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AL FINAL, NO ERA TAN ASÍ

Israel-Irán, y aquellos tiempos dorados del americano impasible

Imagen de palestinos en Rafah, al sur de Gaza, esperando recibir algo de comida.

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A mitad de esta semana, Luis Novaresio publicó un post en X en el que chicaneaba a los “progres” que defienden a Irán o bien que condenan los ataques israelíes en suelo iraní. Lo hizo a través de un artículo de Infobae en el que Rafael Grossi, el director de la Organización Internacional de Energía Atómica, afirmaba que Irán estaba cerca de tener material para construir seis u ocho armas nucleares.

Novaresio publicó el post pocos días después de los ataques iniciales de Israel contra objetivos iraníes, que destruyeron algunas de las principales bases militares y científicas del régimen islámico, y terminaron con la vida de varios altos mandos. Novaresio, entonces, quiso —o eso supongo yo— enviar un mensaje en la línea de: ¿No ven, progres ingenuos…? Estaban a punto de fabricar la bomba nuclear con la que borrarían del mapa a Israel.

Unas pocas horas después de su post, la jefa de Internacionales del canal CNN, la superestrella estadounidense Christiane Amanpour, publicó un post, también en X, con un video del mismo Rafael Grossi acompañado de la cita: “No teníamos ninguna prueba sobre un esfuerzo sistemático de Irán para crear una bomba nuclear”. Amanpour, al menos, evitó la chicana. Lo señalo porque ambas declaraciones parecían contradecirse.

Grossi dio varias entrevistas más ese mismo día y los posteriores. Es posible que debiera repetirlas debido a que, en algún momento, fue impreciso, o algo de lo que dijo se malinterpretó. Lo cierto es que, durante la mayoría de esas entrevistas, insistió precisamente en lo que difundió Amanpour. Los “progres” quizás tenían algo de razón…

El ejemplo ilustra la enorme dificultad que implica informarse hoy. Y ya no hablamos de leer uno o dos diarios, sino de poder leer un par de párrafos claros, escuchar algunas voces autorizadas o acceder a un análisis más o menos preciso que nos permita comprender el conflicto.

Los algoritmos de X, cuyo consumo repuntó en varios países, parecen desatados, y bastan un par de scrolleadas para enterarse de decenas de datos y puntos de vista diversos sobre el asunto. “Esta noche ocurrirá una gran sorpresa que el mundo recordará durante siglos”, publicó la cuenta de la televisión oficial de Irán. Las cuentas oficiales y no oficiales iraníes replicaron el mensaje de distintas formas. Uno no sabía qué esperarse. ¿Misiles balísticos? ¿La mentada bomba nuclear? ¿Invadir Israel?

Periodistas, comentaristas y usuarios de la red publicaron videos de los ataques iraníes en suelo israelí y viceversa. ¿Quién está ganando la guerra? El expresidente Donald Trump osciló en sus declaraciones entre el anuncio de una negociación y el inminente ingreso de su país en el conflicto. En una de sus últimas declaraciones, dijo que se tomaría dos semanas para decidir su respuesta sobre Irán.

Las bases de su movimiento, MAGA, se alinean hoy más con figuras como Jeremy Corbyn, el veterano laborista inglés que denuncia a diario los crímenes en Gaza. Tucker Carlson, el expresentador de FOX y voz fuerte de la ola que llevó a Trump al poder, desarmó de forma humillante los pocos argumentos del senador republicano Ted Cruz, que impulsa desde hace años una guerra contra Irán. Steve Bannon, exestratega electoral de Trump en su primer mandato, afirmó esta semana que un ataque norteamericano contra el país islámico “desgarraría” a Estados Unidos. “No podemos tener otro Irak”, sentenció. Si ya resultaba difícil sacar conclusiones entre adversarios ideológicos, más aún cuando las disputas se dan dentro de una misma fuerza.

Todo ello me hizo pensar en El americano impasible, aquella novela de intrigas bélicas que escribió el periodista y escritor inglés Graham Greene. La historia transcurre en el Vietnam colonial de los años 50, cuando las fuerzas francesas, en franco declive, se enfrentan a la creciente presencia de Washington en la región, en los albores de su campaña global contra el comunismo.

Thomas Fowler, el protagonista, es un corresponsal que sostiene una relación entre amistosa y profesional con un funcionario de la embajada norteamericana en Vietnam, y, a su vez, con su novia, que antes fue también su pareja. Ya en las primeras páginas, el narrador describe las rutinas de los varios periodistas afincados en el país. Cócteles y reuniones en las calurosas salas del Hotel Majestic. Contactos con la policía local, los funcionarios franceses y norteamericanos, alguna fuente inesperada. Todo para escribir unos pocos cables o alguna crónica que será enviada a París o Londres a través de un telégrafo.

