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Daniel Flores, como un Rolling Stone

La conversación con Daniel Flores (Buenos Aires, 1973) podría girar en torno a la edición de una revista de papel en esta era de IA y algoritmos, de cómo una publicación física lleva el mes a mes en una industria que ha virado en gran parte hacia lo digital. Pero Rolling Stone, la publicación del grupo La Nación que él dirige desde fines de 2019, es más que eso.

Imaginemos un rogel con muchas capas de información. Una torta en la que los ingredientes (léase contenidos) pueden ser reutilizados tanto como segmentados. Lo que puede implicar una pesadilla para unos, para otros es un mar de oportunidades. Son las bonanzas de la sustentabilidad periodística y demás. Mucho de esto y más convergerá en nuestra conversación que llevaremos a cabo en uno de los espacios de la revista en su sede en Vicente López.

Allá y a lo lejos, la experiencia de Flores en el universo periodístico comienza como parte del staff fundador de dos revistas señeras del rock alternativo de comienzos de los años 90: Esculpiendo Milagros y Revolver. En el camino, no dejó nunca de lado su otra pasión: músico y compositor de la banda de ska Satélite Kingston, que celebra este 2025 sus tres décadas de existencia con la salida del EP Justo cuando creías que no - The Romaphonic Sessions (Muzick vibes). Además, compuso la banda sonora de la serie Signos (Canal 13, 2015) y cuenta con un disco solista en su haber (Todo hombre es una isla, publicado en 2012).

En estos días vio la luz Jamaica no existe – En busca del poder del reggae (Gourmet Musical), libro en el que Flores se pregunta cómo una música que nació en una isla resistente y muy particular pudo esparcir por distintos puntos del mundo –y con diferencias notables tanto de clima como de hábitos– las semillas de un género siempre vigente. Anteriormente editó La manera correcta de gritar (Piloto de Tormenta, 2008) y Remeras de rock (Tren en Movimiento, 2017), coescribió las antologías sobre el under rockero: Gente que no (Piloto de Tormenta, 2009) y Derrumbando la Casa Rosada (Piloto de Tormenta, 2011) y produjo Pintó el punk (Piloto de Tormenta, 2012), un libro para colorear tapas de discos de The Clash a NoFX.

- ¿Cómo es hacer una revista en papel con tanta inmediatez a la vuelta de la esquina?

- Cambia el enfoque en muchos sentidos. Siempre está la sensación de: “¿Cuál es la actualidad” “¿Cuál es el presente?”. En periodismo, yo he trabajado más que nada en diarios con el día a día; y después pasé a realizar periodismo semanal, pero en los últimos años me aboqué al periodismo mensual, lo que implica un salto. Aunque en otro planeta porque lo que hacemos desde Rolling Stone en muchos casos tiene algo como de oficialización de algunos hechos, de algunos acontecimientos. Por ejemplo, este año vino Pati Smith a Buenos Aires. ¿Vamos a contar cómo fue la presentación para que te enteres dentro de un mes y medio, considerando el tiempo de producción de una revista? Incluso cuando leas la nota, habrá pasado más de un mes y medio. No, no tiene mucho sentido. No te vas a enterar por la revista, o quizá sí te enteres, pero ese no puede ser nuestro objetivo.

- ¿Cuál es el objetivo?

- El objetivo es hacer una especie de memoria, como un boletín oficial. Una especie de apostilla de “esto pasó, esto es importante”. Pensamos en que esta revista queda en tu colección y cuando la revises, va a estar documentado esto que sucedió y que fue importante. Sí, caprichosa y arbitraria como cualquier edición periodística, pero bien intencionada. Aquí y ahora estamos tratando de combinar por un lado el valor de la noticia y la velocidad con que pasan las cosas. Yo empecé en Rolling Stone a fines de 2019 y en esos primeros números que me tocó agarrar, todavía había una sección de dos páginas, a veces más, con reseñas de shows. Sin embargo, eso no se hace más. En principio, porque a los cuatro meses vino la Pandemia, que fue interesante dado que de alguna manera provocó un reseteo. Muchas de estas cosas no tienen sentido y pasan otras. Es que Rolling Stone no es solo una revista de rock, había que empezar a pensarla desde otro lado.

- Es bueno que traigas esto a la mesa. ¿Por qué seguimos creyendo que Rolling Stone es una revista rockera? Si desde 1974 abandonó ese paradigma.

