Hinde Pomeraniec: “Es perturbador pensar que está cambiando ante nuestros ojos el concepto de verdad”
En su reciente libro “Todos queremos ser felices” aborda asuntos como los cambios tecnológicos, el duelo, la soledad, la identidad, el arte y distintas formas del amor. La palabra de una referente del periodismo que, pese a los tiempos tumultuosos, sigue manteniendo la curiosidad como motor para su oficio.
La periodista y escritora Hinde Pomeraniec acaba de publicar el libro "Todos queremos ser felices", donde reúne una serie de textos que escribió entre 2020 y 2024. Diego Medina
Las escenas se suceden, inquietan, laten, perturban, conmueven en Todos queremos ser felices (La Libre, 2025), el flamante libro de la escritora, periodista y editora Hinde Pomeraniec. Al poco tiempo de que se desatara la pandemia y que buena parte del mundo quedara en una suerte de pausa inquietante, Pomeraniec buscó una forma de desafiar el aislamiento impuesto por las restricciones sanitarias de entonces y empezó a enviar un newsletter a sus lectores de Infobae (“la pandemia exageró en mí la necesidad de divulgar libros, películas, músicas y biografías como si se hubiera hecho imperativo compartir ese abanico de emociones”, confiesa en las primeras páginas de la publicación). Primero fue diario, luego mutó en un envío semanal y con el tiempo se convirtió en un rito que convocaba a un público cada vez mayor y que comenzaba con un saludo simple y contundente: “hola, ahí”.
Después de esas palabras de rigor, llegaban las observaciones de la escritora que partían de lecturas, de películas que había visto, de voces que extrañaba o de alguna imagen que volvía a su memoria y que, en su deriva, la fueron llevando a detenerse en fenómenos vertiginosos tan universales como personales. Durante más de cuatro años y a partir de una mirada genuinamente curiosa, se dedicó a pensar, entre otros asuntos, la identidad, el duelo, la soledad, la tecnología y al amor, en sus distintas formas.
Luego de un trabajo de lectura y selección, aquellos textos hoy se resignifican en un libro pequeño y encantador que se detiene a desgranar todo tipo de transformaciones. De la irrupción de la Inteligencia Artificial en sus distintas versiones a la sorpresa de caer en la cuenta de que probablemente seamos las últimas generaciones de humanos que vivieron un mundo sin internet y con alguna capacidad de detectar mentiras en ciertos discursos que corren imparables como el agua. De las formas que fue tomando la ansiedad a su aceleración y sus consecuencias globales. De redacciones a las que había que ir con el material mecanografiado a escribir en casa espiando con fascinación los personajes que muestran en las redes sociales el antes y el después de sus cuerpos después de dietas o tratamientos inverosímiles.
El libro "Todos queremos ser felices" salió por el sello independiente La Libre. Archivo
– Después de años de trabajar en los medios de comunicación más importantes, en prensa escrita, en radio y televisión, el mundo se frena de repente por una pandemia y vos de alguna manera decidís aferrarte a la herramienta de la escritura y empezar a mandar un newsletter. ¿Cómo surge ese gesto inicial que es el que le da pie a los textos de este libro?
– En aquel tiempo hubo una propuesta por parte de Infobae de hacer un newsletter, ¡el delirio fue que yo empecé haciéndolo diario! De eso la verdad que no tengo mucho registro, pero sí recuerdo que fueron varias semanas y yo escribía todos los días. Creo que esos textos son los más personales porque la angustia era mucha en esos primeros días de la pandemia. Y lo que ocurría es algo que asocio mucho con otra sección que todavía existe en Infobae que se llama “La belleza del día”. Me acuerdo de que flotara la idea de darle algo bueno a la gente. Existió una decisión por un lado empresarial, en la que yo me enganché muchísimo: demos algo que no sea angustia, hagamos cosas o compartamos esto. Como digo en el prólogo: tirémonos botellas de una isla a la otra. Después me di cuenta de que me encontré muy cómoda haciendo ese registro que es un poco la idea que siempre tuve en relación a la divulgación y al periodismo cultural. ¿Viste que divulgación es una palabra que está como mal vista dentro del periodismo? Es curioso eso. Se supone que sos un gran investigador o sos un redactor extraordinario. En la gráfica la divulgación pareciera que quedó como en un lugar menor dentro del periodismo. Y en realidad, en el periodismo cultural es algo básico el tema de la divulgación. Porque además sos como el nexo entre la academia y lo popular. El newsletter me daba mucho de eso y me permitía salir a veces de la literatura e irme a otras cosas que me gustaban mucho. Así que me encontré muy cómoda haciendo eso, fue algo casi natural.
