Jubilados que se contorsionan para sumarse a la marcha de sus pares y uniformados rígidos, que les impiden el paso. Sacerdotes y médicos que quieren socorrer a un joven, que se desmaya, y uniformados rígidos que levantan sus escudos y tiran gas pimienta contra cualquiera. Chicas que bailan y alzan sus puños con pañuelos verdes y uniformados rígidos, que las amenazan con dispararles. Fotógrafos que registran a la gente que resiste las embestidas en la calle y uniformados rígidos, que tiran a matar. Y a veces matan.
Las escenas ocurren en la Argentina. En Plaza de Mayo, Congreso y distintos lugares del país. Suceden porque la gente pone el cuerpo a su calidad de vida, para que sea buena, para que sea digna.
La ultraderechización de la vida, acá y en muchas otras partes del mundo (aunque no en todas, felizmente) ha implicado que estamos en riesgo. Y que tenemos que resistir.
¿Hay forma de no poner el cuerpo? Es lo que tenemos, lo que somos y vamos siendo. No somos sin cuerpo. Encarnados en huesos, órganos y piel atravesamos la cotidianeidad con nuestras miserias y nuestras maravillas.Enfrentamos todo lo que se opone al Eros, soportando el gobierno de Tánatos.
Cuenta Ingrid Proietto, periodista y escritora de filiación peronista: “Fui a la vigilia casi permantente que hay en la casa de Cristina. Es algo que les haría bien hacer, se los remil recomiendo/receto y coso. La alegría, el amor, los jóvenes, las ganas de cantar, los cantitos, los bailes, los vendedores ambulantes, el olor a chori y a bondiola (y a paty y a chipá y a fernet), el señor que perdió el celular en el medio de los saltos, se estaba yendo, a las cuadras se dio cuenta, volvió y lo recuperó, el vendedor de cerveza que me vio llorando cuando salió Cristina al balcón y me emocioné por la entereza y porque un pibe joven le gritaba: ”Andá a descansar, Cristina. Ya nos diste todo, quedate traquila. Nosotros te cuidamos“. Te juro que llegás desanimado y te vas entendiendo todo: puede que lo parezca, pero no nos han vencido. Ni nos vencerán. Todo lo que creen que están destruyendo lo iremos levantando otra vez, como lo venimos haciendo desde que tuvieron que liberar a Perón.”
Tenemos amor, tenemos alegría (no se la van a poder robar) y tenemos balcón/es. No ves que es más lindo amar que odiar, gil.
Amo ser peronista. Con todos los errores que tenemos y cometemos los peronistas. Con las peleas, con las internas, con los tremendísimos traspiés (Alberto podría ser sinónimo de traspié). Hasta con los Morenos de la vida amo ser peronista. Pero hay algo que hoy me reafirma del lado peruca de la laif: el compañero que vendía cerveza y bajó la heladerita (dejó de vender un par de brahmas bien heladas) para darme un abrazo de consuelo.
Las fuerzas de resistencia no permiten que el mundo explote. La Justicia es parcial y arbitraria y acá, en la Argentina, han venido con causas no probadas por una expresidenta que es la mayor figura política en lo que va de este siglo. ¿Qué nos queda a les comunes?
“Mientras el presidente Milei lleva adelante políticas públicas muy distante del humanismo judío, como hacerle bullying a un militante de 12 años con autismo; mientras la empresas cierran o se van de la Argentina, y los trabajadores se quedan en la calle, cuando se desarma el dispositivo de salud y a los médicos los manda a ‘estudiar otra carrera que les deje dinero’, y se les niega los medicamentos a los jubilados y a los enfermos de cáncer, el parlamento israelí le ofrece un ámbito que supo albergar otras voces para que dé rienda suelta a sus pretensiones de convertirse en adalid de la ultraderecha mundial”, dicen Marcelo Horestein y Pablo Gorodneff, presidente y secretario general del Llamamiento Argentino Judío, a propósito de la visita a Israel del señor de los perros (no el que los amaba, el león de Leonardo Padura, sino el hermano del jefe Karina).
Destacan la solitaria y digna actitud del diputado Offer Cassis, quien dice: “Las políticas extremistas de Milei promueven el fascismo, pisotean los derechos de los trabajadores y profundizan la pobreza de la sociedad argentina”. Y cierra: “Seguiré luchando por una sociedad igualitaria, justa y solidaria, tanto aquí (en Israel) como en el mundo, contra aquellos que buscan socavar los fundamentos verdaderos de la libertad y la igualdad.”