- Por un montón de malentendidos. Por el nombre que mucha gente asocia a la banda… Como si no hubiera pasado más de medio siglo de que ya conocemos esa historia. Por supuesto que tiene una fuerte impronta el rock, ocupando una parte importante del sumario de la revista. Además, la mayoría de las tapas han sido de músicos de rock. Pero lo cierto es que Inés Estévez estuvo en una de las primeras veinte portadas. Además, la ocuparon Flor de la V, (Jorge) Lanata y (Ricardo) Darín, entre otros. Sí, podés verlo con ojos rockeros –ya que podés ver con ojos rockeros cualquier cosa–, pero no eran específicamente músicos de rock. Si bien para un montón de gente no es tan obvio, hay que seguir explicándolo. Dicho esto, curiosamente, hoy sí la Rolling Stone se parece más a una revista de rock.

- ¿Por qué?

- Porque las revistas más generalistas –la Rolling Stone era una revista generalista en su universo de cultura rock– se fueron comprimiendo, se fueron haciendo de nicho. Hoy todas las revistas son de nicho y llegan a un universo de lectores mucho más restringido, y eso hace que vayas de algún modo cerrando el foco. Además, ocurre otra cosa. A fines de los años 90, principios de los 2000, aspirar a cubrir todo el panorama del rock, la literatura joven, el nuevo periodismo, las figuras emergentes, el cine, la televisión, la radio, era una aspiración de Rolling Stone bien resuelta. Hoy pretender dar cuenta de todo lo que ocurre en el streaming, abarcar todos los géneros de la música, todo el cine y todos los podcast que se producen, es inabarcable; ese mundo es mucho más vasto. Si el fuerte de Rolling era el rock, quizás es momento de concentrarse en ese estadio en lo que mejor hacía, y así aflojar un poco con esa pretensión de cubrirlo todo. Uno de los eslóganes de Rolling es “lo que importa está acá”. Pero hoy lo que importa no entra en ningún lado. Es más, tendría que ser “acá hay cosas que importan”.

- Pensando en la grilla, en el mapa de notas, ¿esto se convierte en algún momento del mes en un trastorno para vos?

- Venimos hablando de cómo hacer una revista mensual y en realidad es una pregunta muy pertinente, pero lo cierto es que Rolling Stone no es eso tampoco. Pasan otras cosas en el medio. En un punto, hoy es una especie de multimedio.

- Bien la aclaración porque quizá me quedé en los 90. (Risas)

- Claro. Si bien es pertinente hablar de la revista porque la hacemos mes a mes, pero ¿en qué pensamos cuando venimos a laburar todos los días? No en una revista mensual. Sí, algunos días pensamos en ella; en cómo nos va a servir lo que vamos a hacer hoy para una revista mensual, pero no es el único foco. Para nada. Nuestra agenda periodística es la web, son las redes –que es otra categoría; las redes no son solo una ampliación más de la noticia que damos en la web, sino que otras veces es otra cosa con su lógica propia, incluso distinta de una red a otra–; son así también otros formatos que hacemos por momentos (entrevistas en video, que algunas se desglosan en distintos formatos; algo súper variable y dinámico).

Pero no todas las notas del papel van a la web ni viceversa. Ni tampoco se publican ni se trasladan del mismo modo. Así como recién estábamos hablando de cómo hacemos la revista de papel mensual, cambió asimismo la forma en cómo hacemos la web. Sucede que el lector de Rolling Stone es muy diverso. Está el suscriptor de la revista en papel, como también el que anda scrolleando en las redes y así llega a contenido nuestro. Acabamos de pasar los trescientos mil seguidores en Instagram pero no tenemos esa cifra de suscriptores en papel. (Risas) Hay un video en nuestro Instagram del último show de Shakira que tiene cuatro millones y medio de vistas. No hay una nota de la revista que hayan leído cuatro millones de personas. Ahora bien, ¿qué nos da sustentabilidad? Todavía vivimos de los diez mil lectores de papel y no de los cuatro millones y medio de vistas en las redes. Además, no hubo un traslado de la publicidad a las redes; en el mundo, sí; en los medios, no.

- Daba por hecho que sí.

- Las ventas todavía son ventas.

