ENTREVISTA

Bruno Bimbi: “La izquierda antisemita y la ultraderecha proisraelí tienen una misma idea sobre Israel”

Kevin Ary Levin*

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Bruno Bimbi es periodista, doctor en Estudios del Lenguaje y autor de los libros “Matrimonio igualitario” y “El fin del armario”. Nacido en Argentina, vivió durante años en Brasil y reside actualmente en España, donde se exilió tras el asesinato de su compañera de militancia, Marielle Franco. Fue un actor clave en las campañas por el matrimonio igualitario en Argentina, Brasil y Ecuador. Desde hace años, y con renovada intensidad desde el estallido de la guerra, viene denunciando la presencia de antisemitismo en el discurso de izquierda sobre Israel.

¿Cuándo empezaste a darte cuenta de que la izquierda, o parte de ella, tiene un problema de antisionismo y antisemitismo?

–Creo que casi desde siempre. Milité en la izquierda toda la vida, desde la escuela secundaria, a veces en partidos y a veces en movimientos sociales. Eso me llevó a participar en el movimiento LGBT, en el movimiento de derechos humanos, a militar en el Frente Grande y, tras mudarme a Brasil, a militar en el PSOL, partido ubicado a la izquierda del PT. Fui dirigente provincial de PSOL en Rio de Janeiro, el único lugar donde históricamente el partido es grande. Antes de irme a Brasil e interesarme por este tema, escuchaba en todos los ámbitos de militancia un discurso anti-Israel, que yo mismo daba como válido. Eso siempre me hizo ruido, porque algunos argumentos me sonaban bastante horribles, pero no era el eje de mi militancia, así que no le daba mucha importancia. En determinado momento, escuché planteos de amigos de la colectividad judía y también otros argumentos de amigos posicionados en la vereda opuesta, por lo que tomé la decisión de pedir material bibliográfico de distintas perspectivas para formar mi opinión. Hubo dos experiencias que aumentaron la importancia del tema en mi militancia, muy casuales: una fue durante mi primer mandato en la ejecutiva del partido, tras haber escrito un artículo en un blog que tenía en el sitio web de TN sobre la persecución en Irán contra las personas LGBT, para el cual hice traducir un editorial de un periódico iraní. El resumen del material, dicho por Ernesto Tenembaum, era “los putos son culpa de los judíos”: planteaba que la homosexualidad era promovida por el régimen sionista en todo el mundo para terminar con la humanidad. La publicación del artículo generó muchas críticas de gente de izquierda, que eran la mayoría de mis lectores, porque hablaba en el artículo sobre la combinación de antisemitismo y homofobia. Tiempo después, escribí otro artículo sobre las elecciones de Venezuela, a raíz de una campaña muy pesada en Venezuela contra Henrique Capriles, el candidato de la oposición, donde lo “acusaban” de ser gay y judío. Esto era repetido por medios oficiales, la agencia oficial de noticias, TeleSur y más, donde decían que era gay y enfatizaban el apellido de la madre, Radonski, para decir que era originario de una “familia sionista”. De esa forma, la acusación sonaba a antisionista, no antisemita. Por eso escribí que durante mucho tiempo simpaticé más con Chávez por sus políticas sociales y más, pero que en esta campaña se había cruzado un límite por el cual, si fuese venezolano, votaría a Capriles. Eso generó crítica también. Unas semanas después, en un evento partidario del PSOL en Río de Janeiro, me presentan a un dirigente venezolano del PSUV, el partido de Chávez. Él había leído mi artículo y me quería comentar algo. En ese momento, saca un libro con una Estrella de David gigante en la tapa y me dice: “Tenés que leer este libro, que tiene la verdad sobre los judíos”. La situación me chocó tanto que no llegué a mirar, pero seguramente eran los Protocolos de los Sabios de Sion. Le dije: “Vos sos un nazi de mierda” y la situación terminó a los gritos en el medio de la actividad. Ahí me di cuenta de que el problema era mucho más grave de lo que pensaba.

