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1° de Mayo, Día de las y los Trabajadores
Más desempleo, menos ingresos y mayor responsabilidad sobre las tareas de cuidado: la pandemia de las mujeres trabajadoras

Las mujeres realizan el triple de este trabajo que los varones.

Delfina Torres Cabreros

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Cuando el año pasado se desató la pandemia de coronavirus y las trabajadoras de casas particulares estuvieron eximidas de ir a trabajar, Beatriz dejó de hacer el camino que recorrió diariamente durante más de 10 años: desde su casa humilde en el barrio Los Troncos del Talar, en Tigre, hasta el complejo de barrios cerrados Nordelta. Si bien nunca estuvo registrada, su empleadora continuó pagándole el sueldo hasta octubre, momento en que se flexibilizaron las restricciones y volvió a trabajar. 

—Desde entonces es como que quiso recuperar el tiempo perdido y me exigía mucho. Pero no somos pulpos, che. Hasta cuando se fue de vacaciones a Estados Unidos me mandó a limpiar a lo de su ex marido para no darme esos días de descanso. Yo me cansé y le dije que me tenía hace 10 años en negro, que me pagaba poco y que me pedía mucho y entonces me despidió. 

Cuenta a elDiarioAR, mientras en el teléfono se filtra el sonido de colectivos. Está en la calle buscando un abogado que pueda asesorarla. 

Beatriz integra, por estos días, el enorme universo de mujeres desempleadas. Hace semanas busca una nueva casa donde trabajar, pero dice que “se aprovechan de la necesidad, de que no hay otro trabajo”. El sueldo “con cama” que ofrecen es de $28.000 por mes, de lunes a sábado, y muchos empleadores contratan solo bajo esta modalidad porque, en el contexto de pandemia, no quieren que sus empleadas vayan a sus casas y vuelvan a trabajar para reducir las chances de contagio. 

—Yo ahora estoy buscando algo en lo que me paguen bien, pero si en dos meses no consigo voy a tener que aceptar trabajar con cama o algo, no sé. Tengo una pensión por ser madre de siete hijos, pero aumenta todo y no alcanza.

Las mujeres jóvenes, de entre 14 y 29 años, integran el grupo con mayor incidencia de la desocupación del universo total de personas activas al llegar a 26%.

Los datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) revelan que las mujeres tienen tasas de desocupación y subocupación más elevadas que los varones, lo que indica que aún siendo minoría en el mercado de trabajo (tienen una menor tasa de actividad) se enfrentan a mayores obstáculos para conseguir empleo y trabajar una jornada completa.

De acuerdo con los registros del cuarto trimestre de 2020, los últimos disponibles, las mujeres tienen una tasa de desocupación de 11,9%, casi dos puntos porcentuales más alta que la de los varones, que es de 10,2%. Sin embargo, la diferencia se amplía mucho más si se discrimina por edad. Las mujeres jóvenes, de entre 14 y 29 años, integran el grupo con mayor incidencia de la desocupación del universo total de personas activas al llegar a 26%. Para el mismo grupo etario, los varones tienen una desocupación 7 puntos menor, de 19%.  

La brecha se advierte también a nivel de cantidad de dinero que las mujeres pueden llevar a sus hogares. De acuerdo con los datos correspondientes al cuarto trimestre de 2020, el promedio mensual de los individuos que tienen ingresos es de $33.306, pero si se diferencia por género el de los varones es de $37.910 y el de las mujeres, $28.937. Es decir, casi un 25% menos. 

¿Cómo se explica que las mujeres tengan una mayor tasa de desempleo y menores ingresos? “Mucho tiene que ver con el trabajo doméstico no remunerado y de cuidados que sigue recayendo sistemáticamente en las mujeres. El último dato oficial disponible es que las mujeres realizan el triple de este trabajo que los varones. Esta jornada de trabajo no paga hace que las mujeres tengan menos tiempo para destinar al mercado de trabajo pago, a estudiar, a tener tiempo libre y a un montón de otras cosas”, explica a elDiarioAR Candelaria Botto, economista e integrante de Economía Femini(s)ta. 

Gabriela Zorrilla tiene 31 años, es cuidadora gerontológica y fue despedida del geriátrico en el que trabajaba, de manera informal, un día antes de que se declararan las primeras restricciones por la pandemia, en marzo de 2020. Vive en una pieza de hotel en Balvanera con su hijo, que está por cumplir cuatro años, y adeuda más de un año de alquiler porque percibe como único ingreso un subsidio habitacional. Desde que la despidieron, hace más de un año atrás, no volvió a encontrar trabajo. 

“Sólo hago cuidado de pacientes particulares algún día que consigo, pero no puedo trabajar para las empresas de prestaciones porque te pagan $70 la hora y no me alcanza para pagarle a la niñera que cuida mi hijo”, explica. “Los particulares, en cambio, me pagan $200 y le doy $100 a la niñera”.

