Radiohead: no estoy seguro de lo que vi
No sé si asistí a un hecho artístico de magnitud o a un accidentado viaje mental transformado en concierto. Pasadas las 20:30, entre luces y sombras, los músicos de Radiohead ascendieron a un escenario circular en el centro del campo del Movistar Arena de Madrid.
El escenario estaba cercado por una suerte de gran reja metálica sobre la que se proyectaban imágenes saturadas. Todo en la puesta apuntaba a que la escena no se percibiera. La persona que estaba a mi lado preguntó casi enseguida: “¿Van a tocar así durante todo el concierto?”.
Confieso que era incómodo. Estabas allí para ver a Radiohead después de siete años y lo que veías eran unas siluetas oscuras moviéndose detrás de un enrejado. Me resultó perturbador.
Desde ese instante pensé: ¿qué habrá querido lograr Thom Yorke con esta puesta? ¿Jodernos un poco? ¿No tiene que ver con eso el arte, precisamente?
El show inició con “Let Down”, y quizás alguno pensó que veríamos el perfil de Radiohead más melancólico y armonioso. Error. A “Let Down” le siguió la faceta más industrial, electrónica y discordante del grupo inglés. El bajista Colin Greenwood había dicho antes del show que la lista se iría improvisando en el momento. La improvisación fue, entonces, por ese lado.
El público no fue especialmente comunicativo, al margen de un coro de onomatopeyas en cada comienzo y en cada final.
Yorke, por su parte, casi no abrió la boca; aunque cantó, tocó la guitarra y los teclados desde distintos puntos del escenario, todo entre los pasos de una coreografía de un viaje personal e intransferible.
Confieso que, tras los primeros cuarenta y cinco minutos, me sentí algo abatido.
Para un amante de la música —pero no necesariamente de Radiohead—, la elección de canciones no era complaciente. Y no hablamos de exceso de tristeza y drama; un amigo inglés despotricó una vez contra quienes no escuchan Radiohead porque les invade el bajón. A mí me pasa lo contrario, recuerdo que me dijo. Depende tu ánimo, agregaría.
Cuando se cumplió una hora me escabullí a la zona gastronómica, donde no había un alma.
Tras resignarme lingüísticamente a pedir un “perrito caliente”, abordé a una joven asiática para preguntarle por el show. El sector de la platea donde me encontraba estaba cubierto de jóvenes asiáticos.
“¿Por qué te gusta Radiohead?”, le pregunté. “He is a mad guy (Es un tipo loco)”, respondió. “Sólo escuché un par de canciones, pero mi novio es fanático desde hace diez años”, agregó. “¿Cómo describirías su música?”, insistí. “Sexy y dinámica”, sentenció.
Me pareció atinado. Esa noche venía siendo dinámica. ¿También sexy? Lo de Yorke no era especialmente sensual, en el sentido más usual. Sin embargo, y a pesar de los rasgos visibles de la edad, había algo. Quizás el hecho de que pareciera convencido, más bien afectado por sus propias composiciones, de una manera especial, entre la herida y la locura. He is a mad guy…
“No Surprises” fue, quizás, el primer hit comercial de la banda; también la muestra más cabal de que entre ese primer bloque de sonidos de alta frecuencia, sintetizadores y cortinas de guitarras sucias, las melodías también eran parte del acervo del grupo. Lo digo sabiendo que más de un fanático pueda dejar de leer ahora mismo. En mi defensa diré que el concierto para dos pianos de Shostakovich, interpretado el día anterior en Madrid por Marta Argerich, me pareció una canción de cuna al lado de lo que había visto hasta el momento.
Durante la segunda parte, el cilindro fóbico ya se había despejado.
La imagen de la escena era nítida: Yorke siguió en la suya, lo que no era necesariamente antipático.
Alguien en la prensa se quejó de que no dijera algunas palabras en castellano. Hasta donde yo supe, debería haber dicho thank you, en todo caso. Como fuera, lo de Yorke parecía mucho más visceral y sincero que lo de cualquier cantante mainstream de estos días. No había necesidad de quedar bien con nadie. Sólo cantar, dejarse llevar por la música.
“Idioteque” fue el último tema antes de que entrara una seguidilla de bises para los que Radiohead no se hizo rogar. Alguien pidió —como yo internamente— “Creep”, pero era casi imposible que la tocaran (Yorke ya había dicho que era una especie de accidente adolescente).
La lista final incluyó “Paranoid Android”, “How to Disappear Completely” y “There There”, entre otras. Esta última, con dos (¿tres, si contamos los sintetizadores?) percusiones: batería y dos timbales ejecutados por Ed O’Brien. Fue una muestra más de que la base rítmica podía transformarse en una ola arrolladora de golpes.
El final estuvo a tono con la canción elegida: “Karma Police”. Una atmósfera sombría; una ejecución limpia. This is what you get… This is what you get… ¿Una especie de mensaje premonitorio de que algo no termina bien? Yorke y el resto de la banda terminaron con los brazos en alto.
Yorke sostuvo en el aire la guitarra, y me recordó a mi padre cuando, tras dirigir un concierto, levantaba en el aire la partitura del compositor.
Dejé el Movistar Arena agotado. La calle me parecía un lugar tranquilo y silencioso al lado del concierto. Radiohead no es mi banda favorita, ni de cerca, pensé, al mismo tiempo en que sentí que había presenciado algo único e irrepetible. This is what you get.
AF/MG
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