Un buen día de principios de junio, los soldados ucranianos lanzaron el Gogol-M, su último robot asesino. Hicieron clic sobre una pantalla y el dron de nombre poco atractivo elevó hacia el amplio cielo azul sus 6 metros de alas fijas desde una ubicación no especificada.
Antes de soltar los dos drones de ataque que pendían de sus alas, la “nave nodriza” Gogol-M se había adentrado 200 kilómetros en Rusia. Volando a baja altitud para esquivar los radares, los dos drones de menor tamaño escudriñaron de forma autónoma el suelo hasta encontrar un objetivo adecuado. En ese momento activaron el sistema para golpear y destruir.
En tierra no había nadie pilotando las máquinas asesinas ni eligiendo los objetivos. Dotados de inteligencia artificial, fueron los propios robots los que seleccionaron su objetivo y volaron hacia él, haciendo detonar la carga explosiva con el impacto. La intervención humana se había limitado a enseñarles, antes de despegar, qué tipo de objetivo debían destruir y en qué zona debía buscarlo.
La nave nodriza reutilizable y su descendencia letal cuestan 10.000 dólares en total (unos 8.500 euros). La nodriza puede recorrer hasta 300 kilómetros y los drones suicidas de ataque, otros 30 kilómetros. En las guerras anteriores a los drones, una misión de este tipo habría requerido entre 3 y 5 millones de dólares en sistemas de misiles. “Si nos financian, podemos producir cientos o miles de estos drones cada mes”, afirma Andrii, cuya empresa Strategy Force Solutions diseñó la tecnología para el ejército ucraniano.
El 1 de junio el mundo quedó deslumbrado con la Operación Telaraña, cuando 117 drones ucranianos atacaron bases aéreas en el interior de Rusia, apuntando a bombarderos rusos de largo alcance y capacidad nuclear. Lanzados desde camiones, los drones disponían de un software de “guiado en la última fase”. De esa forma pudieron volar de forma autónoma antes de golpear sus objetivos en la última milla, cuando los sistemas de interferencia rusos suelen cortar la conexión con los pilotos en Ucrania.
Sin embargo, esto ni siquiera es la última tecnología de los que los ucranianos y rusos están utilizando en la batalla, por no hablar de los que están soñando.
“Ninguna tecnología sobrevive más de tres meses”
La Operación Telaraña se basó en un astuto engaño a camioneros rusos para que transportaran los drones cerca de los objetivos. A continuación, los pilotos ucranianos hicieron salir a las aeronaves de donde estaban escondidas.
Desde que hace 18 meses comenzó a prepararse la Operación Telaraña, la innovación en armas autónomas ha dado un salto extraordinario impulsada por la escasez en el suministro de misiles estadounidenses, la falta de operadores ucranianos de drones, y el éxito cosechado por los rusos en el desarrollo de sistemas de guerra electrónica que interrumpen la conexión entre los drones y sus operadores. El Kremlin ha seguido el ejemplo de Ucrania, y Rusia también ha desarrollado una mayor capacidad de producción.
“Ninguna tecnología sobrevive más de tres meses como medida eficaz contra algo”, dice Viktor Sakharchuk, cofundador de Twist Robotics, la empresa que dice haber fabricado los primeros drones con sistema autónomo de guiado en la última fase usados por las fuerzas armadas de Ucrania.
Sin duda, los sistemas más avanzados del mundo están siendo ideados en centros de China y de Estados Unidos. Se estima que en agosto de 2025 el programa del Pentágono conocido como Replicator 1 generará “varios miles” de sistemas autónomos para todos los campos. Por su parte, la primera misión del dron nodriza chino Jiu Tian parece inminente: puede volar a 15.240 metros de altura, tiene una autonomía superior a 6.400 kilómetros, y es capaz de transportar seis toneladas de munición y hasta a 100 drones autónomos.
La guerra en Ucrania le está dejando al mundo un regalo de dudoso valor: armas autónomas baratas y de fácil producción, cada vez más probadas en el campo de batalla.
“Estamos tratando de lograr la autonomía total”, sostiene Mykhailo Fedorov (34), viceprimer ministro de Ucrania y ministro de Transformación Digital, que supervisa los avances de Ucrania en lo que él llama la “guerra tecnológica”. “Estamos entrenando a nuestros modelos para reconocer objetivos y entender la priorización de objetivos”, dice. “Todavía no tenemos autonomía total. Usamos el factor humano cuando es necesario, pero estamos desarrollando diferentes escenarios para aumentar el grado de autonomía”.