Años después, en 2016, yo trabajaba como principal asesor político del diputado brasileño Jean Wyllys. Él era el primer activista LGBT que llegaba al congreso de Brasil y el principal enemigo de Bolsonaro en el Poder Legislativo, desde donde impulsaba el matrimonio igualitario, legalización del aborto y toda una serie de medidas que la derecha odiaba. A raíz de una invitación de jóvenes judíos de Rio de Janeiro, viajé junto a Jean a conocer Israel y los territorios palestinos. No era el primer viaje de estas características que hicimos, pero este produjo un quiebre total, donde a partir de la primera foto de Jean dando una conferencia en la Universidad Hebrea, junto a un activista LGBT brasileño, comienza una campaña de acoso muy pesada de gente ligada al BDS, de gente que se suponía amiga. El PSOL es un paraguas de distintos grupos progresistas y de izquierda, algunas de las cuales son profundamente antisionistas, como una corriente trotskista-morenista y otra estalinista. Ellos empezaron una guerra a partir de esta visita, que llevó a que durante dos años buena parte del debate interno del partido fuera sobre Israel. Eso me motivó a aprender mucho más. En mi militancia en el movimiento LGBT, aprendí lo importante que es la preparación y el estudio para dar una disputa política.

Aprendí de todas estas polémicas que hay mucho en común entre homofobia y antisemitismo. Ambos son odios ancestrales que existen más o menos desde la misma cantidad de tiempo, igualmente extendidos en el mundo, compartidos además por los mismos actores: quienes más odian a los judíos suelen ser quienes más odian a los putos. Para mí, siempre hubo una contradicción enorme entre ser activista por los derechos humanos y de la izquierda y quedarme callado ante pensamientos nazis. Por eso, sin ser judío, el tema pasó a ser prioritario dentro de mi militancia. Pedro Zerolo, de quien fui muy amigo, solía contar cuánto trabajaron y cuánto costó convencer a los militantes de la izquierda española que había una contradicción entre ser de izquierda y homofóbico. Hoy, tenemos que explicarles a nuestros compañeros que no se puede ser de izquierda y antisemita. Costará, pero algún día tendrán que entenderlo. En muchos, sus prejuicios se basan en una profunda ignorancia de hechos básicos del conflicto, que llevan a que adopten una suma de consignas que todos repiten y que no se ponen a pensar: “Una Palestina laica y socialista” [se ríe]. No tiene ninguna relación con la realidad. Hay también una visión muy dogmática del mundo: buenos y malos, víctimas y victimarios, y los buenos siempre son los más débiles. Siguen analizando además el presente en términos de la Guerra Fría: ¿de qué otra forma se puede defender a Putin desde una mirada de izquierda? Si estuviésemos en Rusia, nos fusilarían a todos: ¡a mí por puto y a ustedes por alguna otra cosa!

Esta mirada antiisraelí de la izquierda, muchas veces basada en el dogma antiimperialista y hasta en prejuicios antisemitas, se produce en paralelo a algo que vemos en todo el mundo, y especialmente en Brasil: una derecha enamorada de Israel. ¿Creés que hay una especie de reacción espejo ante esto?

–Lamentablemente, sí, y me asusta mucho por lo que pasa en Argentina. La situación de Bolsonaro en la presidencia se da en un contexto muy particular: mientras él estaba en el poder, Netanyahu gobernaba Israel, y Orban desde Hungría ejercía el rol de mentor de la extrema derecha europea, a la vez aliado de Israel y enemigo de Soros con argumentos claramente antisemitas. En ese contexto, el bolsonarismo y Bolsonaro adoptaron la bandera de Israel como símbolo identitario de la extrema derecha. Flameaban banderas de Israel en los actos partidarios. Esa identificación se debe a varios motivos: principalmente, porque la extrema derecha brasilera tiene hoy un componente muy fuerte de fundamentalismo evangélico. Esas iglesias se convirtieron en un verdadero emporio empresarial y político en el país, con relaciones que van desde la política al narcotráfico, con un poder gigantesco y una influencia cada vez mayor en la población. A ese tema le dedico varios capítulos de mi último libro. La presencia de estas iglesias en el terreno, sumado al accionar de las milicias, le dio al bolsonarismo la conexión con las clases bajas, convirtiéndose en sus “punteros”. Esto es relevante porque en los sectores más extremistas de estas iglesias, hay una interpretación teológica según la cual el Mesías va a volver una vez que los judíos hayan retornado a la Tierra Prometida. Esto le da suprema importancia a Israel, no visto como un Estado nación moderno, sino como la reconstrucción del antiguo Reino de Israel. Michel Gherman, sociólogo brasilero, habla de la “Israel imaginaria” y del “judío imaginario”: la extrema derecha ve a Israel no con ojos modernos, sino en sus propios términos, como un país ultraconservador y teocrático, más en línea con Shas o Iahadut Hatorá. Esto apunta no al voto judío, que no alcanza para nada en Brasil, sino al voto de los evangélicos, a quienes les muestran cómo defienden la Tierra de Israel. A eso hay que sumarle la influencia del militarismo en el movimiento. Además de pastores, las listas de Bolsonaro tienen sobrerrepresentación de policías y militares. En ese sentido, les gusta ver a Israel como un Estado gendarme, militarizado, con libre portación de armas, que tal vez sea el sueño de Itamar Ben-Gvir, pero no coincide con la realidad, aunque esa realidad haya empeorado mucho en los últimos años. Esto convive con una idea de origen antisemita, de los judíos como inventores del capitalismo, en la que se imaginan a Israel como un paraíso neoliberal.

