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Cine y literatura

'Sátántangó', el tango satánico del Nobel de Literatura que se convirtió en una obra maestra del cine

Fotograma de la adaptación cinematográfica de 'Sátántangó'

Javier Zurro

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Estaba en todas las apuestas y, sin embargo, su nombre sorprendió a casi todos. El Nobel de Literatura a László Krasznahorkai reconoce a una figura fundamental de las letras reciente, pero también a una que es parte de la historia del cine. A la par que su obra literaria, el escritor húngaro desarrolló su faceta como guionista junto a su compatriota Béla Tarr, cineasta imprescindible del cine de autor europeo y responsable de varias obras maestras, entre ellas Sátántangó, en la que adaptó de forma ejemplar la obra de su amigo Krasznahorkai, y con la ayuda del escritor en el guion.

Ambos responden al mismo perfil de artista parco en palabras y poco dado a los exhibicionismos públicos. Son autores de una austeridad insobornable, y, por ello, ofrecen pocos asideros al lector y al espectador. Sátántangó no se logró adaptar hasta casi 10 años después de la publicación de la novela, que supuso el debut del escritor en 1985. Tarr y Krasznahorkai son amigos de toda la vida, y aunque el film no llegara hasta 1994, ambos ya habían trabajado juntos en La condena, en 1988.

Es curioso que fuera el debut de su amigo el que le otorgaría a Tarr la categoría de gran maestro del cine. La proyección de Sátántangó fue un terremoto en la Berlinale de 1994. Proyectada fuera de la Sección Oficial, en la paralela Forum, se convirtió en el evento de aquella edición. La película que todo el mundo debía ver. Para ello debían sacar de su tiempo 425 minutos. Siete horas. Ese fue el tiempo que Tarr dedica para adaptar al milímetro el que siempre calificó como su proyecto soñado.

Una adaptación fiel, rodada en solo 156 planos y donde desplegó toda su maestría en la puesta en escena en un blanco y negro tan bello como helador, en unos planos secuencias que pasan del detalle al general y en el que cada composición dentro del plano resulta una clase magistral de cine. Una película lenta, hipnótica e inolvidable que va a un ritmo al que el cine no se suele mover. Algo que queda claro en el larguísimo plano secuencia de ocho minutos con el que comienza y donde, sin cortes, la cámara del autor sigue a unas vacas que le sirven para barrer por completo la granja donde desarrollará su película.

Aquella duración que tanto sigue 'shockeando' a quien se enfrente a ella por primera vez, fue siempre defendida por Tarr. El director concibe un cine en el que el tiempo es fundamental, igual que lo es en la vida. “Nuestra vida transcurre en dos dimensiones: una es el espacio y la otra es el tiempo. Y por eso no me gusta ir al cine, porque los cineastas, o digamos esta industria cinematográfica capitalista, ignoran el tiempo y el espacio. Solo escuchan la narración. Cuando empecé a hacer películas mi objetivo se convirtió cada vez más en mostrar una especie de totalidad, algo que mostrara nuestra vida de forma sencilla”, dijo Tarr al Instituto de Cine Británico por el 30 aniversario de una película que se encuentra en el puesto 78 de las mejores de la historia del cine en la revista Sight & Sound.

De alguna forma el tiempo y el espacio fueron importantes en la novela, de la que muchos destacaron sus largas oraciones y que Krasznahorkai defendió diciendo que su inspiración fueron los escritores latinoamericanos, como Alejo Carpentier y Julio Cortázar, y que admiraba a Roberto Bolaño. 

Un tango en el infierno

El título de aquella novela se explicita en un momento dado del texto. El tango triste y desolador que bailan dos de los protagonistas y que en la película se realizó con un plano secuencia que termina en uno general, mostrando a unos personajes abatidos y arrasados. Un Tango satánico, como se tradujo la novela al español, que también sirve como doble metáfora. La primera, respecto a la propia obra artística, que como el tango tiene una estructura circular que hace que, de alguna forma, empiece y termine prácticamente en el mismo sitio.

Una metáfora también de esos personajes que, hagan lo que hagan, no pueden escapar de la miseria. Personajes estancados, condenados, que viven las consecuencias del declive comunista en Hungría. Una historia que el escritor vivió en sus propias carnes. El tango satánico los condena a una vida de pobreza, como la que viven todos los personajes del pueblo y que tan bien captó Tarr en ese blanco y negro en el que el barro casi salpica a los espectadores. Pero ese tango satánico es también la forma en la que László Krasznahorkai describe el proceso de escribir, algo tan enigmático como “bailar en el infierno”.

Fotograma de 'Sátántangó'

Krasznahorkai invitó a ese baile a los lectores con aquella Sátántangó en 1985, y lo siguió haciendo, como destacó el jurado del Nobel, con una obra “convincente y visionaria que, en medio del terror apocalíptico, reafirma el poder del arte”. Un arte político, indomable y alejado del cliché, igual que los guiones que escribió con Tarr y que se consolidó en otro puñado de obras maestras como Armonías de Werckmeister (2000) y El caballo de Turín (2011), con la que Béla Tarr se despidió del largometraje, tal como confirmaba en una entrevista con elDiario.es con motivo de su premio honorífico en los Premios del Cine Europeo en 2023.

Hay otra cosa que une a ambos: su inconformismo y su búsqueda de una obra de arte total. En una entrevista en 2013, en la revista Music and Literature, László Krasznahorkai confesaba que no estaba del todo contento con su primera novela: “Soy un poco perfeccionista. Sátántangó estaba casi bien, pero ese casi, esa palabra, me destruyó. La novela casi buena, ser casi la mejor, para mí es insoportable. Por eso lo intenté de nuevo. Cada libro que escribí era un nuevo experimento, un desafío: tal vez ahora tenga la oportunidad de escribir el libro que quiero escribir”. Tarr decía en este periódico que había dejado de hacer largometrajes para buscar “la gesamtkunstwerk”: la obra de arte total. Su unión dio una de ellas, una obra a la que todo cinéfilo debe enfrentarse, al menos, una vez en su vida. 

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