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Vecinos de Izium relatan los meses de la ocupación rusa: “La gente desaparecía”

María abraza a sus padres durante su primer encuentro después de siete meses en la ciudad de Izium, Ucrania.

Isobel Koshiw / Lorenzo Tondo

Izium (Ucrania) —

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El horror se desprende lentamente desde los escombros calcinados de Izium, la que ha sido una de las ciudades de mayor importancia estratégica para los rusos hasta el pasado fin de semana, cuando las fuerzas de Ucrania la recuperaron.

Dispersos por las calles plagadas de cráteres descansan los esqueletos de tanques con la letra Z, el símbolo característico de Moscú. Las ruinas de decenas de edificios de apartamentos yacen a lo largo de las carreteras cubiertas por los escombros de lo que ha sido una de las batallas más feroces de esta guerra. Según las autoridades ucranianas, al menos 1.000 personas han muerto aquí. Descrita como una segunda Mariúpol por los fuertes bombardeos, la ciudad tuvo contacto con el mundo exterior este miércoles por primera vez tras su recuperación.

“Es imposible explicar lo que hemos pasado si no lo has vivido”, dice Olga, de 44 años. “Nos tumbábamos en el suelo y nos quedábamos tanto tiempo dentro de casa que aprendimos a distinguir las bombas: si el avión ruso que se oía fuera no hacía mucho ruido, sabíamos que iba a lanzar dos bombas; si por el contrario era un avión muy ruidoso, iba a lanzar seis. Contábamos cada una de las explosiones antes de poder respirar aliviados”, cuenta.

Por fuera del edificio del ayuntamiento, aún caliente por el bombardeo, había casquillos de balas recientes. Los vecinos dicen que han empezado a sacar de los escombros cadáveres machacados por los bombardeos. Algunos, de personas que parecen haber sido enterradas vivas.

Durante siglos, Izium fue considerada la puerta de entrada a la región del Donbás, en el este de Ucrania, y desde allí al mar Negro. Hoy es una gigantesca escena del crimen, donde los fiscales ucranianos se mueven con rapidez para reunir pruebas de los crímenes de guerra presuntamente cometidos por los rusos en las ciudades recuperadas por Kiev.

“Después de la contraofensiva, hemos encontrado lugares donde enterraban a los residentes locales [a lo largo de toda la región de Járkov] asesinados por los militares rusos”, dice Oleksandr Filchakov, fiscal jefe regional. “Algunos de ellos incluso fueron torturados; en cuanto a Izium, bueno, acabamos de empezar...”, explica.

Según el testimonio de residentes y agentes de policía, al menos 50 personas murieron cuando Rusia atacó con varias bombas pesadas un edificio residencial cerca del puente principal. El edificio de apartamentos se partió en dos, con trozos arrancados de los bordes, a causa de lo que parecían bombas similares a las del tipo Fab-250 que usaron los rusos cuando trataron de tomar Borodianka, en la región de Kiev.

Las bombas Fab-250 de la era soviética se emplean para atacar objetivos militares como búnkeres y fortificaciones enemigas. Pero no había ninguna estructura de este tipo en esta ciudad tranquila, que antes de la guerra contaba con una población de 46.000 habitantes. Hoy quedan unos pocos miles. Los vecinos dicen que la única salida era Rusia. Muchos se negaron a ir.

Sin agua ni electricidad

Izium cayó el 1 de abril en manos de las fuerzas rusas, que la convirtieron en el enclave principal para lanzar su asalto contra las tropas que quedaban en la parte del Donbás controlada por Ucrania. Las autoridades locales consiguieron evacuar a parte de la población pero, según los responsables, unos 10.000 ciudadanos quedaron atrapados.

“Después de la llegada de los rusos, siguió el bombardeo constante: colocaban sus tanques alrededor del centro y disparaban hacia ahí”, dice Vitaliy Ivanovych, un exingeniero radioelectrónico de 64 años con aspecto agotado y la ropa marrón cubierta de polvo. “No te dejaban salir, solo si querías ir a Rusia”, relata.

Según Ivanovych, durante el bombardeo de principios de marzo se cortó la electricidad y la señal de telefonía móvil. Cuenta que la electricidad se restableció hace un mes, aunque no en todos los barrios. Es decir, ha habido personas sin electricidad durante todo este tiempo. Como la mayoría de los habitantes de la ciudad dependen de las bombas eléctricas para el suministro de agua, la falta de luz también significó cortes de agua. Los residentes rara vez podían ducharse o lavar su ropa.