– Al mismo tiempo pertenecemos a generaciones que repitieron casi como un mantra eso de “en periodismo nunca usamos la primera persona”. En estos textos vos hablás de muchas cosas, vas como imantando un libro, una película, para asociarlos al nacimiento de tu nieta, a la voz de tu padre o a una canción que cantaba tu madre. ¿Cómo llegaste a este tono después de haber escuchado aquel mantra en tantas redacciones?
– Te diría que se lo debo a Jorge Fernández Díaz.
– ¿Por qué?
– Porque por un lado había un yo que estaba en mis notas de viaje. Cuando trabajé en Clarín hacíamos diarios de viaje y nos permitíamos una primera persona separada de las crónicas o de los análisis. Pero, casi en paralelo, yo creo que fue en 2008, Fernández Díaz estaba a cargo de Cultura en La Nación y me pide que escriba un texto para una sección que se escribía en primera persona. Y me lo tomé súper en serio y escribí un texto que después salió incluso en un libro que hizo Julián Gorodischer. Se llamó Las manos en la masa, ahí escribí sobre mi mamá y también sobre mi papá. También digamos que escribí sobre mí. Creo que me hizo bien escribirlo pero no diría exactamente que fue una catarsis porque suena demasiado dramático. Diría mejor que me resultó cómodo. Sí, básicamente eso porque creo que ahí apareció un tono. Además recuerdo que también hubo una recepción de lo que le pasaba a otra gente con lo que yo había escrito. Y entonces pensé “bueno, acá esto funciona”. En este sentido, el formato de newsletter es ideal. Cuando reflexiono sobre estos temas para los talleres que doy, por ejemplo, siempre pienso que hay una primera persona que nos molesta a todos y que es la primera persona arrogante. Creo que esa es la que tenemos que evitar. Pero también hay una primera persona que termina siendo una primera del plural. Todos tuvimos padres. Todos estuvimos de duelo. Todos alguna vez sufrimos por amor. Todos o muchos podemos ser abuelos o fuimos nietos. Entonces esto sí me interesa: ver si se puede conseguir llegar al otro con esa una primera persona que lo que hace es darle voz a lo que el otro por ahí venía pensando y no podía formular. Mi sensación es que con muchos de los newsletters que yo escribí pasó eso.
Divulgación es una palabra que está mal vista dentro del periodismo. Es curioso eso. Se supone que sos un gran investigador o sos un redactor extraordinario. En la gráfica la divulgación pareciera que quedó como en un lugar menor dentro del periodismo.
– Aparece algo de ida y vuelta, una interlocución, tu “hola ahí”, con el que los abrís.
– Sí, es así. Igual debo decirte que durante todos estos años y todavía hoy a mí me gusta mucho alternar, porque yo también me canso de mi propia voz. Me gusta hacer lo que hago y también irme a un texto bien en tercera persona, casi como para recordarme que hacemos periodismo. Y, cuando escribo primera persona, intento tener presente que lo que yo estoy haciendo, más allá de hablar de mí, es divulgando, llevándole cosas a otros. Porque si yo le hablo del duelo, en general le voy a ofrecer una pintura o le voy a hablar de literatura, de una película o de un poema que habló de eso, y eso es divulgación cultural. Por eso cuando escribo en el plano cultural yo nunca me olvido de que soy un engranaje dentro de la industria. Estoy para hacer circular materiales. Estoy para que los actores puedan seguir actuando. Para que los escritores puedan seguir publicando. Para que los editores puedan seguir editando y vendiendo.
– ¿Y cómo hacés para encontrar un balance entre todo eso que te debe llegar para leer, para mirar, para visitar y lo que en el libro llamás “obsesiones disfrazadas”?
