Tenis, el deporte díscolo del capitalismo
El tenis puede desaparecer. Alguien se quejará, incluso podría llorar y protestar, pero la gran mayoría lo aceptará. Vivimos la época del cambio perpetuo; acompañado de un mantra sobre lo genial que es cambiar, adaptarse, ser flexible. Algún día intentarán convencernos de que la tortura es necesaria.
El tenis está en debate desde hace algunos años. El jugador de fútbol Gerard Piqué fue quizás quien lo expresó con mayor énfasis. Se quejó de que los partidos son demasiado largos: “¿Por qué se saca dos veces en el tenis? Eso hace que pierdas 30 segundos solo viendo a alguien botar la pelota. La gente no quiere ver eso.”
El exjugador del Barcelona, devenido en empresario deportivo, cree que el tenis debe cambiar para volverse más dinámico y atraer a nuevas generaciones. Claro, los tiempos que vivimos no admiten que una persona preste atención a un solo acontecimiento durante dos, tres o cinco horas. Demasiado tiempo sin consumir nada.
Sabemos que las aplicaciones y medios de comunicación compiten por la atención. Con su atención, cabe la posibilidad de vender más. Hace años que se están pensando modelos para intervenir cualquier experiencia con un acto de compra. Quizás Piqué encuentre una forma de vender algo entre los dos intentos de saque que tiene el jugador.
Mario Pergolini contó días atrás en una conversación con Juan Pablo Varsky que los Grand Slams están atravesando dificultades para vender todas sus localidades. Relató, además, como si fuera el guion de un film futurístico y aterrador, que las nuevas generaciones ya no ven ni siquiera los partidos de fútbol. Ven sus highlighs, o, ni eso, las reacciones de algún influencer sobre el partido.
¿Ya no somos capaces de reaccionar por nosotros mismos? ¿Nos volvimos tan pasivos que precisamos de otro que haga el trabajo de comentar lo que sucede? Cuando era adolescente, los partidos se veían en casa junto a los amigos. No había influencer sino amigos que “reaccionaban”, comentaban lo que sucedía…
Como fuera, este fin de semana se jugó una nueva edición de la Copa Davis. Si hay algo del mundo del tenis que esté más cerca de desaparecer (al menos de cómo inició) es justamente el torneo mundial del tenis. Hasta el 2023 lo organizó Piqué, con la incorporación de un sistema para que las mejores ocho selecciones se enfrenten en un solo fin de semana, en un solo país.
Desde el 2023, la organización volvió a manos de la Federación Internacional de Tenis. Se conservó el esquema de las finales en un solo país, pero se acortó la fase de grupos y se reanudó la idea de partidos en “casa y afuera” hasta llegar a la fases de finales. Igual, el debate persiste, porque aún hay “problemas”…
En esta final, disputada en Bologna, el número 1 del ranking ATP, y quien podría haber sido parte del equipo campeón, Jack Sinner, decidió no presentarse. “Piensan más en la plata”, me dice un plateísta amante del tenis. El italiano no se ofreció para jugar directamente. Su colega Lorenzo Musetti, dentro del top 10, se bajó días antes por razones “físicas” y “familiares”.
“Me gusta la Davis porque es el torneo donde se juega para representar a tu país”, agrega el espectador, mientras el alemán Alexander Zverev y el español Jaume Munar disputan el segundo single de la semifinal.
Sinner —y Musetti en menor medida—, no parece tener el mismo interés que el plateísta y que sus colegas Munar y Zverev en disputar la Davis. El caso de Zverev, por cierto, es bastante particular. Sus padres son extenistas rusos, pero él nació en Hamburgo y decide representar al seleccionado alemán.
Munar por su parte, parece estar comprometido con la causa. Llega a todas las pelotas que su oponente, número 3 del mundo, le devuelve. “Es un gato”, dice el plateísta ante un compatriota italiano que asiente.
