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Entrevista

Laura Ramos y un libro sobre su niñera espía: “Volví al pasado de mi familia, un lugar del que siempre quise huir”

La escritora Laura Ramos acaba de publicar el libro "Mi niñera de la KGB" a través del sello Lumen.

Agustina Larrea

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“Yo estaba muy lejos de las utopías familiares y no me resultaba estimulante, en principio, escarbar en la vida de mis padres, sus amigos, sus amantes, su revolución. Desde muy chica había intentado escapar del ideal que soñaban para mí, una muchacha moderna del estilo de esas muñecas lesbianas, de pelo cortado a la garçon y jardineros a cuadros (...). Mi secreta heroína, de trenzas anudadas alrededor de la cabeza, bordaba junto a la chimenea con faldas severas. Mientras en el living se exhibían los tomos hipersexuados de la Claudine de Colette, mi colchón escondía la saga moralizante de Mujercitas”. Con esas palabras describe la escritora argentina Laura Ramos el tironeo que atravesó buena parte de su vida y que, sin embargo, fue el que la impulsó a escribir su nuevo libro Mi niñera de la KGB (Lumen, 2025).

Es que, pese a sus reticencias –o quizá, como una forma de exorcizarlas– Ramos se animó a indagar con fruición en una historia de engaños que rodeó a su infancia y que tiene como protagonista a África de las Heras (“para mí siempre va a ser María Luisa”, aclara), una mujer nacida en Ceuta que fue agente de los servicios secretos soviéticos a lo largo de buena parte del siglo XX, participó de operativos impactantes durante la Segunda Guerra Mundial, estuvo involucrada en el asesinato de León Trotsky en México y recaló en Montevideo en los años ‘60. Un lugar idílico, que en la memoria de la escritora, le ofreció a ella, a su hermano y a su madre una cofradía de amistad entre intelectuales trotskistas que le confiaron el cuidado de sus hijos a María Luisa, una mujer española que se mostraba afable y bien dispuesta. Una ciudad, como le dicen a Ramos varios de sus entrevistados, que para entonces era “un nido de espías”. Un rincón perdido en el mapa que a la agente de la KGB le servía entonces como un buen artilugio para llevar adelante misiones secretas que incluyeron muertes, adulteración de documentos y todo tipo de trampas que permanecieron en secreto por años.

Tirando de todos esos hilos con maestría y a partir de una narración llena de pliegues y de una investigación apabullante que incluye varias revelaciones, Laura Ramos va de la exploración íntima a la foto de época, de la historia familiar a esa otra más universal que se escribe con mayúsculas. Es en ese vaivén que compone un libro alucinante, arriesgado y profundamente conmovedor.

Mi niñera de la KGB, de Laura Ramos, reconstruye la historia de África de las Heras, una agente de los servicios secretos soviéticos.

– “Por primera vez viví la experiencia de una modificación abrupta del pasado. Eso de que no podemos modificar el pasado tiene todavía un complemento que generalmente olvidamos: si bien está blindado para nosotros, que no podemos intervenir en él, él mismo es capaz de metamorfosis y catástrofes”. Eso escribe Juan Fló en una carta que rescatás en el libro al referirse a lo que provocó en todo el grupo la revelación sobre quién era María Luisa. Pero también es una hermosa mirada sobre el pasado en general. En tus últimos libros te dedicaste a indagar en distintos pasados, esta vez fuiste por uno familiar y cercano a vos. ¿Por qué?

– Antes que nada, quiero decir que Juan Fló, en esa constelación de amigos de Montevideo de mis padres, era algo así como la estrella más refulgente, filósofo y crítico de arte. Creo que lo pongo en el libro: él era como un personaje de Scott Fitzgerald. Era una persona brillante y esa carta lo demuestra. Esa mirada del pasado también, un gesto muy proustiano. Estuve pensando mucho en estos días y creo que me pasó lo mismo que a él en relación a María Luisa y toda esta historia. Hace unos cinco años, cuando mi hermano me dijo “¿te acordás de María Luisa?”, yo dije “sí, la niñera, la modista”. Pero a partir de ese momento todos los recuerdos que yo tenía de María Luisa se modificaron completamente. Es que toda la información que fui recabando se instaló arriba de mis recuerdos previos y los fue modificando hasta tal punto que ahora no puedo casi acordarme de la impresión previa que tenía de esta mujer. Esto que hace la memoria lo descubrí en un libro muy lindo de Pablo Solberg editado por Mansalva. Se llama La vida de los cangrejos y ahí un joven cuenta que se le murió la madre cuando él tenía 6 años y de inmediato se va a vivir con el padre. Muchos años después, no sé si a los 18 o a los 20 años, vuelve a vivir al departamento en el que había vivido con su madre con la idea de recuperarla. Y él dice en este libro tan genial que fue un intento infructuoso porque no solo no recuperó a su madre sino que, con las nuevas vivencias, aplastó todos los recuerdos previos que tenía. Entonces ese departamento ya no le hablaba más de la madre sino de él, de su vida de 20 años con sus amigos, sus novias, etcétera. Algo así me pasa a mí después ahora de tanta información que recabé: María Luisa ya es otra cosa, es otra persona. A la vez, sí, este es un libro del pasado familiar. Y, sí, volví al pasado de mi familia, que es un lugar del que siempre quise huir.

