Debate presidencial en Brasil

En un show de agravios, ni Bolsonaro ni Lula perdieron puntos

Desde que bajó del auto en la puerta de la TV Globo, en el barrio carioca de Jacarepaguá, Jair Bolsonaro no pudo disimular su tensión. Sus primeras palabras, al ingresar a los estudios, reflejaron ya su decisión de convertir este último debate de los presidenciables en una tribuna de acusaciones de corrupción contra Luiz Inácio Lula da Silva. Los agravios sobrevolaron el impecable set montado por la emisora para recibir a siete candidatos, de quienes hay solo dos con chances de llegar a la segunda vuelta: el presidente que aspira a otro mandato y Lula, quien según las encuestas lidera la carrera.

Otro par de ellos: Ciro Gomes, del Laborismo vernáculo (con 6% de apoyo) y Simone Tebet, del Movimiento Democrático de Brasil (MDB) (con 5% de intenciones de voto), se distinguen por ser los únicos con algún nivel de apoyo electoral. Lo que resta del tropel tiene puntuación cero.  

A priori se intuyó que la disputa tendría momentos de fuerte exacerbación; pero lo que sorprendió una vez iniciada la disputa, a quienes la acompañaban desde una sala contigua del canal --periodistas, políticos y asesores-- fue el tamaño del encono del jefe de Estado contra su principal contrincante. Bolsonaro no tuvo reparos en utilizar calificativos de “corrupto”, “traidor” y “ex presidiario” para caracterizar a su oponente; peor aun, llegó a sugerir que Lula era el “autor intelectual” de un homicidio, ocurrido hace 20 años, que victimizó a un compañero y amigo del propio ex mandatario.

El primer acto se inició con las exposiciones de dos presidenciables ideológicamente muy afines: el actual jefe de Estado y  el Padre Kelmon, quien fue vestido con sotana y una cadena con largo y pesado crucifijo. El personaje, que se auto intitula sacerdote, fue designado para el máximo cargo político del país por un antiguo partido en vías de extinción, el PTB (Laborista de Brasil). Alrededor de este hombre corren múltiples rumores sobre la ficción de su ordenamiento religioso, ya que no se sabe qué iglesia católica lo consagró. El actual jefe de Estado, de prolijo traje y corbata pero con la lengua lista para dejar caer el agravio, dedicó el tiempo del que disponía a vituperar a su principal figura enemiga.

Tanto Bolsonaro como Kelmon olvidaron que un debate sirve para oponer propuestas programáticas, ante la pléyade de votantes. Y desde ese primer bloque en adelante no dieron tregua a quien va primero en las encuestas: Kelmon trató al líder del PT con el oprobioso apodo de “nueve dedos”. Después de esa escena protagonizada por la dupla “Kelmon-Jair Messias” Lula decidió ejercer su derecho su réplica para neutralizar las “ofensas” de las que se sintió víctima. Procedió entonces a utilizar todo el arsenal de denuncias que pesan contra el actual presidente.

Como describió a esta periodista un columnista de primera línea “esto se convirtió en una pelea de bar, con insultos de baja calaña”. Lo cierto es que, a lo largo de los cuatro bloques, sobreabundaron los improperios, mientras estuvo prácticamente ausente la mención a la realidad dramática que vive el pueblo brasileño. Un miembro del público decidió tomar partido al decir:  “Esto fue armado para castigar a Lula”. Pero en la visión de especialistas, que durante las discusiones se dedicaron a medir el impacto en círculos de encuestados elegidos para el “análisis cualitativo”, ni Bolsonaro ni Lula perdieron puntos: “No media tiempo para provocar grandes cambios. Si esta dinámica de discusión se hubiera desarrollado una semana atrás, es posible que ambos hubieran perdido votos en  favor de los candidatos menores: Ciro y Tebet. Pero en vísperas del acto electoral, la influencia es prácticamente nula”.

En el círculo íntimo de Lula, quien llegó a la TV junto con su esposa Janja, había razones para la celebración según dijeron. Miembros del comité de campaña del ex presidente tuvo muchos más aciertos que errores. Solo le cuestionaron haber peleado, agriamente, con el Padre Kelmon. Los micrófonos de ambos fueron silenciados por el conductor William Bonner. Pero los gritos proferidos por el supuesto sacerdote ortodoxo y por el propio Lula da Silva retumbaron en el set: “Es un desgaste que podría haberse evitado” dijeron los analistas.

CC