Bárbara Di Rocco y su lucha por reivindicar la historia travesti argentina: “Lo que más quiero es que empaticen con nosotras”

Es uno de los rostros más conocidos del activismo trans a fuerza de insistir y de lograr visibilidad en muchos espacios: la tele, el teatro, la radio, los streamings. La escritora y actriz Bárbara Di Rocco no se benefició económicamente de todo eso. Pero consiguió que su voz tuviera peso y ahora la usa en defensa de la comunidad travesti-trans de Argentina. Le interesa sobre todo que llegue por fin esa reparación histórica que vienen reclamando hace décadas. Por eso es también que después de tres libros infantiles ahora presenta la biografía de una de las llamadas “históricas”, Ana Lupez, de 82 años. Es la antesala de su proyecto más ambicioso: un documental que cuente la historia completa de estas pioneras.
Este sábado 25, cuando ya faltan pocos días para noviembre, el Mes del Orgullo, Barbie Di Rocco presentará junto a su protagonista ¡Que me quiten lo bailado! Biografía de Ana Lupez, el libro en el que reconstruye la vida de esta pionera trans del espectáculo argentino. La obra surge de un trabajo meticuloso de entrevistas, archivos y memoria, y se presenta como un relato que combina la crudeza histórica con la belleza de la resistencia. Di Rocco ya tiene varios libros para niñes sobre educación sexual integral.
En ¡Que me quiten lo bailado! converge la historia de Ana con reflexiones sobre la memoria trans, los desafíos de la vida cotidiana y la fuerza de la solidaridad que atraviesa la comunidad LGBTIQ+. La presentación será también una celebración de la visibilidad y del reconocimiento de quienes, como Ana, abrieron caminos en la cultura y el arte desde la marginalidad y la rebeldía.
—¿Cómo se originó el proyecto de escribir la biografía de Ana Lupez?
—Desde hace hace más de dos años estoy haciendo un documental, al que llegué a partir de la muerte de Vanessa Show (unas de las primeras actrices trans, fallecida en 2023). Estaba ayudándole a digitalizar su archivo y preparando una muestra en el Centro Cultural San Martín. Cuando ella fallece, encuentro más fotos desparramadas por toda la casa.Y al llevarlas al Archivo de la Memoria Trans es cuando empezamos a preguntarnos quiénes eran muchas de las personas que aparecían en esas fotos. Vanessa tenía su carrera, hablaba de ella y nada más que de ella, algo más que permitido en una persona que ha transitado tanto. A ella le gustaba contar su recorrido, pero no con quien había hecho su recorrido. Y en las fotos había un grupo de chicas trans que trabajaban en shows, muchos rostros a la par de ella en la cartelera, en los mismos flyers, en los mismos volantes. Así que ahí arranca una investigación. Uno de esos rostros es el de Ana Lupez. Ella es muy amiga de Moria Casán. Moria le habló de mí, porque Ana es muy ermitaña, muy hermética. La voy a conocer a Mendoza y lo primero que me dice es: “Quiero que hagas mi libro, por favor”. Esto fue hace justo un año. Le prometí que sí. Ahí nomás le puse el micrófono, la empecé a entrevistar durante horas y al otro día lo mismo. Volví para Buenos Aires y la seguí entrevistando por teléfono. Y así fui recolectando testimonios e historias de su vida.
—¿Cómo armaste el libro?
—Lo económico fue un desafío. Hice una preventa para financiarlo y funcionó bien. Empecé a crear un cuento maravilloso, que no es una biografía. Es como un cuento de hadas, pero de una historia cruda. Yo digo al arrancar el libro que es una vida en blanco y negro. Una vida de los años 40, cuando ella nace: la mujer, a planchar y a cocinar, y el hombre, a trabajar y volver borracho. Eran las cuestiones sociales que había en ese entonces. Una nena jugando con muñecas y un nene teniendo que jugar al fútbol, esos estereotipos marcados. Por eso en una de sus rebeldías era la de agarrar una muñeca. Hoy en día puede parecer una estupidez que un nene agarre una muñeca, pero en los años 40 era un tema. Así que arranqué con cómo es haber sido trans en ese entonces, cómo es ser trans ahora. Cómo es haber vivido una dictadura, haber sobrevivido a un exilio y a un montón de situaciones. Ella me fue soltando muy de a poco. Yo tengo esta cosa de no querer torturarlas. Por ejemplo, en un caso de violación, no me interesa saber ni quién era esa persona. Con una línea ya alcanza y sobra. No quiero revictimizar a ninguna, ni tampoco hacer que ninguna sufra al leerse. Quiero que las historias, dentro de esa crudeza que hubo, sean bellas, que es lo que son en realidad. Mostrar el lado bello de nuestras historias. Si no, siempre miramos para atrás con este dolor, con angustia, con tortura.

