Martín Rejtman: “El encanto de un viaje está en verse como otro y pensar cuánto de tu contexto te arma como persona”
Acaba de publicar “Cuarto sucio, ubicación peligrosa”, en el que registra escenas de sus recorridos por el mundo donde se cruzan recepcionistas malhumorados, hoteles anodinos y sorprendentes, equívocos, compañías ocasionales de retiros de yoga, festivales o residencias literarias. Su mirada sobre el tiempo, por qué siempre aparece el dinero en su obra y la importancia de los regresos.
El director de cine y escritor Martín Rejtman nació en Buenos Aires, en 1961. Gentileza UDP
Ser pasajero: cuando lo invitan a dar una conferencia, a un festival, a formar parte de una residencia literaria en un país remoto o en alguna ciudad argentina. Ser pasajero: cuando elige recorrer algún paisaje deslumbrante o hacer un retiro de yoga. Ser pasajero: cuando algún recepcionista de hotel no termina de entender lo que le pregunta, cuando hay confusiones, demoras y equívocos muy graciosos. Ser pasajero: enredarse, dar vueltas, volver a lugares conocidos, perderse en los desconocidos, ver cómo se repiten, cómo se singularizan y, finalmente, de qué están hechos los días.
El cineasta y escritor Martín Rejtman acaba de publicar el libro Cuarto sucio, ubicación peligrosa (Ediciones Universidad Diego Portales, 2025), una suerte de diario personal donde registra a lo largo de más de quince años una gran cantidad de viajes que hizo por trabajo o por placer. El hilo que une a los textos, justamente, es el tránsito, el pasaje, el ir y venir que, con gracia, con austeridad y con elegancia, Rejtman reconstruye a partir de sus observaciones. Así, los números de las habitaciones de hoteles de Curitiba, Tokio, Santiago de Chile, Washington, Londres, Cachi o Bangkok son excusas para mirar, para capturar diálogos insólitos, para pensarse a sí mismo y también a los otros.
La tapa de "Cuarto sucio, ubicación peligrosa", de Martín Rejtman. Ediciones UDP
– Quería arrancar por tu vínculo con la escritura. Evidentemente al principio parece haber estado asociada ciento por ciento con el cine hasta que decidiste que se abría, que iba hacia otro lado, como ocurrió con los cuentos. ¿Tenés registro del momento de esa bifurcación? ¿Fue así?
– Sí, más o menos sí. ¿Viste que hay historias que uno cuenta y que las repite tanto que se convierten en una especie de mito personal? (risas). Y después ya no sabés si son ciertos o si son inventos tuyos. Así que mi invento o por lo menos mi idea de cómo fue que empecé a escribir literatura se da cuando yo me fui a estudiar a Estados Unidos. Ahí quería escribir guiones de cortos y ponerme a filmarlos enseguida. En un momento me di cuenta de que no iba a poder filmarlos a todos, que uno puede filmar determinada cantidad de cosas pero no podés filmar todo. Esto por ahí pasa cuando tenés 20 años y tenés muchas cosas en la cabeza. Fue ahí que empecé a escribir algunos cuentos, bastante malos me parece, pero después volví a Buenos Aires con la idea de hacer un largometraje. Ese largo se pinchó, se filmó una semana y no se pudo terminar. Rosario Bléfari era la protagonista. En ese tiempo me puse a escribir los cuentos de Rapado que después fueron el origen del guión de la película. Creo que cuando escribí esos cuentos ya tenía pensado un poco que de ahí quería sacar una película. Se ve que pesaba el trauma de no haber podido terminar la otra, aunque esto lo estoy pensando ahora, y dije bueno, por ahí es momento de hacer algo concreto, posible, que empiece y termine como los cuentos. Algo que pueda terminar yo en mi casa sin necesidad de tener que juntar la plata, reunir un equipo técnico, llamar a los actores y hacer todo lo que implica una película. Pero bueno, había empezado a escribir literatura antes, en Estados Unidos, un poco por sobreabundancia de ideas para decirlo de alguna manera, no sé. Por una cosa un poco adolescente, también.
– ¿A Estados Unidos habías ido a estudiar cine, pero tu formación previa acá había sido en Letras?
