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Análisis

No queda nadie en el Kremlin que pueda detener a Putin

The Guardian
Policías rusos detienen a una manifestante en Moscú, a 24 de febrero de 2022

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Los líderes occidentales pasaron los últimos 20 años tratando de adivinar lo que Vladimir Putin “realmente quiere”. Casi siempre, basta con leer sus palabras con mucho cuidado. Porque, por lo general, quiere decir exactamente lo que dice. Y en el caso de su discurso televisivo de primera hora de la mañana del jueves en el que anunció la invasión rusa a Ucrania, sus palabras e insinuaciones sobre sus intenciones fueron realmente aterradoras.

Sería bueno comenzar con su advertencia a Occidente de no interferir, porque mientras gente como David Davis, político conservador británico, pedía que Occidente proporcione apoyo aéreo a Ucrania, Putin decía lo siguiente: “Rusia responderá inmediatamente y las consecuencias serán como nunca se han visto en toda la historia. Se han tomado todas las decisiones necesarias al respecto”.

No cabe duda de que lo que quiere decir es que está dispuesto a emplear armas nucleares contra cualquier país que tome medidas militares para ayudar a Ucrania. “Espero que mis palabras sean escuchadas”, añadió, con gran énfasis.

En cuanto a las intenciones de Putin en la propia Ucrania, en el discurso ya sugería que quería anexionarse el Donbás (incluyendo la totalidad de las regiones de Donetsk y Lugansk, la mayor parte de las cuales siguen en manos ucranianas) a la Federación Rusa, al igual que hizo con Crimea en 2014. Dijo que los pueblos que viven en Ucrania (refiriéndose a los rusos) tienen derecho a hacer una “elección libre” y añadió que en 2014 Rusia “se vio obligada a proteger al pueblo de Crimea” y que, en aquel entonces, ese pueblo eligió “estar con su patria histórica, Rusia”. No había otra forma de interpretar esas palabras que como una amenaza de anexión de las regiones orientales de Ucrania.

En cuanto a su intención declarada de “desmilitarizar y desnazificar” Ucrania, era difícil ver cómo podría lograrse eso sin una ocupación total del país y un cambio de Gobierno.

Es cierto que Putin negó que su propósito fuera ocupar Ucrania. Pero había un gran “pero”: había, dijo, “declaraciones” procedentes de Occidente según las cuales ya no era necesario “acatar los documentos que consolidan los resultados de la Segunda Guerra Mundial ”. Así que parece que adiós a Yalta, mientras Putin se dispone a redibujar el mapa de Europa.

Sin oposición

¿Qué esperanza cabe de que Putin pueda ser disuadido de ir tan lejos? Dentro de Rusia, las voces opositoras fueron totalmente aplastadas. Políticos que podrían haber liderado protestas públicas, como Alexéi Navalni, están en prisión y toda su red de activistas fue declarada ilegal. Quienes estaban a punto de salir a manifestarse en Moscú fueron detenidos nada más salir de sus hogares.

El mensaje de Muratov

El director de Novaya Gazeta, Dmitri Muratov, que ganó el año pasado el premio Nobel de la Paz, lanzó un mensaje desesperadamente triste: “El presidente Putin ha ordenado a nuestro país iniciar una guerra con Ucrania. Y no hay nadie para detener esta guerra. Por eso, además de dolor, siento vergüenza”.

Cualquiera que haya visto la reunión del lunes de Putin con su consejo de seguridad entiende la desesperación de Muratov. Se trataba de una reunión de aquellos que, en teoría, asesoran al presidente, encargados de evaluar las opciones y sus resultados. Ninguno de ellos se atrevió a salirse de la raya. Sabían lo que Putin quería que dijeran y lo dijeron. Cuando el jefe de inteligencia exterior, Sergei Naryshkin, se equivocó, recibió una reprimenda (mostrada en televisión) de parte del presidente. Un par de funcionarios sugirieron dar a la diplomacia unos días más, pero fueron ignorados. El expresidente Dmitri Medvédev fue visto como una luz intermitente de la razón cuando intercambió la presidencia con Putin en 2008-2012, pero el lunes de la reunión antes del ataque se puso firme.

No hay literalmente nadie en Rusia que pueda detener esta guerra, porque Putin tiene el control total. El Parlamento aparentemente elegido ―la Duma y el Consejo de la Federación― está lleno de sus hombres de confianza. En la administración presidencial y en el Ministerio de Asuntos Exteriores casi seguro que hay escépticos, personas que quizá quieran señalar que la invasión difícilmente sea compatible con las declaraciones del presidente sobre que los ucranianos y los rusos son “un solo pueblo”. Pero me sorprendería que alguno de ellos se ofreciera a dimitir.

¿Puede Occidente detenerlo? La historia de las sanciones, cada vez más duras y de mayor alcance, es ignominiosa. Putin se burla de ellas, porque siempre pondrá su versión de lo que Rusia necesita para su seguridad por encima de las consideraciones económicas. Además, dispone de un enorme fondo de reserva para suavizar el golpe.

Todas las guerras terminan con la victoria de una de las partes o con la negociación de un acuerdo. Hoy, la posibilidad de esta última es desalentadora. Me resulta difícil comprender por qué habría estado tan mal aceptar el año pasado las negociaciones que Putin quería ―revisar seriamente el sistema de seguridad de Europa―, si eso hubiese tenido la posibilidad de evitar la guerra que ahora comenzó. Seguramente una Ucrania neutral, segura entre sus vecinos, sería preferible a la guerra. Pero ya no hay tiempo para eso. Putin está ahora empeñado en vengarse de lo que percibe como años de desaires occidentales. Solo él decidirá el destino de su vecino.

Angus Roxburgh era corresponsal de la BBC en Moscú y fue asesor del Kremlin. Es autor de The Strongman: Vladimir Putin and the Struggle for Russia (El forzudo: Vladimir Putin y la pelea por Rusia) y Moscow Calling: Memoirs of a Foreign Correspondent (La llamada de Moscú: Memorias de un corresponsal extranjero).

Traducción de Julián Cnochaert.

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