María Florencia Freijo: “Un cuerpo cansado no puede habitar el placer ni puede poner límites”
María Florencia Freijo, marplatense nacida en 1987, es politóloga, escritora y una de las voces más potentes del feminismo contemporáneo. A lo largo de los últimos años logró instalar debates incómodos y necesarios a través de libros como Solas, aún acompañadas, (Mal) Educadas y Decididas, en los que combina investigación rigurosa con una escritura directa que llega a un público amplio. Su trabajo puso en agenda cómo las desigualdades de género atraviesan la vida cotidiana de las mujeres y se sostienen en estructuras difíciles de mover.
Su impacto también se amplifica en redes sociales, donde reúne a una comunidad enorme y activa. Desde allí, Freijo convierte sus plataformas en espacios de divulgación y discusión política, pero también en un punto de encuentro para mujeres que buscan herramientas para navegar relaciones, maternidades, vínculos laborales y mandatos sociales. Además, trabaja como asesora en inclusión y diversidad, y participa en el diseño de políticas públicas orientadas a cerrar brechas de género, mientras que sus columnas y entrevistas en medios internacionales consolidan su lugar como referente regional.
En esta conversación, Freijo vuelve sobre los ejes que guían su investigación -el amor, el sexo y el dinero- para explicar por qué allí se concentran las presiones y violencias más profundas. Reflexiona sobre el mito de “la mujer que puede con todo”, el agotamiento como factor político y los desafíos de criar hijos e hijas en un mundo desigual.
—Como politóloga y escritora con más de medio millón de seguidores, ¿cómo elegís los temas que vas a abordar en tus libros? ¿Y cómo usás las redes para difundirlos?
—En realidad primero crecí como escritora y después crecí en las redes. No fue al revés. Mi primer libro fue Solas (aún acompañadas), que surgió como una propuesta editorial vinculada a mi trabajo y a mi militancia. En ese momento, 2017, yo escribía un poco en redes y tenía algunos seguidores en Twitter, pero nada más. A partir del libro empecé a crecer porque la gente me buscaba y también porque en 2018 tuve una militancia muy pública por la lucha por el aborto legal y otros temas que quería poner en agenda. Ahí también surgió #Yocríosola, que fue un hashtag que llegó a ser trending topic en varios países. Todo eso me permitió elegir qué investigar, más allá de simplemente contar lo que hacía.
—Y ese camino te llevó al eje que hoy te atraviesa: la educación de las mujeres. ¿Por qué?
—Leyendo a Mary Wollstonecraft y su Vindicación de los derechos de la mujer, entendí que la desigualdad tiene un núcleo: el acceso desigual a la educación. Eso me empezó a perturbar en el mejor sentido. Pero no solo hablo de educación formal: hablo de educación en el sentido de producir sentido común, conocimiento, cultura. Cuando se nos cortó la voz pública hace siglos, lo que se nos quitó fue nuestra capacidad simbólica de generar y transmitir conocimiento. Y eso sigue pasando: aunque parezca que avanzamos, las mujeres siguen relegadas en el 80% de los puestos de decisión. Por eso hoy sí elijo qué investigar y desde dónde pararme.
—En Decididas trabajás tres ejes: amor, sexo y dinero. ¿Cuál creés que es el más subestimado cuando hablamos de desigualdad?
—Los tres. Subestimamos los tres porque creemos que el cambio cultural nos empoderó tanto que ya vivimos esos ámbitos con total autonomía. Y es una trampa. En el amor seguimos operando desde el concepto de ofrenda: damos más de lo que corresponde y omitimos necesidades. En la sexualidad, muchas mujeres creen que viven su sexualidad de manera libre, pero no pueden pedir lo que les gusta o negociar el uso del preservativo. Porque hoy se considera como poderoso tener sexo sin preservativo. Y cuando hablás con las chicas jóvenes no se animan a pedir a los varones que se pongan un preservativo y los varones no llevan preservativo ¿Cómo hablamos de autonomía sexual si hay un brote mundial de sífilis en el mundo heterosexual y muchas chicas no se animan a pedir cuidados básicos?
Con el dinero pasa igual: podemos tener ingresos propios, pero seguimos más empobrecidas, tenemos menos patrimonio y no siempre podemos negociar equidad dentro de la pareja. Y el amor atraviesa todo eso: hablar de amor es hablar de dinero, tiempo de cuidado, futuro, proyectos.