– En realidad acá fui a la Facultad de Filosofía y Letras un año. Yo quería dedicarme a hacer películas. En ese momento mi mamá me dijo: “Tenés que ir a la Facultad por lo menos, estudiar algo, si no, no vas a tener nada para contar”. ¡Y tenía razón! (risas). Así que me anoté en Filosofía y Letras, pero en la carrera de Historia. Hice un año y no terminé, creo que varias materias que hice eran de Letras. De todas maneras, no estudié nunca realmente literatura. Si no me equivoco, tampoco fui nunca a un taller literario.
– ¿Eras muy lector de chico?
– Sí, de chico fui siempre lector. Empecé a ver películas y empecé a leer con interés más o menos al mismo tiempo, a los 13. En mi casa había una biblioteca muy grande, la biblioteca de mi mamá. Fue todo un tema este año que falleció mi vieja y no sabía qué hacer con sus libros, que también eran los libros con los que yo empecé a leer. Con los objetos por ahí es más fácil: algunos los regalás, otros los vendés, otros los tirás. A los libros yo no quería tirarlos. Entonces decidí quedarme con algunos y otros los regalé entre amigos. De alguna manera dispersé esa biblioteca.
– ¿Te acordás qué literatura había ahí?
— Sí, había muchos policiales, aunque yo no leía tanto los policiales, iba más por algún latinoamericano. Había de todo, me acuerdo que mi mamá me dio para leer a los 13 o 14 El lamento de Portnoy, de Philip Roth y El pájaro pintado de Jerzy KosiÅski que es un libro muy violento sobre la guerra, con mucha violencia. No sé por qué, no sé qué le agarró a mi vieja para darme esos libros. No sé si fue algo consciente, como para tirarme todo de golpe o si fue como un desliz. Ella en esos años leía un montón y estudiaba teatro, aunque no era artista ni nada que se le parezca pero estaba en contacto con esos circuitos de Buenos Aires, la Galería del Este y qué sé yo. Yo después seguí, leía bastante Cortázar, Vargas Llosa, Sábato. Me leía un libro en dos días. Era un lector súper ávido.
¿Viste que hay historias que uno cuenta y que las repite tanto que se convierten en una especie de mito personal? Y después ya no sabés si son ciertos o si son inventos tuyos. Así que mi invento o por lo menos mi idea de cómo fue que empecé a escribir literatura se da cuando yo me fui a estudiar a Estados Unidos.
– ¿Cómo surge el proyecto de Cuarto sucio, ubicación peligrosa? Porque por ahí contás que el plan de escribir sobre viajes ya estaba hacía un tiempo.
– Sí, la idea del libro viene desde hace mucho. Fue Leila Guerriero la que me propuso hacer este libro hace un montón a partir de unas crónicas que Julián Gorodischer me pidió que escribiera para Clarín. En ese momento yo escribía algunas notas periodísticas cuando necesitaba algo de plata. Hubo un tiempo en el que el periodismo o la escritura daban un poco más de plata que ahora, ahora no dan nada. De hecho fue en ese momento también que me mandaron a cubrir la Ruta 66 en Estados Unidos para el primer número de la revista El Planeta Urbano. Para lo de Clarín, Julián Gorodischer primero me dijo si no hacía unas crónicas sobre taxis. Yo dudaba porque la verdad es que no tomaba muchos taxis o no me parecía tan interesante. Justo estaba por irme de viaje a Europa, donde no iba a tomar taxis porque eran carísimos. Entonces le digo que por ahí podía hacer crónicas de hoteles. Y así fue, salió en el diario y eso lo leyó Leila, que después me llamó por teléfono sin conocerme para preguntarme si quería hacer un libro con eso. Yo no sabía si era una buena idea y estuvimos así con un tira y afloje sobre eso durante mucho tiempo. De todas maneras seguí tomando notas sobre el tema en mis viajes, durante unos 12 o 15 años. Yo pensaba, por ahí, en hacer algo donde aparecía en una parte del libro con mi punto de vista, pero también con otros escritores. Porque me parecía demasiado cargar sobre mí el peso de tener que escribir un libro sobre lo mío. Algo de esa idea, sin embargo, fue quedando y a lo largo del tiempo seguí escribiendo. Hasta que el año pasado volví a contactar a Leila y le dije “che, ¿estás enojada conmigo?”. Y por suerte me dijo que no (risas). Le conté que tenía muchas notas que había tomado en todo este tiempo. Me dijo “bueno, mandame y vemos qué hacemos”. Y ahí se armó, rapidísimo. Cuando nos pusimos a revisar el material hablamos mucho, ella revisaba y me hacía propuestas. Con ella fue un trabajo muy generoso de su parte, exhaustivo, excelente.
