Qué leer El nuevo libro de Alexandra Kohan

¿Qué anatomía?

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Como si no fuese del inconsciente de donde el cuerpo cobraba voz

Tengo Hiroshima en donde va el corazón

Y mi cuerpo es mi infancia, tal como la historia la hizo

La anatomía no tiene nada de reductor, contrariamente a lo que pretenden los espiritualistas: es, por el contrario, la extrema precisión del alma

La enfermedad se escribe primero en nuestros cuerpos, y, a veces, después, en cuadernos

“Fue mientras escuchaba a las histéricas que él leyó que había un inconsciente”, dice Lacan de Freud. El descubrimiento freudiano, entonces, funda un cuerpo nuevo que no responde a la llamada “anatomía vulgar”. Se trata, como sugiere David Le Breton, de una “‘anatomía fantástica’, invisible a la mirada”. El cuerpo que el psicoanálisis funda hace de la carne algo “transparente a las representaciones del inconsciente. Las venas de Eros irrigan los órganos o las funciones del organismo. A la representación del cuerpo de la medicina, impersonal y fuera de tiempo, mecanicista, Freud le opone un enfoque biográfico, vivo y singular. Deja que hable ‘el poema del cuerpo’ como dice Pierre Fédida”.

El lenguaje muerde la carne, la marca; un cuerpo es aquello que está marcado por el Otro, un cuerpo es efecto de una marca sin la cual sólo seríamos un cacho de carne, un puro organismo. Pero que el cuerpo, efecto de la lectura que el psicoanálisis pone en juego, no responda a la anatomía médica no significa que la anatomía, es decir, lo real del cuerpo, no intervenga en el asunto. ¿De qué modo está hecha la anatomía vulgar, la anatomía fantástica? ¿Qué clase de fibras la atraviesan y la conforman? ¿Qué cuerdas son las que vibran haciendo resonar “notas ininterpretables, sonidos no sonoros, signos inscriptos por la pura belleza de la escritura”?

Un cuerpo se hace, no está hecho de una vez y para siempre. Un cuerpo acontece, aparece, se hace presente, no está dado. No está dado en nuestra cotidianeidad, pero tampoco está dado en su dimensión histórica. No nacemos con un cuerpo, el cuerpo es efecto de cierto encuentro que se disipa, que se fuga, que tiende al olvido. Si, como señala Pascal Quignard, “llevamos en nosotros el desconcierto de haber sido concebidos” y “venimos de una escena en la que no estábamos”, un cuerpo también se hace con esa ajenidad de la que viene, sobre todo de esa ajenidad, de ese desconcierto.

Me gusta pensar que el cuerpo no sólo, como dice Lacan, nace malentendido, sino que también irrumpe mal hecho. “Lo que anda es el mundo, lo real es lo que no anda”, dice Lacan, y entonces pienso que lo real del cuerpo aparece justamente cuando no anda, que lo real del cuerpo es la cifra de lo que no anda, como lo son el dolor y la angustia. Cuando el mundo marcha, “gira en redondo” –porque esa es su función–, el cuerpo interrumpe esa marcha evidenciando su sesgo de resistencia a lo maquinal, a que el girar en redondo del mundo nos lleve puestos. Y es que, como señala Michel Serres, “sólo nuestra carne divina nos distingue de las máquinas; la inteligencia humana se distingue de lo artificial por el cuerpo, solamente por el cuerpo”. Lacan ya lo había dicho de esta manera en 1968: “Es imposible que una máquina sea cuerpo”.