Por increíble que parezca, la izquierda antisemita y la ultraderecha proisraelí tienen una misma idea sobre Israel: lo ven como un país bíblico, teocrático fundamentalista, militarizado, ultra neoliberal y aliado de Estados Unidos y del mundo occidental, enemigo del islam y vanguardista en el choque de civilizaciones. La única diferencia es que a algunos les parece bien y a otros les parece mal esa idea. Ninguna conoce bien Israel, porque la realidad es diferente. Esta retórica se repite en la región, y me preocupa especialmente en Argentina. El nuestro es el país en la región con el mayor consenso con mayor consenso contra el antisemitismo. Vimos esto en el último debate presidencial, donde, salvo por Miriam Bregman, todos los candidatos repudiaron a Hamas. La comunidad judía argentina es mucho mayor que en otros países latinoamericanos, con una impronta muy grande en varios sectores de la vida, con un historial de dos atentados. Me asusta cómo esto puede cambiar, porque vi en Brasil cómo la sobreactuación proisraelí de Bolsonaro consolidó en mucha gente de izquierda, para las que el tema de Israel-Palestina no les interesaba demasiado, la idea de asociar a Israel con la extrema derecha y sacar conclusiones muy negativas sobre los judíos e Israel. Todo esto lo hizo Bolsonaro mientras congregaba a extremistas de derecha y elemento realmente nazis. Creo que Milei, con su sobreactuación, su inclusión de Israel en actos y discursos, enviando a su rabino como embajador, tiene el potencial de generar lo mismo en Argentina y hacer crecer el antisemitismo en Argentina. Es, por lo tanto, muy importante que las instituciones de la comunidad judía que la representan ante la sociedad se pongan a pensar cómo dejar claro que Milei no representa ni a la comunidad ni a Israel. El comunicado de la DAIA sobre la designación de Barra fue espantoso en este sentido. Entiendo que a sectores de la comunidad les pueda entusiasmar tener un presidente projudío y proisraelí, pero que la sociedad asocie la defensa de Israel con personajes como Milei – como ocurrió con Bolsonaro – es muy peligroso. Hoy, él está en la cresta de la ola, pero mañana, cuando sean visibles las consecuencias sociales de sus políticas, va a ser visto como un monstruo. Y va a ser un monstruo que apoya a Israel.

¿Creés que la guerra comenzada el 7 de octubre agravó el problema o hizo más visible un problema ya existente, legitimando discursos que no eran socialmente aceptable antes de la guerra?

