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CLAVES
Qué se juega en las próximas semanas en Ucrania y cómo puede afectar a Europa

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, en la ceremonia de izado de la bandera nacional en la ciudad recuperada de Izium, en la región de Járkov, este miércoles.

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Hasta hace solo una semana, se podía argumentar que el equilibrio geopolítico de Ucrania estaba en una posición de zugzwang, ese delicado momento en el ajedrez y otros juegos de mesa en el que todos los movimientos posibles ponen a uno de los jugadores en probable desventaja.

Para Occidente, a las puertas del encuentro de líderes mundiales en la Asamblea General de la ONU de Nueva York, no parecía haber ninguna opción buena, más allá de aguantar. No era posible dar marcha atrás con el apoyo a Ucrania: ya se habían hecho muchas declaraciones diciendo que la democracia mundial estaba en juego, se había derramado demasiada sangre ucraniana y Occidente había mandado demasiado dinero, incluidos los 5.000 millones de euros al mes que hacen falta para financiar al Estado ucraniano. Desde que comenzó la guerra, solo Estados Unidos ha gastado cerca de 15.500 millones de euros.

Pero si Occidente seguía adelante con el plan de asfixiar económicamente a Rusia, estaba claro que un Putin cada vez más desesperado cerraría todo el gas procedente de su país: no solo el que fluye por el Nord Stream 1, sino el de todos los gasoductos. Y desde Riad hasta Teherán, los grandes productores de petróleo se han negado a aumentar la producción para rescatar a Europa, exponiendo a millones de ciudadanos del continente a elegir entre congelarse o arruinarse este invierno.

Con los bancos centrales bajo presión para seguir subiendo los tipos de interés y frenar una inflación del 9,8% (la más alta de los últimos 25 años), los 500.000 millones de euros que se ha estimado costará proteger a los votantes europeos de la subida en el precio del gas y la electricidad siguen amenazando con destrozar los presupuestos.

Nuevas esperanzas

Aunque ninguno de estos cálculos haya desaparecido, el sorprendente avance militar ucraniano lo ha cambiado todo. “De cara al invierno, independientemente de la cantidad de territorio que Ucrania pueda recuperar antes de que en noviembre el clima impida avanzar a los dos bandos, ya no puede haber dudas de que Ucrania podría ganar si recibe el apoyo adecuado”, dice Justin Bronk, del centro de estudios británico Royal United Services Institute. “El argumento de que no vale la pena seguir abasteciendo a Ucrania porque solo es una manera de prolongar el estancamiento ha dejado de ser un argumento, ahora la victoria es visible y creíble”.

“Un momento de esperanza”, dijo la ministra de Asuntos Exteriores de Alemania, Annalena Baerbock, en Kiev el pasado sábado mientras avanzaba la contraofensiva. Tras otras 24 horas de avances, se desató un intenso debate en la política alemana sobre la posibilidad de entregar directamente armamento pesado, incluidos los tanques Leopard. “Hay que volver a considerar todas las opciones sin vetar la reflexión”, dijo la vicepresidenta del grupo de los Verdes en el Bundestag, Agnieszka Brugger. “Son meses cruciales para el pueblo de Ucrania y para el orden en nuestro continente”, añadió.

Ahora los líderes occidentales pueden hablar del fin de la ocupación de Ucrania como de algo posible, en lugar de tener que ofrecer a sus votantes una costosa situación de estancamiento en la que, en palabras de Vladímir Putin, se sacrifica la prosperidad europea en nombre de las sanciones. 

“Esta contraofensiva demuestra que podemos ganar”, dijo la embajadora de Ucrania en Washington, Oksana Markarova. Étienne de Poncins, embajador francés en Ucrania, llegó a conjeturar -de forma algo prematura- que el otoño podría ser “la estación de la victoria”. De ser así, habrá que pensar en los métodos a los que podría acudir Putin para evitar el derrumbe.

