Las infinitas contradicciones de quienes dicen tener la razón

No sé si achacarlo a la producción constante de información o, más bien, a que la dirigencia política y empresarial actual ya ha perdido cualquier atisbo de coherencia. Me inclino por la segunda. Lo cierto es que las contradicciones —por no decir la mentira sin reparos— están a la orden del día.
El lunes pasado, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, dio un discurso en la prestigiosa Universidad de la Sorbona, en París, en el que criticó el ataque de Donald Trump a las universidades norteamericanas. “Sin una investigación científica libre, perdemos los pilares de nuestras sociedades, que son el corazón mismo de las democracias liberales occidentales y, ante todo, nuestra relación con la verdad”, dijo el mandatario francés.
El asunto es serio, sobre todo si hablamos de la verdad. Si existe un hecho indiscutiblemente cierto en la actualidad, es el asesinato de miles de civiles palestinos en la Franja de Gaza a manos del ejército de Israel. La tregua anunciada semanas atrás brilla por su ausencia, y aquellos planes para “limpiar” de palestinos la Franja y convertirla en un parque temático auspiciado por Trump parecen cada vez más reales.
Esa verdad —esa “relación con la verdad” que constituye uno de los pilares de las democracias liberales según Macron— está siendo negada vergonzosamente por las principales potencias europeas. A tal punto que, el miércoles, el Financial Times publicó un editorial titulado: “El vergonzoso silencio occidental en Gaza”.
El diario británico del establishment financiero señaló que “tras 19 meses de conflicto que causaron la muerte de decenas de miles de palestinos, y de que Israel fuera acusado de cometer crímenes de guerra”, Estados Unidos y Europa “pronunciaron apenas una palabra de condena”. “Deberían estar avergonzados de su silencio e impedir que Netanyahu actúe con impunidad”, sentenció el periódico.
El exministro de Exteriores de la Unión Europea, Josep Borrell, afirmó que el gobierno israelí está llevando “a cabo la mayor operación de limpieza étnica desde el final de la Segunda Guerra Mundial, con el objetivo de crear un espléndido destino turístico”. Por su parte, el periodista y escritor norteamericano Thomas L. Friedman escribió estos días en el New York Times que “Israel no es un aliado de Estados Unidos”, porque no está interesado en la paz en la región, sino en “la anexión de Cisjordania, la expulsión de los palestinos de Gaza y el restablecimiento allí de asentamientos israelíes”.
No se sabe bien, entonces, cuál es la “relación con la verdad” de la que habla Macron, ni cómo se puede contribuir a la búsqueda de la verdad si un hecho tan terrible y evidente como el que sucede en Gaza es negado por las democracias europeas.
En algún punto, los dirigentes políticos no entienden —todavía— que incluso los ciudadanos que no pasan el día informándose son capaces de ver las contradicciones evidentes en las que incurren, tanto con sus discursos como con sus actos. Después, cuando los ganadores de las elecciones resultan ser aquellos que critican abiertamente a la élite política actual, no deberían sorprenderse. Pocos políticos le hacen honor a la verdad, ese pilar de las democracias liberales.
Pero el fenómeno no es exclusivo de los dirigentes políticos, como les gusta creer a muchos desencantados de la política. En el ámbito empresarial son especialistas, solo que se exponen menos. Un caso atípico es el de Elon Musk, que permite ver una de las grandes contradicciones de nuestro tiempo.
Muy a menudo, el dueño de Tesla, X y otras grandes empresas publica estadísticas, discursos y noticias sobre el “colapso demográfico” que sufre el mundo occidental. No exagero si digo que está en su top five de preocupaciones. Ahora bien, ¿qué están haciendo los empresarios, desde su lugar, para luchar contra ese colapso demográfico? (al que, por cierto, muchos asocian con la teoría del “gran reemplazo”: la idea de que africanos y musulmanes eclipsarán a las sociedades occidentales y cristianas).
Nada. Al contrario. Días atrás, el fondo de inversión BlackRock se sumó a las empresas que ya exigieron que sus empleados regresen a las oficinas para cumplir con la jornada laboral completa. Amazon, JP Morgan y la propia Tesla ya habían impuesto la vuelta a la presencialidad meses atrás. La compañía de Musk, incluso, lo hizo en 2022 a través de un email de su fundador, en el que decía que trabajar desde casa era “inaceptable”.
Una de las razones que esgrimió Musk fue la “innovación”. Se innova más, dijo, si se trabaja desde la oficina. Quizás sea cierto. Tan cierto como que las mujeres —que, según las estadísticas, realizan el doble de tareas que los hombres en el cuidado de los hijos— no pueden cumplir con las exigencias de la crianza y, al mismo tiempo, con el desarrollo de su carrera profesional.
Si a eso se le suma el trabajo fuera del hogar y los salarios precarizados —que afectan tanto a mujeres como a hombres—, ¿qué posibilidades reales existen de formar una familia? Por supuesto, nada de esto aparece entre las explicaciones del “colapso demográfico” del que habla Musk en sus constantes declaraciones.
A propósito de la falta de tiempo —incluso entre quienes tienen recursos—, hay un dato que ilustra el nivel de explotación laboral en el que vivimos. Una de las galerías de arte más reconocidas del mundo creó un canal de comercialización de obras a través de una app. “Creemos que uno de los pocos momentos en que nuestros clientes pueden admirar un Picasso y decidir si comprarlo o no es cuando están en el baño con el teléfono en la mano”, señaló uno de sus ejecutivos.
Un último asunto, que dice mucho sobre el futuro de nuestras sociedades, se reflejó en una columna de la periodista Sarah O’Connor sobre el uso de la inteligencia artificial en el trabajo. La especialista en empleo señala que muchos postulantes utilizan herramientas como ChatGPT para responder entrevistas automatizadas, redactar presentaciones o elaborar discursos sobre sus fortalezas y debilidades.
Las empresas creen que eso es injusto, sobre todo porque, según dicen, les hace perder tiempo al enfrentarse con candidatos que no son tan brillantes como aparentaban. Lo que no dicen es que durante años fueron ellas mismas las que se beneficiaron de la inteligencia artificial o de sistemas “avanzados” para reclutar personal. Por ejemplo, delegando las entrevistas en bots con los que el humano debía interactuar.
“Hice una de esas entrevistas y fue la experiencia más difícil y humillante que he tenido en mi vida”, contó un hombre mayor a la periodista. Otro agregó: “Una entrevista ya es lo suficientemente difícil para alguien que vuelve al mercado laboral después de años, pero encima nos obligan a esto.”
Como dice O’Connor en el titular de su nota: “La carrera por implementar la inteligencia artificial en la contratación es un caos para todos”. Más de uno se pregunta si no debería haber algún tipo de regulación, o algún sistema que hiciera el proceso más justo para todas las partes. El problema es que eso atentaría contra los promotores de las nuevas tecnologías, como Musk, y contra personajes del ámbito político como Javier Milei, para quienes la libertad resuelve todo.
La libertad para algunos, deberían reconocer.
AF/DTC
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