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Crónica

Masters of Rock: el ¿último? aliento de una generación

Kiss. Es su doceava presentación en la Argentina. La primera fue en 1994.

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Primera vez de Masters of Rock en Argentina. Primera vez en el Parque de la Ciudad. Último recital de Kiss. Eso dijeron también la vez pasada, en su End of the Road World Tour. En aquella ocasión, tocaron en el Hipódromo de Palermo, el 23 de abril de 2022. Anoche, tocaron en el festival de origen checo, y son el plato principal de un menú que tuvo como entrada a Deep Purple y Scorpions, otras bandas históricas.

El Premetro deja a los fanáticos en una punta del Parque, pero sus portones estaban cerrados, con una persona detrás que cuando ve acercarse a alguien levanta el brazo e indica dar toda la vuelta. Deep Purple arrancó 17:30, un horario complicado, por lo que muchos escucharon las primeras y últimas notas de Smoke on the Water en la caminata a la entrada. Un paso que se convirtió un desfile para los policías de la Ciudad, por poco enemigos naturales de los rockeros, parados con sus remeras bordó frente a una comisaría.

Mientras el sol se esconde y deja ver un atardecer anaranjado que se tiñe de amarillo y violeta, la Torre Espacial se mantiene omnisciente y ominosa, porque a pesar de estar prácticamente abandonada y cerrada al público por seguridad, sus luces permanecen encendidas. Sobre la avenida Coronel Roca, se venden remeras de Kiss que quedaron de la vez pasada. También cintos, calcomanías, pines, aritos, hasta pipas y cucharitas muy chiquitas. Hay puestos de maquillaje artístico, donde chicos y grandes se pintan de negro y blanco.

Para ingresar, el agente de prevención palpa rápidamente las camperas y los pantalones. Al pedir abrir las riñonera o las carteras, no llega a ver siquiera dentro del cierre cuando dice “esta bien” y deja pasar. Está prohibido entrar con comida y bebida, drogas ni hablar, porque adentro se ofrece una tarjeta recargable, para pagar cashless todos los consumos en el predio. Una medida reciente de los festivales de música.

Termina Deep Purple y una banda en la otra punta del escenario dice “acá, al costadito” y comienza a tocar Black Dog, el primer tema de Led Zeppelin IV, así como otros covers, mientras una pantalla diez veces el tamaño del vocalista pasaba propaganda de la Ciudad y publicidad de papas McCain.

En el campo, llegaban a verlos gente de todas las edades, pero más que nada adultos: los adolescentes tardíos son una primera minoría. Las cabelleras de los más grandes abarcan desde largas melenas rulientas hasta brillantes cueros cabelludos. Algunos traen chicos con las caras pintadas de alguno de sus Kiss favoritos. Uno levanta la cabeza y una brisa fresca trae un olor a tabaco y marihuana.

Luego de unos minutos de oscuridad, sale Scorpions con un escorpión gigante en las pantallas. Son hombres grandes con ropa de rockeros. “Está re duro” dicen en el campo sobre el cantante Klaus Meine. En The Zoo, Matthias Jabs y Pawel Maciwoda se mueven de izquierda a derecha al ritmo del riff. Rudolf Schenker casi se cae con un salto con su guitarra, pero la levanta y la toca con una sola mano. Jabs vocalizó a un tigre eléctrico mientras la cámara hace zoom en sus brazos flácidos y sus dedos arrugados que, con la cara de alegría de un niño, acariciaba las cuerdas como si fuera 1984. Apariencias que, a veces, engañan. 

Tocaron nuevas como Peacemaker, y Rock Believer pero también clásicos como Bad Boys Running Wild, Send Me An Angel, Tease Me Please Me y Winds Of Change, dedicada a Ucrania. El conocido silbido de esta última resonó en toda la audiencia. Como es de costumbre, el baterista Mikkey Dee, primero acompañado por el bajista Maciwoda, dio un solo que hizo retumbar hasta la caja torácica, quizás el momento más ovacionado de su presentación. Saludaron después de Big City Nights, pero volvieron a pedido del público a tocar Still Loving You, el momento de más brillo de Meine. El final fue con Rock You Like A Hurricane, su tema más conocido.

Apenas terminó Scorpions, una multitud de productores invadió el escenario para erigir inflables gigantes de cada uno de los miembros de Kiss, como banderas enormes. “Alright Buenos Aires, you wanted the best, you got the best” dijo su cantante Paul Stanley. Con un estallido, cayeron las telas para revelar el evento más esperado. Bajaron los cuatro de plataformas colgantes al ritmo de Detroit Rock City, pero recién los gritos del público, desesperado, llegaron con Shout It Out Loud: “shari, shari, shari la lá”.

Aunque la pintura blanca y negra no pudo ocultar los cachetes caídos y los pliegues en sus cuellos, estos no impidieron que Kiss diera un show lleno de explosiones, fuego y láseres. Ni hablar del cariño con el público argentino pocas veces visto, incluso en un país famoso por su devoción inaudita a los artistas internacionales. Paul no se cansó de decir que ama Buenos Aires, como de jugar con la hinchada del público y de intentar hablar en castellano. “Yo soy kissero, es un sentimiento, no puedo parar”, vitoreaban.

Tommy Thayer tuvo su momento cuando esas plataformas, transformadas en ovnis, bajaron solo para ser derribadas por el fuego de su guitarra. En su solo, disparó desde sus cuerdas para hacer estallar a los platos voladores, un momento más del despliegue pirotécnico de la banda. El guitarrista le dio el pie a Lick It Up, otra de las más cantadas. Eric Singer se tomó unos minutos para jugar con su batería y arrojar gestos juguetones al público, mientras su plataforma lo levantó por los aires.

Gene Simmons, el preferido, salió con su clásico bajo en forma de hacha. Fue ahí que, con todas las cámaras en un primer plano de su cara, no se sintió bien. En medio de su mejor momento, su cara pálida se tornó verde, su boca se abrió y soltó una catarata de sangre, en la secuencia más terrorífica de la noche. Se elevó hasta casi tocar a los reflectores para cantar God of Thunder y Calling Dr. Love.

Paul, luego de anunciar que esa es su doceava y “última” visita al país, pidió que lo llamaran para cantar Love Gun. Tres veces gritaron por él, y a la tercera se subió a un aro sostenido por arneses que lo hicieron volar sobre el campo vip para aterrizar en una estructura metálica al filo de la popular. Al final, preguntó si podia quedarse para una canción más, y con tararearla resumió todo: I Was Made For Lovin’ You.

Después de una primera despedida, apareció un piano de cola plateado con Eric para lo que parecía ser un cierre emotivo. De todos modos, volvieron Paul, Gene y Tommy con un último tema de Destroyer: Do You Love Me, que vino con la suelta de globos blancos. El gran final, lleno de papelitos blancos y rojos, fue con Rock And Roll All Nite. Aunque fue el mismo espectáculo que el año pasado, los kisseros no presentaron objeciones, sino ganas de seguir. “Kiss loves you, Buenos Aires” concluyeron las pantallas.

Kiss tiene una historia de 40 años con el público argentino. De negociaciones fallidas, de conciertos cancelados por managers que se borraron, de un tal Carlos Spadone y una espera de más de 10 años para su primera presentación en Buenos Aires. Esperemos que la promesa del año pasado vuelva a romperse, y que la icónica banda continúe jugando con los sentimientos de los argentinos.

LC

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