- Una de las notas que cobraron relevancia en estos últimos tiempos fue la reseña del último disco de Duki que escribió el colega Juan Facundo Díaz en Rolling Stone. Lo curioso es que mucha gente saltó a bardear al periodista por ser un poco crítico con el músico. ¿Qué ves en todo el revuelo que generó?

- Hay varias aristas. Primero salió en la web. Justo el día en que salía el disco de un personaje con tanta repercusión, con tanta visibilidad como Duki. Ahora, es como vos decís, llamó la atención que hubiera una crítica con algunos puntos negativos, porque había otros que no lo eran.

- Exacto.

- Pero eran ciertos puntos negativos sobre un disco, una costumbre que se ha perdido. Ahora se habla bien de todo y hay mucha sensibilidad con la crítica. De todos modos, hubo otro fenómeno interesante. Lo que causó impacto y tuvo mayor rebote fue cómo se levantó la nota en algunas webs con el título: “Rolling Stone destrozó a Duki”. Lo cual no era cierto. Para alguien poner algunos peros sobre algo es destruirlo, destrozarlo. Y eso no era verdad. De hecho, la nota –que estaba muy argumentada, muy pensada, muy trabajada y con mucho cuidado, atendiendo a esta sensibilidad de los artistas y de sus entornos–, incluso decía cosas como que Duki es hoy el artista más importante de la música en castellano, y que esperábamos su obra cumbre pero que esta no es su obra cumbre. De ahí a “destrozó” hay un abismo. Ahora bien, el rebote era sobre un posteo, no sobre nuestro link. Eso fue lo que se viralizó.

- La interpretación de la interpretación.

- Uno ve a diario –en los comentarios a las notas en los medios–lectores que responden a cosas que no leyeron. Pero en este caso era peor porque ni siquiera tenían ahí la nota para leer, estaban respondiendo y recompartiendo una lectura –equivocada– de nuestro contenido, aunque no era nuestro contenido. Era como la metaviralización, pero encima de una lectura forzada para tener repercusión.

- Salgamos un poco de la actualidad. Viajemos a tu formación. Viviste en Estados Unidos en tu adolescencia.

- Hice la secundaria en Virginia, en los suburbios de Washington. Con mi familia nos fuimos por laburo de mi viejo. Cuando viajamos yo recién empezaba a escuchar punk rock, había ido a ver a los Fabulosos Cadillacs, había ido a ver a los Redondos varias veces, había ido al Parakultural. Vi a Todos Tus Muertos y a Los Corrosivos en Cemento. Tenía catorce años. Vi muchas cosas en esos seis meses que empecé a salir entre fines de 1987 hasta mediados de 1988. Y nos volvimos en 1991. Allá conocí el sello Dischord, a Fugazzi, el emo verdadero, no el de MTV, sino el que se desprende del hardcore, más indie, más bestial.

Vivíamos a dos cuadras del Tower Records de Virgina. Pero no había un montón como era el caso de Musimundo en Buenos Aires. Había uno ahí y otro en DC. No mucho más. Al regreso del colegio pasaba por Tower. El local era gigante y estaba todo. Compré muchos discos ahí. El segundo álbum que compré fue Machine Gun Etiquette de The Damned. Las vueltas de la vida, la banda inglesa tocó a mediados de marzo en Buenos Aires. Unas semanas antes de venir me ofrecieron la típica telefónica de diez minutos para promocionar el show, pero le propuse al productor hacerle una entrevista a cada uno de los cuatro integrantes. Estuve cuarenta minutos con cada uno. Sí, la melomanía pegó toda esa vuelta. De ser el segundo disco que compré en mi vida a poder entrevistar a los cuatro; y escribir finalmente una nota con mucha sustancia, porque ellos son inteligentes y justo los que venían eran extrañamente –para una banda tan longeva– tres miembros originales del día uno y uno que es el nuevo, que entró en 1980.

- A todo esto, siendo además vos parte de una banda de ska, ¿cómo convive el oficio del músico y el rigor periodístico?