“También estamos probando drones autónomos que no hemos anunciado y probablemente no vamos a anunciar, pero que tienen un alto grado de autonomía y la posibilidad de combinarse para formar enjambres; todavía nos enfrentamos a problemas y obstáculos técnicos, pero vemos un camino a seguir en este sentido”, añade.
Si esta guerra nunca hubiera empezado, no tendríamos este tipo de armas que son fáciles de comprar y fáciles de usar
En la formación de enjambre varios drones trabajan juntos para matar: una manada de depredadores que se comunican unos con otros y diseñan un plan que cierra las rutas de escape mientras se entregan a su mortífera labor. Sus objetivos no son solo tanques, aviones, nudos ferroviarios o infraestructuras críticas. La prioridad máxima es matar personas.
“Habrá sistemas autónomos más baratos que puedan lanzar ataques de menor escala contra la infantería porque este es un objetivo clave, la doctrina de la guerra ha cambiado, el equipo pesado se utiliza cada vez menos”, dice Fedorov.
“La zona gris [el área de conflicto más allá de la línea del frente] ha ampliado su extensión y Rusia está atacando con pequeños grupos de infantería; nuestro objetivo clave es encontrar una contramedida para esos pequeños grupos de infantería; así que estamos tratando de desarrollar drones más baratos y pequeños para utilizarlos contra la infantería”.
Los rusos tampoco están “de brazos cruzados”, dice Fedorov.
“La interferencia de señales no sirve”
En los últimos años, Serhii “Flash” Beskrestnov se ha convertido en un personaje de las redes sociales ucranianas por sus informes en tiempo real sobre los avances tecnológicos de la guerra. Una vez por mes viaja al frente en una furgoneta negra Volkswagen que se destaca por las antenas que lleva en el techo.
Hace unos seis meses se topó por primera vez con el V2U, la versión rusa del Gogol-M. Según sus cálculos, los rusos lanzan cada día 50 de estos drones contra objetivos cerca de la línea del frente. Beskrestnov se encontró con uno en el centro de la ciudad de Sumy, en el noreste de Ucrania y a 20 kilómetros del frente. Se dice que su alcance llega hasta los 100 kilómetros.
Ninguna tecnología sobrevive más de tres meses como medida eficaz contra algo
Al igual que la versión ucraniana, el V2U puede operar sin comunicación alguna con el operador, utilizando solo su sistema de navegación visual para encontrar, seleccionar y atacar su objetivo de forma independiente. Beskrestnov los ha visto volar en enjambre. “Vuelan a distintos niveles, como las palomas,”, dice. “El principal problema para nosotros es que no sabemos cómo actuar contra ellos; la interferencia de señales no sirve”.
A los dos contendientes les llevará un tiempo aumentar los actuales niveles de autonomía, dice Kateryna Stepanenko, que en el Instituto para el Estudio de la Guerra es la segunda responsable del equipo especializado en Rusia.
“Todavía falta la parte de pensamiento autónomo, el pensamiento autónomo en el que el avión no tripulado puede identificar un objetivo por sí solo y aprender de esa experiencia”, dice. “Ahí es donde tanto las fuerzas rusas como las ucranianas siguen trabajando con la tecnología para innovar más”.
Según Olexii, jefe de planes futuros de batalla en la brigada de combate Khartia, los drones de fibra óptica conectados a sus pilotos por cable son la tecnología del momento por su inmunidad frente a las interferencias. Su brigada pertenece a la Guardia Nacional de Ucrania y combate en el frente nororiental de la región de Járkov.
Pero la carrera por perfeccionar el asesinato a distancia se está desarrollando a un ritmo vertiginoso.
Terminator es ucraniano
El cielo está oscuro y una lluvia torrencial golpea sobre el parabrisas del coche. Oleg Fedoryshyn, jefe de investigación y diseño en DevDroid, parece pensativo mientras observa cómo su último vehículo terrestre no tripulado, equipado con una torreta ametralladora, se pone a prueba en un campo embarrado del oeste de Ucrania. La empresa de defensa DevDroid está tratando de darle autonomía a esta máquina para que opere y apunte sin intervención de ninguna persona.
Una de las consideraciones a tener en cuenta es evitar el fuego amigo, que los robots se vuelvan contra sus creadores. “No sabíamos que Terminator era ucraniano”, bromea Fedoryshyn. “Pero tal vez un Terminator no sea lo peor que puede pasar”, añade. “ ¿Cómo se puede estar seguro en ninguna ciudad si alguien trata de matarte con un dron? Es imposible... Es verdad que puedes usar algún sistema de interferencias para la conexión por radio, pero ellos pueden usar un sistema de inteligencia artificial que sepa visualmente cómo eres, y traten de encontrarte y matarte; no creo que Terminator y la película sean lo peor que puede pasar; si esta guerra nunca hubiera empezado, no tendríamos este tipo de armas que son fáciles de comprar y fáciles de usar”.