– Cuando estás escribiendo algo semanalmente o con una fecha determinada estás todo el tiempo mirando qué puede servir. Y a veces eso se arma solo, nos guste o no tenemos cabeza de sumario. Por lo menos nuestras generaciones de periodistas. Yo tengo la sensación de que el sumario ya no existe. O de que por momentos ya no existe. Que la infodemia lo que hace es que todo el tiempo aparezcan cosas y se haga cada vez más difícil discernir y generar eso. Pero en las columnas esto sigue estando, la idea de pensar “esta semana voy a escribir de esto”. Después están esas obsesiones de cada una que, cuando te pasan determinadas cosas personales, te parece que a todo el mundo le pasa lo mismo que a vos y empezás a ver eso en todo. Le empezas a ver el link entre una cosa y la otra. Y se da. Nosotras tenemos cabezas de periodistas, pero también de editoras. Porque a veces pienso en esas uniones que terminarían en notas que yo le podría pedir a otro. Eso en cuanto a la previa. Después viene lo que trae la escritura. Vos bien sabés que cuando te ponés a escribir empezás de una manera y la escritura hace su propio recorrido. Y lo que empezabas de un modo y decías, por ejemplo, “con esto voy a hacer una cosa cortita” se termina armando en 40 mil caracteres. Porque, nada, escribimos y escribir es eso. Y te lleva. Y te empezás a acordar de otra cosa. Te repetís. Te cartoneás a vos misma, como diría María Moreno. ¿Y por qué no hacerlo? Si yo esto lo escribí hace 15 años y quién se acuerda. Y hoy lo estoy viendo desde este otro lugar. ¿Por qué no retomar aquello? Aquella lectura. Aquella interpretación que hice en combinación con esta obra nueva. Es eso, sale así.
Con una larga trayectoria en los medios más importantes del país, Hinde Pomeraniec es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires y se desempeña como periodista y editora. Patricio Montalbetti
– ¿Cómo decidiste convertir en un libro a esos textos que salieron inicialmente con el formato de newsletter?
– Hay una cosa que me pasa como periodista y con la idea de tener los propios libros o la propia obra publicada cuando laburamos tanto. Me parece que cuando escribimos tanto, cuando lo más fuerte que hacemos o el mayor tiempo lo ponemos en la escritura de lo efímero, por llamarlo de algún modo, a una edad como la mía te empieza a generar angustia. Porque llega un momento en el que te ponés a pensar la cantidad de cosas que ya produjiste, la cantidad de entrevistas que ya hiciste, la cantidad de caracteres que escribiste en tu vida y mirás aquello que finalmente se publicó en formato libro y no hay ninguna comparación. Entonces te empezás a preguntar si una tendría que haber parado antes o si una tendría que haber acumulado un dinero como para pensar en parar antes y ponerse a producir lo propio. Te aparecen montones de preguntas y de angustias en ese sentido. Entonces la posibilidad de que algo que escribiste tenga formato libro, de que quede documentado de otro modo ofrece algo distinto. Porque, además, sabemos que una cosa es publicar un texto semana a semana y otra cosa es cuando los ves todos juntos, ahí se conforma una cosa diferente, se arma una lectura diferente. En este caso la idea surgió cuando me encontré con Anshi Moran, la editora de La Libre, cuando entregamos un premio organizado por La Agenda en el Centro Cultural Recoleta. Nos pusimos a charlar y ahí fue que ella me lo ofreció. Me dijo “a mí me encantaría que lo hicieras, puede ser un libro pequeño”. A los pocos días empezamos a trabajar. ¡Y me encantó!
– Antes hablabas de la palabra “divulgación” como algo mal visto y el título del libro, que también es el de uno de los artículos, trae otra idea que suele tener mala prensa en algunos ámbitos artísticos: la felicidad.
– Eso salió naturalmente en aquel envío del newsletter. Acababa de nacer Miki, mi nieta, y yo no recuerdo una felicidad igual. Fue todo muy especial, también, porque ella nació en Atenas y tuve la posibilidad de estar ahí para ese momento. Se me juntaron muchas cosas porque en el tipo de periodismo que yo hice siempre los viajes tienen mucha importancia. Y la mirada en los viajes tiene mucha importancia. Entonces yo estaba muy feliz ahí en un departamentito frente a la casa de mi hijo. Me daba felicidad. Y me sigue dando felicidad ser cronista porque me da felicidad mirar y contar. Si vos me preguntas qué es lo que más me gusta hacer –y hoy ya no lo hago tanto porque ya no viajamos mucho los periodistas– te diría que es viajar para contar. Contar con mis ojos lo que veo. Que es lo que hago en los libros, por ejemplo, como Rusos también. Aunque también haga el análisis político, claro, lo que más me gusta es poder mirar y contar, traducir. Divulgar, es eso finalmente. Yendo a la felicidad, me puse a pensar la cantidad de cosas que me gustaban que eran felices, como en la pintura. Yo siento que tengo una impunidad con las artes visuales porque como no soy experta, no vengo de ahí ni estudié eso, sólo me guío por lo que me gusta. Y Matisse es una de las cosas que más me gustan porque me gustan sus colores que son colores felices. Matisse es feliz. Entonces es hermoso. Y me gustó esa idea porque además es verdad: todos queremos ser felices.
