Comunismo de lujo o progresismo oxidado, lo que vendrá tras el previsible fracaso de la ultraderecha

Un año atrás, en las semanas previas a las elecciones parlamentarias del Reino Unido, un amigo inglés con el que conversaba sobre su país realizó un comentario categórico sobre el candidato del Partido Laborista, Keir Starmer. Dijo que ganaría, pero llevaría adelante un gobierno moderado que no mejoraría la vida de la gente. Como resultado, algún populista radical se impondría en los comicios siguientes.
Arron Potter —mi amigo inglés— no tiene una consultora ni publica columnas en The Guardian. Es agente de seguros, y, en los ratos libres, le interesa leer sobre política y economía. Sin embargo, dio en el clavo como el mejor analista.
En este mes de mayo, el primer ministro Keir Starmer —que ganó aquellos comicios— ha alcanzado las cifras más bajas de aprobación desde que asumió en julio del 2024. Según una encuesta de YouGov, solo un 23% de los ingleses ve con buenos ojos su gobierno. Un 69% tiene una opinión desfavorable.
Por su parte, el partido de Nigel Farage, aquel payasesco candidato liberal que militaba el Brexit, está por encima de los laboristas y los conservadores en las encuestas de intención de voto.
¿Loco, no? En realidad, es mucho más esperable de lo que parece. Potter lo tenía claro, pero no es el único. Esta semana, el diario Financial Times publica un análisis sobre los recientes triunfos de candidatos de la denominada ultraderecha en Europa.
En Portugal, el populista André Ventura —aliado de Vox en España— fue uno de los recientes ganadores de las elecciones legislativas; el candidato a presidente en Polonia, también del mismo universo político, disputará una inesperada segunda vuelta. Rumania, por su parte, reflejó el ascenso de un trumpista confeso, George Simion, que ganó gran poder de maniobra en el parlamento del país.
Un analista del destacado centro de expertos Carnegie de Europa dijo al cronista del Financial Times: “Esta vez lo conseguimos, pero ¿qué pasará la próxima? Probablemente haya muchos votantes que van y vienen. Le damos otra oportunidad a alguien del lado liberal y, por supuesto, fracasa, y con todo el descontento, Simion se vuelve aún más fuerte.”
Como fuera, los últimos resultados políticos —sumados a los triunfos anteriores de populistas de derecha como Milei, Trump o Bolsonaro— muestran lo que, a esta altura, debería ser un grito al cielo: los progresismos ya no mejoran la vida de la gente.
El debate sobre cómo salir de ese encierro, afortunadamente, ya existe. En Argentina, por ejemplo, las fuerzas de izquierda y centro izquierda están preguntándose —en distinta medida— qué ofrecerle al electorado en las próximas contiendas electorales.
Algunos han hecho autocrítica, otros no. Algunos buscan respuestas en el pasado, de las últimas décadas; otros van más atrás incluso. Pero, ¿será suficiente con ello, o pasará lo que ya pasa en otros países donde a alguien de derechas, o de una izquierda impotente, lo reemplaza un populista sádico?
En Estados Unidos, el Partido Demócrata aún no salió del shock. Sin embargo, algunos intelectuales sí están planteando nuevas ideas. Un ejemplo interesante es el libro titulado Abundance (2025), que coescribieron los periodistas Ezra Klein y Derek Thompson. Klein, que escribe en The New York Times, ya había publicado algunos libros para entender la política estadounidense, como Why we are polarized. Pero en este, quiere sentar las bases de lo que podría ser el futuro.
El arranque de Abundance es atrapante: comienza con referencias al libro de Aaron Bastani, Fully Automated Luxury Communism, editado en 2019. El futuro que imagina este periodista británico perfila una sociedad impulsada solo por energía verde, con granjas verticales tan altas como un rascacielos, carne a base de células animales, drones repartidores, y, como corolario de todo, una sociedad entregada al disfrute de la existencia.
Klein y Thompson sostienen que la utopía planteada por Bastani no es imposible de concretar. Al contrario, los avances tecnológicos lo han hecho más posible que nunca. Un dato sirve para demostrarlo: los costos de la energía solar vienen cayendo un 15% de un año a otro. Entonces, ¿por qué no podemos conseguirlo? La respuesta está en la tesis de su libro: “Para tener el futuro que queremos, necesitamos construir e inventar más de lo que necesitamos”.
Y ahí se centra el problema principal. Los partidos progresistas han dejado de inventar, cuando no se limitan a paliar los daños causados por la derecha. En los años 70, por ejemplo, “los demócratas se volvieron cada vez más de derecha por miedo a que los acusaran de ‘socialistas’… La idea de que el gobierno de Estados Unidos no puede resolver los problemas del país no fue producida de forma unilateral por Reagan y el Partido Republicano. Fue coproducida por ambos partidos, y reforzada por sus líderes”, sostienen los autores de Abundance.