–Creo que hizo visible un problema ya existente. Al hacerlo visible, lo agrava. Sería un error pensar que la guerra en sí haya legitimado ciertos discursos, porque las críticas comenzaron el 7 de octubre, antes de la respuesta. Viéndolo desde hoy, puede parecer que el discurso antiisraelí – incluso en sus versiones antisemitas – encuentra legitimación en las imágenes horribles de lo que sucede en Gaza, la cantidad de muertos y demás. Podríamos apuntar a una discusión más madura sobre lo que ocurre y pensar cómo se distribuyen las responsabilidades por lo que sucede y por la situación humanitaria. Lo que me parece claro es que, con el diario del lunes, esas imágenes de Gaza parecen ser la causa de las críticas, pero la realidad es que el mismo 7 de octubre, esas críticas ya existían. Y condenaban incluso lo que se esperaba que Israel hiciera después. Ese día, cuando los hechos eran que un grupo terrorista había ingresado a Israel y había asesinado a un número indeterminado pero alto de personas, y sabíamos – sin detalles – del nivel de crueldad con el que muchos de esos actos habían sido cometidos, y estos actos todavía no habían sido respondidos por Israel, toda la izquierda del mundo estaba o callada o justificando esos actos en base al contexto, mientras que condenaban preventivamente la respuesta de Israel. Desde que llegué a España, a pesar de no tener derecho a voto todavía, mi voto hipotético siempre estuvo dividido entre PSOE y Podemos. En estos últimos dos meses, desde que empezó la guerra, veo a los referentes de Podemos de otra forma, porque los escuché decir cosas que no podríamos jamás considerar puro antisionismo. No se trataban de críticas a Netanyahu ni al Estado de Israel, sino una negación absoluta y completa al derecho de autodeterminación del pueblo judío basada en el poder desmedido de los judíos sobre las decisiones mundiales: puras teorías conspirativas a nivel explícito. Sobre cuestiones políticas, económicas, culturales, el 90% de las veces escucho a gente de Podemos y del PSOE y estoy de acuerdo con ellos, pero cuando se trata de este conflicto, siento que estoy escuchando a Bolsonaro. Es difícil manejar esta contradicción, porque sigo estando de acuerdo en la mayoría de las cosas que dicen sobre otros temas. Sin embargo, hoy no podría votar a Podemos; en todo caso, votaría al PSOE con reservas. Escuchamos críticas al sionismo que ni siquiera se molestan en averiguar qué es el sionismo: lo utilizan como término peyorativo, pero desconocen su definición. Referentes políticos como Yolanda Díaz – que, cuando discuten temas económicos o sociales, lo hacen con conocimiento –, cuando hablan de sionismo y de Israel, lo hacen con un nivel argumental bajísimo.

Discutiendo con gente de la izquierda brasileña, les explique a muchos que, cuando hablan de Israel, usan argumento bolsonaristas. ¿Por qué? Primero, recurren a teorías conspirativas, algo característico de Bolsonaro y sus seguidores, que hablan de comunismo internacional, la agenda 2030 y más plataformas que buscan acabar con la humanidad. Segundo, reproducen y comparten cualquier fake news sin tomarse un segundo para chequearla porque, al igual que consideran los bolsonaristas, sirven para confirmar lo que ya creen. Por otro lado, utilizan discurso de odio contra una minoría a la que culpan de todos los males. Hay un elemento más que es alucinante: el bolsonarismo utilizó a figuras como Sérgio Camargo para ponerlo al frente de la Fundación Palmares, un ente público que busca combatir y educar contra el racismo. La función de Camargo era, desde su lugar de negro y funcionario público, negar la existencia del racismo en el país y plantear que parte de la comunidad se victimizaba, mientras que los verdaderos negros estaban con Bolsonaro. De la misma forma, el gobierno tenía a su mujer antifeminista, a su gay opuesto a los derechos LGBT. Al igual que el bolsonarismo usó a “sus negros”, el antisionismo tiene a “sus judíos”, los judíos buenos, quienes confirman lo que ellos dicen, a pesar de ser una voz minoritaria en la comunidad. Acá pueden citar a Neturei Karta, Norman Finkelstein, Noam Chomsky e Ilan Pappé, y de esa forma niegan toda acusación de antisemitismo.

¿Tiene solución el problema?

–En algún momento, y con mucho esfuerzo, la izquierda abandonó su homofobia. Recuerdo cuando a la izquierda en Argentina no le interesaba escuchar del matrimonio gay porque les parecía una estupidez pequeñoburguesa y, hasta cierto punto, algo anormal. Hoy, la media de la izquierda a nivel global es pro-derechos LGBT, y eso es lo políticamente correcto en espacios progresistas. Dicho eso, la izquierda era en el pasado tan homofóbica como la sociedad que lo rodeaba, pero no hacía de esto un elemento militante, como sí lo hacía la derecha. Hoy, ser antisionista con argumentos que la mayoría de las veces cruzan la frontera hacia el antisemitismo es un elemento militante en la izquierda. Por eso creo que se puede solucionar, porque vemos países donde la derecha ya no es homofóbica. Pero va a costar, no lo que costó superar la homofobia de la izquierda, sino lo mucho más que cuesta superar la homofobia para la derecha.

KAL/DTC

*Esta entrevista fue publicada origialmente en la revista Nueva Sion.