Berlín no es Roma, Atenas ni Estambul. Pero igual sentís que estás pisando historia a cada lado al que vayas. Vengo a trabajar como becaria a una redacción que, casualmente, está a 28 metros de lo que fue el Muro y a una cuadra de un paso fronterizo donde hubo un intento de fuga frenado a los tiros. Las ventanas del fondo dan a un cementerio con los restos de figuras célebres como Fontane. Para llegar hasta acá, me tomo el subte hasta lo que fue una estación fantasma por casi tres décadas. No son casualidades: toda la ciudad es así, sólo es cuestión de mirar. A la gente curiosa, Berlín no le da respiro.
Les cuento mis hallazgos a mis compañeros locales, y los toman con naturalidad. O bien el trauma no los deja procesar. O quizás lisa y llanamente ignoran que, a metros de donde tecleo esto, en pleno distrito de Mitte, dos jóvenes sortearon capas de vigilancia física y humana para saltar la barrera del puesto de control de Chausseestraße esquina Liesenstraße y pasar al lado francés –Berlín Occidental– hace apenas 36 años. Increíblemente, hay fotos de los dos tipos escapando. Otra de un oficial dando el disparo de advertencia que los frenaría. Y otra de cuando fueron detenidos. Del otro lado del Muro había un fotógrafo de AP apostado, con el dedo para gatillar preparado.
Sin darme cuenta, crucé esa frontera todas las veces que fui a sentarme al Südpanke Park para almorzar. Debe su nombre al arroyo Panke, que fue rellenado para construir el Muro. Hoy tiene algunos tramos abiertos y restaurados, obra que haría las delicias de @arroyoslibresok. Para llegar hasta ahí, pasé por una estación de servicio cuya construcción es culpable de que se hayan sacado los restos de muro de distintas épocas, que estaban ocultos bajo un matorral justo al lado de la vereda.
Voy al baño de la redacción y miro por la ventana lo que parece ser un parque a diez metros. Enfoco mejor: hay tumbas. Son las del cementerio francés división II, inaugurado en 1835, tiempos en los que la zona era considerada las afueras de la ciudad. Ahí yace, por ejemplo, el escritor Theodor Fontane, autor de Effi Briest, considerada la Madame Bovary alemana. O el físico Paul Erman, que ayudó a desarrollar la electricidad. O las víctimas de la guerra austro-prusiana, la franco-prusiana y la Primera Guerra Mundial.
Con otros ojos
Salgo de la redacción y vuelvo al Südpanke Park, ahora con ojos distintos. Camino media cuadra más por Liesenstraße, casi hasta quedar de frente al cementerio que vi desde arriba. Me encuentro con un tramo de 15 metros de largo del Muro, en su altura original y con el tubo de hormigón superior: zafó de la piqueta. Es un tipo muy específico de muralla, el Grenzmauer 75, mucho más robusto que la primera versión de esta frontera, más de dos metros por encima de mi cabeza. Sólo hay tres tramos de esta clase en toda la ciudad.
Vuelvo sobre mis pasos para tomar el subte pero, ya decidida a escribir sobre esto, contemplo antes la mole de acero y hormigón que está enfrente y que a veces relojeo cuando almuerzo con mis compañeros en la vereda opuesta. Es la Zentrale des Bundesnachrichtendienstes, la mayor sede de inteligencia del mundo, incluso más grande que la de la CIA. El edificio anterior, demolido para construir este complejo, era un antiguo cuartel militar nazi.
Bajo a la estación de subte. Se llama Schwartzkopffstraße por la calle cercana, bautizada en honor al fundador de BMAG, una fábrica de locomotoras y torpedos con un pasado más que oscuro: durante el nazismo, usó prisioneros de guerra y trabajadores forzados en su planta de Wildau, a una hora de acá.
Lo que no sabía (hasta que @brezhneviano me alertó en Twitter) es que Schwartzkopffstraße estuvo cerrada desde 1961 hasta 1990 porque quedó a metros del muro, pero el subte occidental siguió usándola para pasar formaciones de una punta a la otra de la Berlín capitalista: la línea en cuestión (la 6) tenía ambas terminales en el oeste, pero no podía hacer paradas en el este.
De hecho, en 1973 los soviéticos le cambiaron el nombre por el de Stadion der Weltjugend y reemplazaron sus carteles con la nueva denominación, aunque terminaran viéndolos sólo los pasajeros de estos trenes que pasaban de largo, rigurosamente vigilados por las tropas fronterizas. Es que las estaciones fantasma no aparecían siquiera en los mapas de Berlín hechos por la Alemania Oriental. Y, cuando esta parada reabrió en julio de 1990, volvió enseguida a su designación original.
De a poco voy llegando al final de este viaje, cotidiano y a la vez histórico. Quiero ir hasta Hallesches Tor para combinar el U-Bahn 6 con el 12, así que paso por otras cinco estaciones de la misma línea que hasta 1990 también fueron fantasmas. Es como viajar a otra época: quedaron casi intactas. En una línea de paradas multicolores, esta tanda es un paréntesis de paredes blancas y detalles de un solo tono que cambia según la estación, para que la identifique incluso quien no sabe leer, como se hizo en la línea A porteña.
No tuve que ponerme a buscar. No elegí visitar un monumento o un lugar turístico. Simplemente fui a trabajar. En las paredes, en la calle, en los parques y hasta en las estaciones de subte por las que se transita todos los días: la historia sigue ahí, silenciosa, integrándose como puede al ritmo de Berlín.
KN/DTC