- Ahora súper bien, pero siendo músico durante veinte años hice periodismo musical amateur porque la situación me generaba un conflicto. Vengo trabajando en la empresa que hace la Rolling Stone desde hace dos décadas, pero a lo sumo habré hecho dos notas antes de incorporarme a la revista. Al contrario, colaboré en revista independientes, hice libros alternativos. En realidad, se han dado tres cosas. Una, por el conflicto que me podía generar a mí ser músico y a la vez escribir sobre colegas. Otra, el periodismo de música mainstream no me interesaba, y era difícil vivir de la música que me atraía. La tercera es que me traumó un poco el editor de un suplemento juvenil en un encuentro que tuvimos en el Tower Records de Santa Fe y Riobamba. Hasta hoy no sé por qué, pero me vino a apurar y me dijo: “Vos te morís por escribir en el”. Y yo le dije: “X, la verdad es que no. Lo último que quiero es escribir en el ; lo leo, me encanta, pero para nada”. Posta que esa situación me definió. Pensá que si conozco gente en alguna rama del periodismo donde podría haber intentado haber hecho cosas es en espectáculos barra rock. Por eso me dediqué al periodismo de viajes.

- Estuviste en los albores de dos revistas señeras de los primeros años 90: una más indie (Revolver) y otra más sofisticada (Esculpiendo Milagros). ¿Cómo es eso?

- En 1991, a mi regreso de Estados Unidos, participé de un taller de apreciación musical que daban Norberto Cambiasso y Pablo Schanton. No era de periodismo, mucho menos de música para músicos, pero sí de escucha barra historia de la música alternativa –en términos muy amplios. Lo hacían en el departamento de Cambiasso frente al Hospital Italiano. Seríamos doce personas. En un momento, el taller se divide. Unos se van con Pablo y otros con Norberto. Y están los que hacen ambos talleres. Yo soy del team Cambiasso, porque había llegado ahí por él. Y de ese grupo surgió Escupiendo Milagros. En una segunda escisión, entre Ernesto “Conejo” Martelli, Alfredo Sainz y Esteban Bitesnik, forman Revolver. Yo estaba en las dos: en Esculpiendo en tanto alumno de Cambiasso; y en Revolver en tanto amigo de Ernesto, Alfredo y Esteban, una revista que hacían en parte con lo que habían aprendido de Esculpiendo y sumándole lo que lo que ellos querían hacer y no podían ahí. Quizá Cambiasso tuvo un enfoque más académico, más riguroso. Como línea histórica periodística, en el último número de Revolver había una computadora con internet en la casa de uno de los chicos. O sea, en el final de este recorrido aparecía la búsqueda de información por internet. De la que nos nutríamos, pero de la que también muy pronto se iba a nutrir el lector. En un punto, no nos iban a necesitar a nosotros. No es que no sean necesarias las revistas de rock, lo son, pero en el final de Revolver surge un cambio de paradigma incipiente. Eso fue en 1996 y hay otro dato interesante para mencionar: incluía un casete con temas de Catupecu Machu, Massacre, Porco y Pez, ni más ni menos. Todos, salvo Massacre, en carácter de bandas “nuevas”.

- Desde esos días a hoy, la crítica musical ha mutado y mucho. ¿Cuál es la función del periodista musical actualmente?

- Yo leo críticas tanto de sitios web como Pitchfork, AllMusic o The Guardian –este es más tradicional–, pero hechas por periodistas jóvenes, y la verdad es que no son tan diferentes a las clásicas. Pensemos en la crítica no como un veredicto de si algo está bien o mal, sino en aquello que brinda algún tipo de reflexión sobre una obra. Ante la cantidad desmesurada de material musical que se lanza a diario, es bastante interesante que se pueda separar algo, destacarlo, comentarlo y pensar algunas cosas sobre eso y compartirlas. En ese punto, veo súper vigente al periodismo musical.

 

Nuestro próximo invitado será Daniel Ripoll.

La conversación con Daniel Flores (Buenos Aires, 1973) podría girar en torno a la edición de una revista de papel en esta era de IA y algoritmos, de cómo una publicación física lleva el mes a mes en una industria que ha virado en gran parte hacia lo digital. Pero Rolling Stone, la publicación del grupo La Nación que él dirige desde fines de 2019, es más que eso.

Imaginemos un rogel con muchas capas de información. Una torta en la que los ingredientes (léase contenidos) pueden ser reutilizados tanto como segmentados. Lo que puede implicar una pesadilla para unos, para otros es un mar de oportunidades. Son las bonanzas de la sustentabilidad periodística y demás. Mucho de esto y más convergerá en nuestra conversación que llevaremos a cabo en uno de los espacios de la revista en su sede en Vicente López.