– El libro está dedicado a tu nieta.
– Sí, me gustó mucho también esa idea porque cuando llegás a mi edad, cuando tenés mucho más para atrás que lo que sigue, también pensás lo que te gustaría que les quede a las personas que querés. Con este libro me gustaría que le quede esto de pensar que su abuela escribió eso y que fue feliz cuando ella nació y que tuvo ganas de dejárselo.
– No sé si pasó voluntariamente o si apareció mientras escribías, pero en el libro los textos van dejando, entre miradas sobre películas, situaciones personales, lecturas o cuadros, escenas de lo que alguna vez fue el periodismo. En un momento contás de cuando llevabas personalmente un texto a un diario o cuando un editor te comentaba alguna cosa. ¿Sentías que querías dejar esas huellas de un mundo que empieza a dejar de existir?
– Me parece que lo que aparece es justamente que me ha tocado participar de una transición en los medios. Así como participé en la transición de la máquina de escribir a la computadora. Entonces, cuando vos estás en esas transiciones, las reflexiones naturalmente aparecen. Y también aparece una idea muy clara: ¡no quiero aparecer como la vieja de mi época fue mejor! (risas). La única gran diferencia con el pasado o lo mejor de todo eso es que yo era joven fundamentalmente. Es un libro en donde aparecen también reflexiones sobre la inteligencia artificial, por ejemplo, o newsletters sobre la soledad, o el encabalgamiento de las eras. Esas cosas me resultan muy atractivas, quiero ver cómo funcionan, de qué están hechas. En el fondo es porque a mí no me gusta perderme los trenes, ¿viste?
– Seguís manteniendo la curiosidad por algunos fenómenos, aunque estemos atravesando tiempos inquietantes.
– Es que sí, mientras pueda, mientras el cuerpo me dé, mientras la cabeza me dé, me gusta probarlo. O sea, yo uso el Chat GPT para probar qué tiene para ofrecer, aunque por supuesto que me preocupa el Chat GPT. Diría que me preocupa y, sobre todo, me resulta perturbador. Porque es perturbador pensar que está cambiando ante nuestros ojos el concepto de verdad. Eso me resulta muy perturbador. Ni hablar que cuando empecé a reflexionar sobre esto, como se ve en el libro, no teníamos encima las reflexiones sobre la era de la crueldad que tenemos hoy.
Sentir que todos los días desde lo más alto del poder nos llaman ensobrados a los periodistas cuando no sabemos cómo pagar las cuentas la verdad que me parece bastante injusto. Y que haya gente que reproduzca eso sin pensarlo, porque hay de pronto cuatro, cinco, diez periodistas que ganan bien, me duele. Me duele en el mejor de los casos. Me enoja mucho.
– Hablábamos de tu rol como cronista pero, entre tus diversos intereses aparece, además de la política internacional, tu destacadísimo papel como entrevistadora que hoy podemos ver y escuchar, por ejemplo, en tu podcast Vidas prestadas. ¿En algún momento te diste cuenta de que había una chispa ahí, en ese género?
