Con la centralidad de un monarca, Macri administra las piezas de Juntos por el Cambio

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Mauricio Macri suele ser descripto por sus enemigos como un millonario afecto a la reposera. La caricatura es a todas luces insuficiente para definir al primer presidente conservador electo por voto popular, sin camuflarse en el PJ o la UCR. No sólo ello. Pocos gobernantes democráticos lograron registros socioeconómicos tan rotundamente negativos en tan poco tiempo como el fundador del PRO entre 2015 y 2019. A tres años de aquello, Macri revalida sus credenciales como primus inter pares en el bloque de derecha y traza un camino al que sus aliados-adversarios se someten con una abnegación impensada hace meses. Se da el lujo de hacerlo desde una reposera patagónica.

En la antesala de la campaña electoral, el expresidente transita un período de esparcimiento inaudito. El 20 de noviembre llegó a Qatar para ver el Mundial. Quien crea que el exmandatario argentino estuvo muy atareado con la presidencia de la Fundación FIFA pero no recuerde una sola actividad de ese sello, podrá acudir a la página web institucional. La última actualización de su agenda fue en septiembre de 2021.

A su regreso de Doha, Macri pasó unos días por Buenos Aires, se hizo entrevistar en TN y La Nación+, y se trasladó a su nueva residencia en el country Cumelén, en Villa La Angostura. Allí recibe a entornistas, hombres de negocios y políticos.

Vienen más viajes. Hace ya un tiempo que el expresidente no tiene que pedir permiso cuando se traslada al exterior. En cuanto los jueces de Comodoro Py lograron absorber todas las causas judiciales que lo involucraban, las enterraron, despejándole el engorroso trámite de solicitar autorización para viajar. El año pasado, la agenda de Macri incluyó dar clases en Miami, brindar conferencias organizadas por el PP en España, acudir a citas privadas en emiratos, pasear por París y jugar al bridge en Salsomaggiore Terme. Ya no. El fundador del PRO ahora es libre de encontrarse donde y con quien quiera, como su amigo paraguayo Horacio Cartes, a quien lo une la preocupación por el populismo.

Ficha limpia

Difícilmente un monarca europeo, ni siquiera uno muy displicente con sus súbditos, se podría tomar tres meses de vacaciones sin perder algunas tardes abrazando a desposeídos. No es el caso de Macri. El expresidente no rinde cuentas. Punto. Los jueces federales del paddle y las confidencias a la tardecita rechazan recusaciones y lo absuelven de hecho (cajoneo) o de derecho, mientras los medios dominantes ofrendan algunos de sus productos para celebrar sonrisas, desayunos y sombreros de la familia real.

María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta ensayaron un distanciamiento de su mentor político en 2020, cuando la memoria del Gobierno de Cambiemos estaba fresca. El conato fue nonato. La exgobernadora bonaerense parece apostar a una bendición del expresidente como una única carta para convertirse en candidata presidencial o, acaso, vicepresidencial. Para Larreta, se acabaron los tiempos en que ninguneaba al expresidente en actos de campaña. “Lo quisieron jubilar y ahora le piden que los acompañe” es una frase rectora destinada a los infieles en la cosmovisión del macrismo ortodoxo.

Los jueces federales del paddle y las confidencias a la tardecita rechazan recusaciones y lo absuelven de hecho o de derecho, mientras los medios dominantes ofrendan algunos de sus productos para celebrar sonrisas, desayunos y sombreros de la familia real.

Tras una secuencia que pareció guionada por un adversario interno, el jefe de Gobierno porteño se inventó un segundo viaje a Cumelén en el lapso de un mes. Resultó que la prensa comenzó a mortificar a Larreta con un conteo de horas que el expresidente le había dedicado Patricia Bullrich en su visita al country patagónico, hace dos semanas. Un dato pareció crucial para el planeta JxC: Macri le había concedido una foto a su ministra de Seguridad, detalle omitido con Larreta en la cita de diciembre, entonces éste armó otra escapada a Cumelén para poder compartir una imagen con su exjefe en redes sociales.

