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ENSAYO GENERAL

Poder de daño

Eva Illouz

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No diría que “cada vez me cuesta más hacer esta columna”, pero creo que este fin de año está un poco pesado de política nacional e internacional y me resulta cada vez más difícil generar las condiciones para hacer lo que suelo intentar en estos textos, que es hablar de otra cosa, y ver qué espacios discursivos abren esas otras cosas para pensar lo que sea que estemos tratando de pensar en la semana que corresponda. Cuando digo que me cuesta generar las condiciones me refiero a condiciones psíquicas (básicamente: poder pensar en esas otras cosas), pero también literarias.

A veces pienso que el estilo todo lo puede: que si una se arma una voz puede hablar de lo que quiera, seducir con lo que quiera, que quien sabe llevar un texto tiene la libertad de movimiento de quien sabe bailar salsa, pongamos, y no necesita conocer la canción para bailarla porque conoce el compás y conoce los giros. Pero no, la analogía no funciona, porque no puedo bailar cualquier canción; no necesito necesariamente saberla, pero sí desearla. No puedo escribir sobre temas que no siento calientes ni para mí ni para otros, y los temas que siento que ocupan nuestras mentes y nuestros corazones últimamente son temas sobre los que me gusta más leer que escribir, temas con los que siento que tengo que desarrollar una escucha más activa, en varios sentidos. Pienso entonces que quizás, hasta que se me pase esta ráfaga de coyuntura, debería limitarme a contar lo que estoy leyendo.

 Esta semana estuve con La vida emocional del populismo. Cómo el miedo, el asco, el resentimiento y el amor socavan la democracia, de Eva Illouz. Soy fan de ella desde que leí Por qué duele el amor, y no solo porque me interesan los temas que investiga: sobre todo, de hecho, soy fan de su enfoque. Illouz inscribe su proyecto intelectual en una categoría que creo que inventó ella misma, la de la “modernidad crítica”: pensadores que se proponen criticar y mejorar el proyecto racionalista de la modernidad (poniendo en evidencia, por ejemplo, sus componentes violentos o excluyentes, y proponiendo respuestas y enmiendas), más que desecharlo y reemplazarlo con alguna otra forma de ver el mundo.

Illouz es una moderna crítica también en el sentido de que su análisis de los afectos es mucho menos ingenuo que el de un racionalista más clásico: en La vida emocional del populismo, analiza el modo en que los afectos moldean la política de derecha sin imaginar ni desear jamás que los afectos desaparezcan de la política alguna vez, pero sin hacer tampoco una apología de esta emocionalidad. Más aún incluso: está claro, aunque Illouz no se explaye demasiado sobre esto, que para ella el debate “racional” está lejos de ser un ámbito frío e impersonal, y que efectivamente es algo que los ciudadanos podemos querer, en el sentido emotivo. Nada es completamente bueno ni malo, nada es completamente emocional o no emocional en la paleta afectiva que ella va organizando.

En algún sentido creo que no hay mejor libro para estar leyendo en la Argentina en este momento: el hecho de que Illouz esté hablando del modo en que las derechas organizan emocionalmente discursos y políticas populistas (a lo largo del libro, Illouz no hace ninguna alusión a populismos de izquierda; el hecho de que ni siquiera haga una aclaración al respecto me hace pensar que probablemente ella ni siquiera dé por bueno el concepto, y que probablemente utilizaría otra palabra para hablar de esos gobiernos) al tiempo que utiliza el caso del gobierno de Benjamín Netanyahu como ejemplo principal te hace sentir que, aunque el libro haya quedado un poco desactualizado después del 7 de octubre, estás literalmente leyendo sobre las elecciones 2023 y el conflicto israelí en el mismo libro. Parece extraño, pero otra vez, es la magia de Illouz: sabe que el caso israelí es un caso especial (todos los casos, en algún sentido, son “especiales”), pero no por eso piensa que no pueda servir para analizar cómo funciona la derecha populista en otros contextos.

Pase lo que pase con esta elección, al día siguiente nos levantaremos en un país con estas estructuras de sentimiento que se evidenciaron en la campaña

Muchas cosas me resonaron a la elección que se decide hoy, pero sobre todo me quedé con un concepto que ella toma de Raymond Williams, el de las estructuras de sentimiento. Williams aparentemente define a estas estructuras de sentimientos como unas experiencias incipientes (lo que hoy llamaríamos un afecto), algo por debajo del significado coherente. Illouz sigue desarrollando el concepto y me interesó una de sus redefiniciones, en la que una estructura de sentimiento sería algo así como lo que pasa con una emoción una vez que se convierte en un modo menos consciente de sentir. Cuando habla entonces del miedo o del resentimiento como fuerzas que les sirven a los populismos de derecha no está hablando siempre de emociones claras, cuyo objeto es transparente a quien las siente, sino de estos afectos más subterráneos y por eso mucho menos fáciles de desarmar.

Mientras leía pensé en el uso estratégico que una podría hacer del marco conceptual de Illouz, cómo utilizar los análisis de Illouz para hacer micromilitancia o para pensar, por ejemplo, en el modo en que Javier Milei da vuelta hábilmente la “campaña del miedo” para invitar a sus votantes a estar del lado de los valientes. Pero ya es casi sábado a la noche cuando estoy entregando este texto, y será domingo de mañana cuando alguien lo lea por primera vez, hora de pensar no ya en cómo convencer a nadie sino en el hecho de que, pase lo que pase con esta elección, al día siguiente nos levantaremos en un país con estas estructuras de sentimiento que se evidenciaron en la campaña, con estos afectos emparentados con emociones concretas como el resentimiento y el asco, pero tan vaporosos y poco conscientes que terminan siendo mucho más difíciles de iluminar, por ni hablar de reconocer o desarmar.

No es que no importe el resultado, importa muchísimo, pero eso: pase lo que pase habrá que construir y seguir viviendo no ya con la tan mentada grieta, sino con un país hecho de mil grietas profundas e imposibles de nombrar con precisión, inasibles como arena entre las manos, pero con el poder de daño del vidrio molido en el estómago de un perro.

TT

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