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Lecturas

Ver como feminista

Tapa de Ver como feminista

Tamara Tenenbaum

10 de abril de 2022 00:02 h

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A veces recuerdo el momento en que me enamoré de un libro como puede recordarse el momento en que una se enamoró de una persona, esa mirada o esa broma o ese beso en el que una supo que estaba perdida para siempre. En el caso de Ver como feminista, me pasó en la mitad de la introducción, más precisamente, en el párrafo en el que Nivedita Menon explica que su libro no «va sobre» la India: «Cuando leemos La mujer eunuco de Germaine Greer, El segundo sexo de Simone de Beauvoir o El feminismo es para todo el mundo de bell hooks no suponemos que están escribiendo “sobre” Australia, Francia o los Estados Unidos», escribe Menon con algo de ironía y mucho de firmeza. Nunca lo había pensado en esos términos, la idea de que como feministas habitantes del sur global parte de nuestra responsabilidad era no dar explicaciones ni pedir disculpas por nuestra particularidad, porque nadie lo hace en el primer mundo, y por qué deberíamos hacerlo nosotras. Como traductora, también, fue una indicación útil y una posición interesante. Tuve que resistir la tentación de llenar el texto de notas al pie que aclararan detalles sobre la organización política de la India: cuando una autora norteamericana o europea habla de las instituciones de su país (la Reserva Federal de los Estados Unidos, la Cámara de los Comunes británica o lo que sea) da por hecho que sabemos de qué habla o que podemos reponerlo con facilidad, y así lo entendemos también los traductores. No explicar de más, entonces, no es solo una decisión estilística: es un posicionamiento político en el que planeo seguir pensando mucho.

La interseccionalidad se dice más fácil de lo que se practica. Muchas veces la entendemos como una especie de favor que se nos hace o hacemos, según el lugar que nos toque en cada escala de privilegios, y sobre todo, como un imperativo ético antes que epistémico: pensamos que se trata de una obligación moral y política, y no de un método. La lectura de Ver como feminista nos deja en claro que la interseccionalidad tiene esas dos patas: no se vincula solamente con una necesidad política de mirar a todas las vulnerabilidades, sino con un reconocimiento de que el mejor conocimiento se genera en la diversidad, y de que los contextos distintos generan aprendizajes distintos, y así nuevas ideas. 

Ver como feminista, en efecto, no es un libro sobre la India: es un libro que aprovecha las circunstancias y experiencias específicas de la India para producir un conocimiento genuinamente valioso y novedoso sobre los debates feministas más importantes de la actualidad. Aprovecha, por ejemplo, los múltiples tipos de estructuras familiares que hay en la India para explicar el proceso de normalización colonial que condujo a la hegemonía de la familia nuclear (y a la casi extinción, por ejemplo, de las estructuras matrilineales); toma la historia de las hijras, un tercer género que en la India existe hace muchísimo tiempo, para mostrar que la plasticidad del género está lejos de ser una importación occidental, y para argumentar también que las luchas toman características y caminos distintos en cada región y pueden tener muchos problemas para encontrar —entre personas de diversas trayectorias culturales, étnicas, económicas— un lenguaje en común. Todo esto Menon lo hace a través de argumentos, fuentes y ejemplos que además de inteligentes son ricos, muestras preciosas de una cultura compleja que se aleja de las simplificaciones que estamos acostumbradas a leer en discursos mainstream sobre el no-Occidente: historias sobre diosas cuya sensualidad radicaba en no haber tenido nunca hijos, relatos sobre bailarines varones que se travestían y luego eran imitados por mujeres que para encontrar la esencia de la femineidad sostenían que había que mirar a esos varones. En Ver como feminista, el feminismo deja de aparecer como un relato con una sola historia que empieza en un solo lugar, y se vuelve una fuerza que viene alimentándose y creciendo hace años en territorios diversos que hoy deben trabar alianzas globales en condiciones de igualdad.

