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OPINIÓN

Mientras esperamos que amanezca

El debate por el aborto, mientras esperamos que amanezca.

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Veo en vivo el desfile de las exposiciones en Diputados y no puedo evitar la sensación de estar escuchando una canilla que gotea, siempre igual, siempre con el mismo ritmo, siempre esperando que pase algo distinto, una alteración de aunque sea un milisegundo, y que no pasa. Para muchas de quienes vivimos el debate del aborto del 2018 con todo el deseo, la sensación es del eterno retorno de lo mismo: las mismas personas repitiendo los mismos argumentos, pero con menos público, menos cobertura y hasta menos gente mirando el streaming. También menos conversaciones en redes sociales y ni hablar en el mundo de los átomos. En 2018, se discutía también en la calle, en la verdulería, en la cola del banco. Nos increpaban por tener un pañuelo verde colgado. Hoy ya no sucede nada de todo eso, y encima casi nadie pasa tanto tiempo en la calle como entonces. 

Las pocas discusiones que sí se leen en internet también suenan a cover. A partir de este tweet que se viralizó, volvió el debate sobre si el aborto es siempre una tragedia a evitar a toda costa o no, si puede ser que para algunas mujeres sea como sacarse un lunar, si siempre es una experiencia “traumática” sea lo que eso signifique o si el “trauma” viene del estigma y la clandestinidad. Es un debate estéril e innecesario. Encuentro profundamente irrelevante cómo cada persona siente una experiencia de aborto, del mismo modo que no se me ocurriría permitir ni prohibir ninguna otra experiencia difícil sólo por el hecho de serlo. No me metí por eso, pero en 2018 me metía en todas, hasta en la más circular de las discusiones. Todo me parecía importante como ocasión para involucrar más gente, para pensar en voz alta, para armar un clima y abrir nuevos caminos.

Supongo que estoy cansada; casi todas estamos cansadas. Fue un año largo y difícil. No es fácil entusiasmarse ahora con esta conversación. A la sensación de repetición se suma el hecho de que no tenemos eso que hace que las cosas sean siempre nuevas, como las células del cuerpo lo son. Este año nos faltó la calle. No podemos reunirnos y marchar con la naturalidad con que lo hacíamos en 2018: no podemos llenar de vida argumentos viejos con afectos nuevos. Y argumentos nuevos, la verdad, no hay; ya dijimos todo lo que había que decir. Como sugería una amiga, nos parece percibir una suerte de goce morboso en hacernos repetir nuestras razones, en pararnos otra vez ante el Congreso para justificarnos, contar nuestras historias, dar nuestros números. Como si nuestro tiempo fuera gratis, como si fuera gratis para nosotras el desgaste de venir una y otra vez a insistir con lo mismo. 

En los circuitos activistas percibo mucho esa frustración, esa sensación de desnudez y manoseo colectivos. En los círculos académicos, una especie de tedio conceptual. A esta altura, el aborto ya no es un tema tan vívido filosóficamente. Habrá dilemas sin solución consensuada, por supuesto, pero ya casi no conozco autoras que le sigan dando vueltas. Los argumentos sobre el concepto de persona, sobre si importa o no el concepto de persona (el argumento del violinista, por si les interesa googlear, saltea completamente el debate sobre si hay o no persona y toma otra vía), sobre si en realidad es una cuestión de autonomía o de igualdad y un largo etcétera, todos tienen ya varias décadas. En sus vidas universitarias, las bioeticistas y académicas feministas que conozco ya están investigando otras cosas. Si vuelven a hablar de esto es porque el mundo lo pide. 

Mientras escribo todo esto pienso en Nelly Minyersky, en Mabel Bianco, en todas las feministas mayores que fueron a la audiencia pública a decir las mismas cosas que dijeron hace dos años. En rigor, a decir las mismas cosas que ellas vienen diciendo desde hace muchos más años. Las mismas cosas que antes les habían dicho a sus compañeros de militancia, a sus compañeros de vida, a curas, a funcionarios. Es curioso que el feminismo de estos años consiguiera aparecer como novedoso. Las que militábamos en el feminismo desde varios años antes de ese estallido nos creímos, también, esa poética de la novedad. En mi caso, milito desde 2010. Comparado con las compañeras que vienen moviéndose desde los años ‘70 es la nada misma, pero aún así se siente como la prehistoria por todo lo que después pasó en esta década. 

Se nos confundió el feminismo con una épica generacional, con una idea de futuro, de innovación social y conceptual. Y la verdad, pienso ahora, es que muchas veces no se trata de lo nuevo, ni del futuro en el sentido de una apertura a lo desconocido. La filosofía quizá sí consiste en generar nuevos conceptos y nuevos vocabularios para producir todos los días un mundo diferente; pero la política no. Creo que este tedio que me posee a mí y a muchas otras amigas y activistas es entendible, pero bastante infantil, y algo snob también.

Hacer un país un poco mejor a veces no tiene demasiado que ver con sofisticar herramientas conceptuales o con el vértigo gozoso de un descubrimiento. En general es así como esto que estamos viviendo; es prosaico, es burocrático, es rutinario, es desgastante y es gastador, como el agua que gotea siempre al mismo ritmo inaguantable, como la alarma de un auto abierto quién sabe dónde que nadie parece escuchar hasta que alguien la escucha. Son las mismas personas repitiendo los mismos argumentos, cada vez con menos épica y menos gracia, pero un poco más cerca. 

Luego de muchas especulaciones y rumores, la objeción de conciencia institucional no entró en el proyecto , y la cuestión central de las condiciones en las que podrán abortar las personas de entre 13 y 16 años quedó supeditada al artículo 26 del Código Civil que regula los derechos de menores de edad. 

Desde hoy a la mañana nos repetimos como un mantra: los números están, los diputados están. El Senado es más difícil, pero los votos pueden estar, y más con estas modificaciones al proyecto original. La sanción de la ley está en el campo de lo posible, y al final se trata de eso, de esa posibilidad estremecedora contra la que no hay cansancio que aguante, que nos revuelve las entrañas a pesar de todo el tedio. La posibilidad de que esta lucha deje, justamente, de tener épica, y se vuelva una cuestión prosaica de salud pública, un problema del que ocuparnos. Rutina, cotidianidad, gestión.   

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