Qué se juega China

En cualquier caso, la encarnizada guerra del mensaje sobre la guerra no va a terminarse por el momento. La próxima semana llegará incluso a la ONU, que en gran medida ha permanecido al margen debido al veto ruso en el Consejo de Seguridad. El ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, se verá acorralado si se agudiza el actual escenario de reveses militares para su país. Pero Lavrov tiene una capacidad legendaria para rediseñar la verdad y hacer caso omiso a las críticas.

El avance de Ucrania también inquieta a Pekín, que había prometido a Rusia una amistad sin límites. “El propósito de China era dividir a Occidente, pero al alinearse con Rusia ha conseguido lo contrario”, explica Richard Haass, presidente del centro de estudios estadounidense Council on Foreign Relations.

Para seguir ejerciendo de contrapeso de Estados Unidos capaz de atraer a los países no alineados, China necesita urgentemente un éxito de Rusia en el este de Ucrania. En términos de prestigio en la ONU, el mayor perdedor de una derrota rusa en Donetsk podría ser el presidente de China, Xi Jinping.

Pero la presión aún no ha desaparecido y nada de eso quita que, bajo sus lámparas de araña, los líderes europeos sigan preocupados buscando indicadores que les permitan saber si Europa se rendirá o se mantendrá firme. 

Visiones enfrentadas de Europa

Según Nathalie Tocci, directora del Instituto Italiano de Asuntos Internacionales, la situación está poniendo a prueba dos visiones enfrentadas de la resistencia europea, la de Putin y la del fundador espiritual del bloque, Jean Monnet.

La de Putin, dice Tocci, asume que las prósperas pero moralmente corruptas democracias liberales de Europa occidental acabarán confirmando su incapacidad para soportar el dolor. Putin no se imagina a Europa tirándose por un precipicio económico, “y todo por un país que en su mente ni siquiera existe”. 

La de Monnet, al contrario, es que “Europa se forjará en las crisis y será la suma de las soluciones adoptadas para afrontar esas crisis”, como escribió el político francés en sus memorias. Europa no solo volverá a levantarse cada vez que caiga ante dificultades, ya sean las de la COVID-19 o las del euro, sino que avanzará hacia la siguiente etapa de integración y de cambios, convirtiendo las crisis en oportunidades. Según Tocci, aún no puede saberse qué interpretación de la resistencia europea terminará imponiéndose. 

Como es natural, a los responsables de la desinformación en Moscú les gusta proyectar la imagen de una Europa revuelta contra el aumento de los precios y contra las élites indiferentes. Por el momento, las evidencias de resurgimientos populistas son aisladas.

En Praga, 70.000 personas acudieron el 3 de septiembre a la Plaza de Wenceslao para protestar contra las subidas de precios, dividiendo al Gobierno en su reacción. El primer ministro y político pro-occidental, Petr Fiala, dijo que los organizadores de la protesta eran quintacolumnistas de Putin para los que el abandono de la OTAN y de la UE sería la solución a los altos precios de la energía. En cambio, su ministro de Justicia, Pavel Blažek, dijo que los asistentes no eran fanáticos de Putin sino personas preocupadas por la caída en el nivel de vida, y que merecían ser tomadas en serio. Según los organizadores, hay prevista otra manifestación de Chequia para finales de septiembre. El lema es sencillo: “Esta no es nuestra guerra”.

El Gobierno eslovaco se tambalea pero se debe en gran medida a cuestiones internas. En las elecciones parlamentarias de Italia y de Suecia, los crecientes populismos de derecha han jugado con las consecuencias de la guerra pero solo de manera indirecta. En EEUU el apoyo a Ucrania es bastante compartido por los dos partidos. A pocos políticos estadounidenses les gusta desvincularse de lo que parece un éxito militar de Washington.

La opinión pública

Según un sondeo de Eurobarómetro llevado a cabo en junio y julio, el 68% de los europeos apoya el suministro de armas a Ucrania y un 78% apoya las sanciones económicas impuestas por la UE a gobernantes, empresas y oligarcas y otros individuos rusos. En otras encuestas más recientes de Alemania para la cadena ZDF, el 70% de los que respondieron apoyaban las sanciones contra Rusia, un porcentaje que se disparaba a un extraordinario 90% entre los simpatizantes de los Verdes. 