—¿Qué significa hoy ser “decidida”? ¿Qué decisiones cotidianas son realmente revolucionarias?
—La palabra “decidida” es una invitación a ver que, si no tenés opciones reales, no hay decisión posible. No elegimos libremente entre trabajar o cuidar. Tampoco elegimos libremente cuando la maternidad aparece: incluso una científica del MIT, con un sueldo alto, atraviesa las mismas tensiones. El mundo está estructurado sobre el soporte de los cuidados de las mujeres. Por eso Decididas es más una invitación a tener información, para poder elegir mejor dentro de un marco que todavía nos restringe.
—¿Cómo impacta esa sobrecarga en la salud mental?
—Antes que hablar de salud mental hay que hablar del derecho al tiempo libre. Sin tiempo libre no hay creatividad, no hay deseo, no hay disfrute, no hay proyectos. Necesito un cuerpo disponible, pero cuando digo disponible me refiero a un cuerpo que pueda habitar el disfrute. Un cuerpo cansado no puede habitar el placer ni puede poner límites. Creo que la principal resistencia al feminismo es, sin lugar a dudas, que cuando ves de lo que realmente habla, lo que el feminismo realmente te muestra, tu vida sufre una crisis. Te enfrentás a un espejo durísimo. Y eso genera rechazo.
—¿Entonces qué hacemos?
—Informarnos. Armar red. Entender que no vamos a poder con todo. Hablar de capitalización económica y patrimonial. No heredamos siglos de patrimonio que no nos dejaron construir. Recién ahora comenzamos a tener patrimonio propio. Necesitamos menos miedo y más herramientas para negociar, para tener voz pública sin tanto riesgo, para validarnos entre mujeres. Eso, de verdad, cambiaría muchísimo.
—El clima actual está siendo hostil con las voces feministas más expuestas. ¿Cómo lo vivís?
—A mí me ayudó haber sido cancelada tantas veces. De verdad. Ya caí tan hondo en otros momentos que ahora no hay más abajo adonde caer. Lo que hoy viven algunas periodistas, yo lo viví hace años, incluso con campañas que ellas mismas impulsaron. Ya no me afecta igual: me entero tarde, ni lo leo. Además logré algo importante: mi trabajo no depende de ningún partido, medio o estructura. Eso me deja sola muchas veces, pero también me da una libertad enorme para decir lo que quiero.
—¿Cuál es tu próxima batalla como activista y escritora?
—Estoy investigando mucho sobre cómo se desacredita la voz pública de las mujeres y sobre cómo la desigualdad actual tiene raíces antiquísimas. Me interesa especialmente el período neolítico temprano, donde se empiezan a consolidar las primeras sociedades estatales. Mi hipótesis —y es parte de un proyecto en curso— es que la primera gran desigualdad fue correr a las mujeres de la simbología pública y religiosa. La primera gran deidad fue una diosa, una diosa sol. Hay representaciones femeninas de 25.000 a 30.000 años de antigüedad. Entonces, no: la desigualdad no existió “desde siempre”. Eso es un relato que legitima lo que vivimos hoy.
—La última: como madres de varones, ¿qué podemos hacer?
—La pregunta no es qué hacemos las madres de varones, sino cómo reorientamos la educación para que no esté enfocada en enseñarles a las nenas a cuidarse y a los varones a no ejercer violencia. La socialización primaria ocurre hasta los 11 o 12 años; después viene la secundaria, que es la comunidad. Necesitamos reconstruir un sentido común que no naturalice que las niñas se cuiden porque alguien podría dañarlas, mientras simultáneamente enseñamos a los varones a cuidarse de “mujeres que mienten”. Tenemos que entender que en realidad lo que más importa en nuestro rol como socializadores secundarios es ser guía, amigas, maestras, el almacenero del barrio. Y esta es una sociedad que todavía está orientada a enseñarles a las nenas a cuidarse. Y a los varones, en vez de pensar que su hijo puede ser ese futuro violento, les empiezan a enseñar que tengan cuidado porque les pueden inventar una causa de la que no son culpables. Es la visión arcaica de la mujer diabólica, la mujer que engaña. O sea, enseñamos a los varones a que se cuiden de las mujeres. ¿Estamos todos locos?
CRM
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