Opinión

Caetano, a la izquierda de sí mismo y en guerra contra Bolsonaro

0

“Ahora mi historia es un denso algoritmo/ Que vende ventas a vendedores reales/ Las neuronas mías han ganado otro ritmo”. 

A los 79 años, Caetano Veloso embiste contra el antihumanismo de un mundo de flujos financieros e imágenes y mitomanías que en Brasil toman el nombre de bolsonarismo. Anjos Tronchos es como una reescritura más amarga, 20 años más tarde, de Fora de orden. Así se llama el nuevo single, y acaba de lanzarse desde la boca del lobo: las plataformas virtuales. Caetano habla ahí de los ángeles de Silicon Valley, las narrativas que colonizan las subjetividades y las revueltas que se organizan en las redes y luego terminan en el horror: “Un post vil puede matar/¿Qué puede ser la salvación? /¿Qué nube, si no hay espacio/ Ni tiempo, ni sí ni no”. La canción ha movido de inmediato el avispero, entre otras razones porque se trata de la primera novedad de Veloso en nueve años. Anjos Tronchos formará parte de Meu coco, el disco que saldrá a la venta en pocas semanas.

La canción continúa la veta roquera de   (2006) y Abraçaço (2012). A diferencia de los discos precedentes, Anjos Tronchos prescinde, salvo en un momento sorpresivo, del acompañamiento rítmico: hay una nota pulsada en el registro grave que sostiene el canto y se acompaña con sobriedad de una guitarra que solo recurre a la distorsión en dosis macrobióticas. Falta la batería. Como si se la hubiera borrado para que el pulso perdiera su sostén convencional. Por sobre todo, el oyente se rinde, una vez más, a la voz de Caetano, esa transparencia atemporal que no necesita remedos del estudio de grabación.

La era Bolsonaro le ha provocado inmediata perplejidad. El asesinato de la activista Marielle Franco, antes de las elecciones, le dejó entrever lo que se insinuaba en el horizonte político. “Atención, todo es peligroso”, advirtió en 2018, cuando creó en Spotify un playlist de canciones políticas. En 2020 cantó con Daniela Mercury Prohibido el Carnaval. Los dos bahianos se mofaron del decálogo homofóbico de la ministra de la Familia y de la Mujer, Damares Alves. “Abre la puerta de este armario, que no hay censura que me detenga”. Esta vez, Caetano nombra en Anjos Tronchos a los “líderes payasos” que “brotaron” de “forma macabra” en “el imperio y sus vastos patios”, y todos entendieron a quién hacía referencia. “Toda la campaña de Trump, en la que se inspiró la de Bolsonaro, tuvo orientación de Steve Bannon. Este es un negocio que causa esta enfermedad social, un aspecto aterrador y horrendo del desarrollo de Internet”, explicó.

La excepcionalidad de Caetano admite muy escasas semejanzas en cualquier latitud. Podría decirse que ha obrado como un intelectual modernista que canta (como los dioses) e interviene en la esfera pública a través de su música y su cuerpo musical (cómo sustraerlo de la escena bailada). Pero también escribe. Verdade Tropical sigue siendo, casi un cuarto de siglo más tarde, un programa de acción y reflexión, un campo de referencias y poéticas tan disímiles que van del compositor italiano Giacinto Scelsi a los ensayistas frankfurtianos; de Los Beatles y Nietzsche a Glauber Rocha; de Joao Gilberto a la poesía concreta, el africanista Pierre Fatumbi Verger, Augusto de Campos y Bob Dylan. En su cancionero convive la ilusión de la autonomía del arte con el llamado al goce y la necesidad de responder a las afrentas de la contingencia. Una estrofa de Anjos Tronchos resume esas cohabitaciones, a veces a los codazos: “Los ángeles ya mi o bi o trillonarios/ comandando sólo sus mi, bi, trillones/ Y nosotros, cuando no somos tontos/ Escuchamos a Schönberg, Webern, Cage, canciones”. 

