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Opinión - Panorama de las Américas

Ucrania, Joe Biden y las voces disonantes al sur del Río Bravo

Alfredo Grieco y Bavio Panorama de las Américas rojo
26 de febrero de 2022 07:58 h

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Después de 'Gané' (I won) no hay palabras más dulces de pronunciar que 'Yo les avisé' (I Told You So). O así dibujaba los peldaños de su zigurat de la felicidad competitiva el norteamericano Gore Vidal (1925-2012), profético ensayista y prolífico autor de commercial fiction, enérgico winner que sabía perder. Su compatriota el presidente Joe Biden (n. en 1942) es un político de carrera, un abogado que pasó la mayoría de sus ocho décadas de vida en el Washington, en el Capitolio o la Casa Blanca, como Thomas Gore, también abogado, abuelo y mentor del escritor. Como Gore, Biden fue largos años senador demócrata, primero conservador y a medida que ascendía el sol, y calentaba más, progresista; como Gore de Wilson, Biden fue escudero de Obama (los dos únicos presidentes de la historia de EEUU con título académico de Dr); como Gore, Biden fue candidato presidencial; a diferencia de Gore, Biden ganó.

El candidato católico, septuagenario, de familia proletaria de Pensilvania, presidente electo, Biden pudo exclamar 'I won' al lado de Kamala Harris, primera VP mujer y de color, senadora por California, de distinguida familia inmigrante, de la casta india superior, brahmánica. Clímax arruinado el de Biden, agripicante: ¿qué victoria es esa, cuando nadie dice 'I lost'? Gore murió en 1949, cuando Biden tenía 7 años pero no escribía poesía; ciego desde muchacho (primero perdió la visión de un ojo, después la del otro), al senador por Oklahoma le faltó entrever este futuro despojado de fair play deportivo, este mundo de triunfos trágicos sin derrotas épicas.

Esta semana, Biden lució acaso más satisfecho que nunca, al ofrecer la conferencia de prensa que más gusto le dio, con periodistas que, sin una sola excepción, contrabandearon el polizonte de una segunda pregunta cuando les autorizaban hacer una única, y así retenían su turno, y demoraban el de sus colegas. Antes del Q&A, Joe 'el winner' Bidden pudo pronunciar un discurso que se deja resumir sin desmedro conceptual en 'Yo les dije'. El profeta de la catástrofe pudo pedir que reconocieran que él había previsto la catástrofe. Los acontecimientos se amoldaban a la secuencia de su narrativa premonitoria: había tropas rusas cerca de la frontera ucraniana, más y más tropas, esas tropas, por tierra, mar, aire, cruzaban esa frontera. QED: Rusia invadió Ucrania. Por lo tanto, el presidente Vladimir Putin es un agresor, por lo tanto Ucrania es una democracia, por lo tanto quienes se rebelan (o rebelaron desde 2014, para desentenderse de Kiev en el oriente del país) son antidemocráticos porque eran prorrusos.

Desde fines del año pasado, no hubo jornada sin videncia ni silogismos. Biden es tartamudo, pero ningún par de accidentes lo dejó sin ojos. En todas partes me dan la razón, en todas partes se unen al unísono a mi sentimiento democrático, from Asia to South America, desde el Extremo Oriente hasta Sudamérica: Biden eligió los términos exóticos, con deliberación -o automático orientalismo-: aun los más déspotas, los deudores crónicos del FMI, los obreros del modo de producción asiático, los amerindios y los amarillos, repudian el exceso -antidemocrático, despótico- de Vladimir Putin.

Donald Trump, el presidente que en 2020 buscó la reelección, el candidato republicano que nunca dijo 'Perdí', ni mucho menos 'Me ganaron' -más bien: 'Me robaron'-, se preguntó, con candor, sin desinterés: ¿Para qué sirve ser profeta de una catástrofe si no se la consigue evitar? ¿Para qué el alarde de unas superiores capacidades de anticipación de acontecimientos que, advenidos, son avasalladores, lesivos para aliados a quienes deseamos buena suerte pero no damos ningún apoyo que pueda lastimarnos? Elogió la sagacidad de Putin, repudió las premoniciones de Biden, como las de aquellos oráculos antiguos que designaban, pero nunca preservaban, a la víctima.

Sin embargo, Biden demostró que la primera lección del espectáculo criminal está bien aprendida: el crimen se castiga severamente, con las penas más severas disponibles en una panoplia punitiva que no vacila en abstenerse de usar las más, o las solas, eficaces, si pueden causarnos incomodidades intolerables aun si parciales. En la conferencia de prensa, Biden reconoció que las sanciones “nunca antes vistas” no iban tan lejos como para incomodar la principal fuente de ingresos rusa que es también la principal fuente del cómodo fluir energético de Occidente. En otras palabras, Occidente castiga a bancos y a oligarcas, pero no se inhibe de pagar por las importaciones de hidrocarburos rusos. Por lo tanto, la comodidad de contar con precios razonables para el gas tiene prioridad sobre la defensa a ultranza de los DDHH de la ciudadanía ucraniana.

Sudamérica es la región que cuenta con más voces abiertamente disonantes o desafinadas con Washington. Venezuela, Cuba, Nicaragua, apoyan a Rusia; Brasil no la condena. El gobierno de Ortega estrechó estos días sus lazos con Abjasia.

Entre las paradojas sin enigma (correlato epocal de aquellos vencedores sin vencidos) que pueden derivarse del discurso instituciónal de Biden en la Casa Blanca y de las declaraciones de Trump en los medios se cuentan una inexactitud (llamarla mentira sería sobreestimarla) y una sorpresa (llamarla alineación sería subestimarla). Biden dice que toda Sudamérica vibra de horror e impotencia, pero condena sin vacilar, las violaciones del Derecho Internacional cometidas por efecto del solo capricho de una voluntad, la del empecinado mandamás del Kremlin.

Vista de más cerca, la cintura cósmica del sur ni es un coro, ni es sonoro, y es la región que cuenta con más voces abiertamente disonantes o desafinadas. Venezuela, Cuba, Nicaragua, apoyan a Rusia. El gobierno del sandinista Daniel Ortega, ostensiblemente, estrechó todavía más, en las vísperas de las operaciones militares rusas, sus lazos con Abjasia, una república caucásica reconocida por Rusia, e independiente de Georgia gracias al apoyo ruso.

Sorprendentemente, con estos países, con Venezuela, república para la cual reconoció un gobierno paralelo para desconocer al de Nicolás Maduro, coincide Trump en su apreciación de la sagacidad presidencial rusa. Menos sorprendentemente, coincide con el presidente brasileño Jair Messias Bolsonaro, que viajó a Moscú también en vísperas de la orden de Putin de avanzar en Lugansk y Donetsk. Pero una vez en marcha estos operativos, Bolsonaro, contra opiniones contrarias, pro Washington, en el Congreso brasileño, y no sólo de la derecha, ni condenó a Moscú, ni se plegó a la maquinaria de sanciones occidentales que buscan castigar, detener, hambrear, mutilar, o al menos frustrar o enfurecer a Rusia.

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