Así, se trata de cómo las palabras muerden, marcan, hacen y precipitan un cuerpo; no sólo el modo en que el cuerpo está tomado por las palabras sino el modo en que las palabras hacen cuerpo y, también, lo que las palabras le hacen al cuerpo. Al cuerpo de las representaciones, a los síntomas hechos de palabras que Freud descubre en su encuentro inicial con la histeria, se agrega, por así decir, el cuerpo en su dimensión real. Es entonces que habla de “solicitación somática”. Dice Freud: “Hasta donde yo alcanzo a verlo, todo síntoma histérico requiere de la contribución de las dos partes. No puede producirse sin cierta solicitación {transacción} somática brindada por un proceso normal o patológico en el interior de un órgano del cuerpo, o relativo a ese órgano. Pero no se produce más que una sola vez –y está en el carácter del síntoma histérico la capacidad de repetirse– si no posee un significado {valor, intencionalidad} psíquico, un sentido. El síntoma histérico no trae consigo este sentido, sino que le es prestado, es soldado con él, por así decir, y en cada caso puede ser diverso de acuerdo con la naturaleza de los pensamientos sofocados que pugnan por expresarse”.

Así, se trata de cómo las palabras muerden, marcan, hacen y precipitan un cuerpo; no sólo el modo en que el cuerpo está tomado por las palabras sino el modo en que las palabras hacen cuerpo y, también, lo que las palabras le hacen al cuerpo

El síntoma solicita el cuerpo pero también es el cuerpo el que solicita, el que llama. Lo somático y el sentido: una soldadura que nunca es perfecta, que deja un hiato que muestra los hilos, las costuras de esa conjunción mal hecha y mal dicha. Me gusta mucho la expresión “solicitación somática” más allá del uso o el desuso en la “teoría”. Me gusta la idea de que es el cuerpo el que demanda, que son las partes del cuerpo las que están especialmente subrayadas. Y también, de esta forma: el cuerpo es solicitado a presentarse en el síntoma, que no es otra cosa que un “acontecimiento del cuerpo”. El síntoma, dice Lacan, escribe y metaforiza la carne, es “símbolo escrito sobre la arena de la carne […] pero es una palabra de ejercicio pleno, porque incluye el discurso del otro en el secreto de su cifra”. Y en esa arena también se escribe un punto de satisfacción que se agarra como puede a esa insabilidad arenosa. El cuerpo, esa equivocidad pantanosa y arenosa. “Jeroglíficos de la histeria, blasones de la fobia, laberintos de la Zwangsneurose; encantos de la impotencia, enigmas de la inhibición, oráculos de la angustia; armas parlantes del carácter, sellos del autocastigo, disfraces de la perversión; tales son los hermetismos que nuestra exégesis resuelve, los equívocos que nuestra invocación disuelve, los artificios que nuestra dialéctica absuelve, en una liberación del sentido aprisionado que va desde la revelación del palimpsesto hasta la palabra dada del misterio y el perdón de la palabra.”

El síntoma solicita el cuerpo pero también es el cuerpo el que solicita, el que llama. Lo somático y el sentido: una soldadura que nunca es perfecta, que deja un hiato que muestra los hilos, las costuras de esa conjunción mal hecha y mal dicha

El cuerpo solicita a la vez que es solicitado: comienza a precisarse entonces la noción de pulsión, ese concepto que, como señala Freud, es la frontera entre lo psíquico y lo somático. La pulsión es eso que agujerea el cuerpo y que no nos deja hacer lo que queremos con él. La pulsión no atiende sino a su propia voluntad, que a veces es voluntad de mal. Como señala Christian Ferrer, “los animales son expertos en huir del dolor y en buscar el placer, pero los seres humanos parecen animales paradojales, hacen exactamente lo contrario: huyen del placer y se meten de cabeza en contextos dolorosos”.

La satisfacción en el dolor, descubierta por Freud, muestra cómo la voluntad yoica queda estocada –no tendemos a nuestro propio bien–. Y, siendo un poco hiperbólica, diría que la única voluntad es la de la pulsión. Bastaría con atender a cómo no hacemos lo que queremos en cuanto a comer, beber, dormir, cojer para advertir que lo que nos gobierna es la voluntad pulsional. Entonces, no se trata de que no haya voluntad sino de advertir que esa voluntad no le atañe al Yo y que no deja de ser paradojal ahí donde no apunta al bien ni a la utilidad. Un análisis posibilita precisar esas coordenadas del cuerpo, posibilita interrogar las condiciones singulares en que cada uno se topa con la pulsión, lo que la pulsión hace con (y de) nosotros y lo que nosotros hacemos con eso, y lo que hacemos con eso nunca lo hacemos voluntariamente.