– Al leer el libro, hay un giro autobiográfico en el material que pareciera desmarcarse de tus otros libros y de tus películas. Uno puede suponer que siempre hay elementos propios de la vida de los autores o directores, pero acá aparece una primerísima primera persona…
– Sí. ¡Y es todo lo que cuento es cierto además! (risas). De todas maneras, no fue la primera vez. Hay dos ejemplos anteriores. Uno es un libro donde publiqué el guión de Silvia Prieto. Yo había escrito un diario de rodaje, y aunque no lo había hecho para publicar ni nada, cuando se lo mostré a Rosario (Bléfari) me dijo “está buenísimo”. Después hablé con Fernando Fagnani, que era el editor de Norma, y se lo mostré, también le gustó mucho y decidimos incluirlo. Antes estuvo un libro que se llama Treinta y cuatro historias que está dentro de otro libro sobre Guillermo Kuitca que se publicó en los ‘90. Ahí hay algunas que son historias personales y otras que son historias de Guillermo: una especie de libro raro con algunas cosas completamente en primera persona, aunque no se dice cuáles son en primera persona mía y cuáles son en primera persona de otros personajes que aparecen.
Rosario Bléfari en una escena de la película "Silvia Prieto", de Martín Rejtman. Mubi
– En cine usaste varias veces la voz en off para que tus personajes relataran en primera persona algunos episodios. En este libro esa primera persona mira, cuenta, describe a partir de esas notas que fuiste tomando. ¿Tuviste que trabajar mucho esa construcción o fue algo fluido?
– Sí, tomé notas en los viajes y después lo redacté. De hecho lo que hice el año pasado fue agarrar todas las libretas y las notas de la computadora y busqué todo lo que tuviera relación con viajes u hoteles. En algunos había anotado hotel, el número de la habitación. En otras no tanto y tuve que investigar un poco, buscar atrás en mis mails. Pero a la hora de redactarlo no hubo una idea de construcción de nada. Solamente pensaba que cada pequeña historia fuera una pequeña historia, un pequeño relato. Nunca hubo una idea de construir un personaje ni se me ocurrió pensar en cómo construir una primera persona. Porque creo que en el momento en que te sentás a escribir en primera persona eso ya está, está dado me parece. ¡Sobre todo porque acá soy yo! Cuando me preguntan por las películas siempre pasa que quieren saber de dónde vienen. Obviamente que los materiales con los que uno construye las ficciones siempre tienen mucho personal. En mi caso mucho, pero nunca nada de todo eso es autobiográfico. Hice La práctica, una película sobre el yoga. Y, sí, yo practico yoga. Fui a un retiro de yoga mucho tiempo en un viaje al norte de Santiago de Chile. Y, como el protagonista, también me caí en una alcantarilla. Todo eso pasó pero no soy yo, como en este libro.
– En dos entradas del libro hay referencias interesantes al tiempo. Una que tiene que ver con la administración del tiempo, te preguntás, y te cito, por “cuánto hay que dedicarle a escribir, cuánto a leer y cuánto a vivir”. En otro tramo hablás del tiempo de los viajes como un paréntesis, un tiempo distinto sin progresión. ¿El tiempo en general es un asunto que te inquieta o querías pensarlo particularmente acá?
– Sí, para mí es un asunto el tiempo. El tiempo como la idea de perder el tiempo. El tiempo en el que no hago nada. El tiempo que le dedico, no sé, un día entero a escribir una oración. Pero no por detallista y perfeccionista, sino porque me distraigo. El tiempo siempre es un tema para alguien que se dedica, como yo, a actividades no tradicionales. Los que no tenemos un trabajo fijo ni un horario concreto. Muchas veces ni siquiera tenemos un plazo de entrega y cuando hay un plazo de entrega ese límite te sirve siempre porque te ayuda a ordenarte. Pero donde yo me muevo es una cosa más difícil de gestionar y de administrar me parece. Encima a mí me pasa que voy fluctuando entre esos períodos laxos y otros donde el tiempo es bastante organizado y marca todo como por los rodajes donde cada minuto, cada segundo cuenta. Tenés que usar el tiempo de una manera súper eficiente. A veces trato de pensar de manera optimista, esto de que en verdad un escritor está todo el tiempo trabajando. Quiere creer eso, pero también la realidad me lleva a pensar que soy un poco vago o que en realidad trabajo muy poco. O mucho menos de lo que debería trabajar. Me está pasando en estos días que me cuesta mucho ponerme a trabajar. A veces me pongo a escribir y cierro un párrafo y digo “ya está”. Pero no digo “ya está” para todo el día, es como que me siento aliviado y ya puedo pasar a otra cosa.