—¿Y el documental cómo va?
—Está en un 60%. Lo que le quiero agregar son dramatizaciones. Cuando hablo de Ana Lupez y Vanessa Show llegando a Buenos Aires, ese encuentro de dos desconocidas que comienzan a trabajar juntas, mi idea es no usar inteligencia artificial como está haciendo todo el mundo, sino realmente contratar a dos actrices trans jóvenes en plena transición. Para los espectadores me parece mucho más enriquecedor una dramatización que solo el contar que dos personas trabajaron juntas en el '70. Quiero que esté todo como merecen, algo bien hecho, y eso es lo que más dificulta económicamente. Porque necesitás maquilladora, peinadora, camarógrafo, iluminador y todo. Lamentablemente mi documental quedó aprobado en el INCAA hace dos años y apenas asumió este gobierno lo tiraron abajo. Ahora estoy aplicando a cuanto concurso haya. Gané un premio de un festival de cine de Los Ángeles. Yo puse guita hasta que llegué a quedarme casi en pelotas. Así que está como ahí en stand by, pero estamos.

—¿Y qué te impulsó a hacer este documental?
—Siento que lo mismo que me impulsó a hacer los libros infantiles: porque no hay nada contado desde mi parte. Películas sobre gente trans hay millones. Pero películas de gente trans hechas por gente trans, ¿cuántas hay? Entonces arranqué con esta necesidad de mostrar nuestra vida real. Se va a llamar Qué bárbaras. Mantiene esta esencia de rebeldes, de qué bárbaras estas personas, estas mujeres, esta comunidad en sí.
—¿Por qué empezaste escribiendo para chicos?
—Primero por mí. Por lo que no tuve, por lo que en la infancia me hubiera encantado leer. Me hubiera encantado saber que existían las personas trans y que no eran algo de los suburbios de la noche y del peligro, que fue como nos criamos creyendo que eran. No había tenido referencias más que haber visto una chica trans parada en la calle. Entonces no entendía qué rumbo iba a tomar mi vida si esa era mi verdadera identidad. Y la desinformación de haber crecido en San Nicolás de los Arroyos, en un colegio privado donde no se hablaba absolutamente nada. Sí hubo una docente que lo único que dijo era que los homosexuales eran gente enferma por tener sexo anal. Ese fue el tipo de educación sexual que yo recibí. Siento que hasta el día de hoy todavía hay que insistir con la educación sexual integral, porque no es que estás enseñando algo que no existe, estás enseñando sobre algo que existe y sobre cómo le puede cambiar la vida a una persona empatizar con nosotras. Lamentablemente hay que explicar que tenemos vidas normales, comemos, nos bañamos, salimos a hacer los mandados, necesitamos trabajar, tenemos afectos, familia. Son cosas básicas, pero hay gente que en la vida jamás compartió un mate con una persona trans.
—¿Y cómo entraste a los medios?
—Arrancó todo por los libros infantiles. Me habían hecho alguna notita y un día me invitan al programa de Moria Casán, Incorrectas. Llegué al canal con mis libritos y me preguntaron cómo era ser trans, dar charlas en los colegios. Les conté que en los públicos me recibían re bien, que a veces llegaba tarde porque ya había chicas y chicos trans en las aulas, pero que en los colegios privados y católicos todavía hay que entrar a contar cosas básicas: que existe la ley de identidad de género, el cupo laboral trans, el matrimonio igualitario. Que hay un país diverso, aunque muchos quieran tapar el sol con el dedo. Así entré a América y a Moria le encanté. Y así entré finalmente como panelista. Imaginate: de la noche a la mañana, yo que venía de laburar en la calle, de golpe en la tele, al lado de Moria. No me cambió la vida económicamente, pero aprendí a hablar, a moverme, a estar frente a cámara.

—Pero esa visibilidad después te sirvió, aunque no haya sido tan redituable económicamente.
