Adelanto de “La última actriz”, la nueva novela de Tamara Tenenbaum

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—Nosotros no le negamos a nadie la sepultura judía,  señora; quédese tranquila. 

Hoy me sentí muerta en vida las ocho horas: sin exgerar, las ocho horas desde que llegué hasta que me fui,  incluyendo el almuerzo, incluyendo las veces que fui al  baño porque de verdad tenía que hacer pis y las veces que  fui para escaparme y el rato que fui a quedarme dormida contra la pared, es un asco, ya sé, pero cada vez menos  cosas me dan asco. Hace años que me apoyo en el baño del trabajo; si mi mamá se entera me mata, pero una no  puede hacer pis con el culo en el aire todos los días, simplemente no es posible. 

El verso de la sepultura garantizada lo dije exactamente cinco veces hoy: tres por teléfono, dos en persona. Digo que es verso porque de tanto repetirlo a veces siento que rima, como si tuviera una rima invisible, una rima subterránea que solo escucho yo y ni siquiera con los oídos, la escucho con la cabeza de tanto retumbar el poema contra el vidrio. Y digo que es verso porque es verdad en  un sentido pero en otro sentido es verso: es verdad que a nadie le negamos la sepultura judía, no importa que no tenga un peso para pagarla. Pero lo que el verso no dice con claridad es que la sepultura judía que garantizamos no es en Tablada, sino en Berazategui. No le negamos a nadie la sepultura judía, pero al que no tiene plata se lo entierra en Berazategui. Y nadie quiere enterrarse en Berazategui; para enterrar en Berazategui enterrás en Chacarita. No importa que Chacarita sea goi; la deshonra es la misma. Y Chacarita es más cerca.  

La primera señora a la que se lo dije venía a enterrar a su marido, estrictamente a pagar las últimas cuotas: estaba convencida de que el marido venía pagando y que faltaban solo dos. Cuando le dije que no había nada pago se puso a llorar, bueno, más o menos, porque en realidad cuando llegó ya estaba llorando. Fue como que volvió a tomar carrera con el llanto. Se quedó en silencio un rato largo. Le pregunté si necesitaba que le prestara el teléfono, si había alguien con quien quisiera hablar para chequear el malentendido. Se quedó pensando un instante y me dijo que no, y se fue. Creo que se dio cuenta de que la única persona con la que podría haber chequeado el asunto era su marido, la única persona que tenía la culpa y la única que hubiera tenido la plata para arreglarlo. Me dijo que volvería, pero no creo que vuelva. Tampoco tiene mucho tiempo, si el tipo ya está muerto. Le dije que en cualquier caso si lo enterraban en otro lado después se lo podía mover. Asintió con la cabeza y ahí fue cuando me dijo que volvería, pero de nuevo, yo no creo que vuelva.  

La segunda era una hija que venía a enterrar al padre, una chica un poco mayor que yo que tenía el cabello  recogido con un broche dentado de carey, me la quedé mirando porque parecía que tenía gel por lo bien hecho que estaba el recogido, o hebillas invisibles además del broche pero de cerca se veía que no tenía nada, solo era muy hábil, o quizás tenía el pelo muy sucio, cuando tenés  el pelo sucio es más fácil que se sostengan los peinados.  El problema de la chica era como el de la señora pero al revés. Me explicó que la cosa era así: su padre había reservado una parcela bastante cara en la parte más nueva del cementerio, la venía pagando y cuando se enfermó  más fuerte les pidió a los hijos, que serían ella y dos hermanos más, que se ocuparan de pagar el resto con una  plata que les dejaba. Ella vino a averiguar, te acordás, me dijo, que vine y hablamos de esto, y le dije que sí pero la  verdad es que no me acordaba; vino a averiguar porque  pensó que el padre les había dejado plata de más y se ve  que yo le expliqué que con la plata que le había dejado le alcanzaba justo para la parcela que el padre quería, pero  eso porque era una parcela cara, que un lugar del mismo tamaño que quedara un poco más lejos de la entrada le  iba a salir no te digo la mitad, pero diez o veinte mil pesos menos seguro. Entonces ella habló con los hermanos y les  propuso que se cambiaran de parcela, el viejo ya estaba en coma, no se iba a enterar y todos ellos tenían hijos, necesitaban plata para los vivos, la madre estaba viva así que ni siquiera iban a heredar ese departamento, solo un terreno en algún lado que dividido entre tres no significaba nada. Los hermanos estuvieron de acuerdo e hicieron eso,  cambiaron de parcela y venían pagando unas cuotas más baratas, ya casi lo habían terminado de pagar, y resulta  que el padre se despertó y ahora quiere seguir pagando él,  y ella vino desesperada a ver cómo hacíamos para volver a la parcela anterior antes de que el padre levantara el  teléfono, cómo podíamos hacer para que el tipo nunca se  enterara del cambio. Le dije que no se preocupara, que la cambiábamos ahora y yo nunca ando haciendo preguntas, me dijo que me anotara el nombre del padre pero le dije que de verdad no hacía falta, que no me voy a acordar de su nombre ni de nada, sencillamente tengo la costumbre no preguntar lo que no me cuentan para no meterme en  problemas. A esta le dije el verso de la sepultura judía pero la verdad ahora que lo pienso no me acuerdo en qué contexto. Creo que se lo dije en chiste, o sin darme cuen ta, o que cuando le dije “no se preocupe señora quédese tranquila” me salió el verso entero porque sí. 

Después, por teléfono, se lo dije a dos mujeres más.  Una que se presentó como “señorita Falak” y empezó a  preguntar precios sin decir para quién, nerviosa pero a la vez muy prolija, no sé cómo explicarlo: se la escuchaba  nerviosa pero yo escuchaba el ruido de que estaba anotando a máquina todo lo que yo le decía, y el gesto de  escribir a máquina disimulaba la angustia evidente que le daba escuchar lo caro que era todo, así que le dije lo de la  opción de Berazategui para que se calmara. Y hubo otra más, una que no dijo el nombre y lloraba y le empecé a  decir el verso y me cortó.  

Hoy no llamó ningún hombre. No sé por qué. A ve cespasa. Mentira, llamó uno, olvidable: algo de cuotas también pero se ve que no entendí la historia o no la retuve. La gente, cuando cuento que trabajo en la parte de cementerios de la AMIA, a veces me dice “las historias  que debés escuchar”. Un poco sí, pero un poco no. Con el tiempo se vuelve monótono, por eso me olvidé de la llamada del hombre, a veces me olvido de las cosas que me cuentan y eso que las mejores las escribo acá porque me sirven para las clases, cuando no se repiten demasiado, sobre todo cuando tienen muchas cosas de color, pero en general se repiten. Todo el mundo tiene los mismos problemas.  

En medio de todas las señoras me aprendí la letra para el ensayo de después, ahora estoy por salir para allá. Me refiero a la letra de la protagonista: la mía es tan corta que ni hay que aprendérsela, la leo ahí en el momento y la digo. Ni eso, en realidad, ya la sé, porque son dos líneas: “en la sinagoga no lo ven hace días” y “a su padre  no le va a gustar nada”. Pero quiero aprenderme la de la  protagonista. Por las dudas. Por las dudas de nada, no hay  ninguna duda de nada, pero por las dudas.