Gabriela también estudiaba enfermería con una beca del Gobierno de la Ciudad, pero tuvo que abandonar porque se cursa de manera virtual y no tiene computadora; solo un celular que le compró a otro inquilino del hotel por $1.000.  Además, el día se le va en cuidar a su hijo, que cría sola desde que era un bebé. No tiene siquiera la posibilidad de buscar ayuda en su familia, que vive en la provincia de Misiones. 

El último dato oficial disponible es que las mujeres realizan el triple de trabajo no remunerado en el hogar que los varones.

Según un estudio del Indec sobre los hogares del Gran Buenos Aires durante la pandemia, en 7 de cada 10 hogares la dedicación principal de las tareas cuidado y el apoyo escolar estuvo a cargo de las mujeres. Estos datos reflejan un ordenamiento cultural consolidado en el tiempo que, más allá del paulatino reconocimiento y cambio de discurso de los últimos años, cuesta terciar en el plano de lo concreto y que tiene resultados en la vida de las mujeres.

“En la Argentina tener hijos está penalizado con una mayor posibilidad de caer en la pobreza”, resume Gala Díaz Langou, directora del programa de Protección Social de Cippec. Según los últimos datos oficiales, casi 6 de cada 10 niños y niñas viven en situación de pobreza y esto se explica por un círculo vicioso que no es nuevo, pero que durante la pandemia se agravó.

Según explicó Díaz Langou, esta situación responde a una primera explicación matemática —tener menores a cargo implica dividir el mismo ingreso entre más personas— pero, sobre todo, a que en la Argentina el tiempo de cuidado y crianza recae fundamentalmente en las familias (y aquí “familias” se entiende como sinónimo de “mujeres”), que dejan de invertir ese tiempo en el mercado de trabajo.

Además, en muchos casos la mayor dedicación a los cuidados termina afectando en la valoración laboral de las mujeres que sí tienen empleo. Por ejemplo, se sabe que en el sector público la gran mayoría de las licencias especiales otorgadas en pandemia para personas con menores a cargo estuvieron tomadas por mujeres, lo que impacta en sus trayectorias laborales, amplía la brecha con los varones y, a la larga, también la brecha de pobreza infantil porque gran parte de los niños y niñas del país viven en hogares monoparentales o con mujeres a cargo. 

Durante la pandemia a Flavia Rebequi, que trabajaba hacía cinco años en una fábrica de ropa interior, le redujeron el salario de $20.000 a $10.000. En negro y sin posibilidad de reclamar, no tuvo otra opción que dejar el trabajo y buscar otra alternativa. Consiguió cuidar a un nene, compañero de clase de uno de sus hijos, por $15.000 al mes. No pudo recibir el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) ni ninguna ayuda del Estado porque en los papeles sigue casada con el padre de sus dos hijos, que tiene empleo pero de todos modos no le envía más que una ayuda exigua de vez en cuando. 

La informalidad es, justamente, otro de los motivos por los que las crisis económicas impactan con más fuerza en las mujeres, que están sobrerrepresentadas en el universo de la no registración laboral, el más sensible a los ajustes. Por eso es central la situación de las empleadas de casas particulares como Beatriz, que representan gran parte del universo de las mujeres trabajadoras. Según registros oficiales una de cada seis mujeres que trabaja, lo hace en el servicio doméstico y alrededor del 70% de ellas en la informalidad. 

Si, tal como advierte la economista, se considera que el 40% del personal de casas particulares perdió su trabajo en el segundo trimestre del 2020, en el momento de mayor restricción se advierte que el golpe al universo de las mujeres trabajadoras es brutal.

La informalidad es otro de los motivos por los las crisis económicas impactan con más fuerza en las mujeres, que están sobrerrepresentadas en el universo de la no registración laboral.

A Beatriz, antes de despedirla ya le habían reducido las horas. Antes de la pandemia trabajaba todos los días y luego comenzaron a necesitarla sólo tres veces por semana y a pagarle por hora. “Mi patrona me dijo que a ella también le bajó el trabajo”, justifica, y detalla que, al menos en el barrio que ella trabaja, la hora se paga entre $200 y $250.

“Lo que se evidencia es que luego de la pandemia y luego de las restricciones se profundizó la desigualdad entre la situación laboral de los varones y las mujeres. Normalmente veíamos dos puntos de diferencia en la tasa de desempleo, ahora pasó a estar en el orden de los tres puntos esa brecha”, dice la economista Botto, para quien “es complicado pensar cómo se va a desarrollar el 2021”, teniendo en cuenta que por ahora no se definió una ayuda masiva como el IFE en 2020.

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