Si algo resalta en la escritura y el pensamiento de Nivedita Menon es la atención a los conflictos, las sutilezas y los debates internos que se presentan inevitablemente en cualquier corriente de pensamiento político que esté tan viva como el feminismo. Su perspectiva sobre la lucha contra la violencia sexual, por ejemplo, me resultó particularmente iluminadora, y me dio palabras para una conversación que hacía mucho quería tener y no encontraba cómo. Menon toma una frase común en India pero que tranquilamente podría pronunciarse en mi país y seguramente en muchos otros, una que dice que la violación es «un destino peor que la muerte», y analiza sus implicancias. Por supuesto que desde el feminismo queremos sostener que la violencia sexual es grave y debe ser combatida, que las mujeres tienen el derecho de circular por la calle y por la vida sin el miedo constante de ser violadas; pero sostener que es un destino peor que la muerte, que que te asesinen es mejor que que te violen, es problemático por múltiples razones. Es, sobre todo, violento para las víctimas: a quienes no solamente se les niega la posibilidad de la supervivencia y la superación, sino que, de alguna formada velada, se les está diciendo que ahora que han sido manchadas, rotas y traumadas sin remedio, su vida carece de valor. Menon eleva una voz de alerta: tenemos que estar muy atentas a que los discursos feministas no sean cooptados por aquellos que quieren ser los guardianes de la virtud y la castidad de las mujeres y no de su libertad, aquellos a quienes la pureza de las mujeres les importa más que su vida. 

Por otra parte, en temas tan candentes como la legalización de la prostitución y la gestación subrogada, Nivedita Menon hace un trabajo particularmente lúcido y difícil en lo que respecta a la combinación de argumentos teóricos y evidencia material: valiéndose de la experiencia de India, un país en el que la organización de las prostitutas está muy avanzada y la gestación subrogada es legal y común hace muchísimos años, Menon explora los matices y las posiciones posibles sin utilizar la praxis para evitar los argumentos conceptuales pero poniendo a la materialidad de la vida siempre en el centro. Para Menon, ambos temas están atravesados por la noción de autonomía, un concepto filosófico de larga data que termina siendo bastante más complejo de utilizar en el mundo real de lo que les parecía a los filósofos de la modernidad que tanto lo celebraron. Menon demuestra en este libro un conocimiento profundo tanto de la bibliografía de la teoría política en general y el feminismo en particular como de la realidad efectiva de las mujeres en la región del sudeste asiático, así como una maestría para articular todos estos saberes construidos por distintas disciplinas. Esto le permite no solamente dar a conocer situaciones y realidades, sino también formular preguntas agudas que solo podrían venir de una mirada como la suya, atravesada por la teoría y por la historia: ¿qué diferencia hace, para la pregunta por la autonomía y la agencia de las mujeres, que en la India —como en muchos otros lugares— exista un activismo fuerte en favor de la legalización de la prostitución ejercido por las propias trabajadoras sexuales y, en cambio, no exista un movimiento semejante por parte de las mujeres que prestan o quieren prestar servicios como gestantes subrogadas? Menon es atrevida con sus preguntas, pero profundamente cauta y responsable con las conclusiones: no se apresura a afirmar que esto implica una diferencia ética significativa entre ambos fenómenos, o que de esto debemos deducir que la prostitución debe ser regulada y la gestación subrogada debe estar prohibida. Más bien, nos invita a las lectoras y a los lectores a mirar toda la información y los argumentos sin miedo y desde las aristas menos pensadas, y a intentar pensar a qué lugares puede llevarnos este examen. La vasta experiencia de la India con la subrogación de vientres se utiliza como dato, pero jamás como prueba irrefutable de nada: es refrescante, en un mundo en el que cada vez más lo que se estilan son los manifiestos acalorados a favor o en contra de las cosas, la actitud filosófica de Menon, que, sin abandonar la pasión, se debe sobre todo a los conceptos, la justicia y la pregunta honesta. 

Empecé este prólogo hablando de la interseccionalidad como método, y creo que lo más importante que me llevo de este libro y que quiero que se lleve quien lo tenga en sus manos es eso, un método: una forma de interrogar a la historia y a la realidad, de hacer carne los conceptos, de articular teoría y práctica de una manera elegantemente inteligente e irrevocablemente feminista. 

TT

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