Opinión - Economías

Las buenas noticias de Alberto

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“A partir de esta extraordinaria operación económica podremos crecer y comenzar a generar los empleos que necesitamos. Ahora nos toca crecer mucho (…) El mundo ha sabido ver las virtudes de un país con futuro”. Las palabras elegidas, las promesas de crecimiento económico y el tono triunfal frente a un acuerdo con el FMI podrían confundirnos, pensando que es un extracto del discurso de Alberto Fernández el último 28 de enero. Pero no, ese futuro promisorio lo enunciaba Fernando De La Rúa, a finales del año 2000 en un video que pasaría a la posteridad por su remate: qué lindo es dar buenas noticias. 

Aunque la relación entre Argentina y el FMI data de la década del cincuenta, ningún millennial dudaría en calificarla de “tóxica”. Capaz más acertada haya sido la célebre analogía de Álvarez Agis entre la deuda y “la falopa” (“al principio es rica, pero después te mata”) para describir cómo el macrismo decidió recurrir al organismo con sede en Washington en medio de la catástrofe económica que significó su gobierno. 

 Del otro lado esperaba Christine Lagarde primero y Kristalina Giorgieva después para dar cuenta de que  en el Fondo siguen rigiendo las ideas de siempre y de que priman las mismas recetas que fracasaron, solamente en nuestro país, 21 veces.

El contexto para el acuerdo 22 es extremadamente delicado, con la mayoría de los indicadores sociales deteriorándose desde hace cuatros años. El 41% de pobreza contrasta con el crecimiento económico que vivió el país durante el año pasado, aunque se explica -en parte- por una inflación altísima que mes a mes va erosionando el poder adquisitivo de los salarios y acrecienta la suma que es necesaria percibir para no caer en la pobreza o la indigencia. 

Lo llamativo es que más allá de alguna declaración forzada, ni Guzmán ni los burócratas del FMI se plantearon una política consistente para controlar este fenómeno que transfiere constantemente riqueza de quienes les falta a quienes les sobra. Al contrario, las políticas que se llevarán a cabo a partir del entendimiento son en buena medida inflacionarias, como el aumento de tarifas o una devaluación que, aunque se esconda bajo el eufemismo de la “acumulación de reservas”, será difícil de evitar.  

Por ahora, las reservas del BCRA no solo no crecen sino que están en una caída sostenida, demostrando la verdadera magnitud de una crisis tantas veces subestimada: las reservas netas se encuentran en el nivel más bajo desde 2011, tienden a cero y dejan al gobierno y al Banco Central con muy poca capacidad de acción por fuera de restringir aún más el acceso a la divisa.

En el gabinete económico saben que no están en condiciones de atender todos los problemas al mismo tiempo y parecen haberse resignado frente al descontrol de precios. Es que, a pesar de ser un golpe al bolsillo popular, la inflación es también un mecanismo para cumplir con uno de los mandatos más tradicionales del Fondo: la reducción del déficit fiscal. El Gobierno ya se valió el año pasado y todo indica que se valdrá también en 2022 del aumento sostenido de los precios como una manera de recaudar al ritmo de la inflación y de licuar su propio gasto en pesos. 

Los jubilados ven estas perspectivas y temen por su suerte. Razones no les faltan, son un sector que termina perdiendo siempre en periodos de alta inflación, sus haberes se actualizan cada tres meses luego de haber sufrido los aumentos. Al no hacerlo  de manera retroactiva, terminan siempre perdiendo en el acumulado, aunque empaten en la medición punta a punta. Desde el gobierno reivindican haber acordado sin tener que pasar por una nueva reforma previsional, pero la realidad es que el 63% de los jubilados cobra en la actualidad por debajo de la línea de la indigencia. No les pidan que festejen. 

Por si fuera poco, apenas 72 horas después de que se den a conocer estos lineamientos, la coalición oficialista sufrió un nuevo cimbronazo con la renuncia epistolar de Máximo Kirchner a la jefatura del bloque en la cámara de diputados. En la Casa Rosada temieron lo peor: una nueva ola de renuncias y la posibilidad de un resquebrajamiento que -esta vez sí- ponga en juego el futuro del gobierno. 

Sin embargo, nada de esto ocurrió. La decisión de Máximo no solo no tuvo réplicas en otros funcionarios camporistas, sino que la agrupación sigue siendo una pata fundamental del Gobierno y manejando algunas de las principales cajas del Estado, como el PAMI o la ANSES. Además continúa como diputado del bloque y plantea no obstaculizar las decisiones del presidente. ¿Cuál es, entonces,  el sentido de la renuncia?

Es claro que la crisis al interior del Frente de Todos viene de larga data y que se ha ido exacerbado en el último tiempo. El naufragio del proyecto de presupuesto erosionó una relación que ya venía desgastada posterior a la derrota electoral y que se terminó de romper luego del pacto con el Fondo. Es curioso, porque a pesar del intento de presentarlo como el acuerdo más laxo de la historia, nadie quiere hacerse cargo de las consecuencias que generará.

En su última columna dominical en elDiarioAR, el siempre lúcido Martín Rodríguez señala que “la renuncia de Máximo sincera su sensibilidad a ser corrido por izquierda”. Es cierto, pero también lo es que la izquierda cuenta hoy con una capacidad de movilización y una influencia, al menos en términos relativos, creciente. Una prueba fue la convocatoria masiva donde se rechazó el acuerdo, algo que ni La Cámpora ni ningún sector representativo del Gobierno está dispuesto a hacer. Dicho de otra manera, la izquierda juega en la actualidad un papel diferente del que jugaba en el pasado y la preocupación de Kirchner, exagerada o no, no es en vano.

Los reparos dentro del Frente de Todos al entendimiento son diversos y es probable que una porción muy importante de sus votantes se vean perjudicados por su aplicación. La renuncia del jefe del bloque no es un hecho coordinado con el ejecutivo, pero tiene la pretensión de que el descontento se contenga dentro de las fronteras del peronismo. A veinte años de la última gran crisis con el FMI, Alberto Fernández espera que la vicepresidenta rompa el silencio y sueña con que sea para garantizar la aprobación parlamentaria. Aunque se mire en el espejo de Alfonsín y no en el de De la Rúa cierra los ojos y se imagina su propio video: qué lindo es dar buenas noticias.

GL