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Argentina - Panamá
La fiesta de los Campeones: Buenos Aires albiceleste otra vez

Una euforia que no tiene estadio que aguante.

Lautaro Castillo

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Este jueves, Buenos Aires repitió las postales que se vieron durante todo la Copa del Mundo: camisetas de Argentina por doquier, de todos los tiempos. Truchas, originales, nuevas, vintage, de Adidas, Reebok o Le Coq Sportif. Pero circula por las calles una que en diciembre no existía: la de las tres estrellas.

Desde temprano, la previa del partido se manifestaba en las calles. Desde el mediodía, horas antes de que se abrieran las puertas del Monumental, los hinchas concurrían al vallado de Barrio River para ver a la Scaloneta en su reencuentro con el público argentino tras los laureles.

Marina llegó de lejos. Consiguió cinco entradas para su marido y sus tres hijas. “Cada una de las reventas me costó 22 mil pesos”. Eran para la Centenario Alta, que oficialmente cotizaban a 12 mil. Hace la cuenta y dice haber pagado 50 mil pesos de más, pero no le importa porque ayer una alcanzaba los 70 mil pesos. Comenta que las compró “la semana pasada, antes que saliera al público la venta”. No sabe cómo, pero habla de “alguien que se dedica a eso”. Alguien que tenía ocho mil antes que nadie.

Si el Mundial fue un espectáculo para los más afortunados que pudieron volar hasta Qatar, jugar de local también parece ser para unos pocos.

Solo 80.000 personas tuvieron la suerte de poder conseguir una entrada. Más de un millón se quedaron en el intento. Así, el negocio de la reventa tampoco faltó esta vez.

En la plazoleta de Lidoro Quinteros y Monroe, una multitud alentaba al compás de un hombre subido a las ecobicis con una cabeza gigante de Messi sobre sus hombros. Se acercaban las cuatro de la tarde, y las puertas del Monumental todavía no abrían. Entre silbidos, los hinchas les dedicaban “abrí la puerta la puta que lo parió” a la policía.

En una jornada nubosa y húmeda, una multitud pedía un poco de agua de un vecino que se asomó por un balcón. Entre gastadas, el hombre se escondió detrás de las paredes. Al rato, volvió con una manguera y dos baldes.

Cerca del palo borracho, un grupo de amigos termina de armar un porro con papel de celulosa. “Hay que fumar antes de entrar”, se dicen, advirtiendo los tres controles policiales que se vienen para entrar al estadio. En las vallas de ingreso a la Centenario, los estaban esperando efectivos de la Policía de la Ciudad con uniforme de choque y un frente de escudos. Uno por uno iban filtrando a los hinchas, en lo que sería el primero de tres controles para verificar la autenticidad de sus entradas.

Más allá de las advertencias que la Agencia Gubernamental de Control estaría auditando las ventas ilegales, los manteros y vendedores ambulantes vinieron igual. Lo más vendido era el agua y la cerveza, a 500 y 600 pesos. Después estaban los productos más exclusivos; las remeras a $5000, el piluso a $2000, la bandera a $1500 y el llavero de la Copa del Mundo también. El vendedor explicaba el precio porque es de un material metálico, macizo y dorado. Su brillo tienta a varios.

Un estruendo desde la avenida hizo temblar es asfalto. No fueron petardos ni fuegos artificiales. Eran más de 200 músicos de “La Banda de Argentina” e “Hinchas Argentinos”, muchos de los que estuvieron en Qatar y sumaron su aporte para que la hinchada sea premiada como la mejor del mundo. De a uno fueron llegando los bombos, platillos y trompetas que tocaron las canciones clásicas de cancha y los himnos del Mundial. La convocatoria fue una muestra de la fiesta para los campeones iba más allá del Monumental “Vayas a la cancha o no” hicieron de una fiesta la larga entrada.

Atrapado en el corte y junto a otros autos quedó Walter, que vino desde La Plata con su Nissan Tiida ploteado de albiceleste. Se lo hizo un día antes de la final contra Francia. A los costados, pintaron “Messi 10” y en el vidrio de atrás “Qué mirá bobo? Andá payá”. Dice que en los festejos de la final el diario Clarín lo apodó “el auto de Messi”.

De la murga participaron también Lionel Scaloni y Jorge Sampaoli. Eran dos hinchas disfrazados que trajeron una bandera argentina que decía: “Gracias Sampaoli por dejarnos a Scaloni”, en una especie de acto reivindicativo, ahora que la amargura de Rusia 2018 quedó atrás. Son un grupo de 4 amigos de Bahía Blanca, que vinieron en auto. Usaron como 20 dispositivos distintos para ponerse en la cola virtual: “de amigos, compañeros de trabajo, familiares”, enumeraban su apoyo. Del número 1800 consiguieron 4 entradas. “No pudimos disfrutarlo allá”, entonces aprovecharon a pasarla bien con la murga y perderse a Fer Palacio y Los Totora.

Martín Muñoz, según Carlos Maslatón, es la “pieza fundamental de la hinchada nacional en Qatar 2022”. En su aparición en la transmisión oficial del partido contra México, un país conoció su cara y le atribuyó ser uno de los barrabravas enviados por el “Chiqui” Tapia por el tropiezo inicial contra Arabia Saudita. Consiguió entrada para esta ocasión también: “Pagué reventa. Alguien me la vendió, un conocido que me sigue en Instagram me la consiguió por medio de otra persona”. “A esa ni entré”, dijo sobre la cola virtual. Sobre la supuesta venta previa, dijo que las empezó a ver antes pero no las agarró. 

“El Mundial fue increíble, un sueño. Todavía no lo puedo creer”. En cuanto a qué estaba haciendo allí, reconoció que “se crearon muchas especulaciones sobre quién era yo. Creo que a los medios le convenía mucho lo que se venía diciendo, y encerrado por todos lados del discurso del barra. Yo me divertí”. Sobre el premio The Best a la mejor hinchada, “nunca tuve dudas que éramos los mejores, por suerte hubo un reconocimiento”. “Maslatón es un fenómeno, amigo mío igual, hace rato.”

Un hombre de alrededor de 50 años, trajeado y peinado con gomina, quiere invitar a unas cervezas a su grupo antes de entrar. Se acerca a un vendedor, y le paga con 20 dólares. El chico no lo podía creer, no sabe cómo darle el vuelto. Llamaba a su jefe y le decía al norteamericano que busque “dólar hoy” en su teléfono. Esteban, uno de sus amigos, dice que es de Estados Unidos: “Estaba acá con un negocio” y fue para ver el partido. Consiguieron sus entradas mediante un cuñado, que consiguió las entradas “por afuera”.

A medida que la multitud entra, las calles se despejan y dejan caminar; la murga levantó sus banderas y se fue a disfrutar el partido en la cancha o en sus casas. Llegan los últimos grupos, que al darse cuenta de los distintos ingresos al estadio por las diferentes plateas, se despiden con besos y abrazos. El sonido de la desconcentración es el de las latas siendo aplastadas, por los cartoneros que las van recolectando. Con el Monumental cada vez más cerca, no se oye La T y la M ni El Tula cantando Muchachos, sino la tribuna alentando a gritos por ver a quienes le dieron quizás la alegría más grande de su vida.

LC/MG

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