Veloso siempre prestó atención al modo en que las nuevas tecnologías impactaban en los modos de pensar, escuchar y consumir música. “Y mientras nos preguntamos por el principio/ La señorita (Billie) Eilish lo hace todo desde el dormitorio con su hermano”, canta sobre el final de Anjos Tronchos, en alusión a la adolescente que devino estrella mundial del pop después de grabar un disco en el dormitorio de la casa de sus padres junto a su hermano. Desde que Caetano nombró a Elish, la prensa brasileña espera una colaboración conjunta.

Más allá del desprecio oblicuo por Bolsonaro, Caetano deja ver una nueva perspectiva personal, la de un hombre que, ha dicho de sí, meses atrás: “estoy a la izquierda de mí mismo”. Su vida artística ha estado, ya en los días tropicalistas, jalonada por disputas con sectores tradicionales de la izquierda brasileña, tan proclives al realismo. En más de una oportunidad, Caetano les ha devuelto atenciones. “Poesía concreta, prosa caótica/ óptica del futuro/ samba-rap/ chic-left con banana”, cantó en Lingua.

En 2002 votó a Luiz Inacio Lula da Silva porque creyó que había llegado la hora de que un obrero subiera al poder. Sin embargo, el Gobierno petista –del cual Gilberto Gil era ministro de cultura-- lo sumió en el desencanto. Detesto sentirme imbécil, dijo en 2006. Seis años más tarde, le dedicó una canción a Carlos Marighella, el bahiano que se había alzado en armas contra la dictadura militar: Un comunista. En 2018 se acercó a la periodista Manuela D´Avila, “la linda Manu”, figura emergente del viejo PCdoB. Idas y venidas, entonces. Simpatías y sutiles aversiones. En Narciso em Férias (2020), el documental de Renato Terra y Ricardo Calil sobre el encarcelamiento de Caetano y de Gilberto Gil, a finales de 1968, durante el peor momento de la dictadura militar, Veloso era todavía elocuente en su defensa de ciertas opciones liberales. “Los derechos individuales y otras cosas que no eran respetadas por los regímenes comunistas eran sagrados para mí”. Pero algo cambió en él. “Me he vuelto más de izquierdas con la edad, y no solo por vivir bajo un Gobierno autoritario. Desde hace algún tiempo, me he vuelto más crítico con el liberalismo, menos optimista sobre lo que nos traerá”

¿Cómo llegó a esas conclusiones? La lectura siempre ha sido un acto de apertura impertinente. Caetano ya había explicado en 1997 el modo en que se le insinuaron esos mundos posibles. “Apenas teníamos libros en casa/ Y la ciudad no tenía librería/ Pero los libros que en nuestra vida entraron/ Son como la radiación de un cuerpo oscuro/ Señalando la expansión del universo”, cantó en “Libros”. Los textos del marxista italiano Domenico Losurdo comenzaron a formar parte de su biblioteca el año pasado. Losurdo falleció en 2018. Su obra es diversa. En los últimos años se dedicó a demoler las construcciones míticas sobre el pensamiento liberal. El historiador y youtuber Jones Manoel le recomendó su lectura. Caetano fue un día a la librería Travessa, en Leblon, y compró El marxismo occidental, cómo nació y cómo murió, Mundo sin guerras y, además, Hegel y la libertad de los modernos, un mamotreto de cientos de páginas. “Me leí los tres y me parecieron increíbles”.

