QUÉ VER

El misionero danés que perdió la gracia de Dios en Islandia

Vale celebrar y agradecer que un film tan fuera de los cánones comerciales y de las temáticas en boga, tan riguroso y desprovisto de fáciles gratificaciones que –además– nos lleva a un país cuyas tradiciones y geografía son poco conocidas en estos pagos, se estrene localmente en salas, que es donde –dentro de lo posible– merece verse en todo su esplendor.

Aviso, entonces, para gente dispuesta al descubrimiento de un gran director en su tercer largo, Hlynur Palmason, capaz de provocar emociones fuertes, inquietantes, arrolladoras con asuntos que van de la violencia de cierta evangelización cristiana al choque de culturas, del dogmatismo cerrado de la vocación religiosa al brutal desmoronamiento de la fe y de los dictados morales, del machismo arraigado en la tierra helada (Islandia) a fines del siglo XIX, a la dulzura –sin idealización– aportada por las mujeres, en especial, una niña y una jovencita. La primera, Ida, como lazo de unión entre Dinamarca –de donde proviene– e Islandia actuando como traductora; asimismo, como alguien intuitiva que deduce y se anticipa a ciertas acciones humanas, a la vez que ama a los animales y acepta los ciclos de la vida (en un final que puede apretar los corazones más curtidos). Su hermana, Anna, aunque cumple el rol establecido universalmente de ama de casa (de la ausencia de la madre no se dan explicaciones, solo se puede inferir que ha muerto hace tiempo) se atreverá a desobedecer y a ofrecerse generosamente a un amor imposible.

Con neta impronta propia, Palmason ha sabido beber en fuentes clásicas –John Ford, Ingmar Bergman, Carl Dreyer, Robert Bresson…– para narrar esta epopeya donde cada imagen, cada palabra, cada nota musical remite con sutileza a la historia, las costumbres, las mitologías de esa Islandia que tan hondamente supo amar Borges, “la más remota e íntima/ de las regiones que he conocido”. Islandia, a la que llama por su probable nombre antiguo, Thule, “la de las tendidas redes marineras”. Borges, que eligió aprender su lengua, “ese latín del Norte/ que abarcó las estepas y los mares”. “Sé que no lo sabré nunca”, admite en un poema, pero emprende la tarea “por los eventuales dones de la busca”, no por “el fruto sabiamente inalcanzable”.

Poco antes de morir, Borges se casó en Ginebra con María Kodama mediante el culto de los dioses paganos; y en su lápida, antes de que apareciera un jardincito, se podía ver rodeándola varias piedras. Acaso aludiendo a las cairns, esas piedras apiladas que en las rutas islandesas marcan el camino a recorrer, representan el viaje; una costumbre ligada a pueblos originarios que también podía indicar los sitios de entierros. Pero por sobre todo, se trata un mojón importante para viajeros de a pie; una parte del paisaje islandés que está considerada dentro del patrimonio que debe respetarse y, de ninguna manera, moverse.

Una especie de GPS del pasado remoto que, sin subrayados, es citada en Godland cuando, en la primera parte, un chico apila piedras como jugando, en breve escena. Porque así está hecha esta película que llevó dos años de rodaje, con una entrega y una paciencia infinitas por parte del realizador y de todo su equipo. Dentro del cual, actores increíbles con los que ya ha trabajado (este es su tercer largo) y la extraordinaria directora de fotografía María von Hausswolff, suficientemente diestra para lograr fusionar cielo, mar y playa sin solución de continuidad. Artista visual además de cineasta, Palmason, para hablar del paso del tiempo, de las estaciones (cruciales en el relato), tuvo la brillante idea de registrar cada tanto la descomposición del cuerpo de un caballo que había muerto en un terreno vecino a la casa de su padre. Y con su ojo de poeta conocedor de pintura, vio allí una belleza otra que podía acercarse al arte contemporáneo.

