Krypto, el amable can volador de Superman, usaba una capita ad hoc. Como su amo. O su padre, diría la ex modelo de Playboy y actual defensora de perros que pondrá sus saberes y experiencia al servicio de la discusión y formulación de leyes en el Congreso de la Nación, representando a la provincia de Buenos Aires.
Otros perros, o sus espíritus voladores, son los que le dictan las leyes de la Nación al médium zoológico y ex futuro Premio Nobel que funge de gobernante. El Congreso no era necesario más que para aprobar los designios caninos y un sistema de chantajes lo garantizaba. No era constitucional, pero parecía que funcionaba.
Hubo un detalle subestimado, no obstante, por quienes fueron investidos por el cielo de su fuerza: los chantajes se pagan. Y si eso no sucede, su efectividad disminuye proporcionalmente a la mora. En consecuencia, algunos de los legisladores auténticos recordaron, tardíamente, que eran garantes de una cierta representación de las voluntades de sus electores, y abandonaron la genuflexión, con todas las connotaciones de violencia genital imaginada por el espiritista de podencos, acostumbrados –ellos– desde siempre a la tradicional posición en cuatro patas.
Días de perros para el lenguaraz de mastines, podría decirse, ante el triste festival de canes, como lo llama mi amigo Fabián Lebenglik, sin cine pero con shows de rock berreta en la cubierta del Titanic. Krypto muestra los síntomas de su incontrolada ingesta de huesitos de kryponita verde. Los fantasmas de sus hermanos terrestres no sólo han dejado de volar sino que les cuesta arrastrarse, encuentran enemigos incluso donde no los hay y a costa de ladrar y tirarle mordiscos hasta a sus benefactores acabaron buscándose una cucha a salvo de las pedradas. Será por eso que necesitan, ahora más que nunca, de una defensora de los amores perros.
DF/MF