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ENSAYO GENERAL

Aprender a repetirse

Julia y Julia

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Recordaba que la película Julie and Julia (Nora Ephron, 2009) me había gustado mucho, pero no recordaba tanto por qué, o quizás cuando la vi por primera vez me entusiasmó por razones distintas que las que se me ocurrieron la semana pasada cuando volví a verla en un avión. Lo que más presente tenía en la memoria era el modo en que está filmada la comida, contada por una persona que la disfruta, que la retrata como solo se puede retratar lo que se ama. Pero quizás porque cuando la vi en el cine tenía otra edad es que no registré algunas de las cuestiones que esta vez me llamaron más la atención.

Julie and Julia cuenta dos historias en un montaje paralelo: la de Julia Child (Meryl Streep), una suerte de Doña Petrona gringa que llevó la gastronomía francesa a las cocinas de las amas de casa “sin tiempo y sin sirvientes”, y la de Julie Powell (Amy Adams), una chica que pasó de promesa literaria de su universidad a treintañera frustrada en un trabajo burocrático. En un intento por salir de la meseta emocional, Julie decide empezar un blog con una premisa muy concreta: cocinar todas las recetas del libro más famoso de Julia Child en el lapso de un año y no morir en el intento. Mientras la película nos muestra cómo fue que Julia Child se metió en los hogares de los estadounidenses, vemos a Julie entrar en una especie de obsesión. Tiene que hacer todas las recetas, incluyendo las langostas que van vivas a la olla, el pato que se compra entero y se corta en casa y una sección de áspics que ninguna persona debería haber vuelto a tocar después de 1970. Tiene que hacerlas, además, tal cual como Julia las hacía: los mismos caldos, las mismas salsas untuosas, las mismas cantidades de manteca.

Ahora que soy grande y que yo también quiero dedicarme a escribir (me dedico, teóricamente, pero es una de esas profesiones en las que no se abandona nunca la sensación de ser aspirante, o a mí no me ha tocado todavía) vi en la película un tema que antes no había leído. Julie insiste en la disciplina, insiste en la copia exacta: insiste, textualmente, en que lo más importante que Julia le enseñó fue a cocinar. No a inventar recetas: a cocinar, a hacer lo que otro ya probó y sabe que funciona. A diferencia de lo que se supone que es el punto de escribir, cocinar no se trata de hacer cosas nuevas todas las veces: muchas veces se trata de hacer exactamente lo mismo. Que la receta salga igual a como le salió a su autor, que salga igual a la foto del libro, que salga igual todas las veces que el restaurante la sirve; llegar todas las veces al cierre, me dice una amiga cocinera, a la misma hora y con las mismas tareas terminadas. Julie estaba en un momento en el que no podía escribir nada: no había nada que ella pudiera crear, ninguna cosa a la que pudiera dar nacimiento desde cero. Lo que la sacó de ese estado en un sentido fue probar con algo distinto: seguir reglas, una rutina, una inmersión en la mismidad y en el abandono total y absoluto de la pretensión de originalidad. Pienso que la satisfacción que dan los rituales y las tradiciones viene de la libertad que da liberarse de la obligación de ser novedad en un mundo donde lo nuevo parece ser lo único que importa, borrar la propia subjetividad en una época en la que lo único valioso es lo que se puede firmar.

Es gracioso: para Simone de Beauvoir, parte de lo opresivo de las tareas del hogar —aunque rescata que la cocina puede tener un componente creativo— es el hecho de que no dejan una obra permanente, que todos los días hay que hacerlas todas de vuelta. Entiendo a lo que va y tiene toda la razón, pero lo que a mí —y supongo que a Nora Ephron también— me resulta liberador de cocinar no es la parte creativa: es juntamente que se trata de otra cosa, de hacerse parte de una tradición y de algo que se ha hecho pero que tiene valor igual, que no deriva su importancia únicamente de su inexistencia previa. Por supuesto que los grandes cocineros pueden crear recetas emblemáticas, pero ni cocinar en casa ni cocinar profesionalmente consiste sólo en la invención: la manteca no necesita ser algo distinto de lo que es, es absolutamente perfecta como es. La cebolla hay que aprender a picarla de la manera que ya tenemos, la manera que te enseñan en las escuelas de cocina: la humanidad ya llegó a la cúspide en lo que respecta a picar cebolla, no hay nada que inventar y cualquier cosa que se te ocurra seguramente será peor, así que lo mejor que se puede hacer es dejar de intentar distinguirse, aprender, sumarse a una cadena anónima e infinita de personas que hacen lo mismo, de la misma forma, una y otra vez. Eso que para Simone de Beauvoir era la condena de Sísifo en el siglo XXI puede ser el nirvana, e incluso la subversión, la forma de salirse del imperativo individualista y abrirse a lo colectivo, a aquello de lo que no puedo vanagloriarme yo sola.

 No había prestado atención, la primera vez que vi la película, al hecho de que tanto Julie como Julia tienen unos maridos espectaculares: tipos amorosos, dulces y divertidos que las apoyan en todo. Pienso que aprender a cocinar y aprender a vivir con alguien se parecen en esto: pasados los enamoramientos no se trata, yo creo, como dicen algunos gurús del amor, de “mantener la llama” a través de falsas novedades, disfraces de conejita y escapadas a la playa. Lo que hay que aprender a valorar, lo difícil, lo contracultural, es la repetición, como un actor de teatro que goza de decir el mismo texto todas las semanas con las mismas inflexiones, parando en las mismas marcas, llegando a los mismos lugares. A mí, personalmente, siempre me costó todo esto: seguir recetas al pie de la letra, hacer los ejercicios de guitarra, sostener una pareja. Pero por eso mismo los intentos de hacerlo, los míos y los de otras personas, me resultan tan conmovedores: la voluntad genuina de hacer las cosas bien sin inventar nada, tener que hacerlas una y otra vez porque no se acumulan, sino que se comen, se acaban. Es por eso que me repugna y me deserotiza el lenguaje de los proyectos para hablar de los amores. Lo interesante de la experiencia de querer a alguien, pienso yo, es que no es un proyecto, que no va a convertirse en algo distinto de lo que es, que hay que hacerlo de nuevo, igual, todos los días. 

TT

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