Cuando me preguntan por las películas siempre pasa que quieren saber de dónde vienen. Obviamente que los materiales con los que uno construye las ficciones siempre tienen mucho personal. En mi caso mucho, pero nunca nada de todo eso es autobiográfico.
– En los viajes que describís aparece una especie de media lengua, un inglés un poco roto que hablan personas que no tienen al inglés como primera lengua y vos mismo. Algo muy tuyo de lo absurdo de la incomunicación o de los equívocos.
– Sí, puede ser. Es que se usa un idioma que no es de nadie. Muchas veces, cuando uno tiene que hablar con la gente en los hoteles, es porque hay algo que falta o algo que no funciona. En general la gente está entrenada para responder sobre cosas que funcionan, no sobre cosas que no funcionan. Y, al mismo tiempo, uno tampoco está tan entrenado en cómo resolver esos problemas. Y en los viajes problemas hay todo el tiempo. Entonces sí, se arman situaciones de una comunicación muy extraña o un poco balbuceante.
– También hay algo cómico, ¿lo pensás a la hora de escribir? ¿Te interesa que haya humor en lo que relatás?
– A mí esas cosas me dan mucha risa. Lo que pasa es que el ser consciente de que uno está escribiendo un libro hace que uno se pueda ver un poco más desde afuera. Entonces, todo lo que a otra persona probablemente lo enojaría, a mí me divierte. Y no solo me divierte sino que me produce cierta satisfacción porque digo “ah, tengo material que está bueno” o “con esto acá tengo algo más para contar”. Se habla del vértigo de “la hoja en blanco”, pero en mi caso era el de la habitación vacía: tenía miedo de abrir y que no hubiera nada. Pero creo que tener el libro entre manos me ayudó a estar atento. Y en general tengo el oído puesto en esas situaciones. El ojo puesto en eso. No sé si es algo buscado, pero sí le presto atención a esas cosas.
– Y querés que el que te lea se ría con lo que escribís.
– Sí, espero que sí. A veces me preguntan si en tal película había que reírse o no había que reírse. O hay gente que me dice “che, me reí mucho pero no sabía si estaba bien”. No están seguros de que tenían que reírse o no tenían que reírse. Me llama la atención y me causa gracia eso porque para mí es bastante obvio eso en el humor: que si te reís, te reís y listo. No hay mucha pregunta ahí, me parece.
Además de ser autor y director de películas como "Rapado", "Silvia Prieto", "Los guantes mágicos" y "Dos disparos", Rejtman es autor de libros de relatos como "Velcro y yo", "Literatura y otros cuentos" y "Tres cuentos". Gentileza UDP
– En este libro se cuelan noticias o personajes vinculados con la política. Se menciona a José Antonio Kast, por ejemplo, que por estas horas es noticia en Chile. Y también aparece el nombre de Javier Milei cuando hablás con un taxista. ¿Eso fue buscado? ¿Te interesaba que estuviera esa dimensión política o lo pensaste como un registro documental de época?
– Me parecía que estaba bien que el libro tuviera cierta cosita documental. Pero lo de esos personajes no fue buscado para nada, eran situaciones que pasaban y me gustaba que estuvieran. Me gustaba que uno pudiera relacionar determinados momentos de los viajes con épocas particulares.
– En tus películas la dimensión política es clara, aunque no está en primer plano, no se podría decir que hacés un cine militante o un cine político en los términos en los que se solía hablar en otras décadas del país. Pienso, sin ir más lejos, en Silvia Prieto, para mí la película que cierra los ‘90 en Argentina, la que traza un límite, la que pone a circular rollos de dólares, chicas que cortan la calle en Palermo y demás. ¿Te interesa la política?