– Un pasado que de todas maneras se te impuso, se te hizo inevitable.

– Sí, sin dudas me volvió ese pasado que yo no tenía ganas de revisitar. En el libro están los días de Montevideo en la década del 60, que fue como un falansterio de amor, de comunidad con estos personajes que cuento. Pero en los ‘70 volvimos a la durísima Buenos Aires. Fue no solo encontrarme con la tragedia para el país en todos los sentidos sino también la pequeñísima tragedia propia que fue enterarme que mis padres me habían mentido durante toda mi infancia porque que mi padre había iniciado una nueva familia con una persona completamente ajena a nuestras ideas, a nuestro modo de vida. Cuando mi hermano me propone escribir este libro yo pensaba “no quiero volver al mundo de mis padres”. Pero en realidad de lo que yo más huía era del mundo setentista. Hasta que un poco presionada por él y porque, bueno, la historia es demasiado grande como para no usarla, me animé. Es, no sé, como si te dedicaras a la física y apareciera en tu casa Newton (risas). Te dan algo muy grande y no te podés rehusar a una historia tan buena. Soy escritora, me dedico a escribir. Y aunque de entrada me costó, cuando entré en los años 60 me di cuenta de que me gustaba. O que le tomé cariño a este universo a través de la investigación. A través de las cartas, de estos personajes uruguayos tan adorables y por supuesto a partir de los recuerdos maravillosos y reales que tengo de Malvín, que era el barrio en el que vivíamos.

– En un momento del libro hablás de una suerte de “genealogía”: vos fuiste parte de las distintas generaciones de niños que cuidó María Luisa. ¿Eligió a propósito a estas familias y a estos chicos?

– Hubo varias generaciones de “niños de María Luisa”, sí. Porque ella llegó a fines de 1947, principios del ‘48, a Montevideo. Nosotros no habíamos nacido todavía. Pero ahí ya hubo una familia a la que encantó con su personaje, los Benvenuto, que eran muy amigos del escritor Felisberto Hernández, la primera pareja de ella en Montevideo. Después viene la segunda generación de niños que somos nosotros, los hijos de Fló y los hijos de Mario Fernández y toda una serie de otros hijos de amigos que fui descubriendo en esta investigación. Ella mantenía estratégicamente a sus amistades en compartimentos estancos. No había relación entre unos y otros y unos no sabían que existían los otros. Con el tiempo empezamos a descubrir que había ahijados por todos lados. Porque ella lanzaba líneas hacia personas de la alta política uruguaya, de la diplomacia y después estábamos muchos que éramos de una clase media intelectual, con una modestia económica pavorosa como nosotros. Ella con todos cultivaba este personaje de la española campechana a la que le gustaba coser, cocinar, regalar cosas. Cuando en realidad a ella no le gustaba nada de eso, tampoco le interesaban los niños. Ella era una guerrera, era una miliciana. En la investigación nos enteramos de que era pésima como costurera. Ella igual decía que le gustaban los niños porque sabía que por ese lado entraba con todo este grupo de bohemios, de artistas a quienes les importaba mucho más quedarse cenando y tomando vino a la noche que estar cuidando a los niños. Alguien así les venía al dedillo, les traía comida casera, les traía los paquetes de masas y se metía en los dormitorios diciendo que a ella la política le aburría. Era en la cocina donde extraía la información que a ella le interesaba. Igual nosotros no teníamos ningún tipo de interés para la KGB. No existíamos. Su tarea era conseguir y preparar documentos para los espías soviéticos que iban a investigar la bomba atómica a Estados Unidos. Esa era su misión. Nosotros éramos simplemente una tapadera.