Para Bullrich, ir al pie de Macri no tiene mayor costo. Sus proclamas de aversión a los tibios son calcadas y compiten por un electorado similar. En algunos mentideros, a Macri le atribuyen desconfianza ante los arrebatos individualistas de su exministra, lo que haría que no termine de apoyarla. Como sea, la lógica indicaría que, si compiten en una primaria, pueden perder los dos ante Larreta.  

En cambio, para el jefe de Gobierno, la sobreactuación de la dependencia política de Macri puede transformarse en un lastre en una eventual competencia o en una hipotética gestión que, según voces calificadas de su equipo de campaña, no cumplirá con el libreto draconiano que el exmandatario escribió en su último libro, Para qué.

Sociedad al descubierto

En el equipo de Larreta transita una intuición con cierto fundamento. El expresidente y el jefe de Gobierno de la Ciudad tienen una sociedad política desde los orígenes del PRO, hace más de dos décadas, y ese tejido podría destrabar una interna que parece enrevesada. Macri, desconfiado como pocos, le entregó la llave de la gestión en la Capital Federal durante su campaña presidencial en 2015. Contra todos los pronósticos, el expresidente de Boca ungió a su jefe de Gabinete como candidato a sucederlo sobre la entonces angelada Gabriela Michetti. Las oportunidades de negocios de Nación y Ciudad se cruzaron mientras coexistieron ambos como gobernantes, con empresas de Angelo Calcaterra, Nicolás Caputo y Gustavo Arribas —tres empresarios indisociables de Macri— como beneficiarias. Hasta algunos espías nacidos y criados en el macrismo de pura cepa (“cuentapropistas” para Comodoro Py) que fisgonearon en la vida de Larreta encontraron refugio en la Ciudad cuando se agotó su función y quedaron al descubierto. Son capítulos de una alianza que soportó tragos amargos, al menos, hasta hoy.

Una voz muy cercana a Larreta, de impronta moderada, enmarcaba días atrás su mirada sobre el halcón Macri. “Mauricio tiene un rol inspirador muy importante para Juntos por el Cambio. Su prestigio internacional está intacto y tiene una amplia red de conexiones”. Extremó el argumento: “En Para qué, habla un reformista, que es el espíritu de la coalición. Por supuesto que tenemos que tener un diálogo sobre el cómo”. Y lo extremó más todavía. “Mauricio es muy inteligente y además es un patriota. Como patriota, piensa en la Argentina y quiere que los cambios se hagan, por lo que puede terminar convencido de que Horacio es el que los puede llevar a cabo, aunque no coincida en algunas cosas”.

Que Macri termine levantando la mano de Larreta, con lo cual, le limpiaría parte de la competencia por derecha, es una posibilidad que no habría que descartar. En tal caso, sobrevolaría la sombra de otra patriota que dijo haber nominado a Alberto Fernández porque estaba convencida de que él podría llevar a cabo las reformas que a ella se le negarían. Los patriotas, por lo visto, tienen ego.

'Mauricio es muy inteligente y además es un patriota. Como patriota, quiere que los cambios se hagan y puede terminar convencido de que Horacio es el que los puede llevar a cabo, aunque no coincida en algunas cosas', dijo un allegado a Larreta

Cooptación y después

Muchos influyentes de la política y la economía asumen que Larreta es el ganador más probable de las elecciones presidenciales. Sacan cuentas de la inflación, el desconcierto de Cristina Fernández, el alto rechazo a Macri, los garabatos cincuentistas de Máximo Kirchner, la soledad de Alberto, la pauta de CABA, las curvas a 180 kilómetros por hora de Bullrich, y quieren creer que “la evidencia indica” que el jefe de Gobierno de CABA será el próximo presidente.

Larreta tiene un problema: el animal indómito de la derecha radicalizada le manifiesta tirria. La amenaza está adentro de JxC, porque Bullrich es una sobreviviente de sus propias armas, a veces audaz, otras temeraria; y está afuera, en Javier Milei, quien dice odiarlo.