Pero Ivanovych, a diferencia de muchos vecinos, podía acceder a la información del exterior gracias a su experiencia en la radio: “Tenía una radio que cargaba con una batería solar para poder captar las emisoras ucranianas”.

“Lo mataron a sangre fría”

Los habitantes de Izium entrevistados por The Guardian rebosan de alegría después de que el Ejército ucraniano recuperara la ciudad controlada por los rusos. Expresan su odio hacia las fuerzas de ocupación y están visiblemente traumatizados por su experiencia.

Una mujer que posa junto a sus amigas con banderitas ucranianas enfrente del edificio del ayuntamiento cuenta que los rusos se acercaban a pedirles sus números de pasaporte y a decirles que pronto les darían pasaportes rusos: “Solo dije 'no' y se fueron”. “Nos decían que el Ejército ucraniano era el que nos había bombardeado, pero no nos lo creíamos, sabíamos de dónde venía”, cuenta.

Varias personas con las que ha hablado The Guardian dicen no tener conocimiento directo de que los rusos golpearan o torturaran a civiles ucranianos –se ha denunciado al menos un caso de tortura en la cercana Balaklia–. También aseguran que, en su mayoría, los soldados rusos eran reservados.

Pero los vecinos de Izium con los que ha hablado el periódico confirman que cuando los rusos llegaron a su ciudad ya tenían listas de aquellos lugareños que eran militares, de las familias de los militares o de los veteranos de la guerra del Donbás, comenzada en 2014. “Sabían exactamente dónde buscar, en qué dirección”, dice la mujer entrevistada.

Según sus testimonios, los rusos supuestamente secuestraron a esos hombres y los llevaron a lugares desconocidos. Hasta la fecha, su destino sigue siendo un misterio. “Desaparecieron”, dice Eduard, de 30 años. “Un amigo mío se rebeló contra los soldados rusos que le habían robado el coche, lo mataron a sangre fría, a él y a su perro”, relata.

“Todos los bombardeos eran obra de los rusos, ocurrió en las primeras semanas de la guerra”, dice Natasha, una comerciante de mediana edad cuya tienda fue destruida por la guerra.

La llegada del Ejército ucraniano

Svitlana, una mujer de unos 40 años que cocina con una estufa fuera de su casa, sostiene que ella y sus vecinos llevan desde febrero sin gas, que no puede decir que se alegra de ver al Ejército ucraniano y que no tiene acceso a Internet ni a las noticias desde el comienzo de la guerra. “No sabemos quién nos dispara”, dice. “Seremos felices cuando tengamos agua y luz. ¿Qué va a pasar en invierno? Ninguno de nosotros tiene ventanas... También nos da miedo que vuelvan los bombardeos”, apunta.

Los residentes esperan que la normalidad vuelva pronto y que la batalla que los obligó a esconderse durante meses, que mató a sus amigos y que destruyó sus casas haya terminado de verdad, aunque las explosiones resuenen en las calles desde la línea del frente del sureste, a solo ocho kilómetros de distancia.

Los rusos se han retirado a la orilla este del río Oskil, a unos 16 kilómetros de Izium, cuya reconquista por las fuerzas de Ucrania supuso uno de los avances más estratégicos para el país desde que comenzó la guerra.

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, hizo este miércoles una visita sorpresa a Izium, donde dijo estar “muy conmocionado” pero no sorprendido por la magnitud de los daños sufridos. Dio las gracias a los paracaidistas que participaron en la liberación de Izium y asistió al izado de la bandera de Ucrania frente al edificio destruido del ayuntamiento.

Natasha cuenta que poco antes de la llegada de los ucranianos, los rusos ordenaron a todo el mundo que se quedara en casa durante 10 días. El sábado por la mañana, a las 2:00 horas de la madrugada, oyeron salir camiones. 

“No nos dejaban ir a ninguna parte, cortaron la electricidad, no había agua”, dice. “Al día siguiente [la mañana del sábado], me asomé y pude ver que ya no estaban en el puesto de control de nuestra zona. Salimos y no estaban allí. Después llegaron los nuestros”, recuerda.

* Artem Mazhulin colaboró en este reportaje.

Traducción de Francisco de Zárate

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