– Por un lado me gusta escuchar. Soy curiosa. Me gusta preguntar. Pero me gusta antes que nada escuchar. No me interesa tanto que se escuche lo que yo pregunto. A la vez, no me preocupa decir “no entendí, explicámelo de nuevo”. Me gusta la charla. Por supuesto que también me ha tocado hacer entrevistas duras. Yo me fui del diario Clarín haciéndole una entrevista al primer embajador que puso Sebastián Piñera en la Argentina. En esa charla el hombre hizo unas declaraciones completamente fuera de lugar y terminaron sacándolo. O sea, me fui de Clarín cargándome un embajador (risas). Sé que es un trabajo que puedo hacer. Y vuelvo a leer aquella entrevista y vuelvo a verme frente a un tipo que me dice que la mayoría de los chilenos no sintió la dictadura de (Augusto) Pinochet. Y yo diciéndole “por favor, qué me está diciendo”. Existe esa clase de periodista que siente que tiene que incomodar o buscar un título. A mí me gusta más la entrevista que hago de pronto con algún artista o con alguna persona por una historia de vida, en donde esa persona se siente tan cómoda conmigo que empiezan a salir cosas increíbles. Si me pongo a pensar en cuándo surgió mi interés por la entrevista en sí, no sé con exactitud pero recuerdo que una vez entrevisté para Clarín a la mamá de una piba que había muerto de SIDA. No se hablaba en los medios de entonces de HIV, lo llamábamos SIDA. De hecho, me acuerdo que pusieron un título que era “Mi hija murió de SIDA”. Imaginate, un título que hoy ni se nos ocurriría. Pero recuerdo que esa mujer a lo largo de los años me siguió escribiendo y yo ahí me di cuenta de que conversar con los otros y trasladar eso al papel era una función del periodismo que me gustaba mucho. Que me hacía bien a mí también. Y que podía hacerle bien a los otros. En el caso de las entrevistas con escritores en la radio o en el podcast me doy cuenta de que muchas veces se trata de llevar buenos momentos a la gente. En momentos tan duros como estos, ¿por qué el periodismo cultural no puede hacerlo? Por supuesto que cuando hago periodismo sobre política internacional no pienso en esos términos. Pero como periodista cultural sí. ¿Por qué no?
Multipremiada, entre otras distinciones Pomeraniec recibió el Konex de Platino en la categoría Periodismo Literario y el reconocimiento “Voces que transforman”, otorgado por Amnistía Internacional Argentina. Diego Medina
– ¿Cómo vivís estos tiempos en los que en Argentina, pero también, por ejemplo, en los Estados Unidos de Donald Trump nos enteramos de noticias como recortes o desfinanciamiento a las políticas públicas destinadas a la cultura o cuando distintas figuras de la cultura como actrices, escritores, cantantes son víctimas de hostigamiento por parte del poder?
– ¡Y también los periodistas son víctimas de esto! Empezaría en este caso por los periodistas en un momento en el que las últimas cifras dicen que el 80% de los periodistas de gráfica, por ejemplo, cobran por debajo de la línea de pobreza en el trabajo que más cobran, porque además tienen que tener más de un trabajo para subsistir. Sentir que todos los días desde lo más alto del poder nos llaman ensobrados a los periodistas cuando no sabemos cómo pagar las cuentas la verdad que me parece bastante injusto. Y que haya gente que reproduzca eso sin pensarlo, porque hay de pronto cuatro, cinco, diez periodistas que ganan bien, me duele. Me duele en el mejor de los casos. Me enoja mucho. Como hago internacionales también sé que no es algo que esté pasando solo acá. Y no es solo en el plano de la cultura, aunque claro que me parece espantoso lo que está ocurriendo con los desfinanciamientos. Porque, además, estoy cada vez más convencida que el desfinanciamiento tanto en Estados Unidos como acá no es por una cuestión económica sino ideológica, por todo lo que estamos viendo. Estamos realmente cerca de una tercera guerra mundial, si es que no está comenzando mientras estamos conversando. Porque lo venimos viendo. Durante muchos años el mayor temor era que se enfrentaran Irán e Israel. Bueno, eso ya lo estamos viendo. Tuvimos también la masacre de Hamas del 7 de octubre del 2023, algo que para mí también es un punto de inflexión. Para mí, como judía del mundo, y para todos nosotros. Asistimos a un reacomodamiento donde mucha gente que desde siempre fue prejuiciosa con los judíos, por no decir directamente antisemita, hoy acompaña al actual gobierno supremacista de Israel. Esto por supuesto que a mí no me confunde, pero hay gente a la que sí la confunde y lo cree. Hay gente que cree que determinados personajes están con Israel porque tienen simpatía por los judíos: lamento decirles que no. En todo caso, tienen más odio por los musulmanes. Y en todo caso, también, lo que le gusta es el supremacismo judío, algo que a mí particularmente me avergüenza. Cuando te dicen “esto no comenzó el 7 de octubre” es verdad. Pero esta última etapa sí comenzó con un hecho de terror en el sur de Israel, donde no viven los supremacistas judíos sino que viven los que más cerca estuvieron siempre del pueblo palestino. Entonces esto es algo que modificó por completo el esquema, incluso te diría el esquema ideológico. Y así como las mujeres del mundo o las organizaciones de mujeres del mundo en muchos sentidos abandonaron a las mujeres israelíes, la izquierda del mundo también abandonó a la izquierda judía. A la izquierda israelí y a la izquierda judía. Así que hay una soledad importante.