Señor, aparte de mí este cáliz

Lucas, el pastor que luego de ser adoctrinado por su superior eclesiástico –que ve en él la misma calentura por evangelizar que sintió en su juventud– pertenece a la iglesia luterana, importante rama primigenia del protestantismo de origen alemán, que impulsó el calvinismo en Francia. Vale recordar que Martín Lutero produjo el gran quiebre en la Iglesia católica de Roma cuando, en el siglo XVI, se sublevó contra las indulgencias que debían pagar los católicos –como parte del sacramento de la confesión– para reducir su tiempo en el purgatorio, o borrar su pecado en la vida terrenal. Lutero lanzó sus 95 Tesis para fundamentar que ese comercio no figuraba en las Escrituras. El papa de turno, León X, no logró silenciarlo y el cisma estalló: “El que gasta dinero en indulgencias solo recibe la indignación de Dios y pone en peligro su salvación”, proclamó Lutero, y fue excomulgado. No estaba solo en sus cuestionamientos, tuvo muchos seguidores; primero en su país, Alemania. Pronto, los reformadores se multiplicaron en Europa. La iglesia de Roma respondió con la Contrarreforma y moderó los abusos en la cobranza de indulgencias. El luteranismo y su estricta moral se fueron extendiendo, removiendo los cimientos del cristianismo medieval, manteniendo solo dos sacramentos, quitando imágenes y aligerando las ceremonias. Ciertamente, llegó a los países escandinavos. Actualmente, es la religión oficial de Islandia y permite la ordenación de pastoras y obispas.

A esta iglesia pertenece Lucas en Dinamarca cuando es destinado a una isla bajo su dominio, Islandia, para levantar un templo y convertirse en su párroco. Ya desde su primera escena, la mirada afiebrada del fanático deja sospechar una obsesión malsana, intransigente.

Lucas parte en barco con su complicado aparato decimonónico para tomar fotografías de los pobladores durante su misión. Algunas de esas fotos halladas en una caja serían las que motivaron Godland y habrían sido tomadas en fechas cercanas a la invención del cine…

En el trayecto, ya en tierra, más o menos firme cuando no está anegada, ayudado por un traductor profesional que le asignaron en su país, el pastor ira evidenciado su arrogante tozudez, su ausencia de toda empatía. De las virtudes teologales, solo parece mantener en pie la fe, aunque asoma la vacilación. Desprovisto de caridad, prudencia, espíritu de justicia. Su superior le ha aconsejado adaptarse al modo de ser de los isleños, pero Lucas no afloja nunca llegando a la insensatez de obligar a su comitiva a cruzar un río que ha crecido sin escuchar la advertencia de los entendidos, y su capricho cuesta una vida. A la noche, que es día en el verano islandés, le cae la ficha de que se le va a hacer difícil resistir. Pide ayuda a Dios, pero ya sería demasiado tarde: ese viaje que se empeñó en hacer por el camino más largo le costará extenuación, malestar, enfermedad en esa tierra helada y volcánica. Y, en simultáneo, conseguirse un antagonista formidable como el viejo Ragnar, algo así como el hombre sabio de la tribu, el que saluda al sol por la mañana, el que cual rapsoda le cuenta al grupo historias tremendas por la noche en torno al fueguito; historia como la de los gemidos de las anguilas, semejantes a los de las mujeres en el apareamiento, con un final terrible. Acaso una edda transmitida oralmente a través de los siglos. Ragnar también entonará canciones a la naturaleza que parecen surgidas en el momento: “A dónde vas cascada…”. En su vía crucis, Lucas pierde en el mar la gran cruz con la que martirizó al caballo que tuvo que cargarla. Y la construcción de la iglesia irá a la par del derrumbe de la fe de este pastor que no quiere tener olor a oveja… Ni será capaz de recibir la confesión de Ragnar que, aunque no existe este sacramento para los luteranos, el viejo está haciendo para obtener un perdón.

La puesta en época de este film rezume autenticidad en cada detalle, incluso en su crudeza que nunca es gratuita. La tragedia llega inexorable, como es costumbre en las tragedias. Los paisajes majestuosos, intimidantes, parecen intocados, incontaminados por el ser humano. La música original tocada por el saxo crea una atmósfera que sugiere una disociación libre y al mismo tiempo, misteriosamente evocadora. También está el alegre acordeón en la boda, las canciones de Ragnar y este tema final sobre la letra de un poema caro a Palmason, él también dividido (o repartido) entre Islandia donde nació y Dinamarca donde estudió cine para hacer esta prodigiosa película.

Godland se puede ver en Cinépolis Recoleta, Lorca, Atlas Patio Bullrich, Multiplex Belgrano, Cacodelphia y Showcase Norte.

MS/MG