Entrevista

Liliana Heker: “Esta época necesita más que nunca de la palabra para contrarrestar tanto exabrupto oficial”

“Estoy viviendo una especie de vorágine”, asegura y se sienta de espaldas a su escritorio. Apenas una pausa, para volver a arrancar. “No lo esperaba”, dice y se ríe con toda la cara. Liliana Heker acaba de lanzar Noticias sobre el iceberg (Alfaguara, 2024), una novela que tiene como protagonista a Greta, una escritora que pasó los 70 años, hace tiempo que no publica ni da entrevistas y vive retirada. En la vereda opuesta, Heker, que en febrero cumplió 81, acaba de lanzar este libro y la reedición de Diálogos sobre la vida y la muerte (HB, 2024), dio una clase pública frente al Congreso en rechazo a las políticas culturales del gobierno nacional y es la autora elegida para dar el discurso inaugural de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, en un acto previsto para este jueves 25 de abril desde las 18 y que promete ser especial.

“Se juntaron varias cosas. No suele ocurrirme. Y hoy la realidad exige, o  por lo menos yo siento que a mí me exige, una presencia continua. Sinceramente creo que en este momento hay que estar presente. Hay que opinar, hay que participar. Yo no me hubiese imaginado dando una clase pública como di en el Congreso y sentí que sí, que estaba bien hacerlo. Es otra de las maneras de expresarse que tiene un escritor. Siempre he sostenido que el escritor como creador se toma todo el tiempo que necesita, busca, relee, corrige para la ficción que quiere escribir. Pero al mismo tiempo, una cuenta con una herramienta invalorable que es la palabra. Y muchas veces la palabra tiene un valor inmediato. Es una respuesta inmediata a algo que no puede esperar a que yo termine una novela o un cuento. Seguramente va a salir mucha ficción de esta época que estamos viviendo. Porque da para muchas ficciones. Pero no van a salir mañana. Ahora nuestras palabras se necesitan de manera explícita, es decir, de manera directa. Entonces creo que, por lo menos tal como yo entiendo mi oficio, todo esto es parte de mi oficio como escritora”, reflexiona ante elDiarioAR.

– En Noticias sobre el iceberg se cuenta que a Greta le ocurrió “un cruce dichoso que ilumina lo por–escribirse y abre puertas imprevistas” y que ese acontecimiento le ocurrió a los 30 años. También se menciona como motor de la escritura “la irrupción no prevista de un mundo inexplorado”. Quería preguntarte cuál fue la irrupción que te llevó específicamente a esta novela y a escribir en este género después de más de dos décadas.

– Es bastante complejo el proceso de escritura de esta novela y creo que muy diferente del proceso de las otras novelas. Zona de clivaje, por ejemplo, empezó como una idea de un cuento cuando yo tenía 20 años y sabía a dónde iba a ir a parar. Pese a que con los años cambié totalmente el final porque ya no me representaba o porque cambié yo. Pero siempre supe dónde iba a ir a parar. Siempre tenía una idea general. En El fin de la historia sin duda tenía una historia muy fuerte que era la columna vertebral de lo que quería contar. Con esta novela fue distinto. En el 2013, creo, escribí una escena de una mujer de ya muchos años –en ese momento creo que alrededor de 70–, tratando de hacer la vertical mientras suena el teléfono porque alguien la llama para pedirle una entrevista. Eso tenía y no tuve más que eso. Todavía no se llamaba Greta, se llamaba Vera, y trataba de hacer la vertical. Pero quedó ahí, como esas ideas que están ahí dije “algún día la voy a escribir”. Antes de que empezara la pandemia yo había terminado y publicado La trastienda de la escritura y se había producido uno de esos blancos en que una dice “¿y ahora qué?”. Se me cruzaron varios cuentos que quería escribir, algunos incluso que voy a escribir pronto. Y en un momento, fue exactamente el 25 de febrero del 2020, dije “no, voy a volver a Greta”. Pero fue una decisión, no fue escritura. A partir de ahí tengo muy claro que fue un período de escritura muy incierto. No tenía del todo la trama. Sabía que el desencadenante iba a ser una entrevista que le quieren hacer. Y empecé a saber, sin tener idea del motivo, que Greta por alguna razón hacía muchos años que no contestaba entrevistas. Pero fijate el grado de incerteza que yo tendría, que todavía no había decidido a qué se iba a dedicar Greta. Podría parecer raro ahora, porque parece central que ella sea escritora, parece ineludible. Pero en ese momento le di vueltas hasta que decidí que iba a ser escritora. Así que es una novela que fui construyendo y modificando durante el proceso de escritura. Nunca me había pasado eso. Fue fascinante. También la idea de escribir o contar el proceso creador de novelas que no existen, como las que escribe Greta.