– Sobre todo esto también pudiste escribir en el newsletter. ¿Sentías que era el momento de hacerlo, pese a los debates o las posiciones muchas veces muy duras?
– Sí, escribí mucho sobre eso. Y estoy muy tranquila con todo. Estamos en un momento de binarismo muy fuerte. Hoy leía justamente un texto de Thomas Friedman que señalaba que vos podés observar varias cosas que se contradicen entre sí al mismo tiempo y vos podés estar en contra de varias cosas al mismo tiempo. No quiere decir que vos tenés que estar con Hamas o con Netanyahu. Podés estar en contra de Hamas y de Netanyahu y va a estar bien. Mucha gente me escribió en ese momento para decirme “estás diciendo lo que yo hubiera querido decir”. Por suerte no recibí hate en ese sentido. No sé, está bien complicado todo eso. Es un tema que quema. Y por eso lo escribí. Porque además creo que es peor si no hablamos.
– En este mundo turbulento, de todos modos, en tu libro decidiste pensar en la felicidad, en eso que nos lleva a querer ser felices. ¿Qué imagen, qué foto, qué cara representa para vos la felicidad hoy?
– Bueno, en este momento es muy difícil para mí sustraerme de la cara de mi nieta Miki, de los gestos, de su aprendizaje y de toda su lengua porque es una especie de radio multilingüe. Por donde vive y por la casa de los padres, que hablan en lenguas diferentes. Ella es una esponja y me encanta. Me da mucha felicidad, por ejemplo, cantarle por Zoom. Por la diferencia horaria, cuando ella se levantó de la siesta y está con la merienda, nos conectamos y yo le canto. ¡Y ella me llama ‘bobe’ en idish! Es muy difícil para mí sustraerme de esa felicidad. Pero como te digo esto, te digo también que hay ciertas cosas de las artes visuales, y de la pintura en particular, que me provocan una felicidad enorme y me siguen entusiasmando. O un concierto de Paul McCartney en familia por ejemplo, como nos pasó hace poquito. Ese tipo de instancias si querés más íntimas, con mi familia, con las personas que quiero. Porque lamentablemente desde lo colectivo me está costando encontrar cosas que tengan que ver con felicidad.
ALMG
Sobre la autora
Hinde Pomeraniec es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires (UBA), periodista, editora y escritora. Fue docente en la carrera de Letras de la UBA y dicta cursos y talleres de periodismo y lectura.
Fue editora de Cultura y de Política Internacional durante veinte años en el diario Clarín (1989-2010); dirigió entre 2010 y 2014 la editorial del Grupo Norma y entre el 2010 y el 2017 fue columnista del diario La Nación. Fue también conductora del noticiero internacional de la TV Pública argentina y del ciclo La pasión no es un bolero, en el Canal de la Ciudad. Fue la creadora –y durante cinco años la editora– de la sección Cultura de Infobae, diario online en el que sigue escribiendo. Desde 2019 conduce el podcast sobre libros Vidas Prestadas.
En 2015 fue una de las organizadoras de #NiUnaMenos, la jornada de movilización masiva del 3 de junio en contra de los femicidios. En 2017 recibió el Konex de Platino en la categoría Periodismo Literario. En 2019 le fue otorgado el premio “Hrant Dink” por parte del Consejo Nacional Armenio. En 2022 recibió uno de los premios “Voces que transforman”, otorgados por Amnistía Internacional Argentina, en reconocimiento a su aporte en la lucha por la sanción de la ley de aborto seguro y gratuito. En 2024 recibió el Premio Lola Mora por la promoción de la igualdad de derechos y oportunidades para las mujeres.
Varios de sus textos fueron publicados en diversas antologías. Es autora de los libros Katrina, el imperio al desnudo (Capital Intelectual), ¿Dónde queda el Primer Mundo?, en coautoría con Raquel San Martín (Debate), Rusos de Putin. Postales de una era de orgullo nacional y poder implacable (Planeta), Lu, Lucy, Lucía (Norma, literatura infantil) y Blackie, una voz insumisa (Gourmet Musical). En 2024 se publicó Consejos no solicitados sobre política internacional (Siglo XXI), un libro de conversaciones con Juan Gabriel Tokatlian, y en 2025 salió el flamante Todos queremos ser felices (Editorial La Libre).