La solución no es fácil e implica riesgos. El jefe de Gobierno, reconocido por propios y extraños como un cartesiano, luce errático para encontrar la estrategia. Da un paso hacia el centro y dos hacia la derecha. Se deja sostener en una tabla de surf y transforma un verbo en acción: cooptar. En ese camino se muestra dispuesto a sumar a cualquier ultra excepto a quienes lo agravien en forma personal. El dirigente a cooptar puede proponer metralleta (Florencia Arietto, José Luis Espert), pero que preferentemente no quiera hacer blanco en él (Milei).

La estrategia de socavar a Bullrich con disparos de halcones exentos de cualquier sospecha de ser percibidos como palomas tiene su lógica. Esta semana salió mal con Arietto, cuando rompió la matrix del Grupo Clarín y del macrismo en general al postular la responsabilidad del Estado en la muerte de Santiago Maldonado en Chubut y el asesinato de Rafael Nahuel en Río Negro, en sendas represiones ordenadas por la exministra de Seguridad en 2017. “Cuando criticó la idea del Ejército en Rosario, estuvo bien, el resto estuvo de más”, razonó la fuente larretista.

La amenaza para Larreta está adentro, porque Bullrich es una sobreviviente de sus propias armas, a veces audaz, otras temeraria, y está afuera, en Javier Milei, quien dice odiarlo.

En el entorno de Larreta destacan cuál es el registro que realmente prefieren. El martes, Espert amonestó a Bullrich por su idea de eliminar la totalidad de los planes sociales para cuatro millones de personas. “Imposible”, una “gansada”, tuiteó el economista de ultraderecha aliado del jefe de Gobierno.

El larretismo pasó de confianza holgada a cautela a la hora de trazar un mapa sobre la interna con Bullrich y, eventualmente, con Macri. De una hoja de ruta en la que la notoria falta de equipos de la presidenta del PRO iba a sucumbir frente al método cartesiano Larreta, se pasó a describir una pelea pareja. Puede ser un giro táctico para agrupar a fóbicos de la derecha radicalizada o la aceptación de que las oleadas de ese signo han demostrado una potencia a veces incontrolable en ejemplos internacionales recientes.

Las aguas de las derechas

En ese campo, Macri muestra una capacidad superlativa sobre el resto de los presidenciables de JxC para navegar las aguas de las derechas.

El expresidente no tiene el estilo ni representa lo mismo que Donald Trump y Jair Bolsonaro, pero supo tejer vínculos con ambos, al punto de que fueron sus apoyos internacionales más explícitos para pelear por su frustrada reelección. Macri se inscribe en una corriente conservadora latinoamericana con rasgos autoritarios, pero no encarna la furia golpista de las derechas peruana y boliviana, o el integrismo del chileno José Antonio Kast. Al mismo tiempo, no padece el desprecio de los ultraderechistas por conservadores híbridos, como su amigo Sebastián Piñera. Cuando viaja más allá de América Latina, Macri se mira en el espejo de la derecha clásica, desde José María Aznar hasta Benjamin Netanyahu, y también se mueve cómodo entre socialdemócratas resignados del estilo Felipe González.

La cualidad de Macri para adaptarse a diferentes temperaturas del agua y pasar a la tierra puede parecer insustancial en términos ideológicos, o bien puede ser vista como una herramienta para ocultar su verdadero propósito, aunque fue expuesto con bastante claridad en Para qué. A ello, Macri le suma la debilidad que genera el recuerdo de su Gobierno. Por más que intenta ser lavado con máquinas industriales, no es fácil de borrar. Pero el expresidente porta un activo que pesa en el campo en que se mueve. En tiempos de fraccionamiento de las derechas entre moderados, clásicos, reaccionarios y lunáticos que atacan palacios legislativos y levantan la muerte como estandarte, un político con capacidad de interpelar a (o ser tolerado por) todos ellos cuenta con una ventaja. Puede no alcanzar para ganar una elección, pero sirve para que el resto viaje a Cumelén para sacarse una foto.

SL