—Después vino la pandemia. Esa visibilidad me unió más con la comunidad, con muchas chicas trans que me escribían. Empezamos a hacer colectas para compañeras que no tenían casa o plata. Después empecé a laburar en un boliche gay. Más tarde vino el teatro con (José María) Muscari, el cine, la radio, el streaming en Vorterix. Si me decías de chica que iba a hacer todo eso, no lo creía. Pero hoy, desde un lugar más político y más crítico, te digo que en la Argentina la visibilidad no se paga. Ni el teatro, ni la tele, ni la radio. Todo es precarización. Todo es por amor, por militancia, por dejar el nombre en algún lado. Yo siempre tuve tres, cuatro, cinco trabajos, y aun así seguí dependiendo del trabajo sexual. Hubo un momento en que dije: ‘Hasta acá’. Así como los boxeadores cuelgan los guantes, yo colgué los tacos y la tanga. Hace más de un año y medio que vivo con lo que había ahorrado, con lo que pude trabajar. Y este documental fue una inversión. En un momento abrí los placares, vendí mi ropa a mis amigas, pagué expensas, tarjetas, deudas… Ahora estoy normalizada, pero con desilusión: ¿qué más hay arriba que ver tu cara en el cine? Y, bueno, ahora será ver mi propio proyecto en el cine y mi propio libro en una vidriera. Por eso lo vendo yo, sin editoriales ni intermediarios. Mi idea era sacar el libro junto con el documental, pero sentí que estas historias no podían esperar un día más.
—¿De dónde sacás la fuerza para seguir activa?
—Hay días buenos y días malos, como cualquiera. Pero me sostienen las historias de las personas a las que ayudé: alguien que pudo operarse gracias a mi recomendación, otra que consiguió arreglar su casa. Y así. No es que soy la Madre Teresa de Calcuta. Hago las cosas desde la bronca, diciendo: che, ¿cómo no hay nadie ayudando? ¿Por qué somos siempre las travestis que nos estamos salvando, que estamos difundiendo y que somos las primeras que donamos cuando una pone un alias? O sea, ¿dónde está todo este mundo político que supuestamente nos apoya? Y después entiendo que toda esta visibilidad sirve para generar empatía, para gente que no es del colectivo. Lo que más quiero es que empaticen con nosotras y vean cuáles son nuestras realidades. Siento que ese es el lado bueno de la exposición: sirvió y sirve para este tipo de cosas y que mucha gente está ansiosa por ver el documental. Así que son pequeñas cositas que van sirviendo de a poco y visibilidades que se me van dando, que no sirven, ya te digo, para un lado económico, ni el de armar una carrera de artista, sino la carrera de la visibilidad. Así que entendí que era por ahí.
—¿Cómo ves la situación para las personas trans con este gobierno?
—-Yo soy de la época en que las leyes no existían. Las tuvimos que armar. Y parece que tengo 80 años, pero tengo 37. Nací sin la ley de identidad de género, sin matrimonio igualitario, sin cupo laboral trans. Por todas y cada una de ellas peleamos. Yo no voy a dejar de ser trans, por más que saquen la ley de lo que sea. Nosotras lo somos y lo fuimos y lo vamos a seguir siendo, con leyes o sin leyes, con documentos, sin documentos. Esto que pasa ahora siento que viene de hace muchos años. No es de ahora. Siempre conté que al otro día que salió la ley, estábamos paradas en la zona roja de vuelta, con identidad, con documento femenino. Siempre hago una gran crítica a la política, porque se nos incluye a veces en espacios como para la foto, pero después nos dicen “ya tienen ley, dejen de romper las pelotas”. O sea, como que nosotras no somos importantes. Y se notó con este gobierno cómo se nos soltó la mano.
—¿En qué sentido?
—¿Dónde estamos ahora? ¿En qué espacio político estamos realmente incluidas? En las boletas, en las listas, ¿donde están las travestis? Es como un eslogan mío: ¿donde están las travestis? Este gobierno ya sabemos que es facho, castrador y completamente idiota en todo lo que hacen y dicen, pero, ¿el resto? Porque realmente todas sentimos que se nos soltó la mano. Cuando empezaron los despidos, fue muy poca gente la que se plantó a decir: vamos a hacer el aguante. Cuando se hizo esa marcha antifascista en febrero de este año, porque los putos nos unimos, estaban todos los partidos. Terminaron tapando a las travestis que iban adelante pidiendo la reparación histórica, que es algo que corresponde a un país que las torturó, las metió en la cárcel y les dejó secuelas psicológicas y físicas de torturas a la mayoría. Las taparon con banderas. Y vos decís: ¿dónde estaban todas estas organizaciones y partidos a la hora de defender a las compañeras en la dictadura, en los edictos policiales de los 90, de los 2000? O sea, para la foto, para la utilización, se dieron cuenta de que somos re útiles. Ahora, a la hora de defender los trapos, son muy pocos los que están. Y esta crítica me ha costado que me puteen de arriba abajo. Pero no permito la transfobia, no permito la utilización. Y ahora al tener una voz que se escucha un poco más la crítica ya tiene otro peso.
CRM/MG
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