Según Anton Skrypnyk, director de la empresa ucraniana de sistemas robóticos terrestres Roboneers, lo ocurrido durante el último año en Ucrania debería generar un replanteamiento en los sistemas de seguridad por todo el mundo, teniendo en cuenta que esta tecnología puede caer en manos de terroristas. “Todos los controles a los que nos sometemos en los aeropuertos ya son completamente inútiles, así que estamos perdiendo el tiempo”, dice. “No hace falta llevar una bomba para hacer explotar al avión; puedes limitarte a aguardar fuera con el dron y esperar al avión, al primer ministro...”.
“Puedes simplemente hacer volar 100 drones, 1.000 drones en modo automático dentro de un aeropuerto; a esos drones no les afectan las interferencias, por lo que toda protección que no implique su destrucción física es inútil (...) ¿Pondría usted una estación armada remota en cada aeropuerto para derribarlos? ¿Cuál sería el presupuesto para un proyecto así?
La protección de las ciudades debería implicar la vigilancia constante de todas las transacciones, todas las rutas, el escaneo de rostros, comprender los patrones de comportamiento de la gente y analizarlos usando inteligencia artificial (...) Lo más aterrador es que no le importa a nadie; es como el 11 de septiembre: hasta que no pase algo, a nadie le importa“.
Skrypnyk no tiene toda la razón.
La legislación imposible
En mayo la ONU organizó en sus oficinas de Nueva York una reunión consultiva de dos días de duración para hablar sobre las armas letales de conducción autónoma. Los asistentes escucharon en silencio la participación del ministro de Asuntos Exteriores de Sierra Leona, Musa Kabba. “La proliferación de sistemas de armas autónomas obliga a la comunidad internacional a enfrentarse a un dilema moral y jurídico fundamental, ¿debería permitirse que los algoritmos decidan quién vive y quién muere?”, dijo.
“Excelencias, permítanme reflexionar sobre el poema 'La segunda venida', del famoso poeta irlandés WB Yeats: ”Dando vueltas y vueltas en la espiral creciente no puede ya el halcón oír al halconero; todo se desmorona; el centro cede; la anarquía se abate sobre el mundo, se suelta la marea de la sangre, y por doquier se anega el ritual de la inocencia; los mejores no tienen convicción, y los peores rebosan de febril intensidad“.
Los diplomáticos que trabajan en la convención de la ONU sobre armamento llevan ocho años reuniéndose en la ciudad suiza de Ginebra para debatir desapasionadamente y llegar a un consenso que adapte el derecho internacional al auge de las armas autónomas letales. Entre las cuestiones planteadas figuran el nivel mínimo de intervención humana a exigir y a quién se le atribuye la responsabilidad cuando un robot comete una atrocidad.
En gran medida ha sido un ejercicio infructuoso. Siguen sin ponerse de acuerdo sobre la definición de arma autónoma letal. Mucho menos, sobre lo que hay que prohibir y lo que hay que regular.
La reunión de Nueva York en mayo nació de la frustración por esa falta de avances en Ginebra. La ONU la convocó tras una resolución de la Asamblea General. Hubo tres países que votaron en contra de su celebración: Rusia, Bielorrusia y Corea del Norte. Otros 166 países la apoyaron. Ucrania se abstuvo.
La guerra de Ucrania ha desencadenado esta urgencia por la regulación de las armas autónomas con inteligencia artificial
Unos 120 países manifestaron su apoyo a un nuevo tratado para estas armas, similar al que en 1997 sirvió para prohibir el uso, la producción, la transferencia y el almacenamiento de las minas antipersona.
“La integración de los sistemas autónomos en el armamento es extremadamente rápida; la mayor parte de lo que vemos en Ucrania no es totalmente autónomo por el momento, pero se está acercando”, dice Alexander Kmentt, director del departamento de desarme, control de armamento y no proliferación en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Austria.
“Una gran mayoría quiere que se negocie lo antes posible un instrumento jurídicamente vinculante; una gran mayoría, como nosotros, estaría muy contenta si ese grupo de expertos de Ginebra pasara de las conversaciones a una negociación con carácter de urgencia”, añade.
Si se abandona el intento de lograr una posición consensuada, la Asamblea General de la ONU podría aprobar un tratado con una mayoría simple de los Estados miembros.