Pero está el negacionismo, el ejercicio personal de grupos y colectivos que se esfuerza por tapar el sol con la mano. Y no nos referimos a los cortes de la realidad que responden a nuestra condición limitada de saber en tanto humanes, sino a los recortes deliberados que producen algunas figuras públicas, instituciones y medios para borrar la foto completa de los acontecimientos. No fueron 30 mil, No fueron 6 millones, No hay niños, ni mujeres, ni hombres sufrientes en Gaza. África no tiene rostro. América Latina es un mapa para los Estados Unidos del Norte; nada más que la riqueza material al sur del Río Grande les interesa. Contra la memoria y contra la sensibilidad frente a los dramas del presente, la producción audiovisual fragmentaria.
Los cuerpos en la guerra, los cuerpos en la calle, los cuerpos en el amor hoy parecen vacíos de contenido. Avrum Burg, ex presidente del parlamento israelí, Knesset, cuestiona el rol del periodismo audiovisual, la banalización de la tragedia de la guerra y el deterioro de la empatía, imágenes mediante. “La pantalla no es el campo de batalla”, señala. Burg fue laborista y desde hace un tiempo es miembro del Partido Hadash, de izquierda. Reflexiona en una reciente nota publicada en el periódico argentino Nueva Sion, sobre “las imágenes de Gaza”. Califica a la guerra como devastadora e innecesaria y duda de que las fotos de la guerra sacudan alguna vez la conciencia del mundo, “como ocurrió con las figuras demacradas en los campos de exterminio nazi o la imagen icónica de Phan Thi Kim Phuc, la niña vietnamita huyendo de un ataque con napalm. Durante años, por negación, los medios de su país se autocensuraron evitando las imágenes de los gazatíes”, sus caras, su identidad. Como si no tuvieran biografías, nombres, vida cotidiana. Solo han exhibido cohetes, concreto, maletas llenas de dinero, Hamas y túneles. La televisión es colaboradora voluntaria de la ocupación, por “cobardía moral, por propaganda disfrazada de seguridad y por una patética devoción al rating”.
“¿Cuándo entenderemos que la realidad no ocurre en nuestro feed, y que la pantalla no es un campo de batalla? Hacer clic en ”me gusta“ o ”no me gusta“ no es un acto moral. En el mejor de los casos, es la ilusión de compromiso.”
Continúa el artículo de Nueva Sion: “El niño herido hace tiempo dejó de ser un niño: ahora es contenido, un ícono, una pieza en los juegos políticos entre bandos ideológicos. A medida que las imágenes se multiplican, su significado se erosiona. Cuando todo se filma, nada se graba verdaderamente en la memoria. Nos insensibilizamos. El espectador ya no pregunta: ”¿Qué pasó aquí?“, sino: ”¿Cuánto más de este horror tengo que ver?“ Y así, apartamos la mirada. Y nos volvemos indiferentes. Y esa indiferencia es cómoda —porque no nos exige nada”.
Y recuerda que Susan Sontag, en su último ensayo filosófico Ante el dolor de los demás, lanzó una advertencia tajante: cuanto más una fotografía pretende representar directamente el sufrimiento, más corre el riesgo de oscurecer el horror real. Las fotografías no explican —muestran. Y al hacerlo, distorsionan. Sin encuadre, sin contexto, sin un lenguaje moral que las acompañe, se convierten en una ilusión de comprensión. Una ficción de la realidad. El ojo se siente atraído por la estética. La mente se acostumbra a la atrocidad. Y en la Israel de Netanyahu, tras octubre de 2023, hasta nuestro vocabulario moral ha sido masacrado.
Sontag nos enseñó que mirar no es un acto inocente. Por el contrario, cuando observamos fotografías de guerra y tortura —especialmente cuando ocurren “allá”, a “otros”— estamos escapando. Escapando de nuestra propia responsabilidad. Las imágenes nos otorgan distancia. Y con esa distancia, una falsa sensación de control. No estamos allí. Estamos aquí. Detrás de nuestras pantallas.
Pero incluso aquí, estamos ausentes. Porque centrarnos en la imagen reemplaza las preguntas difíciles sobre lo que se hace en nuestro nombre. Si no podemos ver al ser humano en la imagen, estamos perdidos. Si no preguntamos qué hubo antes de la imagen y qué debe venir después —estamos borrados. Quizá esa sea la imagen más aterradora de todas: el público israelí, mirando su propio reflejo —y sin ver nada. Ni siquiera la silueta de su propia fealdad.
Y sin embargo, hay esperanza. Hay israelíes valientes. Personas que se paran en silencio en las plazas de las ciudades con velas e imágenes de las víctimas de Gaza. Personas que entienden que una imagen no es un espejo; es una prueba. Para ellos, mirar no es consumir, sino asumir responsabilidad. Y en su protesta, están rescatando los últimos restos del humanismo israelí.
Escribió el poeta argentino Juan Gelman: “Habrá que aprender a resistir./ Ni a irse ni a quedarse,/ a resistir,/ aunque es seguro/ que habrá más penas y olvido”.