¿Qué es la carne? Qué es este Eso

que recubre el hueso

Este embrollo liso y convulsivo

Este desorden de placer y fricción

Este caos de dolor sobre lo pastoso.

La carne. No sé de este Eso.

¿Qué es el hueso? Este vigor reluciente

Deseoso de envoltura y tierra.

Lustroso rostro.

Huesos. Carne. Dos Esos sin nombre.

 Hilda Hilst, “VI”, en Del deseo, Córdoba, Postales Japonesas, 2020, p. 42.

Sucede que el cuerpo dibuja una cartografía que delimita zonas erógenas y bordes pasibles de alojar a Eros. Y es que “la sexualidad de hombres y mujeres no se define por el género, sino por un palimpsesto de relatos elípticamente retraídos sobre un hueco en expansión, en los cuales la dualidad nunca es binaria y aún menos sintetizable”. El cuerpo “propone la desnaturalización de conceptos fijos como sexo, género y deseo en tanto construcciones culturales de normas que violentan a aquellos cuerpo que no participan de las mismas. Entonces olvida el binarismo bobo de la sexuación biológica y de la heteronormatividad hegemónica y se asume deseante sin tapujos de moralidad represiva”.

Sucede que el cuerpo está por venir, que resulta un destino incierto. El cuerpo: esa guerra de pulsiones, esa superficie donde se libran las batallas de las escrituras trágicas, pero también cómicas; el cuerpo: esa superficie donde se traman las historias sin sentido con las que se hace una vida. El cuerpo, “una vez que está ahí, si sigue siendo extranjero, y mientras siga siéndolo, en lugar de simplemente ‘naturalizarse’, su llegada no cesa: él sigue llegando y ella no deja de ser en algún aspecto una intrusión: es decir, carece de derecho y familiaridad, de acostumbramiento. En vez de ser una molestia, es una perturbación en la intimidad”, dice Jean-Luc Nancy. Y entonces pienso que en la cotidianeidad, en el pulso del día a día, el cuerpo funciona en la medida en que lo olvidamos, en la medida en que lo silenciamos –y muchas veces nos enteramos de que una parte existe sólo cuando esa parte enferma o duele–.

Le Breton sugiere que en el día a día el cuerpo se borra, se desvanece, se repliega y que “la carne del ser-en-el-mundo del hombre está, también, infinitamente ausente de su conciencia. El estado ideal lo alcanza en las sociedades occidentales en las que ocupa el lugar del silencio, de la discreción, del borramiento, incluso del escamoteo ritualizado”. Ese escamoteo ritualizado acaso tenga que ver con los modos en que, para mantenerlo disciplinado, normalizado, sin demasiados ruidos ni manifestaciones, la civilización –en todas las épocas– apacigua los cuerpos y los subsume en códigos. La carne se familiariza y se disipa, se domestica y se tamiza, se higieniza y se educa de modo tal que sus pasiones no interrumpan la vida cotidiana, no intercepten el intercambio entre los sujetos ni el flujo del capital: “La ciudadanía no tolera las fulguraciones de la voluptuosidad porque se coaliga fatalmente con el principio de utilidad. La sexuación se derrama, y la ciudadanía no tolera lo que escapa de control”.

Es que, acaso, “la suma de certidumbres acumuladas” que constituye la realidad no quiera saber nada de los cuerpos en su dimensión deseante, en eso que sorprende, “la pequeña liberación de angustia que se produce cada vez que de verdad se trata del deseo”, como dice Lacan. El psicoanálisis descubre que el deseo se diferencia de las necesidades y puede que en un análisis alguien se entere de que “el deseo presenta en sí mismo un carácter peligroso, de amenaza para el individuo, evidenciado por el carácter claramente amenazante que comporta para el rebaño”. “Hablamos del peligro de estar vivo”, escribe Fito Páez. No hay cuerpo del deseo sino al costado del camino. En ese sentido es que la frase de Freud, “la anatomía es el destino”, trae el cuerpo en su dimensión real de nuevo al primer plano. Porque, como sugiere Lacan, “el psicoanálisis implica por supuesto lo real del cuerpo”.