–En este sentido, aparece en todo el libro una voz interior de Greta que es muy tremenda. Graciosa, porque la novela tiene mucho humor, pero también implacable con ella misma y con lo que la rodea. ¿Cómo nació esa voz?

– Se me coló esa voz, esa conciencia no ortodoxa que tiene Greta. En algún momento inclusive salió el nombre de la Enana Jodida, que aparece en la novela. No fue al principio, pero apareció. Y se me siguió metiendo y después me gustó mucho hasta se me impuso esa voz y la acepté. Creo también que esta vez solté cierta zona mía, aunque no me lo había planteado mientras escribía. No me planteé que iba a tener mucho humor, pero en general el humor me constituye a mí. Entonces se ve que apareció con bastante naturalidad en esta novela pese a que lo que le pasa a Greta no necesariamente es divertido. 

– El libro plantea la historia de una mujer que, si se quiere, está un poco más pegada a tu experiencia vital que en otros libros. Es escritora, vive con gatos, tiene una edad cercana a la tuya. ¿Cómo te animaste a esto?

– No tuve ninguna resistencia. Una vez que me largué, que vi que iba a ser escritora, no tuve ningún problema. La vida de Greta tiene contactos, pero no es mi vida. Ella de alguna manera está más desamparada que yo. No tiene el espacio de una revista como yo tuve (N. de la R: se refiere a El Esca­rabajo de Oro y El Ornito­rrinco, publicaciones que creó y de las que fue responsable, junto con Abelardo Castillo). Ella está muy sola. Yo desde los 16 años y en mi vida en general, digamos, a través de la literatura no estoy sola. Greta no tiene esa experiencia y tiene una experiencia bastante más complicada. Sí va al café La Comedia, café que yo frecuentaba. La Comedia ya no existe, pero algunos otros que frecuentamos en aquella época hoy son cafés notables. Cuando yo los transitaba eran solamente cafés, no tan notables (risas). Así que es un personaje que se me parece en varios aspectos y a quien yo le cedo algunos episodios de mi vida. Pero con eso construí una protagonista que tiene una vida totalmente distinta de la mía.

– Decías que algunas escenas de este libro te aparecieron después de La trastienda de la escritura, donde reuniste reflexiones sobre tu oficio. En esta novela, que podría pensarse como un reverso de aquel libro, desde la ficción, aparece una especie de lado B de la escritura, con escenas a veces disparatadas. ¿Pensaste que era momento de correrse de algún tipo de solemnidad? Sobre todo pensando que venís de una generación de la que hoy se tiene una imagen de seriedad o rigurosidad.

– Es que, como vos decís, es la imagen que se tiene de ahora. Pero nosotros no teníamos nada de eso. Éramos muy jóvenes y carecíamos de solemnidad. Todos. Todos. Abelardo Castillo o Ricardo Piglia. O Miguel Briante, que tenía un talento impresionante. Era borgeano, escribía desde los 17 años. ¿Pero solemnes? Para nada. ¡Nos peleábamos como locos! Teníamos una vida de cafés, se tomaba muchísimo, ¡pero muchísimo! Y eran bebidas blancas, whisky, no se tomaba cerveza. A mí, que fumaba muy poco, me decían “no, vos estás fumando mal”, y me enseñaron a tragar el humo y después me envicié totalmente. Es decir, era natural fumar mucho, tomar, probar con las anfetaminas. Así que de solemnes no teníamos nada, absolutamente nada. Éramos muy jóvenes, era una época en que nos sentíamos muy libres y nos sentíamos parte de una generación, que es la generación del 60. Pero salvo Abelardo (Castillo) ninguno había publicado nada. Así que no teníamos nada de la imagen que después se pudo haber constituido de lo que es supuestamente un escritor. 

