Cambio climático

Codicia en el Ártico: las potencias detrás de su destrucción pugnan por controlar las riquezas destapadas por el deshielo

Raúl Rejón

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Podría pasar por uno más de los 400 buques que llegan a diario al mayor puerto de Europa, pero cuando el carguero Istambul Bridge atracó en Rotterdam (Países Bajos) el 23 de octubre, cerró el viaje inaugural de la naviera china Sea Legend por la Ruta Norte del Ártico. Considerado un éxito, la compañía ya ha anunciado que pondrá a toda máquina esta nueva ruta en 2026 con 16 cargueros que navegarán por el océano cada vez menos helado.

Solo unos pocos días antes de ese hito, la Casa Blanca anunciaba un acuerdo con Finlandia para comprar 11 barcos rompehielos. “Cruciales para defender los intereses de EEUU en el Ártico”, rezaba el anuncio oficial. “Nuestros adversarios continúan aumentando su presencia, estos buques reafirmarán el dominio estadounidense allí”. El país prevé gastar 6.100 millones de dólares.

El cambio climático causado por los humanos derrite el Ártico. El planeta recalentado por la cúpula de gases emitidos al quemar combustibles fósiles deshace el casquete polar. Desde 1979 ha perdido más de dos millones de kilómetros cuadrados de hielo. Cada década se funde para siempre un 13% de la capa congelada y el hielo más antiguo y grueso ha decaído en un 95%. Ese deshielo abre rutas comerciales rentables como la del Istambul Bridge y el acceso a enormes recursos naturales. El Ártico ha pasado de ser el norte congelado a una de las zonas geopolíticas más calientes.

“En el Ártico se ha pasado de tener interés por el pescado, las focas, las ballenas y los osos a tenerlo por los hidrocarburos, el transporte de mercancías, el turismo y la geoestrategia”, resume el geólogo del Instituto de Geociencias Barcelona (GEO3BCN – CSIC) y experto climático, Santiago Giralt.

Existen ocho estados árticos: Rusia, EEUU, Canadá, Noruega, Suecia, Finlandia, Islandia y Dinamarca (por Groenlandia). A esto se le suma que China se autoproclamó “estado cercano al Ártico” en 2018. Así que los principales causantes de la crisis climática que destruye el Ártico helado, que son EEUU, China, Rusia y la UE, son esencialmente los que ahora pugnan por sacar provecho de esa destrucción en forma de transporte de mercancías que vender, gas y petróleo que extraer, minerales que excavar o bases militares que posicionar.

“El Ártico se está convirtiendo en un escenario clave de la geopolítica debido al cambio climático y sus implicaciones en el acceso a recursos naturales y nuevas rutas marítimas”, resume este reciente análisis publicado en el Instituto Español de Estudios Estratégicos.

Dominio a toda costa

El 23 de diciembre de 2024 el entonces presidente electo de EEUU, Donald Trump, afirmaba que “la posesión de Groenlandia es una absoluta necesidad”. Y unos meses después, en marzo de 2025, llegaba a decir: “Tomaremos el control de una manera u otra”. No es el único que habla del Ártico como su campo de operaciones. Al final de ese mes de marzo, el presidente ruso, Vladímir Putin, dejaba claro sus planes durante el Foro Ártico: desarrollar la ruta del norte como corredor comercial, expandir la extracción de fósiles y minerales además de su presencia militar.

En el Ártico se ha pasado de tener interés por el pescado, las focas, las ballenas y los osos a tenerlo por los hidrocarburos, el transporte de mercancías, el turismo y la geoestrategia

Pero, al llegar agosto, China envió una flota de cinco rompehielos “de investigación” al Ártico cerca de Alaska. Los guardacostas norteamericanos les acusaron de acercarse demasiado a la costa. Luego llegó el acuerdo de Trump para hacerse con más rompehielos. La flota estadounidense de estos barcos se limita a tres buques por los más de 40 que opera Rusia o la decena de Finlandia.