Laura Ramos nació en Buenos Aires, en 1956. Hija de la referente feminista Faby Carvallo y del historiador y político de izquierdas Jorge Abelardo Ramos, creció en circuitos intelectuales entre Argentina, Uruguay y México.

– En el libro decís “nosotros éramos trotskistas viscerales”, en algún momento te referís al socialismo “como una tierra natal, la patria simbólica”. ¿Cómo fue crecer con esas consignas y qué entendías sobre esas ideas siendo tan chica?

– La verdad creo que nosotros lo sentíamos. Era todo muy sentimental. Mi viejo (N. de la R: el historiador y político argentino Jorge Abelardo Ramos) era un tipo muy convincente, muy afectivo, muy amoroso y apasionado. Entonces, cuando nos hablaba del momento en el que iba a llegar el socialismo, nosotros lo escuchábamos con mucha atención. Él nos transmitía mucho esta idea de la patria del socialismo. Al mismo tiempo, mi padre tenía una inclinación, por defender con pasión a los derrotados. Supongo que él ahí también se reflejaba. Bueno, esta es una interpretación. Siempre se apasionó mucho por esas causas perdidas o sostenidas por muy pocos. Siempre decía “a nosotros los trotskistas nos pueden contar con los dedos de las manos de un manco” (risas). Entonces sí, para nosotros desde muy chicos, Trotsky era un personaje familiar. De muy chica yo leí los tres tomos de Isaac Deutscher sobre Trotsky, El profeta armado, El profeta desarmado y El profeta desterrado. ¡Y lo hice llorando a mares! (risas). Saber mucho después que la persona que nos cuidaba hubiera participado en el asesinato de Trotsky fue muy devastador para nosotros. Muy devastador. Ahora creo que ya lo superé y ella, María Luisa, es mucho más que eso. Para ella muchos de los episodios en los que participó fueron parte de su lucha. Ella estaba luchando contra un enemigo. No creo que se cuestionara quién era Trotsky ni nada: su jefe político le dijo que tenía que ir a espiar a esa casa y fue, se metió.

– Contás varias escenas de ella en México y del asesinato de Trotsky.

– Sí, yo cuento ahí en el libro que no hay datos muy precisos sobre la tarea que hizo ella ahí. Sí se sabe que dibujó planos, pero no se sabe de cuál de las dos casas por las que pasó Trotsky en ese momento. Yo creo que fue la de Frida Kahlo, por la época en la que ella estuvo ahí adentro como secretaria. No se sabe fehacientemente pero podemos deducir que hizo algo muy importante por los cargos y los premios y las medallas que recibió posteriormente en la Unión Soviética y por cómo fue recibida cuando volvió de México: la esperaron en el hotel de los jerarcas, no fue donde iban los otros camaradas. Todo eso da una medida de que su participación debe haber sido muy importante. Y además (Pável) Sudoplátov, que era el jefe de la KGB, la llama “nuestra mejor agente” y destaca que ella “logró meterse en el secretariado de Trotsky”.  

– Ese parece ser su momento de gran intensidad, mientras que en Montevideo la describís como alguien que sigue activa para la KGB, pero ya sin tanta presión.

– Yo pienso ahora que en la primera parte de su vida lo desplegó en acciones físicas: puso su cuerpo para tirarse en paracaídas sobre los nazis, puso su cuerpo para meterse en la casa de Trotsky, era parte de las patrullas durante la Guerra Civil Española. Pero, durante la segunda parte de su vida, se vio obligada a usar estrictamente su inteligencia. Ya no tenía esa belleza de antes porque era una mujer ya grande. Y la tarea que le había dado la KGB no requería de una exposición física. Entonces era pura inteligencia. Cuando estuve investigando en Cambridge supe que mientras estaba en Montevideo con nosotros María Luisa viajó a Israel a hacer tareas de alta inteligencia. Reclutó gente súper grossa por esos años, como a un diplomático mexicano. O sea, ella seguía trabajando. No digo que no la pasara bien con nosotros y nuestro grupo, seguro estaba encantada porque eran personas encantadoras. Pero ella seguía militando.

Ramos es autora de los libros "Corazones en llamas" (1991), "Buenos Aires me mata" (1993), "La niña guerrera" (2010), "Infernales, la hermandad Brontë" (2018) y "Las señoritas" (2021).