– Para tomar una imagen que trae el propio libro desde su título, la historia muestra un deshielo de Greta, a partir de que se aproxima a Marcos y Albertina, dos chicos jóvenes. ¿Cómo pensás estos cruces desde tu generación y desde tu experiencia, dado que con los años te convertiste también en formadora con tus talleres de jóvenes escritores?

– Sí, por suerte yo estoy continuamente en contacto con gente muy joven. Gente mucho menor que yo, a quienes considero amigos y que seguro que me consideran amiga. Amo a la gente joven. Y me importaba ese enfrentamiento en la novela y al mismo tiempo ese encuentro. Porque sí, hay cosas que una ha vivido en su generación y que las puede transmitir, pero muy difícilmente las puede compartir con alguien que no las ha vivido. Greta siente que hay una identificación, por ejemplo, con Albertina. Hay cosas que tienen en común y otras en las que ve que tienen experiencias totalmente distintas. Creo entonces que hay un encuentro y al mismo tiempo una distancia insalvable. Yo viví ciertas cosas y no viví otras que vive la nueva generación. Me las pueden comunicar, las puedo comunicar, pero yo tengo la vivencia de una generación en la que éramos todos realmente muy locos, nos lanzábamos a la vida. Hacíamos ostentación de una vida que a lo mejor la vivíamos a medias, pero igual hacíamos ostentación de la vida, esa es la verdad. 

– En el libro, Greta expone de sus dudas. Piensa que ninguna época es dorada del todo, pero que en su juventud estaba la idea de la revolución en el horizonte y eso hacía que no hubiera lugar para la desesperanza. ¿Coincidís con esa mirada del personaje? 

– Sí, también aparece esto en El fin de la historia, que transcurre durante la dictadura militar y sin embargo la protagonista dice que la esperanza la constituye, que no puede renunciar a la esperanza. Es que nos formamos en un tiempo de esperanza creyendo que estábamos muy cercanos a un cambio social. Un cambio que francamente nunca ocurrió. Creo que Greta no sé si tiene esperanza, tal vez tiene, y ella misma lo dice, cierta zonita inevitable de optimismo. No puede dejar de lado eso que tiene. Irene Gruss, mi gran amiga y gran poeta, una vez refiriéndose a mí decía que mis cuentos son muy terribles, pero que siempre hay en ellos una ventana. A mí me gustó mucho eso que observó Irene. Era sabia Irene. Una gran amiga. Eso también le pasa a Greta. Es decir, no puede renunciar a esa ventana en la que tal vez hay una posibilidad. No sé si llamarlo esperanza, pero es eso, una posibilidad. A mí también esto me constituye. No puedo renunciar a esa idea de que a lo mejor encontramos la manera de que esto que nos está pasando cambie. Y que cambie para mejor.

– En otra parte de la novela se dice que a Greta la realidad se le fue de las manos y ella se pregunta si es posible volver a entusiasmarse con algo de la escritura. ¿Te ha pasado a vos? ¿Se puede perder ese impulso, ese entusiasmo?

