Guaidó espera noticias de Washington para prolongar su presunta presidencia

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Un ciclo de la política venezolana se encuentra en tiempo de descuento. El 5 de enero se renovará la Asamblea Nacional, que pasará a ser controlada por el oficialismo tras cinco años de dominio nominal opositor. Dos semanas más tarde, Joe Biden asumirá la presidencia de los Estados Unidos en reemplazo del agresivo Donald Trump. Como en 2019, cuando un joven llamado Juan Guaidó, poco conocido hasta entonces, interrumpió las vacaciones de corresponsales internacionales para anunciar su autoproclamación como “presidente interino”, enero será un mes relevante para Venezuela. En un país donde reina el desapego, al menos hay ciertas tradiciones que se respetan. 

Cómo contó elDiarioAR, la renovación de la Asamblea Nacional significa que Guaidó pierde la carta de legitimidad que sostiene su estrategia como líder opositor, dado que era la presidencia del cuerpo legislativo —que la oposición ganó en las elecciones del 2015— la que sostenía la autoproclamación como jefe de Estado interino, un paso que, en un principio, cobró fuerza, cuando los países centrales y el Grupo de Lima reconocieron esa aventura, pero luego se desvaneció.

La semana pasada, la oposición aprobó en una sesión virtual la extensión del funcionamiento de la actual Asamblea por un año, a través de la reforma del “Estatuto que rige la transición hacia la Democracia”. La movida contó con el consenso de todos los grupos parlamentarios opositores, a excepción de Acción Democrática, que si bien apoyó la medida, se opuso a que la Asamblea siga funcionando mediante una “Comisión Delegada”, integrada únicamente por los presidentes de las comisiones regulares y una junta directiva. 

La maniobra, previsible como las acciones opositoras del último tiempo, tiene limitaciones coyunturales. La credibilidad de Guaidó dentro del G4 –que nuclea a los cuatro partidos más significativos de la oposición tradicional– se encuentra erosionada. Hasta ahora, los cuestionamientos públicos han venido sobre todo desde el flanco de Henrique Capriles, que hace poco dijo en una entrevista con BBC que “la oposición hoy no tiene un líder, no hay un liderazgo, nadie que sea un jefe”. Pero es posible que la jerarquía en el conglomerado antichavista se empiece a esclarecer después de los dos eventos de enero. Uno de los problemas con Guaidó es que representa una estrategia –empuñar la “presidencia interina” para conseguir apoyos internacionales que quiebren económica y políticamente al madurismo– que fracasó. Si bien la oposición que hasta enero conserva mandato parlamentario tiene incentivos lógicos para apoyar públicamente una extensión, ésta sigue siendo parte del mismo libreto, con la deslegitimación adicional de que su período legal estará vencido. Es decir, lo que ya es una posición de dudosa legitimidad, habida cuenta de que, guste o no, existe un jefe de Estado al que le responden los órganos centrales de la administración —Maduro—, la pretensión del jefe opositor de prolongar su interinato más allá de lo estipulado por el voto popular lo coloca en el terreno de facto

El problema para la oposición tradicional –que a partir de enero verá como otros sectores en teoría adversos al madurismo asumirán representación parlamentaria– es que puede haber consenso respecto a que Guaidó debe ser reemplazado, pero no en torno a qué nueva estrategia debe adoptarse. La apatía y desmovilización que se vislumbra en buena parte de la sociedad venezolana está afectando también a los jefes opositores. Si fuese sólo por lo que pasa dentro de Venezuela, lo cierto es que Guaidó podría mantenerse por falta de alternativas. Este clima, que a nivel nacional favorece al oficialismo, refuerza a los liderazgos establecidos también en el campo de la oposición. 

Según la última encuesta de Datanálisis, publicada en octubre, el rechazo a la gestión de la oposición es del 75%, apenas unos puntos mejor que la consideración al oficialismo, que tiene un rechazo del 80%. Más de la mitad de los venezolanos (60%) no se identifica como opositor ni como oficialista. Acá, entonces, el problema se vuelve estructural. Cuando se pregunta por dirigentes, Guaidó sigue siendo el mejor valorado. Su imagen positiva apenas supera el 25%, pero aún así es superior a la de María Corina Machado, Leopoldo López, Henrique Capriles y Henri Falcón. 

Dice bastante, también, el hecho de que sea López —el padrino político de Guaidó que fue liberado de prisión en abril de 2019, pero recién en octubre pasado logró llegar a España— el dirigente que más atención acaparó en el último tiempo junto a Capriles, cuyas proclamas en del presidente “legítimo” se pagan solos. El juego de López, que recientemente fue recibido por el presidente colombiano, Iván Duque, y que tiene diálogo con el español Pedro Sánchez, debe ser seguido de cerca. El fundador de Voluntad Popular sigue respaldando tanto la autoridad de Guaidó como sus iniciativas, pero expresa algunos matices en su discurso, como su valoración sobre el rol de las sanciones económicas. Una sombra se proyecta tenuemente desde Madrid. La reincorporación de López al escenario político es una novedad con la que Guaidó no contaba al inicio de su campaña para derrocar a Maduro.

El cuadro de la impotencia opositora se refuerza con el hecho de que las fichas se mueven desde afuera. En primer lugar, el argumento legal para la extensión del mandato de la Asamblea Nacional difícilmente sea compartido por todos los países que reconocen a Guaidó como presidente. Hay gobiernos que pueden desconocer las elecciones legislativas del 6 de diciembre por falta de garantías, pero aún así negarse a reconocer la extensión del mandato constitucional de la actual Asamblea. Esa grieta puede empezar a minar los apoyos externos a la autoridad de Guaidó después del 5 de enero. 

El pulso comenzará a marcarse en Washington a partir del 20. La semana pasada, la agencia Bloomberg reveló que la administración entrante se está preparando para potenciales negociaciones con Maduro, lo que sería el golpe definitivo a la autoridad de Guaidó como “presidente interino”. Sin el apoyo de Estados Unidos, el principal garante externo, el bloque de apoyo al joven opositor se desinfla. Según el medio especializado en finanzas, Biden estaría dispuesto a revisar las sanciones económicas a cambio de la promesa de elecciones competitivas, en las que la “rendición” de Maduro no será una precondición. El medio reportó también que Guaidó intenta comunicarse desde noviembre con Biden, pero hasta ahora no tuvo éxito. 

Un cambio en la posición de Estados Unidos llevaría a Europa a acelerar el cambio de su estrategia hacia el conflicto, una posibilidad que se viene vislumbrando hace meses. De acuerdo al diario El País, la mayoría de los miembros de la Unión Europea se niegan a reconocer la extensión de facto del mandato de Guaidó, una decisión que podrían hacer pública el 6 de enero o esperar a la nueva administración demócrata. El bloque europeo, sin embargo, podría reconocer a Guaidó como “último líder electo democráticamente”, una decisión que le daría un rango mayor al del oficialismo y le permitiría, en teoría, seguir teniendo acceso a los fondos del Estado venezolano en el extranjero. El consenso entre los miembros de la UE, por ahora, no existe, y hay sobre la mesa otras opciones que incluyen buscar otros interlocutores en la oposición, inclusive entre los que se sienten a partir de enero en la nueva Asamblea. 

Los primeros movimientos del nuevo ciclo en Venezuela empezaran a verse apenas comience el 2021. Las novedades para Guaidó, una vez más, llegarán desde afuera.

JE