– A ver, me interesa la realidad. O, mejor dicho, no me interesa el cine político en sí mismo. El rótulo de “cine político” me parece un poco una pavada. Como la idea de “cine de género”, todas esas definiciones me parecen auto limitantes. Me parece que cualquier película obviamente va a estar reflejando un contexto político y lo tiene que hacer sí o sí. No hay forma de que no ocurra. Pero querer ponerle intención a eso me parece problemático. Qué sé yo, no sé. Me acuerdo de cuando vi La hora de los hornos, por ejemplo, que es la película política argentina por excelencia o a la que le ponen rápido ese rótulo. A mí me interesó más como una película pop que como una película política. Obviamente estaba la política metida ahí, pero lo que más me llamó la atención era lo pop que era. Y eso seguramente pasa a pesar de la voluntad de los directores. Creo que en general siempre es más interesante lo que pasa “a pesar de” antes que lo que pasa intencionadamente. Hay más verdad en eso. Hay más política, también.
Para mí es un asunto el tiempo. El tiempo como la idea de perder el tiempo. El tiempo en el que no hago nada. El tiempo que le dedico, no sé, un día entero a escribir una oración. Pero no por detallista y perfeccionista, sino porque me distraigo. El tiempo siempre es un tema para alguien que se dedica, como yo, a actividades no tradicionales
– El dinero suele ser problemático para el arte en general y diría que para las personas que se mueven en el mundo cultural. Cuesta hablar de plata, es un asunto que se omite o se ve desde la distancia. Sin embargo, en tu obra en general y en este libro en particular el dinero está presente: sabemos cuánto cuesta una noche de hotel en tal lugar, un traslado, algo que comprás o regateás para que salga menos. ¿Te interesaba que quedara ese registro también?
– No sé, eran las notas que tomaba. Y esas notas son el documento de un momento, me parece que eso es lo que cuenta. Pensando en el dinero, está el libro de Rosario (N. de la R: se refiere al libro Diario del dinero, de Rosario Bléfari, publicado por Mansalva). Yo todavía no lo leí. En este caso es más una cuestión de necesidad que otra cosa. Y anotarlo, me parece que hacía parte del viaje: cuando uno viaja va tomando decisiones en relación al dinero que tiene. A qué hotel vas, qué comes, qué haces después, cuánto tiempo te quedás. Todo eso tiene mucho que ver con cuánto dinero tenés. Entre la gente que yo conozco, es muy poca la que no tiene ninguna limitación en este sentido. El dinero es lo que te pone límites siempre. Me acuerdo cuando era chico que me parecía que nunca iba a suceder el momento en que iba a ir a un restaurante e iba a poder elegir un plato sin mirar el precio. Me parecía que eso era una utopía, que era algo imposible (risas), Y no es que mi familia no tuviera plata, mi familia estaba bien. Pero nunca fue de “pedite lo que quieras”. Siempre vi un límite, me sentí medido. Por ahí esto con el tiempo se afianzó más, porque uno para hacer una película está como contando los centavos todo el tiempo. Y a la vez por ahí tiene que ver con mi personalidad también: por un lado ser muy consciente de la plata y por el otro no tener ninguna noción. O sea, por un lado soy muy consciente de lo que gasto, pero no soy consciente de lo que tengo. De repente un día me quedé sin un centavo y no sé qué hacer, y no tengo plata para tomar un café. Y de pronto encuentro 300 dólares en un cajón que me quedaron olvidados. Ahora no es tan así, ahora es otra situación, pero durante mucho tiempo mi vida fue así, como de no saber, de mucha incertidumbre por un lado y a la vez de nunca pasarla mal realmente. Con muchos viajes hay algo raro y es que tienen que ver con invitaciones. Entonces por momentos parece que tengo una vida de unmillonario y en realidad la mayoría del tiempo tengo que cuidar cada centavo porque no tendría cómo sostener eso del todo.
– Otra zona muy presente en el libro tiene que ver con los regresos, con volver a lugares en los que ya estuviste. ¿Te interesaba esto en particular?
– Sí, me interesa y es algo que noto o algo que trato de mirar. Las veces que vuelvo. Lo que significa volver a otro lugar. Lo que significa volver a tu casa. Mirá, justo acabo de volver de Roma. Yo viví un año en Roma entre el ‘82 y el ‘83 y después volví a la ciudad dos veces. Esta vez estuve un mes y pico, me alquilé un departamento y me fui a escribir ahí. Después de mucho tiempo, algunos después de 40 años, vi amigos de aquella primera vez. Y sí, es como que fui a eso especialmente porque quería volver a ese lugar. Quería ver qué me pasaba de vuelta en un lugar a donde ya había vivido a los 21. ¿Qué me pasa ahí hoy a los 64? Allá había trabajado un poco en cine como segundo asistente de montaje en una película. Pero tuve mucho tiempo de estar viendo qué hacer, de estar buscando un trabajo y una casa. Todo ese año fue un año así, de movimiento. Y de formación también. Y ahora fui a escribir y, aunque estuve más quieto, me vi como tratando de inspirarme con la ciudad de algún modo, como me había pasado antes. Uno siempre está tratando de inspirarse con lo que tiene alrededor. Esta vez también hice una proyección de Silvia Prieto ahí. Vinieron mis amigos, pero ninguno me dijo qué le pareció la película (risas). Después de días así, cuesta volver. Quiero decir: volver a la casa de uno después de un viaje siempre es un tema. Siempre está todo medio mal, ¿viste?