El asunto, no obstante, no es tan simple. El planteo de ambos norteamericanos bucea en aguas más profundas. En principio, sostienen que la idea del “decrecimiento” que plantean algunos intelectuales y dirigentes, también en Argentina, es impracticable. Lo argumentan con experiencias pasadas. Cada vez que un gobierno quiso aplicar alguna norma o política tendiente a revertir el cambio climático o desalentar el consumo, encontró uno o varios sectores de la sociedad rehaceos a cumplir con lo dispuesto.
Obligar a millones de personas en distintos países y al mismo tiempo a llevar una vida más austera, no consumir ciertos productos o usar menos otros, es imposible, o llevaría décadas, siglos para concretarse. Unos tiempos que la urgencia del planeta no puede brindarnos.
La respuesta, de todas formas, tampoco es del todo fácil. Klein y Thompson proponen un cambio de mentalidad, dejar la sociedad de consumo para transformarse en una sociedad productiva. Sin embargo, no se trata de una sociedad que produce del modo que lo hace ahora: “Tenemos una enorme abundancia de productos que llenan nuestras casas (de un purificador de aire a una cámara de seguridad), pero carecemos de lo que se necesita para tener una buena vida”.
Ahora bien, lo que se cuestiona el libro, es quién será capaz de llevar a cabo esa transformación. La ultraderecha está claro que no, la derecha quizás, ¿pero qué pasará con los partidos progresistas? Klein y Thompson indagan en el caso puntual del Partido Demócrata, no solo a nivel nacional, sino también a nivel estatal, provincial.
Un caso paradigmático es el del estado de California. No hay estado más liberal y progre que California, y lo es desde hace muchos años. Sin embargo, los autores de Abundance encuentran que justamente los californianos son los que sufren algunos de los mayores problemas actuales de las clases medias y trabajadoras, como tener el récord de personas sin hogar o el de tener uno de los mercados de vivienda más expulsivos del país.
Cuando los periodistas indagan en las razones que explican la desconexión existente entre el discurso demócrata y lo que luego pasa en los estados que gobiernan, encuentran un problema combinado de numerosas regulaciones y obstáculos institucionales con unos líderes carentes de ideas, resignados ante un estado de gobierno que no pueden modificar.
Uno de los ejemplos más ilustrativos es el fallido tren bala en California: un proyecto estimado en US$22.000 millones que, pese a su potencial simbólico —movilidad limpia, cohesión social, innovación—, quedó empantanado entre regulaciones, permisos, negociaciones con propietarios y trabas que, en muchos casos, el propio progresismo ayudó a imponer.
Además de un claro orden de prioridades (el costo proyectado del tren es menos de lo que Washington entregó en armas a Israel en 2024), Klein y Thompson explican el fracaso por la cantidad de permisos, regulaciones, limitaciones en el uso del espacio público, y las miles de negociaciones que debían llevarse a cabo con los propietarios de aquellos terrenos por donde pasaría el tren. Regulaciones que, en muchos casos, ellos mismos han impuesto. “Los liberales hablan como si creyeran en el gobierno y luego aprueban política tras política que limita lo que realmente puede hacer”, apuntan los periodistas estadounidenses.
Esa resignación o falta de ideas es, al final, parte de una cadena de varios errores y obstáculos que el libro aborda en una serie de capítulos titulados “crecimiento”, “construir”, “gobernar”, “inventar” e “implementar”, donde, curiosamente, el Partido Demócrata ha liderado en el podio de la ausencia de soluciones.
¿Cómo avanzar, entonces? La conclusión, para decirlo de alguna forma, puede sonar demasiado norteamericana. Por un lado, Klein y Thompson señalan los avances conseguidos en el país cuando demócratas y republicanos impulsaron una misma idea, por ejemplo el programa del New Deal.
Por otro lado —y ya en sintonía con cierto espíritu hollywoodense—, proponen la necesidad de construir un nuevo relato: uno que proyecte un estilo de vida posible, deseable, mejor que el actual, y que incluya además un método concreto para alcanzarlo. Al fin y al cabo, el éxito de outsiders como Milei, Trump, o Bukele en El Salvador no es otra cosa que la prueba de que el viejo relato que sostuvo a la política durante el último siglo ya no funciona.
El relato de un comunismo de lujo como el que plantea Bastani no debería descartarse. No solo porque la alternativa puede ser el mundo privatizado y alienante que ya diseñan tecnócratas como Musk o Thiel, sino porque lo que está en juego no es una utopía más o menos viable, sino la capacidad misma de imaginar futuro.
Luego, claro, está la cuestión de cómo adaptar esa utopía de un mundo mejor a cada país. ¿Puede el peronismo imaginar una forma de vida distinta a la que proyectó Perón? ¿Puede la izquierda volver a construir en vez de resistir? ¿Puede siquiera nombrar un horizonte deseable? El riesgo de no hacerlo lo vemos de sobra casi cada día en Argentina.
AF/DTC
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