La codicia por hacerse con recursos y dominar el paso comercial hace que EEUU, Rusia, Canadá o Dinamarca estén reclamando su soberanía en zonas hasta ahora poco rentables por el hielo. “A veces, incluso se solapan esas reivindicaciones territoriales lo que abre la puerta a disputas”, explica el investigador del hielo Ártico en la Universidad de Washington Harry Stern.

Si se hace una lista de lo que se calcula que hay debajo del hielo, se estima que hasta el 13% del petróleo convencional sin descubrir aún. Y el 30% del gas. En cuanto a la minería, solo en el área de Canadá se cuentan alrededor de cuarenta yacimientos calificados como grandes. En Groenlandia, el capricho Ártico de Trump, existen depósitos de oro, níquel, cromo, platino, tierras raras, zinc, plomo o plata.

En la Suecia ártica se cree que puede estar el mayor depósito de tierras raras de Europa. Rusia ya es un productor principal de hidrocarburos, pero tiene múltiples yacimientos de diamantes, metales, tierras raras...

Respecto a la minería se da además una circunstancia paradójica, ya que muchos proyectos están revestidos de acción contra el cambio climático. Sirve de ejemplo la reflexión del director ejecutivo del Arctic Economic Council, Mads Qvist: “Necesitamos la minería para pasar a un futuro bajo en carbono. En el Ártico tenemos los materiales necesarios para hacerlo posible”. Así que, en cierta medida, parce que se trata de aprovechar el deterioro del Ártico producido por el calentamiento global para obtener materias primas con el argumento de destinarlas a contrarrestar ese calentamiento global.

Y no todo es extraer o perforar. A la Ruta del Norte que discurre a lo largo de la línea costera de Rusia le adjudican un ahorro del 30% en tiempo comparada con la que pasa por el canal de Suez. Ese canal que une artificialmente el océano Índico y el Mediterráneo está gestionado actualmente por Egipto. Pasar por ahí supone abonar una tarifa de entre 300.000 a 500.000 dólares para un carguero o un petrolero estándar.

Si se toma la ruta norte ártica, actualmente, es Rusia quien regula ese paso para “prevenir la contaminación en el mar cubierto de hielo”, según le reconoce la Convención del Mar. Las caravanas marítimas suelen ser de tres rompehielos, un carguero, otros tres rompehielos, otro carguero...

Todavía estamos a tiempo de conseguir una protección ecológica. Habrá regulaciones para la extracción de combustibles o la minería, pero la duda es si serán suficientes. En todo caso la reducción del hielo marino está produciendo un daño ambiental y al modo de vida indígena

“Estas reclamaciones son, básicamente, por intereses económicos”, reflexiona el investigador Harry Stern. “Espero que todavía estemos a tiempo de conseguir una protección ecológica del Ártico. Seguro que habrá regulaciones ambientales para la extracción de combustibles o la minería, pero la duda es saber si serán suficientes. En todo caso –abunda el experto ártico– la reducción del hielo marino está produciendo un daño ambiental y afectando al modo de vida de los pueblos indígenas”.

Así que “la protección del Ártico es necesaria por el cambio climático en sí mismo”, concluye Stern. El deshielo del Ártico, aunque parezca algo lejanísimo para España, tiene una relación científica con que suframos episodios devastadores como la dana que asoló Valencia en 2024. “Un mar Mediterráneo tan caliente es combustible si entra aire frío”, avanza el geólogo Santiago Giralt.

Giralt, que comprueba in situ cada año cómo se derrite Groenlandia, explica que “la diferencia de temperaturas entre el ecuador y Ártico está disminuyendo y, al ocurrir esto, la corriente de chorro que separa el clima ártico del nuestro se destensa. Eso hace que cada vez haya más intrusiones de aire frío en nuestras latitudes y con el Mediterráneo muy caliente se dan las condiciones para que pueda estallar una dana muy muy potente”.

Llegados a este punto cabe hacerse la pregunta de ¿a quién interesa que el Ártico no se deshiele? “¡A todo el mundo!” Contesta enérgico Santiago Giralt. “Porque lo que ocurre allí nos afecta”. Harry Stern, por su parte, ve “pocos incentivos” para que las potencias árticas “renuncien a sus reclamaciones por el bien del mundo”.