– ¿Te referís a la situación actual, a la economía, a volver a la Argentina del gobierno de Javier Milei?
– Sí, claro.
– Me toca entrevistar a escritores y escritoras todas las semanas y varios me dicen que les está costando escribir en este contexto político, que esta situación los desanima o que se distraen y enojan con las noticias. ¿A vos te pasa algo así?
– Bueno, por algo me quise ir a Italia, sentía que no era un buen momento para estar acá. Tengo un límite de tolerancia muy bajo. Pasan tres meses y ya me quiero ir. Con este gobierno me está pasando eso: no soporto lo que sucede. Y me da ganas de irme, sí, de estar afuera. Respirar otro aire, qué sé yo. Igual acá uno también puede armar su propio circuito o sus propios canales de información. No tengo por qué estar leyendo siempre Diario Milei (risas), podés estar leyendo a otros. Pero claro, a pesar de eso, salís a la calle y ves a la gente que duerme en cualquier parte, te encontrás con la miseria. Es imposible que te mantengas al margen de eso, no hay forma de estar al margen. Después también está el desprecio por la cultura, aunque más que el desprecio, es peor que desprecio, es como una guerra a la cultura. En un punto es desesperanzador, decís “dónde caímos”, ¿no?
– Hacia el final del libro hay una escena muy linda en la que vos mismo no te reconocés en un espejo: de un día para otro te dejaste el bigote. La cuestión de la identidad atraviesa toda tu obra, con personajes que de repente quieren cambiar sus vidas, con esa ilusión de que se pueden intercambiar fácilmente por las de otros. ¿Viajar es intentar ser otro? ¿Buscaste ser otro en los viajes?
– Sí, me gusta la idea de que estás en lugares donde no te conoce nadie. No sé si exactamente querés convertirte en otra persona, pero hay algo de ese anonimato que es lindo. Los viajes tienen algo de eso, de hacerse anónimo en un punto, de borrarse un poco lo que creemos que somos. Por ahí el encanto de un viaje está en verse como otro y pensar cuánto de tu contexto te arma como persona. Como te dije viví en Italia, viví en Estados Unidos. Y de alguna manera ahí no era como acá. Era otro, no hablaba castellano con nadie. Y en Estados Unidos me pasaba también. Era otra persona. Era un estudiante de cine, no era el hijo de mi papá y mi mamá, ni el hermano de mi hermana. Era yo sin todo eso y sin mi idioma también. Hay algo atractivo, hay algo que está bueno en eso. Aunque también, a la larga, algo de eso se puede volver un poco como una carga y creo que por eso siempre volví. Me podría haber quedado en Estados Unidos, me podría haber quedado en Italia, realmente me sentía muy bien. Hice muy buenos amigos. Me parece que disfruto mucho viajar y volver, es como un doble movimiento. Por eso si pasan tres meses y estoy en un mismo lugar ya me empiezo a inquietar.
AL/MG
Sobre el autor
Martín Rejtman nació en Buenos Aires, en 1961. Es director cinematográfico y escritor. Estudió cine en la Universidad de Nueva York Ha escrito y dirigido, entre otros, los largometrajes Rapado (1992), Silvia Prieto (1999), Los guantes mágicos (2003), Copacabana (2006), Dos disparos (2014) y La práctica (2023).
Su obra ha merecido numerosas retrospectivas en sitios y festivales como el BAFICI, el Harvard Film Institute o el Lincoln Center. En la actualidad buena parte de su filmografía se puede ver en la plataforma Mubi.
Como escritor, Rejtman es autor de los libros de relatos Rapado, Velcro y yo, Literatura y otros cuentos y Tres cuentos.
Entre otras distinciones, en 2018 obtuvo en Argentina el Premio Nacional de Cultura por el guión de la película Dos disparos.