– A diferencia de tus últimos trabajos, para este libro hiciste muchísimos viajes y a lugares tan diversos como Barcelona, Cuba, obviamente Montevideo, pero también Ceuta y Cambridge. ¿Cómo fue esa experiencia? 

– Fue intenso. Encima algunos de esos viajes fueron cerca de la pandemia, me acuerdo que usábamos barbijo. Entre otros, los de Tánger, Ceuta y Cambridge. Yo creo que estaba un poco poseída (risas). El viaje a Ceuta fue increíble, fue una locura. Ir a Tánger, de ahí pasar la frontera a pie. Ir en una especie de pesero donde nos metían a ochenta personas. Hay gente que hace en avión ese viaje, no sé por qué yo lo hice así. Es que justo para entonces yo estaba en el Sur de España y después me encontré con mi agente literaria. Hubo momentos de incertidumbre sobre el libro, porque ya existían varias novelas sobre esta historia. Podía parecer como un tema gastado, porque hubo un montón de novelas, como una de Alicia Dujovne Ortiz, que se llama La muñeca rusa. Hay otra de un autor uruguayo que se vendió un montón en el Uruguay, creo que se llamaba Mi nombre es Patria. Otra novela de otra española, que también habla sobre la patria y sobre África. Es cierto que todas trabajaban desde la ficción. También está el libro de Javier Juárez que era una joya pero que tuvo muy poca circulación. Yo pensé que la KGB lo había censurado porque no se encontraba. Hubo también un documental, una película hecha por los rusos que no se vio acá y era, digamos, muy institucional. 

– ¿Cambió en algo tu mirada sobre ella en esos viajes por los lugares donde se movió o durante tu investigación?

– Para mí fue muy fuerte, sobre todo en Ceuta. Haber estado ahí me despertó muchas reflexiones sobre ella como una persona que renuncia a la vida que el destino le dio. Renuncia por completo. Ella nació en África y tenía una apariencia muy africana en una familia que era todo lo contrario. Imagino que debe haber sido difícil para una familia de derechas, franquista, donde todos eran medio rubiones, que apareciera esta morena tan voluntariosa y tan rompedora de reglas. Debe haberla marcado mucho ese origen y debe haber sufrido algún tipo de herida muy profunda que hizo que quisiera alejarse rápidamente de todo eso. Y que encontrara su vida y su patria en este sueño comunista, ¿no?. Por eso, aunque al principio no me inspiraba simpatía porque en mi cabeza era “la asesina de Trotsky”, con el tiempo empecé a interesarme en su complejidad. Me pareció un personaje mucho más complejo y más caleidoscopio de lo que podía parecer en un primer momento. Creo que ella sí tuvo una relación afectiva con uno de los niños de Uruguay, el menor de la familia Ramírez, al que visitaba en su colegio internado en medio del campo. Con algunos sí tuvo una relación afectiva. Solo que su fin era más grande. Su fin era la revolución y eso lo superaba todo. Curiosamente tuvo la suerte de no ver caer el comunismo porque murió en 1988, un año antes de la caída del bloque soviético.

– Cerrás el libro volviendo a cruzar la dimensión de la historia familiar con la universal para preguntarte si finalmente fracasaste en lo que llamás “la gesta emancipatoria”. ¿Por qué pensás después de esta investigación tan exhaustiva y de esta búsqueda tan personal en tu pasado que realmente podés hablar en términos de “fracaso”?

– Bueno, creo que sí, que fracasé (risas). Pero que fracasé y me enamoré al mismo tiempo. Me enamoré de los '60, de nuestro Montevideo. Me volví a enamorar porque cuando era chiquita no sabía que estaba viviendo en ese sueño uruguayo. Así fue que encontré el factor sentimental que es el que me mueve para todo. Por suerte lo encontré. Por supuesto que es algo idealizado, porque también ahí había amores, traiciones entre ellos, amantes, jugadores. Todo eso que hay en cada pueblo, en cada barrio, en cada grupo de personas. Pero ese factor sentimental que pude encontrar y le pude imprimir a esta historia fue lo que me hizo mover, lo que modificó todo el libro. Por eso es que se lo dediqué a mi madre (N. de la R.: Faby Carvallo). Porque gracias a ella entré en este libro y en este mundo. Porque así fue que me encontré con lo más lindo de ella. Todo ese sueño fue el que ella eligió cuando un poco a tientas nos hizo subir a un barco.  

AL/CRM

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