Y esa ponderación generó una suerte de curiosidad en bucle. “Bastó que una figura clave de la cultura brasileña mencionara la revisión de la historia del liberalismo de Domenico Losurdo para que la obra del filósofo italiano despertara un nuevo interés público”, señaló Folha de San Paulo. “Para una parte de la izquierda, carente de victorias, parecía la gloria - ¡Por fin está de nuestro lado! -, mientras que para la ciénaga de oscurantismo en que se ha convertido la derecha, la declaración sería una prueba más de la ofensiva conspirativa del marxismo cultural en el país”. Caetano fue siempre observado con desprecio por los ultraconservadores brasileños. Olavo de Carvalho, autor de El Imbécil colectivo“ y gurú de los hijos de Bolsonaro, entre otros reaccionarios con módicas pretensiones de ilustración, lo convirtió en una suerte de bestia negra. ”Nuestro sub-Goebbels“, dijo Veloso sobre el ex astrólogo. De Carvalho lo llamó años atrás pedófilo y Caetano lo demandó por daños morales. Le ha ganado el juicio en dos instancias. La justicia desestimó, sin embargo, una querella similar contra el pastor y diputado bolsonarista Marcos Feliciano, quien había sostenido que Veloso violó a Paula Lavigne cuando tenía 13 años. La relación entre un hombre de 40 años que además es una estrella y una adolescente habría suscitado en la actualidad otras controversias (éticas, políticas y judiciales), más allá de las iglesias evangélicas. Lo cierto es que Lavigne fue esposa de Veloso entre 1986 y 2004. Tuvieron dos hijos. Tras el divorcio, la actriz maneja la carrera del cantante. La campaña contra la ex pareja se intensificó tras haber respaldado al grupo #342Artes, en defensa de la libertad de expresión. El telón de fondo fue la cancelación, hace cuatro años, de la exposición ”Queermuseum“. En marzo pasado, Lavigne cumplió 51 años y Caetano escribió: ”Paulinha, que solía tener fama de distante, se ha mostrado dispuesta a actuar públicamente por causas justas, y siempre ha sido capaz de atraer a la gente a la lucha. La conozco desde hace algo menos de cuarenta años…Hoy tenemos dos hijos muy queridos…el menor, Tom Veloso, va a tener un bebé y Paulinha va a ser abuela por primera vez“. La ultraderecha la acaba de responsabilizar de las protestas contra Bolsonaro en Nueva York durante su participación en la Asamblea General de la ONU. 

“Ah, bella morena/ Estás aquí/ Sin piel, de pantalla a pantalla/ Estamos allí”, se pregunta Caetano en el video de Anjos tronchos donde, como en la escena final de La dama de Shangai, de Orson Welles, una imagen se multiplica en distintos espejos. Imágenes como tantos Caetanos disponibles. Este año se cumplieron 50 años de la edición de Caetano Veloso, el primero de los dos discos que grabó durante su exilio en Londres, compartido con Gil. En el primer corte, “A Little More Blue”, el cantante hace referencia a una película mexicana en la que dos gemelos intentan matarse, pero aparece su madre, Libertad Lamarque, “abrió los brazos y recibió dos balas”. La edición brasileña de ese disco cortó el tramo de esa canción que evocaba la infancia de un artista que estaba a miles de kilómetros de Bahía. Los censores pensaron que era una alusión a Carlos Lamarca, un ex militar que pasó a formar parte de Vanguardia Popular Revolucionaria (VPR), y fue asesinado en setiembre de ese mismo 1971. A pesar de la extrañeza de escucharlo cantar en inglés, Caetano Veloso no dejar de ser, al igual que Transa, un hermoso documento de época. “Estoy dando vueltas y vueltas a ningún sitio donde ir”, dice en “London, London”. La canción siguiente, “Maria Bethânia”, que comienza con un claro homenaje a Tristes Trópicos, de Levi Strauss (“Todo el mundo sabe que nuestras ciudades/ fueron construidas para ser destruidas”) y sigue con una súplica a su hermana: “por favor envíame una carta/ Deseo saber que las cosas están mejorando”. La única canción cantada en portugués no le pertenece. Asa Branca, el clásico de Luiz Gonzaga y Humberto Teixeira, con su nostalgia ante la lejanía, cierra el disco después de pasar por la máquina interpretativa y experimental de Veloso. Medio siglo más tarde, Caetano exhumó parte de ese disco. Todavía tiene cosas para decirnos.

A la espera de Meu coco, se sabe de antemano que, con Caetano, la sorpresa musical está a la vuelta de la esquina. Él ha reivindicado la posibilidad de convertir al acto compositivo en un laboratorio que persigue horizontes novedosos. Si hasta delineó sus insondables límites en “Lingua”: solo es posible filosofar en alemán. Pero “si tenés una idea asombrosa/ mejor hacé una canción”.

AG