El Secretario General de la ONU, António Guterres, manifestó su apoyo y dijo a los delegados que las armas autónomas eran una “cuestión definitoria” de nuestro tiempo y que antes de 2026 debería estar terminada una herramienta jurídicamente vinculante.
La amenaza que suponen los sistemas de armas autónomas letales, máquinas con “el poder y la discreción de acabar con vidas humanas sin el control de ninguna persona, son políticamente inaceptables, moralmente repugnantes y deberían estar prohibidas por el derecho internacional”, dijo Guterres a los delegados.
El Tratado de Ottawa, como se conoce al acuerdo sobre minas terrestres, parece estar en la cuerda floja tras los anuncios de retirada de Estonia, Letonia, Lituania y Polonia. Pero según los activistas, ha tenido repercusiones positivas: en 1997, más de 25.000 personas morían o resultaban heridas al año debido a las minas terrestres; en 2013, esa cifra se había reducido a 3.300 personas.
Los representantes de la campaña Stop Killer Robots, integrada por más de 250 organizaciones entre las que figuran Amnistía Internacional y Human Rights Watch, tomaron la palabra para dirigirse en mayo a los delegados en las oficinas de la ONU en Nueva York.
Los seres humanos hacen cosas terribles, pero se les puede hacer rendir cuentas, dijeron. Las armas autónomas pueden matar a más personas de las previstas o a personas que no estaban previstas, añadieron, y su bajo coste de producción las hace atractivas para grupos armados no estatales, además de vulnerables a ciberataques, creando nuevas formas de provocar el caos por parte de los piratas informáticos.
“No vemos ninguna razón convincente que exija la introducción de nuevas restricciones o prohibiciones sobre las armas autónomas letales”, dijo en el hemiciclo de las Naciones Unidas en Nueva York el delegado de Rusia, sentado cuatro filas más abajo que el de Ucrania.
EEUU también considera que la legislación internacional vigente y las actuales medidas nacionales son suficientes para abordar las preocupaciones éticas y jurídicas que suscitan las armas autónomas.
Robert in den Bosch, el diplomático neerlandés que preside las conversaciones en Ginebra, reconoce la dificultad de su misión: estudiar y formular “elementos de una herramienta” para enfrentar la amenaza emergente. Pero es necesario luchar para lograr un consenso, dice. En su opinión, lo ocurrido en Ucrania durante los últimos 12 meses ha dado un impulso adicional a las conversaciones en Ginebra (en las que el delegado británico llegó a ser reprendido por hablar demasiado rápido para el intérprete).
“Miren el Tratado de Ottawa”, dice In den Bosch. “Ni Estados Unidos, ni Rusia, ni China, ni India, ni Pakistán, todos ellos actores importantes, son firmantes del acuerdo... Y luego, si las cosas van mal, como ahora en Ucrania con una guerra —y siendo firmante del acuerdo y Rusia no—, se llega a una situación en la que no todo el mundo está sujeto a las mismas reglas... Ahora Lituania, Letonia, Estonia, Polonia y Finlandia han decidido abandonarlo porque no es una situación equilibrada”.
El mundo no puede permitirse esperar, dijo el sierraleonés Kabba a The Guardian después de intervenir en el encuentro de Nueva York. “La guerra de Ucrania ha desencadenado esta urgencia por la regulación (...) También a nivel micro, en nuestra región de África occidental, se están utilizando drones en conflictos terroristas”, añadió. “Son más de 190 los países que hay en el mundo, entendemos el poder que tienen estos dos países [Estados Unidos y Rusia], pero la conciencia colectiva de la humanidad siempre intentará vencer”.
De vuelta en Ucrania, que lleva tres años terribles de guerra a gran escala, la fe en un arco del universo que tienda hacia la justicia es más difícil de encontrar.
“Esta guerra es una cuestión existencial para nosotros, o se hace, o se muere”, dice Oleksii Babenko, director ejecutivo de la empresa Vyriy, especializada en drones con sistemas autónomos y de enjambre.
Para el viceprimer ministro Fedorov, Ucrania no puede permitirse bajar el ritmo. Lo dice desde su oficina gubernamental en Kiev, tras varias noches de bombardeos con misiles balísticos y drones sobre la capital ucraniana. “Creo que los parlamentarios y el Ministerio de Defensa están reflexionando sobre las cuestiones éticas, pero lo más importante para nosotros es encontrar una tecnología que detenga a los rusos y, como nación democrática, consideraremos la regulación después de la guerra, tan pronto como haya terminado”.
Traducción de Francisco de Zárate