Esto es lo lindo de la Davis. Munar, número 36 del ranking de la ATP, tiene la oportunidad de disputar una semifinal con un rival que está acostumbrado a estar presente en las instancias finales. A veces, jugadores que no están ni en el top 50 pueden dar un batacazo, y meter a su equipo en una semi o en una final. Por un momento, son tan estrellas como un Alcaraz, o un Sinner.
Alcaraz, por cierto, tampoco estuvo presente en esta Davis. El murciano, número 1 del mundo, sin embargo, no se lo perdería. Su equipo médico le recomendó no participar.
A pesar de las ausencias, el Arena Tenis de Bologna estuvo prácticamente lleno en todas las jornadas (cuartos, semifinal y final). Los organizadores habían apostado a que Italia albergara esta y las dos próximas copas Davis aprovechando el gran momento que vive el tenis italiano. Gran negocio, se felicitarán unos a otros los ejecutivos de la Federación Internacional del Tenis en su próxima reunión. Porque eso es lo importante, ¿no?
La Davis debe crecer en esponsoreos si quiere que los jugadores top asistan; que no la cambien por un torneo ATP 500. Así que harán lo que sea necesario para que el tenis se transforme en un show; como la Fórmula 1, a lo norteamericano. Por eso, de aquel deporte “blanco”, elegante y discreto, ya casi no queda nada. Cuando terminan los set, incluso en los cambios de lado, una música ensordecedora atrona las gradas. “No se escucha nada… estos hijos de puta ponen la música fuertísimo”, dice el plateísta italiano a mi lado mientras intenta hablar por teléfono.
Atrás, un grupo de españoles embanderado que bebe cerveza le grita a Munar, “vamos, gladiador, ya lo tienes, ya lo tienes”, y luego se ríen conscientes de que aunque el español esté jugando un gran partido va a perder. No importa, a ellos les divierte ironizarlo un poco. Es parte del show…, como los gritos de un italiano enardecido que cada tanto salta del asiento para gritar, “¡Dale, Sasha, dale Sasha!”, incluso un segundo antes de que el alemán haga su saque.
Parte del show es que los sponsors estén alineados con estos nuevos tiempos. Cuando el escritor Foster Wallace hizo su mítica crónica del Us Open en el 2005, uno de los anunciantes principales era una marca de cigarrillos. El tabaco resistía la embestida que llegaría en los años siguientes. Paradójico, porque ahora los sponsors son Stake (en un espacio de privilegio, el fondo de la cancha), y Tennis Data (que cubre la codiciosa silla del umpire). Dos empresas asociadas al mundo de las apuestas. ¿Qué es más perjudicial, apostar o fumar?
El Tenis Arena de Bologna tiene un estadio magnífico, aunque los espacios abiertos, como la Davis en Argentina, tienen otro atractivo. Lo que no sabemos es que estadios cerrados garantizan una transmisión televisiva de alta calidad. La apuesta es por el streaming, no tanto por el “vivo”.
El predio debe también albergar sitios para comer y comprar indumentaria. En el Tenis Arena de Bologna hay varios puestos de paninis y pizza, y algún que otro sitio japonés. Café, agua, vino y cerveza, son las bebidas que pueden adquirirse. Ver tenis adobado o abiertamente borracho es parte del show, aunque después sea difícil seguir la pelota…
Munar no pudo con Zverev, pero sus compañeros del dobles clasificaron a España en la final. El partido clave por la “ensaladera” sería con Italia, que se coronaría al día siguiente sin sus dos grandes figuras.
En el camino a la puerta de salida paso por el costado de una cancha de tenis montada dentro del predio, en la que dos jugadores en sillas de ruedas disputan una exhibición. Algunas personas se interesan y siguen el ida y vuelta de la pelota. No sabemos si el partido genera un negocio o no, pero estamos seguros de que es parte del show. Capitalismo a ultranza, apuestas, y música ensordecedora mientras dos gladiadores disputan un punto eterno; menos mal que, por lo menos, podemos ser inclusivos.
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