El primer intento de la izquierda alemana de iniciar un otoño de protestas acabó en fracaso, con poca respuesta a un llamamiento a salir a la calle en Colonia. La reputación de políticos como el vicecanciller Robert Habeck, de los Verdes, se ha visto afectada, pero no la guerra que defienden.

Los propagandistas de Moscú tratarán de proyectar una imagen de Europa al borde de la insurrección estilo 1848, y la OTAN lo rebatirá como el delirio de personas aisladas en sus fantasías. Todo dependerá de la eficacia de las medidas que Europa pueda acordar para limitar el precio del gas o subvencionar su coste. Nadie niega la enorme importancia política del tema. Ron Klain, jefe de gabinete de la Casa Blanca, publica casi todos los días en Twitter el precio de la gasolina, actualmente en descenso.

Pero en el último mes lo que ha sido potencialmente más significativo desde el punto de vista diplomático es que los líderes europeos parecen haber recuperado el coraje incluso antes del avance sorprendente de las últimas ofensivas militares ucranianas y tras una respuesta inicial claramente dividida cuando a principios de la primavera comenzaba la invasión.

En una serie de discursos claros en el último mes, líderes en París, Bruselas, Berlín y Washington parecen haber mostrado más resistencia a la hora de apoyar de manera más ideológica una guerra que puede durar todo el invierno. Es posible que estos discursos formen parte de la estrategia diplomática de Berlín y París para tranquilizar a los países bálticos y de Europa del Este, pero también puede ser un mensaje de determinación de cara a sus propios votantes.

“Debemos enfrentarnos a los hechos: en un futuro previsible esta Rusia seguirá siendo una amenaza para la paz y para la seguridad en Europa, esto puede ser difícil de digerir”, argumentó la ministra de Exteriores Baerbock en un artículo publicado por el periódico Die Zeit. “Tenemos que asumir que el próximo verano Ucrania seguirá necesitando nuevo armamento pesado de sus aliados”. También dijo que mantendría sus promesas a Ucrania independientemente de lo que pensasen los votantes.

Los valores de Europa

Del mismo modo, el canciller alemán, Olaf Scholz, intentó sentar las bases de una profunda renovación en la política europea de Alemania durante un importante discurso pronunciado en Praga el 29 de agosto. El discurso era en parte una respuesta a otro pronunciado en 2017 por Macron, pero también sirvió para argumentar cómo debía de ser la respuesta de Europa ante la invasión de Ucrania. Terminó con una interrogación retórica: “¿Cuándo vamos a construir una Europa soberana si no es ahora? ¿Quién podrá proteger los valores de Europa si no lo hacemos nosotros?”.

En un discurso maratoniano del 1 de septiembre ante los embajadores de Francia, Macron también aceptó que no había vuelta atrás con Putin. De manera implícita, reconocía así que no había funcionado su apuesta de abrirse a Rusia para acercarla a Europa, simbolizada en la cumbre del Fort de Brégançon de 2019.

Sí volvió a insistir en que, en la política sobre China, Francia debía de mantener su libertad de actuación con relación a Estados Unidos. No quiso disculparse por hablar con Putin, algo que, según él, no se puede dejar de hacer mientras se quiera evitar que Turquía se convierta en el único interlocutor. También guardó silencio sobre la conveniencia de humillar a Putin, algo que había criticado en mayo.

Macron parecía que su tardía visita a Kiev el 16 de junio junto a Scholz y al primer ministro italiano, Mario Draghi, le había convencido. Entonces los líderes europeos pidieron que Ucrania y Moldavia iniciaran el proceso de adhesión a la UE.

