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Opinión

Mira la luz, goza la vida: el legado de Ramón Ayala

Ramón Ayala en el documental de Marcos López

Claudia Regina Martínez

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Conocí a Ramón Ayala sin saber que era Ramón Ayala. De muy chica recuerdo que pedía deseos a través del estribillo de “Posadeña linda” sin saber que era “Posadeña linda”. “Río, río, mío, mío, dame sueños, dame, que quiero vivir”, cantaba dentro mío, supongo que a partir de haber escuchado la versión de Ramona Galarza. También conocí muy pronto “El cosechero” en la versión de Mercedes Sosa y el estribillo de esa canción se convirtió en otro de mis mantras: “Un ranchito borracho de sueños y amor quiero yo”.

Empecé a identificar su nombre porque era amigo de mi tío (el músico entrerriano Miguel “Zurdo” Martínez“) y en la familia se lo mencionaba. Pero no supe realmente quién era Ramón Ayala hasta mucho, mucho tiempo después. Como le pasó a gran parte de quienes desde el jueves a la noche lloramos su muerte.

Porque si bien fue un creador prolífico y tuvo una carrera extensísima, no fue hasta comenzado este milenio, cuando ya era un señor de edad, que lo conocimos realmente y empezamos a disfrutar de sus canciones. Ahí fue que nos perdimos en esos paisajes de selva y río, conocimos las condiciones en las que trabajaban cosecheros, cachapeceros y pescadores y soñamos con que nos quisieran como en “Mi pequeño amor”.

Y entonces Ramón se volvió mito en vida. Ir a escucharlo era asistir a una fiesta de vitalidad y una explosión de sensaciones. Entre canción y canción, le gustaba hablar, en profundidad y en broma. Y tenía un mensaje muy claro: la vida es única y sublime y hay que vivirla intensamente.

Fiel a esa premisa, recibía en su casa, junto a su compañera María Teresa, a decenas de músicos. Les contaba de sus viajes por el mundo, como aquel que hizo a Cuba, donde, decía, había conocido al Che Guevara y había descubierto que los revolucionarios cantaban sus canciones. O a África, donde había vivido aventuras increíbles. Les leía de sus libros y les mostraba sus coloridos cuadros. Y les enseñaba a tocar el gualambao, ese ritmo que inventó en 1960 y que al principio parecía raro, pero se fue imponiendo.

Celebramos sus 80 o 85, sus 90 o 95 años. Le gustaba generar confusión con las fechas. Y Ramón seguía en pie mientras otros grandes referentes de la música argentina se iban despidiendo.

A veces ya no podía tocar la guitarra (tocaba una especial, de diez cuerdas) como antes, pero siempre alguien lo acompañaba. Hubo un “Encuentro en el estudio”, aquel programa de entrevistas de Lalo Mir en Canal Encuentro, que fue legendario y en el que Ramón estuvo acompañado por los Hermanos Núñez, misioneros como él. El programa, que aún hoy suma miles de visitas, acercó al músico a un público más amplio.

Fue en 2013, el mismo año en que se estrenó el documental “Ramón Ayala”, del fotógrafo Marcos López, excesivo, apasionado y entregado al arte tanto como el misionero. Fue el encuentro de dos colosos y la película, que está subida a YouTube, es pura belleza.

Ese año además el sello Los Años Luz Discos publicó el disco Cosechero, con todos los grandes clásicos de Ayala, acompañado por los Hermanos Núñez, Facundo Guevara y Juan Pablo Navarro. Decía el músico entonces -a los 86 años, aunque él decía que tenía 80- que estaba cantando mejor que nunca. Y posiblemente haya sido así. Fue una gran reivindicación de su trabajo, que antes no había sonado tanto ni tan bien cuidado en su propia voz. 

Naty Zonis, productora que acompañó al misionero en estos últimos años, hizo un trabajo descomunal de digitalización y remasterización de sus discos más viejos, que ahora están todos subidos a las plataformas. Así pudimos escuchar por fin, por ejemplo, “El cachapecero”, esa canción dedicada a quienes transportaban los troncos talados del inmenso Chaco boreal, en la versión original de Ramón Ayala de 1963. Antes la conocíamos solo en la voz de Mercedes Sosa. 

Zonis fue también la que hace poco más de un año organizó un homenaje a Ramón Ayala en el CCK. Siempre digo que a los músicos hay que honrarlos en vida y ese concierto fue una celebración hermosa de la obra de este referente inmenso. Se llamó “El viejo río que va”, una frase de “El cosechero”, y contó con una primera parte en la que una orquesta de cuerdas interpretó una selección de gualambaos y una segunda parte en la que Nadia LarcherCecilia Pahl y Walas, cantante del grupo de rock Massacre y sobrino de Ayala (que este viernes le dedicó unas conmovedoras palabras en redes sociales), interpretaron grandes éxitos de este artista, acompañados por el ensamble entrerriano De Costa a Costa.

Ramón, ya debilitado, estaba en primera fila y aplaudió emocionado.

En junio pasado se presentó gratis en el Centro Cultural Borges el trío Garupá de Rosario, que sacó un disco dedicado íntegramente a la obra de Ramón y que tomó su nombre de la localidad natal del artista. Se había corrido la bola de que esa noche sería especial y así fue. Había muchos músicos entre el público. La fuerza y la magia de Ramón brillaron en todo su esplendor en los arreglos de este grupo exquisito, integrado por Julián “Chula” Venegas, Homero Chiavarino y Joel Tortul. 

La noche terminó, como tantas otras en tantos entornos diferentes, con público y artistas coreando “El cosechero”, devenido himno. Venegas contó en una entrevista con elDiarioAR que le hicieron llegar el disco al músico y que este les había respondido con elogios. Su música, debe haber entendido Ramón entonces, estaba en buenas manos.

Hace muy pocos años viajé a Posadas y fui a la famosa Bajada Vieja, donde transcurre la trama de “Posadeña linda”. Ahí hay desde hace ya muchos años una estatua de Ramón Ayala en medio de esa vegetación tropical intensa que tanto nutre la obra de este artista. Esta mañana se convocaron allí varios músicos para recordarlo, entre ellos, Cecilia Pahl, quien grabó un bellísimo disco de canciones de Ayala, muchas muy poco o nada conocidas, llamado Corochiré, allá por 2010.

Ramón Ayala murió a los 96 años pero sus canciones ya eran inmortales mucho antes de eso. Como ningún otro creador de música popular argentina, es venerado por las generaciones más jóvenes de músicos. Su poema “Ser” es una guía para todos ellos y para todos los que disfrutamos de su obra:

“Mira la luz, goza la vida

y el acontecimiento de existir.

Milenios de sombras transcurrieron

antes, mucho tiempo antes de ti.

Mira la luz, goza la vida

y todo lo que emana de tu ser.

La secreta palabra de tu alma.

El llamado misterioso de la piel“.

Eso haremos, Ramón. Muchas gracias.

CRM

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