar una conciencia”. Tengo ganas de escribir sobre Bernardo Neustadt. La periodista María O’Donnell lo conoció en 2007. Lo cuenta en el libro Periodismo: instrucciones de uso, una compilación de textos hecha por Reynaldo Sietecase.
Cuando se inserta un aviso en un medio de comunicación es para vender un producto, no para alquilar una conciencia.
Bernardo Neustadt.
— Periodista.
En su capítulo, O’Donnell escribe sobre los periodistas-empresarios, una generación de profesionales que conducían sus propios programas en cable. Aborda la cuestión de la pauta oficial entre 2003 y 2007, y cómo en los últimos años -y en todos los gobiernos- la pauta se transformó en un sistema de premios y castigos a medios de comunicación, además de cooptar periodistas de manera individual. Y también toca un tema que me ocupa desde hace tiempo: periodistas que publicitan marcas y servicios en sus redes sociales, una forma de hacer rentable su contenido. He visto comunicadores especializados en economía que chivean promociones de bancos, por ejemplo, convirtiendo a sus seguidores en clientes de su cuenta y potenciales clientes de una empresa. Ahí la cosa se pone turbia.
Ahora que todo es “información”
Pensé que ésta sería la era del conocimiento pero no. Naufragamos entre una cantidad insondable de información que, vendida como “contenido”, es tan grande que se vuelve difícil de procesar. Todo está presentado como información. El índice de inflación del Indec y el co-living que están construyendo en Colegiales; cómo evolucionó la nariz desde la época de los neandertales y qué podés comprar en el hot sale: todo es “información”. Entre esa información hay publicidad escondida. En las redes sociales de muchos periodistas hay PNTs y fotos de gatitos y mirá lo que me puse y no sabés lo que me pasó y escribí esta nota: enlace. Retomo una línea de la entrega anterior: “Nos hacemos los tontos porque la cosa no está para meterse con el bolsillo ajeno”. Pero deberíamos establecer límites.
Es cierto que los medios viejos y los medios nuevos no encuentran un modelo de negocios que asegure su sustentabilidad a largo plazo sin el ingreso de pauta pública o privada. Ayer conversé con un colega que me decía que paga la suscripción a Clarín y a La Nación para tener acceso ilimitado a las noticias, pero que le interesaba especialmente la calidad de los contenidos de elDiarioAR. Le pregunté si se había asociado, me dijo que no. Le pregunté por qué, me dijo que porque podía leer las notas gratis. Hice el chiste, por supuesto: “Te paso el link, la cuota sale un pesos más que el flat white que tomás en Palermo”.
Me dejó pensando. Estar informado es parte de nuestra responsabilidad como ciudadanos. Yo sé que en este océano de información en el que navegamos sin salvavidas, informarse es una tarea que lleva tiempo. Hay que armarse una agenda de interés, una lista de firmas, un pensamiento crítico sobre lo que leemos o escuchamos o vemos. En mi caso no tendría dudas: prefiero leer noticias y notas en un medio sostenido por sus audiencias a cabecear ventanas de publicidad.
Cerrar esas ventanas me lleva tiempo pero encontrar el texto me lleva más tiempo. La nota termina siendo eso que está atrás de la publicidad de un hipermercado, abajo de un aviso de colchones, arriba de un anuncio de una aseguradora de salud, a la izquierda de una tira de modelos de zapatillas. Pierdo el interés. Me voy. Es lo contrario a lo que queremos: retener a la audiencia, fidelizarla, hacerla parte. Nos conformamos con poco. Un retuit, un like, un share. Cantidades versus calidades. Yo quería la revolución y me dieron unos virales. Yo quería saber más y me revolearon una oferta de jabón líquido. Yo quería entender y me dijeron “no hace falta”.
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PD. Periodismo: instrucciones de uso fue editado por Prometeo Libros en 2020. El ejemplar que tengo lo compré diciembre de ese años en una librería de calle Corrientes. Como uso la factura de señalador, sé cuánto me salió: 990 pesos.
VDM
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