Es que, acaso, “la suma de certidumbres acumuladas” que constituye la realidad no quiera saber nada de los cuerpos en su dimensión deseante, en eso que sorprende

Me gusta volver sobre esa frase con sus distintas capas, en sus matices, con las lecturas que a su vez fue teniendo. Freud se refería a la anatomía sexual. Y causó escándalo porque se lo leyó –y se lo lee– de una manera algo sesgada: el sexo biológico nos determina en la elección sexual. Pero Freud no está diciendo eso sino que, parafraseando a Napoleón, la anatomía, así como la geografía, no se puede eludir. Que sea destino no significa que sea determinante de la posición sexuada o que sea ineluctable; significa, como dice Juan Ritvo, “que la diferencia sexual anatómica es ineludible; a ella hay que responder, sea como sea. Hay que responder no a caracteres positivos y puntuales, sino a una oposición diferencial entre los sexos”. Se trata de la diferencia y también se trata del corte. Fue en esa clave que Lacan leyó la frase de Freud: la anatomía en el sentido de corte, el corte es el destino. Porque no hay cuerpo sin corte. El 15 de mayo de 1963, Lacan se ocupa de esta frase de Freud y dice que se convierte en verdadera si le damos al término “anatomía” su sentido etimológico, es decir, la función de corte: “El destino, o sea la relación del hombre con esa función llamada deseo, sólo se anima plenamente en la medida en que es concebible el despedazamiento del cuerpo propio, ese corte que es el lugar de los momentos electivos de su funcionamiento”. Y es ahí que propone el neologismo separtición –que condensa “separación” y “partición”– sin la cual no hay deseo posible.

Cada vez que vuelvo a leer la frase “la anatomía es el destino”, me gusta detenerme también en la noción de destino. Y me gusta la forma en que Lacan se refiere a él: “Las casualidades nos empujan a diestra y siniestra, y con ellas construimos nuestro destino, porque somos nosotros quienes lo trenzamos como tal. Hacemos de ellas nuestro destino porque hablamos. Creemos que decimos lo que queremos, pero es lo que han querido los otros, más específicamente nuestra familia, que nos habla. Este nos debe entenderse como un complemento directo. Somos hablados y, debido a esto, hacemos de las casualidades que nos empujan algo tramado”. En ese sentido, Anne Boyer escribe que “cada persona, cada cuerpo es un historiador secreto trabajando en el mismo volumen: la piel como los anales de la sensación, los genitales como los chistes que cuentan los bufones, los dientes como el auge y caída de lo que muerde”.

La anatomía también es el destino, la anatomía es la trama que hacemos con eso que hicieron de nosotros, la anatomía es la trenza pero también es el rulo, la vuelta que damos alrededor de esas palabras y con esas palabras

La anatomía también es el destino, la anatomía es la trama que hacemos con eso que hicieron de nosotros, la anatomía es la trenza pero también es el rulo, la vuelta que damos alrededor de esas palabras y con esas palabras; la anatomía es un destino singular que nunca está del todo escrito. Y también me gusta cuando Lacan dice que el analizado viene a buscar al análisis ese algo que hay que encontrar, “el tropo por excelencia, el tropo de los tropos, lo que llaman su destino”. Y si bien el análisis no es la introducción del sujeto a su destino, el analista está, dice Lacan, implicado de alguna forma en ese destino. Un destino que se encuentra, un destino que se va escribiendo, que se va leyendo en el rodeo de un análisis. Entonces, la anatomía también es el destino, también entra en la historia: “No hay teoría, sino un relato de pequeñas catástrofes jugadas dentro de los espacios interestelares de la carne”, escribe Valerio Magrelli.

AK