– Las ganas, yo le llamo las ganas. Y creo que se pueden perder las ganas. Y es muy terrible, pero creo que cuando no hay ganas lo mejor que una puede hacer es no escribir. Colgar los guantes, como digo en La trastienda de la escritura. Sobre todo cuando una termina un libro, aparecen períodos medio en blanco. Esos no provocan angustia. Pero cuando se prolongan esos momentos a mí me provocan angustia. Porque me puedo llegar a plantear “¿y si nunca más tengo ganas?”. Porque no está escrito que una siempre tiene que escribir. Una tiene oficio pero con oficio solo no se escribe. Incluso yo creo que hay escritores, y se nota, que han sido muy buenos, excepcionales, y que llega un momento que decís “¿para qué sigue escribiendo si esto que hace no le agrega nada a lo que ya lleva escrito?”. Y ahí te das cuenta de que no hay ganas de escribir y de que simplemente siguen escribiendo porque son escritores. Creo que ahí lo mejor es no escribir. Debo decir que yo tuve un período largo en el que realmente no podía terminar nada de ficción, entre La crueldad de la vida que publiqué en el 2001 y La muerte de Dios, que salió en el 2011 y que había escrito a partir del 2009. Con el correr de los años estaba muy inquieta. Ahora fue distinto, porque La trastienda de la escritura me dio ganas de seguir escribiendo solo que me costó decidir qué era lo que quería escribir. Ahora es distinto, en este momento tengo muchas ganas de escribir y sé qué quiero escribir. Tengo dos libros en espera, uno con cuentos y el otro es un libro que también es narrativo pero creo que no va a ser ficción, va a ser otro tipo de narración. Ahora estoy en la vorágine, pero ya llegará el momento, espero que pronto, en que tenga cierta calma y pueda ponerme a escribir. Pero la verdad es que ganas tengo. No esperaba todo esto de mí a los 81 años.

– ¿Qué implica en este momento para vos dar el discurso inaugural de la Feria? ¿Cómo recibiste esa invitación?

– La invitación la sentí con relativa naturalidad. Lo que pasa es que la circunstancia que estamos atravesando en el país lo vuelve muy especial. Vuelve muy especial ese discurso porque es ineludible aludir a la realidad que estamos viviendo. Entonces también lo siento como un acto, es decir, como una acción que tiene un peso inmediato. Así que tiene un valor particular para mí.  

–¿Te llevó mucho tiempo pensar lo que querés decir?

– Pensarlo no. La idea central de lo que yo quería decir la tengo hace un tiempo, incluso a quien más le voy contando lo que voy escribiendo es a Sylvia Iparraguirre y hace dos meses le conté la idea central, que está vinculada con el acto de la lectura. Nosotras cada tanto nos encontramos, nos tomamos algo y charlamos todo. Desde entonces fui anotando cosas que iban pasando y que a mí me pareció que podían tener que ver con lo que yo quería decir. Pude terminar un primer borrador completo. Y estos últimos días me decidí y  dije “ya está”. Lo terminé ad referendum de que haya algún acontecimiento  en las últimas horas que me exija agregar aunque sea una frase más. 

– Hablabas de tu sorpresa de verte a los 81 publicando una nueva novela. ¿Qué te pasa de verte también ahora marchando por la educación pública, como hiciste en tu adolescencia y narraste en más de una ocasión?

– Es una sensación extraña verme como aquella vez, con la lucha por la defensa de la ley 1.420, la de la enseñanza gratuita, laica y obligatoria, cuando irrumpimos como estudiantes secundarios. No me imaginé que a esta edad yo iba a estar de nuevo en la Plaza o en las manifestaciones. Porque en algún momento pensás que la vida va a entrar en un cauce amable, deseado, y que ya no va a ser necesaria la lucha. Pero bueno, con ochenta me tocó dar esa clase abierta en la Plaza del Congreso y estos días estamos volviendo también. En los ‘60 se hablaba mucho de los intelectuales, de la función de los intelectuales. Intelectual es una palabra que se perdió. Los intelectuales tienen cada vez menos peso, esa es la verdad. Pero creo que en esta Argentina, sin dudas forzados por las circunstancias, salimos al ruedo de nuevo. Esa es mi sensación. Y no hablo solo de escritores, hablo de gente que sale a manifestarse desde la ciencia, desde el derecho, desde la economía, desde la docencia, desde la actividad universitaria. Esta época necesita más que nunca de la palabra para contrarrestar tanto exabrupto oficial.

AL/MG