Un residente en la capital francesa o inglesa abrirá el periódico en un bar, su casa, o el lugar de trabajo. Posiblemente dirá: “Ah, con que esto es lo que sucede…”. No habrá posteos en X, ni debates superfluos entre influencers, ni cientos de declaraciones oficiales. Apenas si un comentario de Naciones Unidas… El mundo era más fácil de digerir. Tampoco existía ansiedad por saber cómo va a desenvolverse el conflicto. El minuto a minuto…

¿Cuándo cambió todo? Recuerdo en 2015 haber viajado a Crimea desde Moscú para escribir una crónica sobre lo que sucedía en aquella península anexada por Rusia en 2014. Confieso mi ingenuidad. “Quiero contarles a los lectores de Argentina lo que realmente está sucediendo”, pensé al proponerle al editor de Internacionales de Página/12 el viaje. Era uno de los pocos periodistas en Rusia en aquellos días. Twitter apenas había despegado. Instagram no existía… Es cierto, dirá alguno, ya pasaron diez años, una eternidad.

Vuelvo a esa marea informativa respecto del conflicto entre Israel e Irán. ¿Dónde está lo importante? El presidente francés, Emmanuel Macron, parece haber aprendido de sus propios errores, o de los de su país. “¿Alguien piensa que lo que hicimos en Libia diez años atrás es una buena idea? No”, dijo en una declaración a la prensa. Su país fue uno de los que lideró el bombardeo del país africano en 2011. Nueve años después, Libia está desmembrada, con varias facciones disputándose el poder. El territorio se ha vuelto también uno de los puentes de la inmigración ilegal a Europa. “Si hay un cambio de régimen, no sabemos lo que vendrá después”, señaló Macron para reforzar la idea de no atacar a Irán.

Mientras Estados Unidos medita qué hacer, y los lobbies militares se frotan las manos, la Unión Europea dio un tibio paso de condena hacia Israel por las matanzas cometidas en Gaza. Las acciones de Israel en la Franja incumplen las disposiciones sobre derechos humanos contenidas en su Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, sentenció un informe del Servicio de Acción Exterior, dependiente del Ministerio de Exteriores del bloque. El informe cita numerosos estudios e investigaciones de organizaciones independientes, que documentaron violaciones a los derechos humanos: desde una hambruna generalizada hasta la ocupación ilegal de asentamientos.

Lo dicho no exonera a Irán de sus acciones contra Israel. Nada tiene que ver con aceptar o no su programa de desarrollo nuclear. Se trata, en realidad, de defender un orden legal internacional, de que no impere la lógica del más fuerte. Lo sucedido en Rusia con Ucrania, lo que está sucediendo en Gaza con Israel, y lo que podría desencadenarse en Irán si el conflicto escala es, además de un riesgo bélico y económico de magnitud, el tiro de gracia al orden internacional, a los resortes democráticos de la comunidad internacional.

Puede resultar irónico, pero en la novela de Greene, esa era la preocupación del americano impasible, funcionario de la embajada de Estados Unidos en Saigón. “Quizás solo hacía diez días que éste había estado atravesando el parque en Boston, con los brazos cargados de libros que había estado leyendo con antelación sobre el Lejano Oriente y los problemas de China. Ni siquiera había oído lo que le había dicho; ya estaba absorto en los dilemas de la democracia y las responsabilidades de Occidente; estaba determinado, según me di cuenta muy pronto, a hacer el bien, pero no a una persona individual, sino a un país, a un continente, a un mundo”.

¿Y de los periodistas, qué dice Fowler? A muchos de ellos los acusa de conservar un “cinismo inmaduro”. El propio Fowler, sin ir más lejos, lucha con su propia mirada, algo escéptica, de cierto cansancio que deriva en una relatividad ética, en una neutralidad que no termina siendo del todo neutra. Sin embargo, a pesar de esas tempranas muestras de pesimismo, la novela de Greene revela que, por sobre todas las cosas, aún hay tiempo para el amor, la amistad, y también para la política y el periodismo.

En el telón de la guerra quedaba aún alguna esperanza: aunque fuera una historia de amor, o una buena crónica, bien lograda, reveladora. Ahora —en estos tiempos de vorágine informativa— todo parece tan frío, tan interesado y enrevesado; el elevado nivel de información que circula dificulta identificar lo importante, lo prioritario. ¿Deja algún espacio para lo demás? Probablemente, aunque para identificarlo sea necesario atravesar primero la densa selva informativa. Ardua tarea, sí, aunque la lectura de aquellas novelas fantásticas de Greene puede mostrarnos un camino.

AF/MG

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