Para Macron, la invasión es un desafío a la democracia liberal como “modelo indiscutible y culminación de la humanidad”. Rusia, según él, “no solo ha socavado los principios” sobre los que se lleva construyendo la paz durante décadas, “la integridad territorial de los Estados”, sino que ha creado una corriente de relativismo contemporáneo que corre el riesgo de ser “completamente irreversible” y “extremadamente peligrosa para el funcionamiento interno” de las democracias europeas. No se trata de una guerra por el territorio, o por el nacionalismo ucraniano, sino una guerra por los valores.

Elegir entre víctimas y verdugos

Pero en todos estos discursos, que muy pocos han leído, también hay una admisión evidente de la debilidad que aqueja a la democracia liberal. Baerbock, al dirigirse a sus embajadores, fue la que lo dijo más claramente. En la Asamblea de la ONU, 141 países condenaron la invasión rusa en marzo, dijo, pero no votaron con los europeos “países que representan a más de la mitad de la población mundial, y, además, muchos países no apoyan las sanciones contra Rusia”.

Aparte del sufrimiento de los ucranianos, eso ha sido lo que más le ha preocupado “en los últimos seis meses”. “Es algo en lo que no he podido dejar de pensar”, dijo.

Añadió que Occidente necesita “entender cómo es posible que cuando hay que elegir entre el bien y el mal, entre víctimas y verdugos, un país simplemente se abstenga”. Demasiados países ven lo de Ucrania como una guerra regional, según ella. “Una y otra vez preguntan dónde estábamos cuando los conflictos arreciaban en sus casas”, añadió. Según ella, Occidente debería escuchar a estos países que se abstuvieron en la votación en lugar de ofrecer hechos consumados, algo que no genera confianza.

Su homóloga francesa, Catherine Colonna, hizo un comentario similar en su discurso ante el cuerpo diplomático francés. “Cada día que pasa la voluntad de buscar acuerdos mutuos pierde un poco más de terreno, frente a la voluntad de imponer un punto de vista sin acuerdo, o la de aceptar que no se llega a ningún arreglo”, advirtió. Pidió una “diplomacia combativa” francesa y que en la nueva “competición por los valores” los diplomáticos de su país empezasen a llevar mensajes más claros.

Macron también señaló que “los países de la abstención” representan a una gran parte de la humanidad. “Esto significa que una buena parte de la humanidad no entiende del todo lo que está ocurriendo”. 

Macron dijo que los líderes extranjeros le han hecho saber su desencanto con Occidente. “Muchos nos dicen '¿es tan fantástico este modelo? Parecen tan poco felices; vimos lo que pasó en el Capitolio el año pasado, los vemos en sus países, con el extremismo aumentando en todas partes; no sois capaces de resolver la pobreza extrema, estáis discutiendo sobre el clima”.

El papel de China

Aunque Rusia era el protagonista acechando entre bastidores, Macron dijo que China es el país “que organizó el campo de la abstención”. “Quieren hacer avanzar sus intereses gigantescos y marcar una división en el orden internacional diciendo que estas reglas internacionales giran en torno al poder de Estados Unidos”, dijo.

Esta llamada de atención sobre la superficialidad del apoyo a los valores occidentales plantea cuestiones históricas profundas en este nuevo mundo multipolar. Como mínimo, pone en evidencia que el final de la Guerra Fría dejó a Occidente sin uno de sus mecanismos de validación moral más eficaces.

La propia Ucrania está tratando de buscar apoyo en otros países haciendo nuevos contactos diplomáticos, pero es un proceso complejo. El ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania, Dmitro Kuleba, admite no ser muy popular en India después de decir a sus dirigentes que el petróleo que adquirían de Rusia estaba manchado de sangre ucraniana. Con China reconoce que se ha avanzado poco.

Es posible que surja algo permanente del grupo de los que se abstuvieron en la votación, algo así como un resurgimiento del movimiento de los no alineados, pero ese movimiento nunca ha tenido una ideología cohesionada. Pero si la alianza occidental quiere atraer a nuevos amigos y deshacer los daños acumulados en el pasado, va a hacer falta algo más que una gira presidencial por África o una conferencia sobre el cambio climático.

Traducción de Francisco de Zárate

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